«Summa vitae» y otros cinco textos de J.M. Caballero Bonald

 

Caballero Bonald

José Manuel Caballero Bonald. Fuente.

 

J.M. Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926 – Madrid, 2021) fue un poeta, ensayista y escritor español. En 1992 fue galardonado con el Premio Cervantes por el conjunto de su obra.

Entre su obra poética se cuentan los libros Las adivinaciones (1952), Memorias de poco tiempo (1954), Anteo (1956), Las horas muertas (1959), Pliegos de cordel (1963), Descrédito del héroe (1977), Laberinto de Fortuna (1984), Diario de Argónida (1997), Manual de infractores (2005), La noche no tiene paredes (2009), Entreguerras (2012) y Desaprendizajes (2015). Asimismo, de su obra en verso se han realizado numerosas recopilaciones y selecciones poéticas como Antología personal (Visor de Poesía, 2003), Summa vitae (Galaxia Gutenberg, 2007), Somos el tiempo que nos queda (Seix Barral, 2007), Sombras le avisaron (Fondo de Cultura Económica, 2013), Marcas y soliloquios (Pre-textos, 2013), Quién sino tú (Bartleby Editores, 2014), Fabula y memoria: antología poética en verso y prosa (Alianza Editorial, 2014), entre otras.

El territorio mítico de Argónida descrito en su novela más referenciada como es Ágata ojo de gato (1974), que no es más que el topónimo ficticio del Coto de Doñana al suroeste de Andalucía, aparece condensado en su poesía dentro de su Diario de Argónida (1997). Igualmente, dentro de su obra narrativa constan las novelas Dos días de septiembre (1962), Toda la noche oyeron pasar pájaros (1981), En la casa del padre (1988) y Campo de Agramante (1992).

También tuvo una destacada obra como ensayista con libros tales como El cante andaluz (1953), El baile andaluz (1957), Cádiz, Jerez y los puertos (1963), El vino (1967), Narrativa cubana de la revolución (1968), Luces y sombras del flamenco (1975), De la sierra al mar de Cádiz (1988), Andalucía (1989), España: fiestas y ritos (1992), Sevilla en tiempos de Cervantes (1992), por citar algunos. Cabe destacar que durante toda su vida su interés por la investigación cultural de las raíces del flamenco andaluz lo llevaron a convertirse en un connotado flamencólogo. Adicionalmente, sus memorias fueron recogidas en los volúmenes Tiempo de guerras perdidas (1995), La costumbre de vivir (2001) y Examen de ingenios (2017).

Entre los reconocimientos que alcanzó su obra, además del antes mencionado Cervantes, destaca en poesía el Premio Platero (1950), un accésit del Premio Adonáis (1952), el Premio Boscán (1958), el Premio Reina Sofia de Poesía Iberoamericana (2004), el Premio Internacional Terenci Moix (2005), el Premio Nacional de Poesía (2006) y el Premio Federico García Lorca (2009). Mientras que en narrativa fue reconocido con el Premio Biblioteca Breve (1961), Premio Barral (1974), Premio Ateneo de Sevilla (1981) y el Premio Plaza y Janés (1988). Recibió en tres ocasiones el Premio Nacional de la Crítica, en dos como poeta y en una como novelista.

En la poesía de Caballero Bonald se mezcla la historia personal con la historia de la literatura, en una constante reflexión acerca de lo que es la experiencia de leer y escribir a lo largo de toda una vida, por medio de un cuidadoso y extenso empleo de la palabra en el que la memoria lucha por su subsistencia.

Los seis poemas que forman parte de esta selección están incluidos en el volumen Somos el tiempo que nos queda (2007), que reúne la Obra poética completa de Caballero Bonald comprendida entre 1952-2005, título  que estuvo al cuidado de Editorial Seix Barral.

Summa vitae

De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
             .marañas,
                               .conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn’Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,
aquel café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio…

Cosas así de simples y soberbias.

Pero de todo eso
                              .¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?

Nada sino una sombra
cruzándose en la noche con mi sombra.

De Manual de infractores (2005)

Número imaginario

Lector que estás leyéndome en algún interino
declive de la noche, ¿qué sabes tú de mí?
¿En qué despeñadero de qué historia
podemos encontrarnos?
                                           .Quienquiera que tú seas
te exhorto a que me oigas, a que acudas
hasta estos rudimentos del recuerdo
donde me he convocado a duras penas
para poder al fin reconocerme.
Ven tú también si me oyes hasta aquí.

Lector, número imaginario, azar
copulativo, sustitúyeme
                                           .y busca
por esos vericuetos
de la complicidad cuándo, en qué sitio
se hizo veraz la vida que a medias inventamos.

De Manual de infractores (2005)

Crónica

En noches de tormenta, mientras
crece el retumbo clamoroso
del aguacero y la ventisca, se oyen
los naufragios antiguos
alojados aún bajo estas aguas.

Cientos de navíos perdidos
entre los tornadizos contrafondos
del estuario del Guadalquivir, sepultos
ya para siempre en las tumbas de cieno
que han ido acumulando los arrastres fluviales
por la alevosa barra de Sanlúcar.

Veo desde mi ventana ese confín
invulnerable, como anclado
en algún extrarradio de la mitología:
la frontera oceánica y fluvial
donde un día entendí
que también la experiencia dispone
de su linde ilusoria y sus zonas prohibidas.

Todo ese infausto, declinante esplendor
de metales preciosos, devorados
por las fauces famélicas del fango,
hizo siempre las veces del trasunto
de mi primer bosquejo de aventuras:
un designio imposible de riqueza
ocupando el lugar de tantas privaciones.

De Diario de Argónida (1997)

Documental

Un decorado basta
para manchar la vida. Puede
ser que las cosas no sucedan
así, que las veamos ajenas a su propio
poder de persuasión desde el precario
ardid que como espectadores
no exigen y que no sea
más que un espejo deformante
quien realza hasta el asco la copia
de la fe. Pero aquello que el ojo testifica
frente a la representación
del genocidio, las inmundas
referencias graduales
de los hechos, la lóbrega escombrera
de algo terrible que ocurrió
una vez, van socavando
la personal capacidad
de crédito, la atroz
reconstrucción de lo inhumano,
y nunca ya dejamos de ser parte
de aquella repulsiva iniquidad
que resquebraja el fondo
de la historia.
                        .Así, sin más
comprobación que la que suministran
los cómplices valores, la insufrible
frontera del dolor, en la butaca
del cine, frente al libro
implacable, mientras las nóminas
de los torturadores, los decretos
del exterminio de una raza, trazan
sus mandamientos y hacen turno
para activar la ejecutoria
del espanto, entonces,
la crédula conciencia del testigo
araña la madera y el papel,
se encarniza en el pecho como un ácido
y salta ya del otro lado
de las infectas leyes, rompe
la luz, la letra, escupe
en la cara del mundo, entra a saco
en la vida, maldice la virtud.

Cayeron las sangrientas imágenes encima
del estertor de la pantalla,
gangrenando hasta el último muñón
de la verdad, hurgando con sus garfios
en lo más irredento de mi propia
vergüenza de vivir. El espeluzno
de la abyección sin nombre: trozos
de piel humana con tatuajes
decorando cuarteles, fetos
amontonados como latas vacías, rostros
informes fermentando en medio
de gases nauseabundos. Auschwitz,
Treblinka, Brunswick, Bergen-Belsen,
muros de Dite, ciénagas de Estigia,
la toponimia del terror: huesos abriendo
fosas, mutilados despejos, ojos
de niños, ojos de niños
ya sin muerte siquiera, grumos
de ojos con el vidrio en vilo,
inhibidos, horribles, espasmódicos,
sin órbitas de humano, desorbitadamente
abiertos, ya reos de estar vivos,
apiñados en zanjas, en boquetes,
asomados a cuencas
sin pupilas. Y en el seco cristal
de cada ojo, el gueto,
el horrendo almacén de tantos
ojos, de tres generaciones de ojos,
de dieciséis millones
de ojos.
             .¿A quién le pediremos
cuentas, qué tribunal podría
purgar la podredumbre de la historia?
¿Para qué tantos símbolos
de fraudulentas crónicas de fe?
Nadie tan inhumano que represe
su pensamiento y juzgue
distribuyendo la justicia en códigos
frente a tantas fatídicas culturas,
repugnantes banderas.
                                         .Inmortales
los crímenes, ¿clamamos todavía
a los falaces dioses
para que miserablemente
restituyan al tiempo su ignominia,
diriman el horror? ¿Somos los mismos
que en la asamblea de los fratricidas
erigieron los yugos de la paz
e inicuamente promulgaron
la capitulación de la venganza?
¿Merezco yo gritar mientras escribo
sin saber hacia quién, cómplice
de mi propio atestado, y se me llena
de impune virulencia la razón?

De Pliegos de cordel (1963)

Mi propia profecía es mi memoria

Vuelvo a la habitación donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su espejo irreparable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace inmóvil mi vida, sus tributos
de tornadizo empeño.
                                       .La madera,
el temblor de la lámpara, el cristal
visionario, los frágiles
oficios de los muebles, guardan
entre sus rudimentos el continuo
reflujo de los años, la espesura
carnal de la memoria, toda
la confluencia simultánea
de olvidos y deseos que me asedian.

Mundo recuperable, lo vivido
se congrega impregnando las paredes
donde lo nuevo nace lo caduco.
Reconstruidas ráfagas de historia
juntan los desperfectos del amor.
(Oh habitación a oscuras, súbitamente diáfana
bajo el fanal del tiempo imprecatorio.)

Suenan rastros de luz por dentro
de la noche. Estoy solo y mis manos
ya denegadas, ya ofrecidas,
tocan papeles (este amor, aquel
sueño), olvidadas siluetas, vaticinios
frustrados.
                   .Allí mi vida a golpes
la memoria me horada cada día.

Imagen ya de mi exterminio,
se realiza de nuevo cuanto ha muerto.
Mi propia profecía es mi memoria:
mi esperanza de ser lo que ya he sido.

De Memorias de poco tiempo (1954)

Versículo del Génesis

Por las ventanas, por los ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.

Entra la noche como un trueno
por las rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.

Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.

Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.

Entra la noche como un grito
entre el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en los hondo de las piedras,
abre sus últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.

De Las adivinaciones (1952)

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