Otero Seco, poesía exiliada en el olvido

Escribe | David Marroquí Newell


Editorial: Libros de la Herida (2021)
Nº de páginas: 232
EAN: 9788412255003
Autor: Antonio Otero Seco
Prólogo: Juan Manuel Bonet


Esta canción que hoy digo
la sabía antes de que mi boca amaneciera.
Antes de que mi labio la aprendiera
mi corazón nonato la decía.

Con «Esta canción» se abre el alma de Otero Seco en sus Poemas de ausencia y lejanía, un libro que ha tenido a buen gusto editar la editorial sevillana Libros de la Herida, y que recopila y recupera la lírica del autor extremeño. Digo recupera, porque Antonio Otero Seco (Cabeza del Buey, 1905 – Rennes, 1970) se exilia en Francia, concretamente recalará en la ciudad de Rennes, y no será hasta la publicación de este libro de la que tengo el placer de escribir en este momento, cuando se recoge y publica su obra completa en España; sus poemas sí habían sido publicado tanto en vida como póstumamente en Francia, donde fue uno de los representantes de las voces del exilio español. No vamos a llamar a Otero Seco víctima, sino superviviente de la Guerra Civil y del posterior régimen franquista que se instauraría en España, ya que, además de lograr salir indemne de la susodicha guerra, consiguió burlar la pena de muerte a la que se le condenó tras la contienda, pena que fue conmutada en treinta años de cárcel pero de la que quedó en libertad en 1942.

Antonio Otero Seco comienza su andadura literaria muy joven, publicando algunas novelas cortas en Badajoz y colaborando en diversos periódicos y revistas extremeñas. Cursa sus estudios en Derecho y Filosofía y Letras tanto en Sevilla, Granada y, finalmente, en Madrid. Allá donde estuviere, frecuentó los principales círculos intelectuales de artistas. Muy activo en el mundo de las letras, además de ser poeta, fue crítico literario, novelista, dramaturgo y ejerció como periodista, siendo, de hecho suya la última entrevista que realizada a Federico García Lorca y, como novelista, es autor de la primera novela inspirada en la Guerra Civil Española: Gavroche en el parapeto (1936), novela que actualmente está en proceso de edición por la misma editorial sevillana.

Precisamente, la muerte de Federico le causa una honda tristeza, y le dedica una elegía que se engloba dentro de los poemas que escribiría durante el periodo de guerra. «A Federico» está fechado en el Madrid de 1937, precisamente el año en el que saca la entrevista que le hizo.

Federico:
Te has ido para siempre
por un camino de cipreses altos
con lamentos de pájaros de vidrio
y panderos gitanos.

Es el primero de los poemas que esta edición nos trae en su sección «Con los ojos abiertos». Esta sección del libro es eminentemente elegíaca, donde la muerte, elemento que por naturaleza más nos inquieta a los seres humanos y de manera instintiva a cualquier animal, aparece como eje vertebrador. Pero en este caso, Otero Seco la conoce mejor que nadie, porque como tantos otros en aquellos tiempos, convivía codo con codo con ella, echándole un mano a mano, tanto en la guerra como posteriormente en la cárcel. En esta sección de poemas, por ejemplo, le dedica uno de ellos a Miguel Hernández.

No cantes, que ya nos deja,
al costado una lanzada,
la frente cuadriculada
por la sombra de la reja.

No es el único poema que Otero Seco le dedica a su querido amigo y poeta Miguel Hernández. En esta ocasión, esta nueva elegía está compuesta para el décimo aniversario de la muerte del poeta de Viento del pueblo. Tras el epígrafe que abre «Con los ojos abiertos II», encontramos otro poema elegíaco que, además, nos muestra la profunda relación de amistad y cariño que tenían ambos escritores; una amistad que, por supuesto, sobrepasaría en el tiempo a la misma muerte. Este poema es uno de los más bellos y de mayor carga emotiva que podemos encontrar en Poemas de Ausencia y lejanía. El poema, además, termina con los versos que escribió el propio Miguel Hernández en su poema «Elegía a Ramón Sijé», una de las mejores elegías, para mi gusto, por supuesto, escritas en nuestro idioma.

Miguel, Miguel, Miguel, estoy llorando
por encontrar el ritmo de tu nombre.
Déjame que blasfeme y que maldiga
porque el ritmo murió tu misma muerte.

(…)

¿Recuerdas aquel día? Mi hijo había llegado
abriendo en lloro inédito la puerta de la vida
cuando le levantaste sobre tus hombros fuertes,
mi hijo era redondo como la Eucaristía.

(…)

Miguel: Quiero decirte todo lo que tú sabes:
Que la rosa se ha muerto por culpa de tu ausencia
y que este año el arado dimitió de su hierro
porque no quiere espigas extrañas a tus manos.

Están buscando todas las viudas de España
—viudas de su hombre, de tu vida y tu muerte—
tu perfil de corteza de tierra germinada
rasgada por el trino de un ruiseñor constante.

Miguel Hernández, junto con Federico García Lorca, son dos figuras que encarnan bien el dolor y la represión que sufrió la propia España en su guerra. El granadino, poeta universal, asesinado prácticamente a inicios de la contienda; el de Orihuela, un hombre del campo y de las letras, combatiente durante la guerra, encerrado y enfermo en una cárcel, hasta morir finalmente en ella. «Todas las viudas de España» representan muy bien a toda esa España que busca a sus muertos, sus desaparecidos, en aquel momento en las cárceles y el exilio, poco después, y ahora, en las cunetas.

Evidentemente, como poeta comprometido que luchó y escribió sobre la Guerra Civil, no podía ser menos ese compromiso en el exilio. Otero Seco es un hombre que echó de menos su tierra y siempre soñó con volver a pisarla. «María: cuando vuelva te encontraré esperando / a la puerta de casa mi mano que te falta», escribiría en su poema «María», dedicado a su esposa, fechado en 1948 en París. A pesar de reunirse con su familia finalmente en Francia, el sueño de regresar a España, por desgracia, sería un sueño incumplido. Sin embargo, puso su arte e intelecto al servicio de los españoles republicanos exiliados, y siempre trabajaría por el retorno de la democracia a España. Por ejemplo, desde aquí sabemos que en él se encarnaba también el enfrentamiento entre la oficialidad, escritores y artistas que estuvieron o tragaron con el régimen franquista, y la España que lo combatía con el arte desde el exilio.

Sus poemas en el exilio nos muestran a un poeta que reflexiona sobre lo perdido, un sentimiento que está detrás de toda esta generación que tuvo que marcharse a la fuerza de un país que los expulsaba con su represión y armas del miedo y bajo pena de muerte. Fue una característica importante en Otero Seco. El exilio marca a la persona y también marca su obra. Desde Francia, está al tanto, junto con sus compañeros y amigos exiliados, de lo que sucede en España y podemos ver ese dolor en el paso del tiempo que, sí, va sucediendo irremisiblemente, y le mantiene alejado de su tierra. Sabemos, por ejemplo, gracias al texto de Juan Manuel Bonet que hace de prólogo, que le afectaron la muerte de antiguos enemigos o colaboracionistas, para los que encontró el perdón. También tiene un poema dedicado a su hermana Jacinta, a la cual no volvió a ver desde su partida. En referencia a todo esto, los versos del poema «Exilio» son una buena prueba de esto. Es un poema visceral, donde el poeta salpica todo el poema con esa desazón, desesperación y dolor, que siente por su condición, y que extiende a todo el colectivo de españoles expulsados de su país.

Moriremos de pena, como las catedrales
que buscan el suicidio derribando sus torres
con una sangre espesa de barbas de vitrales
sobre el asfalto duro indiferente al tiempo.

Moriremos de angustia, como la mar que muere
para que vivan siempre los que no mueren nunca,
con una guardia póstuma de los peces espada
y un arrepentimiento final de tiburones.

Moriremos de odio, con la espina clavada
—como un rejón de fuego vomitando blasfemias—
en esta pobre vida cansada de morirse
y harta de no morirse, del sí, del no y del puede.

También, especialmente importante para describir el sentimiento de orfandad de Otero Seco, me parecen los poemas «Dejadme» y «A los españoles muertos en el exilio». El primero de ellos, relata su llegada a Francia, donde relata cómo le ponen un nuevo traje que le queda grande al llegar. Por un lado, podría tener ese punto cómico la idea del texto describiendo este suceso, pero a la vez es un poema con un halo trágico, donde el poeta está viendo cómo este cambio a su nueva ropa es un cambio en su condición, que ha perdido su país y lo único que le queda que le identifica es su propio cuerpo.

Si soy un exiliado sin amor ni camisa
lejano propietario de este símbolo inútil
de vivir en la muerte y morir en la vida,
dejadme que me muera desnudo, como vine,
con mi única camisa, mi camisa de cuero.

Dejádmela y dejadme. Dejadme mi camisa.
Dejádmela, que es la única camisa que me queda.

Dejando a un lado estos poemas cuya temática es el exilio, Antonio Otero Seco, hombre de mundo, realizó sendos viajes a diferentes partes de España y del continente europeo, norte de África y América. Al respecto, dejó una riquísima producción de poesía de viajes. En Poemas de Ausencia y lejanía podemos encontrar una serie de poemas fechados entre 1930 y 1936 con los textos que realizó en lo que este apartado del libro llama «Viaje al sur». En ellos, encontramos ricas imágenes y metáforas, influidas por el cubismo en menor medida, por el ultraísmo en mayor, en el paisaje y las ciudades que va visitando y descubriendo a su paso por el sur del país. Principalmente, son poemas andaluces los que plagan este fragmento del libro, pero también podemos encontrar poemas que recogen su experiencia y vivencia en Marruecos, como por ejemplo «Casablanca», «Tánger» o «Mogador». También, entre ellos, se encuentra un romance a un niño en Marbella o a la Semana Santa de Sevilla.

Tu pelo, empapado en noche,
transido está de saetas.
Toda tú eres Viernes Santo
con siete rosas bermejas.

Era esta, desde luego, una etapa en la que se veía a un Otero Seco enamorado de la vida, luminoso y alegre, retratando los pueblos y valles, las estampas que recorría y acogía en su corazón, la belleza de los pueblos blancos de Andalucía, como esa «Vejer: Maqueta de pueblo / en el azul recortado», o las palabras que tiende al «(…) al sol jugando en la cal» en un «Pueblo junto a Cádiz», con especial mención, también, a las «Hechas de sol y sal / las casas de San Fernando» cuando le dedica los versos al pueblo y sus salinas en «Salinas de San Fernando». Una etapa de estampas blancas de pueblos encalados, desde Vejer a Tánger y Mogador; de mar y sal en San Fernando, Marbella o en el «Acordeón marinero» del puerto de Málaga. Una etapa que acabaría con el inicio de la guerra y a la que sucederían sus elegías que de seguro no querría haber tenido que escribir nunca, pero que son una muestra de la sensibilidad del poeta para con sus conciudadanos y su tierra.

En el capítulo «Paréntesis sonriente [1950 – 1952]», podemos encontrar la poesía de viajes que el poeta realizó ya durante sus primeros años de exilio. Retrata las ciudades que visita desde Moscú a Nueva York, pasando por París, Roma, Copenhague, Finlandia y el Círculo Polar Ártico. A pesar de residir en Rennes, visitó París en diversas ocasiones y le tuvo un especial cariño a la capital francesa y no puedo dejar la ocasión de destacar el poema que le dedica, que contiene estrofas de una fuerza conmovedora y una belleza que se torna de fría a templada y viceversa a lo largo del poema, haciéndonos transitar por el flujo del río Sena como si sus aguas fueran de esencia onírica.

París: cuando yo esté muerto
dile al Sena que se pare
debajo del Puente Nuevo.
Y que con dedos de espuma
para que se entere el cielo
me dibuje este epitafio:
«Se nos murió Otero Seco».

(…)

El día que yo me muera,
París, ¡qué cerca y qué lejos!,
el día que yo me muera
que vaya el Sena a mi entierro.

Reproduciríamos, aquí, el poema completo, pero esto no se trata de eso; sin embargo, sí es un poema en el que invito a mecerse en su lectura.

A día de hoy, aparte de todo lo que ya he dicho sobre Otero Seco, me gustaría recalcar que nuestro poeta no es solamente un superviviente de la guerra, sino que es un poeta superviviente del olvido, gracias en gran parte, a la labor de la editorial Libros de la Herida, del crítico y escritor Juan Manuel Bonet, que no sólo ha trabajado en el prólogo de esta edición, sino que ha sido quien ha recogido y ordenado los textos del poeta, y, por supuesto, de la familia del propio Antonio Otero Seco, que ha mantenido viva su memoria y también ha sido partícipe de la elaboración de esta obra. Para rematar, la edición que tenemos entre manos incluye un enlace a una grabación datada de 1960 en la que se puede escuchar al propio Otero Seco recitando sus versos que creo que es un valor añadido y una muestra del cariño que se le ha dedicado a la labor de recuperación de este poeta en nuestra tierra.

Andalucía es una tierra con especial significación en el poeta Antonio Otero Seco; es una tierra que él acogió en sus versos, y ahora ella lo acoge a él, considerándole parte de sus hijos. Indudablemente, Sevilla es una ciudad a la que le tuvo un inmenso cariño; respiró de ella y la vivió, siendo parte de su idiosincrasia. Lo hemos podido comprobar en poemas ya citados, en el poema de la «Plaza de doña Elvira», por donde pasa «Un silencio en rebanadas / partido en miel amarilla», o en otros a los que le canta directamente.

Sevilla es eso: Sevilla
y un espolón: la Giralda.
La ciudad gira en su torno
como una estrella embriagada.

Y Sevilla es eso: Sevilla y su espolón, su centro donde ella gira como una estrella; pero Sevilla es algo más: es una madre que, con los brazos abiertos, acoge el ansiado regreso de su nuevo hijo, el poeta Antonio Otero Seco y, nosotros, los sevillanos y sevillanas, los andaluces y andaluzas, estamos orgullosos de darle la bienvenida y de llamarlo nuestro hermano.

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