Yuri Buida: «Crecí entre gente que apreciaba la habilidad de tener la lengua quieta»

Entrevista a Yuri Buida

El escritor ruso Yuri Buida, autor de La novia prusiana, fotografiado recientemente.

Escribe| Roberto Bayot Cevallos


En el pueblo soviético donde nació y creció Yuri Buida (Známensk —actualmente Rusia—, 1954) convergían demasiados misterios como para que pasen inadvertidos ante la curiosidad que ya tenía en su infancia, a tal punto que sólo a través del desdoblamiento entre sus sueños y la realidad, entre el pasado y el presente, le permitieron, con el tiempo, dar sentido a un territorio comprendido entre los ríos Vístula y Niemen que acumulaba siglos de historia. Aquel espacio geográfico se conocía como Prusia Oriental, hasta que fue rebautizado como Oblast de Kaliningrado, unos años antes de su nacimiento. Aunque, claro, todo ocurrió de golpe tras el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, luego que los vencedores deportaran a los vencidos, luego que las reparticiones sustituyeran la carnicería. A partir de ahí, el paisaje de calles empedradas y techumbres de tejas rojizas, de iglesias y cementerios protestantes, donde la imagen de Kant emergía como el solitario sobreviviente de una desterrada estirpe de pensadores, fue repoblado por colonos provenientes de los más diversos rincones de la Unión Soviética, tal como lo hizo un día el padre de Buida desde una aldea bielorrusa. En consecuencia, se configuró un doble destierro: tanto para quienes abandonaron el lugar como para los que arribaron a él,  unos debieron convivir en el exilio para siempre con sus añoranzas, mientras que los otros estaban obligados al extrañamiento de hacer sus vidas en un lugar del que no guardaban recuerdos. Desde entonces, el futuro escritor entendió que la frialdad de los datos históricos y el silencio de los adultos dejaban un vacío que casi nada suplía, al mismo tiempo que su imaginación se encargaba del resto. Unos años más tarde, el azar lo hizo reencontrase de frente con aquel pasado difuso, que, paulatinamente, fue adquiriendo la forma de una obsesión que lo ha acompañado por más de cuatro décadas, corporizada a través de las cientos de historias que se plasman en el universo de La novia prusiana, del que asegura, quizás, ya es un personaje más.

Tal es la fascinación de este hombre por las historias que, según cuenta en el texto «Buida (A guisa de epílogo)», cuando tenía siete años mintió descaradamente a sus amigos diciéndoles que su nombre era un homenaje a otro Yuri, en este caso el famoso cosmonauta soviético Yuri Gagarin, que ese año se había convertido en el primer hombre en viajar al espacio, gracias a lo cual gozaba de una celebridad de primer nivel en su país que con los años llegaría a leyenda, pero que la mirada de Buida —digamos, de aquella época— logra sincretizar en la conclusión de una fábula autobiográfica: «de cuya misión se había enterado mi abuela por la Biblia el día que nací».

En definitiva, los cuentos de Yuri Buida desafían la capacidad de asombro, tensan sensibilidades hasta el límite, invitan a conocer un mundo hoy ya extinto que fue erigido sobre uno más antiguo del que sólo subsisten los mitos, de alguna forma al igual que el otro, pese a que ambos convergen y continúan en expansión dentro de su obra. Ahora, hay que sumar que La novia prusiana está narrada con un humor que puede alcanzar niveles desternillantes, a través de acontecimientos rocambolescos, enredos y testimonios desmesurados que, en ocasiones, pueden ir del carnaval luctuoso al zafarrancho apocalíptico. No obstante, también hay espacio para la reflexión filosófica, en alguna oportunidad con monólogos a la manera dostoievskiana sobre la fe religiosa. En medio de esto, se abordan problemáticas sumamente complejas como el holocausto, la xenofobia, la violencia de género, el alcoholismo, los traumas de la infancia o de la guerra, el desarraigo, la opresión del sistema, los desengaños de un pueblo nutridos por la propaganda colosal, las noticias oficiales que dado el trayecto que recorrían desde Moscú llegaban transformadas en mitos a Známensk (Wehlau, durante su período prusiano).

Consecuentemente, la vida en este escenario está condimentada con referencias tanto del folclor y del imaginario local como de la alta cultura, tanto de la música pop soviética como de la Biblia, desde la mitología clásica hasta la literatura universal. Además, sus historias son un homenaje a la necesidad humana de dejar registro de los relatos orales que circulan a nuestro alrededor y sin los cuales sería más ancho el vacío entre la memoria colectiva y nuestra existencia. Por lo tanto, la reciente traducción de 46 relatos que integran La novia prusiana (Automática Editorial, 2021) probablemente se trate de uno de los descubrimientos literarios más significativos de este año en España, que ahora se suma a dos de sus novelas antes editadas en nuestro idioma.

Con ocasión del libro, Yuri Buida respondió a diversas cuestiones que le planteamos semanas atrás. En sus respuestas evoca cómo se le quedaron grabadas las primeras imágenes que años más tarde compondrían alguno de sus relatos, cómo empezó a tener contacto con aquel mundo sin ninguna conexión aparente que los uniese y cómo a través de los libros empezó a apropiarse de él. Nos explica también el proceso de escritura de varios de sus cuentos, admitiendo algunas de sus preferencias como lector del género y mencionando las diferencias entre quienes fueron testigos directos del estalinismo y su generación, que vivió la agonía del sistema soviético. Asimismo, en esta edición aparece «La tierra firme y el torrente», un texto escrito hace poco por el propio Buida con motivo de la edición española de La novia prusiana, al que hace referencia en más de una ocasión en sus respuestas. En el texto reflexiona, con la perspectiva del tiempo, acerca del proceso de maduración mutua que ha representado amalgamar, tanto en su memoria como en su imaginación, cada rincón de lo que hoy representa La novia prusiana, un libro que se ha ganado su espacio dentro de la literatura rusa contemporánea y que no deja de crecer.

—Dentro de sus recuerdos no necesariamente plasmados en sus libros. ¿Cuál fue la primera historia que escuchó y se le quedaron grabadas imágenes hasta ahora?
Diría que la del tirador de la puerta. Cuando el dueño de la casa donde vivíamos supo que, junto con el resto de los alemanes, iba a ser deportado, desmontó el tirador de cobre y dijo a los vecinos: «Cuando regrese, lo pongo otra vez». Al día siguiente lo enviaron a Alemania. No se llevó nada, ni su vajilla de porcelana, ni su reloj antiguo, ni sus libros, tan solo el tirador de la puerta. Oí esta historia a mis seis o siete años, me impactó. En la cama, antes de dormirme, solía pensar en ese hombre. Tal vez, por las noches, en su nueva casa, sacaba el tirador, lo observaba y suspiraba recordando su patria, la casa donde había nacido, donde más tarde nacieron sus hijos y nietos. Probablemente, antes de morir había entregado el tirador a su hijo para que ese lo devolviese a su lugar. Yo pensaba en el día cuando volviera del cole y de pronto encontraría en nuestra puerta aquel tirador en forma de la cabeza de león. ¿Qué pasaría entonces? ¿Cómo viviríamos después? Tal vez, justo entonces por primera vez me puse a reflexionar sobre el pasado de la tierra que consideraba mía.

—¿En aquella época, conoció especialmente a alguien que se destaque de los demás por ser un narrador oral con la suficiente destreza para mantener en vilo a sus oyentes, es decir un modelo en quien reflejarse?
Crecí entre la gente que apreciaba la habilidad de tener la lengua quieta. Muchos colonos buscaban empezar una vida nueva en una tierra nueva para olvidar la anterior. De muchos de ellos había oído decir que las personas locuaces suelen ser mentirosas. A lo mejor, tenían cosas que ocultar, a saber. Y cuando la vida se volvió menos cargada de miedo, todos de pronto se dieron cuenta de que no eran capaces de contar lo que tenían guardado. Mi padre decía que su generación era deslenguada: «No sabíamos qué decir. Había palabras, pero nos faltaba el lenguaje. Simplemente vivíamos con esta enfermedad.» Así que busqué los ejemplos a seguir en la biblioteca, no en la calle.

—Durante sus años de formación, cuando intentaba explicarse el pasado del territorio donde está emplazado Kaliningrado. ¿Qué le contaba la gente mayor que vivió ese pequeño período de convivencia entre alemanes y rusos?
Admiraban la cultura cotidiana alemana del orden, de la limpieza. Los pescadores alemanes apenas se mantenían en pie por el hambre que pasaban, pero a rajatabla cumplían y entregaban su captura a las autoridades. Los alemanes desmontaban las ruinas de los edificios, pero ni por asomo cogían los objetos que encontraban. Pacientes, enseñaban a los rusos cómo arreglar el pavimento de las calles o los conductos de agua. Los viejos recordaban al oficial ruso que se pegó un tiro al saber que la mujer que amaba, una alemana, había sido deportada a Alemania. A los alemanes les envidiaban un poco: los creían ricachones porque vivían en casas equipadas con electricidad y agua corriente. Había compasión por los alemanes. La furia de la guerra se apagaba y los rusos, que por culpa de los alemanes habían perdido sus hogares y a la gente querida, compadecían a alemanes que perdieron su patria y a sus familiares.

Traducciones de los libros de Yuri Buida al español.

Traducciones de los libros de Yuri Buida al español: La novia prusiana (2021), Helada sangre azul (2015) y El tren cero (2013).

—¿En qué momento para usted Známensk pasó de ser un pequeño pueblo de provincia, aislado del país-continente más grande del planeta, a tener el suficiente valor literario como para volcar su existencia en el papel?
Ocurrió a finales de los 90 cuando un editor propuso que organizase los relatos para publicarlos juntos, en el mismo libro. Entonces, sorprendido, descubrí que muchos de mis cuentos de una u otra manera están relacionados con Známensk. Cuando los organicé siguiendo cierta lógica, nació La novia prusiana.

—De todo el conjunto que constituye La novia prusiana, ¿podría revelar cuál fue el primer relato que dio por cerrado?
Tal vez, «Eva Eva». O «Un alto en el camino hacia las Indias». O «La mujer y el río».

—En la época que trabajó como reportero en Kaliningrado, con toda seguridad visitó lugares y estableció contacto con personas que, de otra forma o contexto, hubiese sido más difícil conocer. ¿Cómo esta etapa de su vida alimentó el mundo que se despliega en el libro?
Para mí fue una época muy importante: conseguí desaparecer, disolverme en la multitud de personajes, pero a la vez crear mi propio mundo.

—¿Cuánto tiempo le tomó escribir la totalidad de los relatos?
Hoy día La novia prusiana incluye 79 cuentos escritos entre medianos de los 70 y principio de los 2000. Lo cual no significa que todos los cuentos ya están escritos, no se puede predecir cuándo se presenten historias nuevas.

—¿Usted es de los escritores que se dedica a escribir un cuento y no se detiene hasta que lo termina o prefiere dedicarse a varios a la vez para mantener una sintonía que los entrelace?
La novia prusiana nacía del caos. A veces, surgían tres, cuatro, hasta cinco cuentos seguidos por una pausa. A veces reclamaba la atención una historia que se había detenido por unos cinco o diez años. Y otra vez todo se detenía, la idea de La novia prusiana se ocultaba en la sombra para poder dedicarme, por ejemplo, a una novela. Parece que todo indica que ese universo está tan arraigado en mí que no hay manera de librarme de él, y pensándolo bien, no vale la pena tratar de huir de él.

—El narrador del cuento «El humilde paleto» dice: «en una historia no se valora el grado de verdad, sino el de interés». Precisamente, su narrativa se caracteriza por los giros narrativos impredecibles a cada momento, lo cual requiere un trabajo muy arduo para usted como escritor y a la vez una tarea exigente para el lector. Desde una perspectiva idealizada. ¿Qué espera usted de quien lee sus relatos?
Que se rían, que lloren, que sientan miedo, alegría, compasión… En su tiempo me impactó la opinión de un crítico literario que dijo que muchos de mis cuentos están construidos según «las reglas de la expresión poética». Si el crítico ese tiene razón, de los lectores espero la empatía, y solo después una interpretación intelectual.

Прусская невеста (pimera edición en ruso)

Primera edición en ruso de La novia prusiana (1998).

—De todos los relatos que conforman La novia prusiana, omitiendo la necesaria y puntillosa reescritura, ¿hay alguno que, por uno u otro motivo, se le haya resistido de forma particular más que el resto en su versión definitiva o en la concreción de su escritura?
Y más de uno. El cuento «Rita Schmidt cualquiera», por ejemplo, se escribió en ochenta horas sin pausas ni para dormir, ni para comer, como un torrente que no se detuvo hasta que puse el punto final. Pero previamente hubo unos tres o cuatro años durante los que hice varios intentos de abordarlo. «Viliput de Viliputia» primero se presentó como una novela de 600 páginas, luego pasó a ser un relato de cuatro páginas, luego… En fin, tardé unos diez años en escribirlo.

—En general, la mayoría de los personajes del libro poseen una historia pública y otra privada ( a causa de la Segunda Guerra Mundial y las reparticiones de territorio a partir de la Conferencia de Potsdam). Por lo tanto, sus biografías siempre están matizadas en una escala de grises que varía mucho, a medida que el relato colectivo da paso al individual o viceversa. ¿Esto es algo que se había planteado antes de empezar a escribir la primera versión del libro o fue algo que se produjo espontáneamente, a medida que avanzaba en la composición de los relatos?
Espontáneamente, como ya lo expliqué en «La tierra firme y el torrente».

—Un tema que se repite en su obra, desde muy diversos enfoques, es la violencia tanto física como psicológica que sufrieron los niños a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo después de su finalización, la cual creo que está abordada de manera estremecedora en el relato «Rita Schmidt cualquiera». Usted pertenece a la generación posterior de niños que sufrieron directamente esas graves secuelas en sus vidas. ¿Cómo se produjo el despertar de su conciencia ante esa problemática?
En realidad, los niños no sufrieron más que sus padres y abuelos que habían vivido la guerra civil, la colectivización, la pobreza extrema, las hambrunas, el gulag, la Segunda Guerra Mundial. A medida que se aflojaba el miedo de la sociedad ante las autoridades y de las autoridades ante la sociedad, también se menguaba la violencia. Ya a mediados de los años 60, incluso en nuestra pequeña ciudad provincial, un hombre que utilizaba los puños para afianzar su papel ante los demás o maltrataba a un niño era unánimemente calificado como depravado. No obstante, la tradición de trato violento estaba demasiado arraigada para desaparecer de la vida (y no solamente en Rusia), adoptaba otras formas, se ocultaba en las familias. Fui parte de esa tradición y no pude obviar sus manifestaciones en La novia prusiana. Confieso que la escritura me ha llevado a pozos negros del alma humana, me dejaba sin aliento…

Quisiera destacar otra peculiaridad de este tema. La propaganda y la cultura, voluntaria o involuntariamente, se esforzaban en dar un barniz de tragedia sublime a la vida soviética. Nunca nos han faltado conceptos de «lucha», «hazaña», «espíritu de sacrificio», etcétera, que de una u otra manera están vinculados a la violencia y pretenden justificarla. Pero ya en los 60 y 70 esas figuras retóricas se convirtieron en un objeto de burla, de parodia, de rechazo (excepto la Gran guerra). En parte gracias a ello la violencia pasó a ser muy mal vista.

—El texto «Cantar de Doña Bravía» está dedicado a reconstruir la vida de un personaje que reaparece en la gran mayoría de los relatos del libro, al igual que otros, pero ninguno con esa frecuencia. Llegado el momento, el caos y las digresiones se apoderan del relato cuando irrumpen las voces de cada uno de los habitantes del pueblo, representando una puesta en escena polifónica, a través de la multiplicidad de testimonios, en algunos casos dudosos por la fragilidad de la memoria y la ambigüedad de las fuentes. ¿Este personaje funciona como bisagra entre los relatos para que, además, se lean como una unidad, como una novela?
Sí, por supuesto. Pero ese texto, a pesar de sus imperfecciones, es importante porque en él – a veces creo que no por mi voluntad – se manifestaron los personajes que fui incapaz de dejar tirados, abandonar, dejarlos allí sin biografías, y después de este cuento ellos cobraron vida en otros relatos.

Traducciones de La novia prusiana.

Portadas de algunas de las traducciones que se han hecho de La novia prusiana: en inglés, húngaro, francés, estonio, polaco y eslovaco, respectivamente.

—Su obra está poblada de personajes con apodos tales como el de los padres de Ida Zmoiro en Helada sangre azul: La Potranca y el comandante del Primer Batallón de la Guardia Roja Jesucristo Nazareno, Rey de los Judíos, o el de Álik Jolúpiev, ¡Plis-Plas!; en La novia prusiana: El dios callejero, El Kalzones, El Llamadoleón, El Trago y El Sorbo (padre e hijo), la señora Gramófona, Simbad el Marino, la Goebbels, El Dormedario, Lisa Para Todo, Vita Pocas Luces, Anna Piesdeplomo, El Mosquito Muerto, Zoia-la-de-la-cárnica, entre otros. ¿Tiene un especial afecto por alguno de ellos? ¿Por qué?
Cuando nombras a un ser humano, cuando ya se vuelve inseparable de su nombre (y a veces su nombre o apodo agota su existencia). ¿Qué relación puedo tener con ese ser? La del padre e hijo, sea bueno o malo, sea un héroe o un villano. Si fuera ateo, diría que es la relación del Dios con el mundo al séptimo día de la creación…

—¿Cómo llegó a la conclusión de que mediante la tragicomedia podían encajar en un espacio común, fragmentariamente, las piezas del rompecabezas que quería contar de este universo?
No he llegado a esta conclusión, vino a mí a medida que el libro maduraba, cuento por cuento, lo demás, creo, son peculiaridades de la óptica del escritor.

—Al contrario de otros escritores que establecieron un territorio mítico, aparentemente, usted decidió que Známensk no se mencionaría ni con su nombre ni bajo la denominación de una alegoría en los cuentos de La novia prusiana (aunque sí en el prefacio incluido en la edición española). ¿A qué se debió esto?
Por primera vez este detalle salió a la luz cuando el libro ya iba a la imprenta. Me pregunté exactamente lo mismo y no encontré la respuesta. Tal vez, es debido a que en los años 40, al renombrar los pueblos y aldeas alemanes, en el mapa aparecieron decenas de topónimos similares (incluidos los que contenían la palabra «znamia», «bandera» en ruso) que no decían nada, ni a la mente, ni al corazón.

—En muchos de sus cuentos se captura sintetizado el trayecto vital de sus personajes, desde su nacimiento hasta su muerte. ¿A través de ellos ha hallado una forma de parodia a la novela total, a la obsesión de muchos novelistas durante el siglo XX de componer textos enormes?
En los últimos 20 años he escrito varias novelas (eso sí, enormes no son), no obstante, sigo convencido de que algunos cuentos de Gógol, Chéjov, Ryūnosuke Akutagawa, Bábel, Flannery O’Connor no tienen nada que envidiar a grandes (y enormes) novelas.

—Con una perspectiva parcial de su obra, tomando en cuenta la porción traducida al español de obras como El tren cero (2013), Helada sangre azul (2015) y La novia prusiana (2021). Estos tres libros están situados mayormente entre la Segunda Guerra Mundial, El estalinismo y El deshielo. En comparación con los escritores que fueron testigos directos de esos acontecimientos. ¿Qué ventajas y qué desventajas tuvo escribir sobre esa época de la historia soviética con la distancia del tiempo?
Andréi Platónov y Aleksandr Solzhenitsyn hasta cierto momento creían en la utopía comunista, pero para cuando fui al primero, el porvenir comunista no era más que un hazmerreír para la gran mayoría. El reto de los escritores testigos era vencer el material, la realidad, y su fe; el mío fue vencer el material y la falta de la fe.

Прусская невеста (ruso)

Edición actual en ruso de La novia prusiana (Прусская невеста).

—La omnipresencia de un estalinismo fantasmagórico casi siempre está presente en las sátiras soviéticas que fueron prohibidas o censuradas en su momento, circularon como samizdat o fueron escritas desde el exilio (tamizdat). Esta temática usted la retoma en su obra, publicada varios años después de la caída de la URSS. ¿La caricaturización del abuso desmesurado del poder opera como una catarsis de todo lo sufrido en aquella época?
No creo que se pueda hablar de una catarsis, más bien de un tributo a la tradición satírica. Y no olvidemos que yo mismo pertenecía a la casta de los poderosos y como tal fui objeto de la caricaturización: durante un tiempo ocupé un peldaño bastante alto de la jerarquía comunista. Pero dado que en la segunda mitad de los 80 prácticamente toda la cúpula comunista estaba literalmente empapada de cinismo e hipocresía y no había habido catarsis, pasé página y ya está.

—En una entrevista que usted dio en el pasado se autodenominaba, un poco bromeando, «el habitante de la esquina» de la literatura rusa. ¿Podría explicar de dónde viene esa idea?
Antaño, el habitante de la esquina (de un rincón) era el inquilino que alquilaba una habitación o parte de una habitación, o sea, un rincón. En los años 80, entre los liberales y los conservadores se desató la lucha por el liderazgo en la literatura rusa. Hacía tiempo que me he dado cuenta de que cuanto más feroz, activo, involucrado es el participante de tal lucha, peor es a la hora de escribir, en eso los conservadores no se distinguen de los liberales. Y a menudo su idea de lo liberal o conservador resultan tan horteras que ni siquiera merecen una risa. Sea como fuera, se pelean por el papel del dueño del discurso. Que se diviertan. Soy lento, gasto un montón de tiempo y fuerzas para comprender si una frase me ha salido bien, es que no me queda tiempo para otras cosas.

—¿Qué autores, sin distinción de época o de nacionalidad, han tenido un peso decisivo en la construcción de su visión de la literatura?
Oh, nada exótico, nada fuera de lo habitual. Valoro a Homero por su atención a los detalles, a Dante por la franqueza, a Shakespeare por la ambigüedad, a Gógol por la poesía, a Dostoievski y Kafka por el sentido de humor, a Platónov por la compasión y la verdad farfulla del lenguaje, a Céline por el lirismo despiadado, a Chéjov no sabría decir por qué, pero a veces me asusta su don anatomicopatológico…

Se podría citar por lo menos otro centenar de nombres: Sófocles, Racine, Camilo José Cela, Cervantes, Kleist y su increíble «La mendiga de Locarno», Faulkner, León Tolstói en su época tardía, Rilke, Roa Bastos… Más fácil sería decir que con cada libro que leo aumenta la lista de los que me enseñan a ver y a escuchar…

—Lleva al menos 30 años escribiendo relatos. ¿Qué elementos considera imprescindibles para que un relato lo conmueva y alimente como lector?
Pan comido, todos los elementos están citados en la Primera carta del Apóstol a los Corintios, el capítulo 13 comienza diciendo: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena o címbalo que retiñe».

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