A propósito de ¡Absalón, Absalón!

Escribe | Jorge Arias


Este comentario trata de la traducción de Beatriz Florencia Nelson publicada por Emecé Editores en 1951. En una nota (página 10), la traductora confiesa sus dificultades con la gramática y los neologismos del original y su decisión de suprimir algunos paréntesis, a veces paréntesis dentro de paréntesis. Se agradece esta libertad a la señora Nelson: poco es una obra si se marchita con la supresión de paréntesis. La traductora erró, en cambio, al castellanizar nombres de clara procedencia anglosajona: «Carlos» por «Charles», «Quintín» por «Quentin», etcétera, sugiriendo orígenes hispánicos.

Argumento de ¡Absalón, Absalón!

La historia es contada por varios narradores en nueve capítulos; hay además una cronología, un mapa del condado de Jefferson y un diccionario de personajes auxiliares que suponemos existentes en el original. Agregamos a nuestro ejemplar un árbol genealógico y muchas anotaciones al margen. Contaremos la trama sin mengua de la expectativa, porque Faulkner adelanta el argumento en las primeras páginas.

La acción se desarrolla antes, durante y después de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos (1861 – 1865). Cuenta la historia de tres familias sureñas mediante evocaciones de Quentin Compson,  Shrevlin o Shreve Mac Cannon y  Rosa Coldfield.

Thomas Sutpen, nacido en una familia pobre de las montañas de lo que hoy es West Virginia, capataz de una plantación en Haití y virgen a los veinte años, se casa en 1827 con una hija de su patrón Eulalia Bon; tienen un hijo, Charles Bon. Cuando Sutpen descubre que Eulalia es de ascendencia negra, se divorcia y la abandona con su hijo, dejándole dinero suficiente para su manutención. Pasado el tiempo, con el asesoramiento de un abogado, Eulalia Bon urdirá un plan para obtener dinero de Sutpen, cuya vida ha registrado; la primera parte del plan será el envío de su hijo Charles a la Universidad de Mississippi, donde estudia Henry, hijo de Thomas Sutpen y Ellen Coldfield.

A propósito de ¡Absalón, Absalón! Aullido Literatura y poesía. Jorge Arias.

Condado de Jefferson de ¡Absalón, Absalón! Fuente.

Sutpen viaja con unos doblones españoles y unos negros «salvajes» a Jefferson, Mississippi; quiere enriquecerse y fundar una familia. Compra a un indio un campo de cien millas cuadradas donde construirá, con el trabajo de los negros y de un sumiso arquitecto francés, una ostentosa mansión, Sutpen Hundred, en nuestra traducción, el «Ciento de Sutpen». En 1834 tiene una hija, Clytemnestra, con una esclava negra y se casa en 1838, a los 25 años, con Ellen, entonces la única hija del comerciante de Jeffferson Goodhue Coldfield. Tendrán dos hijos: Henry, nacido en 1839 y Judith, nacida en 1841.

En 1859, Henry Sutpen estudia en la Universidad de Mississippi donde se encuentra y traba amistad con su seductor medio hermano, Charles Bon, parentesco que ignora, diez años mayor y casado con una cuarterona con quien ese mismo año ha tenido un hijo que se llamará Charles Étienne de Saint Valery Bon, que será descrito como un «joven delicado y elegante», que sólo habla francés y se casará con una negra calificada como «simiesca», con la que tendrá un hijo, James Bon o Bond.

Henry está deslumbrado por el mundano y elegante Charles, insinuándose una relación homosexual sin consumar; para la Navidad, lo llevará a la casa familiar, el Ciento de Sutpen, donde Charles comienza un laxo noviazgo con su media hermana Judith. Thomas Sutpen comprueba que Charles Bon es su hijo y obstruirá el compromiso. Henry se niega a creer en el parentesco, repudia su nacimiento y mayorazgo y, con Charles, que llegará a subteniente, se alista en la compañía de los University Greys del ejército de la Confederación del Sur en la Guerra de Secesión, donde servirán cuatro años.

Henry parece aceptar el casamiento de Charles con su hermana Judith, pero cambia de idea cuando se entera de que Charles es descendiente de negros y decide impedir la unión, lo que desencadenará la sucesión de acontecimientos dramáticos posteriores.

Faulkner en el Uruguay

Hacia 1950 Faulkner comenzó a ser conocido en nuestro medio impulsado por la admiración de Borges, que tradujo para la Editorial Sudamericana Las palmeras salvajes. Emir Rodríguez Monegal y Mario Benedetti, del grupo de escritores que editaba la revista Número y la página literaria de Marcha, le dedicaron recensiones. Onetti lo adoptó como su maestro y en las reuniones donde se hablaba de literatura era inevitable mencionar a Faulkner, que obtuvo el premio Nobel en 1949.

De difícil lectura, Faulkner fue más admirado que leído; una prueba de ello es la reseña de ¡Absalón, Absalón! que escribió Emir Rodriguez Monegal en Marcha el 25 de julio de 1952. Encuentra que la historia es producto de una investigación «para resolver el misterio en que está envuelta la casona de Sutpen», pesquisa comenzada por Rosa Coldfield y Quentin Compson y finalizada por Compson y Shrieve, quienes «reconstruyen la historia íntima, el verdadero dibujo de este tapiz de lujuria y crueldad» cuando «descubren la llave maestra: el incesto (…) la pasión que, como en Edipo Rey, contamina todo».

En cuanto al contenido de la obra, sostiene Rodríguez Monegal sobre ¡Absalón, Absalón!:

Es quizás la más compleja, la más demoníaca de las novelas de Faulkner (…) la perspectiva es épica, las figuras de tamaño sobrenatural (…) la hazaña sobrehumana del viejo Sutpen.

En cuanto a la forma, sustenta:

La narración es (parece ser) incoherente, aunque en secreto rigor, un duro andamiaje, la sostiene.

Tengo que decir que no comparto ninguna de estas afirmaciones.

A propósito de ¡Absalón, Absalón! William Faulkner. Revista Aullido Literatura poesía. Jorge Arias.

Guerra de Secesión americana. Fuente.

¡Absalón, Absalón! en la Biblia y en Faulkner

El título de la novela viene del capítulo 19 del Libro de los Reyes. Cuando el Rey David se entera de la muerte de su hijo rebelde Absalón a manos de Joab, contradiciendo sus órdenes expresas de respetarle la vida.

Llora y hace duelo por Absalón (…) clamaba en alta voz: «¡Hijo mío, Absalón! Absalón, hijo mío, hijo mío!»

Amnón, primer hijo del Rey David, viola y menosprecia a su hermana Tamar. Ante la inacción de David, Absalón hace matar a Amnón y huye. Posteriormente, trata de arrebatar el trono a David, pero es derrotado y muerto.

El único momento de esta novela en que un padre llora por un hijo es cuando Thomas Sutpen llora la muerte de su hijo Charles Bon a manos de Henry; pero Charles Bon, aunque pretende a Judith, la hermana de ambos, no es el equivalente de Absalón. Bon no viola a su media hermana; la pretende y es correspondido. No llegan ni a casarse ni a tener sexo. Más semejanza hay entre Absalón y Henry, que rechaza la filiación y el mayorazgo de su padre y mata a su hermano Charles para impedir la violación virtual de que alguien con sangre negra se case con su hermana.  Absalón, luego de hacer matar a Amnón, huye y se oculta; Henry, luego de matar a Charles, huye y «desaparece para siempre bajo la sombra ominosa del nudo corredizo», la horca. Este seguir la tradición, la Biblia, y al mismo tiempo modificarla, como hizo Joyce con La Odisea, en el Ulysses, tiene el sentido de continuidad y libertad, tradición con innovación, que veremos en otros aspectos de ¡Absalón, Absalón!

A propósito de ¡Absalón, Absalón! Aullido Literatura y poesía. Jorge Arias.

El banquete de Absalón, de Bernardo Cavallino. Fuente.

La técnica narrativa

En esta novela, contada en su mayor parte por diversos narradores, no es fácil saber quién habla a quién. A menudo están enzarzados en ociosas digresiones sobre lo que una tercera persona pensó, no pensó, supo o no supo y aún sobre sucesos que no ocurrieron.

El estilo es reiterativo: así, «voz áspera, huraña, asombrada» (pag.12); «ese inmenso Sur, poblado de fantasmas quejumbrosos, ofendidos, desconcertados» (pag.13); «le parecía verla, aguardando en uno de los cuartitos sombríos y herméticos, en la soledad impenetrable de aquella casa hosca» (pag.96); «uno de esos espectros que había tardado más que los otros en buscar su reposo y que le hablaba de rancios tiempos espectrales»  (pag.13); «Elena, en el apogeo absoluto de su vida irreal e ingrávida» (pag.113). Los episodios más importantes, las muertes de Thomas Sutpen y Charles Bon son contados varias veces y a menudo aludidos al pasar, como la «hoz» que suele aparecer sin mayor razón hasta que se revela que es el arma con que Wash Jones mata a Thomas Sutpen.

Esta técnica implica la tesis escéptica de que la verdad nunca llega a saberse; y el autor presenta versiones contradictorias de los mismos hechos. Como consecuencia los personajes llegan al lector como a través de tules, nubes o vidrios oscuros.

El sentido de la novela

Faulkner insiste en que Thomas Sutpen es un «monstruo, criminal, demonio», un «ogro», es «el hombre que hizo irrupción en la vida y en la existencia de los suyos con la fuerza de un ciclón y causó daños irreparables y terribles». Esta es la visión de Rodríguez Monegal: «épica, las figuras de tamaño sobrenatural (…) la hazaña sobrehumana del viejo Sutpen». Muy ruidoso. Pero todos estos improperios no ocultan la simpatía del autor hacia su personaje.

Vemos, en cambio, un Sutpen vulgar, de módica o ninguna maldad. Cuando repudia a su esposa, Eulalia Bon, porque tiene sangre negra, cuando trae de Haití una veintena de esclavos, su comportamiento es inaceptable hoy; pero era un lugar común en su época. Deja a Eulalia y a su hijo, pero provee lo necesario para su manutención. Decidido a instalar una plantación de algodón en Jefferson, compra a un indio, con dinero, cien millas cuadradas de tierra, se casa por la Iglesia con Ellen Coldfield y, viudo, se compromete formalmente a casarse con su cuñada. Por interés, necesidad o patriotismo va a la guerra por su país, asciende a coronel, obtiene una mención honrosa del General Lee y muere por decirle unas palabras imprudentes a su amante, Emily Jones.  En la página 79, Faulkner nos dice que Sutpen «Había corrompido a Elena (su esposa, Ellen) en varios sentidos»; pero a renglón seguido, cuando esperábamos la revelación de alguna infamia, el autor nos informa de que Sutpen era «el principal terrateniente y plantador de algodón de todo el condado».

A propósito de ¡Absalón, Absalón! Aullido Literatura y poesía. Jorge Arias.

¡Absalón, Absalón!, edición francesa editada por Gallimard. Fuente.

De la epopeya descendemos al roman à trois del incesto. Para Rodríguez Monegal, es el tema de la novela que, soñado y nada físico, ocurre entre los tres hermanos, Henry, Judith Sutpen y Charles Bon. «La ciudad entera sabía que entre Henry y Judith existía un cariño más hondo que el tradicional afecto fraternal» (pag. 87); Judith «debe haberlo visto (a Charles) con los mismos ojos con que lo veía Henry. Difícil sería decir cuál de los dos hermanos parecía más espléndido; uno lo miraba con la esperanza (…) de adueñarse de aquella imagen mediante la posesión; el otra sabía que se interponía entre ellos la valla infranqueable de la identidad de sexo» (pags.102/103). Esta relación y la extraña conducta de Charles que entrega su pistola a Henry para que lo mate, son todo un capítulo, pero no dice el propósito de la novela, que encontramos en la página 239:

La raíz de los males de Sutpen era su inocencia. Descubrió repentinamente no lo que quiso hacer, sino lo que se vio obligado a hacer, quieras que no; pues de  lo contrario no  hubiera podido vivir tranquilo con su consciencia el resto de su vida: no hubiera podido llevar la antorcha de esa tradición que le legaron las generaciones de hombres y mujeres que vivieron y murieron antes que él, los muertos que vigilaban y esperaban que procediera dignamente para poder mirar cara a cara no solamente a los antiguos muertos sino a todos los vivos que llegarían tras él.

Esta «tradición que le legaron las generaciones» es la familia autoritaria, con el culto de la progenie, a lo Abraham, con quien es comparado Sutpen, y el predominio del varón.

Escribió Marx:

Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, en las condiciones elegidas por ellos, sino en condiciones directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas grava muy pesadamente el cerebro de los vivos (…) Estas pesadas cargas perviven, aunque se olviden circunstancialmente por una burguesía (…) (que) había olvidado que los espectros de la época romana habían velado sobre su cuna.

(Le 18 Brumaire de Louis Bonaparte, págs. 14/15, Ed. Sociales, Paris 1976).

En el caso de ¡Absalón, Absalón! se agrega el peso de otra tradición o construcción social: la esclavitud como algo natural, no como algo que fue la creación e imposición del hombre. Más que un victimario, Sutpen es víctima de esa misma construcción social, que adopta sin crítica; y, habiendo repudiado a su hijo Henry su filiación, muere por su determinación de tener descendencia masculina.

La potencia del prejuicio o de la construcción social es tan  grande que doblega a los sentimientos de Henry por Charles, supera su ruptura con su padre, adoptando su racismo hasta el crimen y lo lleva a su propia  destrucción.

Conclusión

Es muy claro el propósito del autor de ser libre, autónomo, independiente de prejuicios, tradiciones erróneas e ideas hechas. Es posible que esa decisión de libertad se haya extendido a innovaciones gramaticales, a atentados contra la lógica narrativa; es posible que haya llegado a desafiar al lector proponiéndole repeticiones inútiles, incoherencias, acertijos y enigmas.

¡Absalón, Absalón! conduce a interrogarse sobre el propósito del arte. Los griegos produjeron tragedias atroces que redimían la catarsis. Siguiendo este antecedente, la novela, como la poesía, debe producir, sino una redención, un efecto benéfico en el lector, la «fiesta del espíritu», en las palabras de Valéry. En esta novela tenemos horror y muerte, que no redimen diversión ni entretenimiento. Hay que decir un secreto a voces y dejar de rendir culto a una tradición acrítica, no menos construida y artificial que el patriarcado, de que estamos ante una obra maestra. Enmarañada, monocorde, fúnebre y de penosa lectura, es una de las novelas más aburridas que hemos tenido entre manos.

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