«Alucinación submarina», un poema de José Hierro

El poeta José Hierro.

El poeta nacido en Madrid José Hierro.

 

José Hierro (Madrid, 1922—Ibid, 2002) apenas tenía 15 años cuando su padre fue encarcelado en medio de la Guerra Civil Española. Dos después, a los 17, él mismo fue detenido bajo la acusación de colaborar con la resistencia y permaneció en distintas cárceles del país por un lapso de cuatro años, pese a que en un inicio se le condenó a 12. A raíz de esta experiencia de encierro, en primer lugar, comenzó su camino como lector, y luego, como poeta, aunque lejos de localizar ese mundo con el que mantuvo contacto a temprana edad como un acontecimiento traumático y vejatorio, consiguió volcarlo en una poesía «testimonial» como el mismo la llamó, la que más adelante será enmarcada bajo el rótulo de poesía social de posguerra por los acontecimientos trascendentales de ella que su generación registró a lo largo de los años posteriores. 

En 1946 se relacionó con el grupo poético Proel en Santander, por medio del cual se corvirtió en colaborador habitual de su revista de literatura y arte del mismo nombre, en la que luego de un año realizaría su debut literario con el poemario Tierra sin nosotros (1947). Aquel mismo año aparecería Alegría, como ganador del Premio Adonáis. Posteriormente, durante la década del Cincuenta tuvo su período más fértil al publicar Con las piedras, con el viento (1950), Quinta del 42 (1952), Estatuas yacentes (1955) y Cuanto sé de mí (1957), título inspirado desde un verso de Calderón de la Barca. No obstante, tras varios años de silencio, a mediados de 1963 en una lectura poética en la localidad cántabra de Torrelavega, dio a conocer algunos textos que meses más tarde compondrían el corpus de lo que sería Libro de las alucinaciones (1964), uno de los títulos de mayor relevancia en su producción literaria. No volvería a publicar poesía hasta inicios de los Noventa, época en que apareció Agenda al igual que Prehistoria literaria, 1937-1938, ambos en 1991. En sus últimos años de vida dio a conocer Cuaderno de Nueva York (1998), Al límite del desborde (1999) y Guardados en la sombra (2002). 

También su obra ha sido recogida en volumenes recopilatorios como Poesías escogidas (Losada, 1961), Poesías completas, 1944-1962 (Giner, 1962), Cuanto sé de mí. Poesías completas (Seix Barral, 1974) y Poesías completas (1947-2002) (Visor, 2009 y 2017), entre otras.

La obra de José Hierro fue ampliamente reconocida en vida del autor con el Premio Adonáis (1948), el Premio Principe de Asturias (1981), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1990), el Premio Reina Sofia de Poesía Hispanoamericana (1995) y finalmente el Premio Cervantes (1998). Además, desde 1990 fue elegido como miembro de la Real Academia Española. 

Al final de la introducción a la edición de Cuanto sé de mí. Poesías completas (1974) que preparó Seix Barral, con una perspectiva de la obra que ya había desarrollado, Hierro enfatiza: «Veo a mi poesía, cuando la sitúo mentalmente, entre las personalidades y tendencias del último cuarto de siglo, como un mueble que, si nunca estuvo de moda, tampoco molestó demasiado. Es una característica que nace de su discreción. Pero quiero que sepa el lector que el mueble, fabricado por un discreto artesano, es de una madera cortada en los más hermosos bosques, a costa de mucho sudor y mucho sufrimiento. Materiales y esfuerzos que bien merecían más altos resultados». Sin embargo, unos años antes, el poeta con apenas 40 años nos dejó en el prólogo a la primera versión de sus Poesías completas (1962) una sugestiva lectura de lo que significaba para él la sumatoria de toda una producción poética: «Más de una vez he dicho que los poetas actuales somos autores de obras completas. Tal vez porque no consideramos el poema como un todo que empieza y concluye en sí mismo, sino como una parte, una instantánea de nuestra vida. Un poema nuestro es un fotograma. Sólo relacionado con el anterior y el posterior adquiere movimiento. Las obras completas son entonces algo así como una película que se proyecta. La poesía se hace dinámica: hace vivir, en apariencia, al poeta ante el lector-espectador. Aunque no dé toda la presencia y la verdad del hombre, es la fórmula menos mala para acercarse a este propósito. La poesía, como el cine, es evidentemente un gran invento». 

José Hierro afirmaba que su poesía seguía dos caminos, los textos que calificaba como «reportajes» y los que denominaba como «alucinaciones». En ese sentido, evidentemente, «Alucinación submarina» pertenece al segundo de ellos, grupo acerca del que trató de hacer un acercamiento al decir que «todo aparece como envuelto en niebla. Se habla vagamente de emociones, y el lector se ve arrojado a un ámbito incomprensible en el que le es imposible distinguir los hechos que provocan esas emociones». Además, con Libro de las alucinaciones (1964), su poesía da un giro significativo hacia la experimentación y las ensoñaciones simbólicas, en la que recurre a las influencias de su oficio como crítico musical y pictórico, apuesta que difería en el aspecto formal de lo que se escribía en España en aquel período.

El poema «Alucinación submarina» fue publicado por primera vez al interior de Libro de las alucinaciones (1964) en Editora Nacional, título cuyo contenido fue posteriormente incluido en su totalidad dentro del volumen Poesías completas. (1947-2002) que editó Visor libros en su colección Visor de poesía en 2009 y reeditado en una versión ampliada en 2017, con edición de Julia Uceda y Miguel García Posada. 

 

.                             Alucinación submarina 

 

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Tal vez os cueste comprenderlo. Yo mismo,
en este mármol verde de oleaje glacial,
no lo comprendo bien del todo.
Quizá nadie jamás reciba este mensaje.
O, cuando lo reciba, no sepa interpretarlo.
Porque todo, allá arriba, habrá variado entonces
probablemente. (Aquí seguirá todo igual.)

Si entendieseis por qué viví…
Si sospechaseis cómo quise ser descifrado,
contagiar, vaciarme, a través de unas pálidas palabras
que daba vida el son más que el sentido…
Y cuando imaginaba que moriría, que enmudecería,
yo trataba de herir papeles con palabras,
poner allí palabras muertas, sin son y sin calor.
Era lo mismo que arrojar al mar una botella.
Quién sabe si el mensaje se perdería en alta mar,
se estrellaría contra los peñascos,
llegaría a una costa lejana, donde se hablaban otras lenguas…

Aquello era en la tierra. Aquí, en el mar,
no penséis que las cosas son distintas de aquéllas.
No lo creáis: bien lo sabían ellos, los japoneses.
Por eso nos hicieron esclavos hace mucho.
Los relativamente libres, vosotros, los de arriba,
sabéis cómo cayeron los hombres de las islas
sobre nosotros. Cuando el mundo fue estrecho para tantos
y fueron estrujadas las ubres de la tierra.

La cosa fue sencilla. Todo lo puede el hombre
con teorías, experiencias, instrumentos y números.
Sustituyeron los pulmones por branquias, y la sangre
por caudales helados, y la piel por escamas…
(No es más difícil que pensar la rueda,
que hacer saltar a voluntad la chispa,
que apresar vida, muerte y amor en cuatro letras
ordenadas sobre un papel…
dar a una llave y que se acerque la música remota,
o tantas cosas admirables
que se miden en años luz…)

Alguien tenía que sacrificarse.
Después de todo, nos dejaron la vida (aunque distinta).
El mes en que las algas se aquietan en el fondo,
tras las resacas del otoño, después de la cosecha
de algas, vuestro alimento, celebramos la fiesta
hermosa de la libertad…

La esclavitud es Sísifo. Nosotros somos útiles.
Somos granero de la Humanidad.
Alimentamos a los seres, espantamos su hambre.
(Sonríen amarillos cuando visitan nuestras plantaciones.)
Somos felices, aunque todavía
quedamos muchos viejos (la vida es larga aquí),
y aún recordamos, y aún sabemos
cuándo es de noche arriba…
.                                                     (Pocos conocen el significado
de esa luz tenue —luna, decíamos— que se abre
en el silencio negro, prodigiosa.
Y nos besamos cuando nos ilumina…)

Esto es lo malo; los recuerdos.
Los que nacimos allá arriba, recordamos.
Algunos aún soñamos y revivimos mitos
y fábulas. Las viejas damas, cuando llega la noche,
suben ligeras a la superficie
a hechizar marineros, a destrenzar para vosotros
canciones y prodigios, mientras los jóvenes sonríen.

Aún recordamos; es lo malo. Este mar, por ejemplo,
pero visto desde la playa.
Y los sonidos…, los rumores…, el prodigio de las nubes,
de matices, de flores…, los aromas aquellos…
Y, sobre todo, tanta vida nuestra
que les dio belleza y sentido…

A veces nos decimos si no estaremos engañados.
«Ningún tiempo pasado fue mejor…» Es posible.
Nos lo dicen los jóvenes cuando les relatamos
historias que no entienden…
.                                                      Todo tiempo pasado
era la juventud, y eso sí era mejor.
La juventud es un diamante en medio del camino.
Hasta llegar a ella, nada miramos sino a ella.
Cuando la rebasamos —porque el fin nos reclama
y es imposible detenerse—,
es ya pasado. Y nada vemos. Y sólo recordamos
el instante, el relámpago, en qué camino y juventud coincidieron.

Tal vez ahora nos deslumbre
no el sol, sino el diamante bajo el sol,
tal vez…

.                 Un día dije a los jóvenes: «Vamos
a rescatar por un momento el paraíso,
a revivir la vida que no se ahogo en el mar».
Volví con la emoción y la inquietud de los retornos,
como una ruina que visita a un ser viviente.
«He aquí mi antiguo reino», dije.

Cómo olvidé que el sol nos abrasa los ojos,
hecho a la luz tenue de las profundidades.
Y nos ahogábamos–ya somos criaturas marinas.
Cómo olvidé, cómo pude olvidar
el trueno de la voz, el bramido, el estrépito
del viento entre las copas de los árboles…
Cómo olvidé que nuestro paso, nuestros movimientos
eran mecánicos y torpes… (Aquí en el mar es todo
deslizamiento, suavidad, armonía…)
Sufrí cuando los vi reír entre jadeos,
entre toses y ahogos a los jóvenes…
Cómo pude quemar mi recuerdo, empañar
la luz de mi diamante… Cómo no supe a tiempo
que al volver a la superficie
lo destruía todo y me quedaba
sin mar, tierra, ni cielo, pobre superviviente
de la nostalgia y de la decepción…
.
.
.
De Libro de las alucinaciones (1964)

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