«La tierra firme y el torrente», un texto de Yuri Buida sobre «La novia prusiana»

Yuri Buida

El escritor ruso Yuri Buida.

Escribe| Yuri Buida

Lo que hace distinto el proceso de construcción de un libro del de un edificio es el hecho de que el escritor levanta una casa donde enseguida se instala la gente. Y esa gente, esas personas, también participan en la obra: traen ladrillos y roban ladrillos, ponen cristales y rompen cristales, a espaldas del escritor añaden espacios, montan tabiques, derrumban paredes cambiando los planos y de paso al mismo escritor; se enamoran, se pelean, compran armarios y esconden esqueletos en ellos, beben vodka y cuelgan de las paredes pistolas que antes o después acabarán disparando…

Hay libros que crecen como ciudades. Un hombre valiente llega a la orilla de un río, hinca un palo, ata al palo su caballo, levanta un muro y construye una casa con chimenea, luego un templo y una cárcel, y a continuación, con una bandera en una mano y una pistola cargada en la otra, sale al encuentro de los indígenas. Con el tiempo, la ciudad se desborda en arrabales, intramuros se multiplican las calles, los callejones y las plazas donde bulle la vida: mercadeos, ejecuciones, profecías, traiciones, grandes hazañas y grandes crímenes…

O bien, un libro puede ser el descubrimiento de tierras desconocidas habitadas por seres desconocidos; conocerlos requiere acercarse a cimas divinas y a abismos diabólicos, atravesar fragosidades intransitables donde más allá de los árboles se encienden lucecillas fugaces, cuyo breve destello, una vez apagado, persiste en la memoria, inquietante, tentador, llamando a los intrépidos a cualquier proeza y empujando a los cuerdos a la huida…

Pero antes que una casa, una ciudad o un país, surge un sueño, algo intangible, algo indefinido, enrevesado, a menudo inarticulado y hasta estrambótico, y, sin embargo, capaz de cambiar el mundo, cambiar al hombre convirtiendo al humilde pastor en señor todopoderoso, y al revés.

El sueño precede a todo, igual que el amor precede a la vida misma.

Bueno, en realidad, hablamos de un libro, simplemente de un libro.

En este caso concreto, de La novia prusiana, sin ir más lejos, porque se ha vuelto parte de mi vida de la misma manera que albúminas y fibrinógenos forman parte de mi sangre.

Hace poco, por casualidad, di con una carpeta que contenía una veintena de hojas de amarillento papel barato, cubiertas de líneas mecanografiadas ya algo desleídas y llenas a rebosar de notas manuscritas, igualmente borrosas. No era un texto continuo, más bien se trataba de esbozos, fragmentos cortos, citas, etc. En la cuarta página había una lista de nombres: Doña Bravía, Kolia el Dormedario, la Meñique y la Cuqui, Liosha Leóntiev, etc., es decir, personajes de La novia prusiana.

En 1975 entré a trabajar en la redacción de un diario y enseguida decidí aprender a escribir a máquina. En el despacho del redactor jefe se cubría de polvo una antigualla de la marca Moscú. Escribíamos nuestros artículos a mano sobre el papel de periódico que sobraba en la imprenta después de que cortaran los rollos. Las sobras, ya cizalladas en tiras rectangulares, se entregaban a los periodistas.

Así que, justo en el setenta y cinco, fue cuando comencé a abrir la puerta a los protagonistas del futuro libro, y hasta escribí algunos cuentos (uno de ellos pasó luego a formar parte del libro). De modo que llevo casi medio siglo – toda mi vida racional – conviviendo con La novia prusiana, que hasta la fecha no me ha dejado, ora escondiéndose entre las sombras, ora reapareciendo y exigiendo atención. Si en la primera edición había una treintena de cuentos, pasados diez años ya eran más de setenta, no sé, setenta y tres, setenta y cinco… O puede que setenta y siete, qué sé yo… A veces tengo la sensación de que el libro vive su propia vida, cambia constantemente y me cambia a mí…

Cada vez que se prepara una nueva edición de La novia prusiana, sea rusa o polaca, francesa o inglesa, húngara o española, me toca releer el libro de cabo a rabo. Y con los años esa lectura se convierte en una tarea más y más ardua. Cada vez se tornan más tenaces los recuerdos, se llenan más y más de circunstancias, personas, detalles que parecían olvidados para siempre y que, en general, no representan ningún interés para nadie, excepto para mí.

…Esos cuentos se escribían en la ciudad de Kasímov, de madrugada, encima de la mesa de una cocina diminuta, mientras mis hijos todavía dormían. Escribía en una libreta barata. En la página derecha iba el texto, en la izquierda, notas, ideas sobre el desarrollo del argumento, las características de los personajes, a veces algunos conceptos para los relatos siguientes. Detrás de la ventana reinaba agosto, por ella me llegaba el olor de los pinos, sobre la mesa tenía una taza de té muy fuerte y un paquete de cigarrillos. Un alegre tiritón te recorre el cuerpo, te duelen los dedos, entumecidos de tanto escribir, y mientras, por ahí fuera, en algún árbol, el cuco registra el paso de la eternidad…

…En fin, me estuve torturando con esa historia quince, incluso veinte años, hasta que una vez me desperté en un tren nocturno, me senté frente a la mesita y al son del traqueteo de las ruedas, el tintineo de los vasos con el té enfriado, el balbuceo soñoliento de una mujer joven cuyo pie hermoso y gordezuelo, con las uñas pintadas de negro, colgaba de la litera superior, escribí hasta que amaneció. Recuerdo el olor a orina y tabaco en la plataforma, adonde salía a fumar, y a aquel viejo que se quedó toda la noche en el pasillo, pegado a la ventana, como desentendido de las lágrimas que corrían por sus mejillas cetrinas…

…Y sí, esa historia la escribí a petición del editor, abordándola más bien a desgana. No obstante, al superar el primer párrafo, de pronto me vi persiguiendo ansiosamente las palabras, los olores, los sonidos, al policía de barrio Liosha Leóntiev…

La lectura se convierte en un torrente de recuerdos en medio del cual te cuesta mantener el equilibrio propio de la tierra firme: cierro el libro.

Por suerte, el lector es ajeno a esas angustias, el lector vive otras sensaciones que pueden asociarse a las de la traducción. Es decir, el lector traduce el libro a su propia lengua, al lenguaje de su experiencia, y los conflictos que surgen por el camino conforman la historia de la literatura universal.

El rasgo peculiar de esos conflictos reside en que se desarrollan en un mundo real e ilusorio a la vez. El escritor, sus personajes y los lectores son seres del todo reales. No obstante, el lector para el autor, al igual que el autor para el lector, son fantasmas, incluso si coinciden en el tiempo y hablan el mismo idioma. Y los personajes inventados se vuelven una tercera y definitiva fuerza que entra en liza entre la fantasía del escritor y la imaginación del lector. En esa pugna es donde nace un mundo nuevo, tal vez inmaterial, pero real, el mundo ideal donde lo que no existe cobra vida, y ya vivo se afinca para siempre en el punto donde la belleza pierde su forma y prolonga en los siglos un terror invencible, su vertiginosa atracción…

Simplificando: el fantasma atraviesa la frontera de su mundo y te entrega una manzana ilusoria que tú en tu mundo real muerdes y tu boca se llena de saliva completamente real.

Más arriba he usado la palabra «libro», pero La novia prusiana solo llegó a ser un libro pasados veinte años desde que habían sido escritos los primeros cuentos «prusianos». Había otros relatos, unos cuantos (algunos sobrevivieron y fueron publicados en los libros La epístola dirigida a la señora Mi Mano Izquierda, Zhungli, Leones y lirios). Yo no pensaba en un libro. No tenía esa intención, y si algo había, era más bien una idea lejana, subconsciente, vaga, más meaning que project. Surgió por sí solo. Incluso el cuento La novia prusiana, que acabó siendo una especie de prefacio, fue escrito deprisa y corriendo para tapar un agujero en el próximo número del diario en que trabajaba entonces. En fin, los cuentos iban apareciendo y eso me gustaba. A principios de los 90 comenzaron a publicar mis textos en las revistas literarias, en aquella época eso se consideraba un éxito, comparable con la publicación de un libro. Y no fue hasta finales de esa década que hice la selección de los cuentos «prusianos», un amigo, redactor jefe de una revista, la bendijo, y la editorial NLO publicó el libro La novia prusiana.

Otros libros que escribí también me costaron mucho sudor, sangre y lágrimas, tanto como La novia prusiana o más, no obstante, solo este libro sigue siendo mi casa, mi ciudad, mi país. Desde hace tiempo, resido en Moscú, pero no me siento moscovita. Acaso me pueda considerar ciudadano del mundo, aunque con una salvedad: ciudadano del mundo que yo mismo creé en La novia prusiana. Más bien sea quizás un personaje de ese libro que escribe otros libros que nada tienen que ver con su patria chica.

En ese mundo se mueren, pero continúan vivos y a ratos creo que de algún modo formo parte de ese milagro.

La vida de esas personas es ingenua e insondable como la música y los sueños.

A menudo sueño con mi padre, que camina por el sendero hacia la casa, viste una camisa de verano blanca y se para delante de la ventana abierta. Le doy una manzana roja, la acepta, la lanza arriba, luego le da un mordisco y dice: «Un poco ácida, ¿no?», me guiña un ojo, dobla la esquina y desaparece. Y yo me despierto con el sabor de la manzana roja en la boca…

 

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Acerca de «La tierra firme y el torrente»
La novia prusiana de Yuri Buida

El texto que Yuri Buida ha compartido con nosotros, fue escrito y difundido en sus redes sociales en junio pasado con motivo de la publicación en español de La novia prusiana (2021).

 «La tierra firme y el torrente», perfectamente podría engarzar como un relato en sí dentro del conjunto que compone el libro, tal como ocurre con el prefacio (el cuento «La novia prusiana») y el epílogo que posee su reciente edición titulado «Buida». Su traducción estuvo a cargo de Yulia Dobrovolskáia, quien además es la traductora de toda la obra de Buida volcada hasta ahora a nuestro idioma en tándem con José María Muñoz Rovira.

En esta misma edición publicamos una entrevista a Yuri Buida, donde también ahonda sobre La novia prusiana y su proceso de escritura.

 

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