Prólogo de «Aburridísima» de Izumi Suzuki, autora de culto en Japón

Aburridísima (2025) de Izumi Suzuki (ficha y portada)

 

Izumi Suzuki (Shizuoka, 1949) fue una de las primeras mujeres en adentrarse en el terreno de la ciencia ficción literaria en Japón. Hoy en día está considerada una escritora de culto de la contracultura japonesa de los años 70 y 80.

Su primera novela, El blues de Bonnie, fue galardonada con el Premio Gendai Shinjin para autores noveles en 1969. Ese mismo año se mudó a Tokio, donde trabajó detrás de la barra en bares de alterne, como modelo de desnudo y como actriz de «cine rosa».

En 1975, en una época en la que la ciencia ficción estaba dominada por hombres, publicó su primer relato de ciencia ficción, «Aprendiz de bruja», en la conocida revista japonesa SF Magazine.

Tras la muerte por sobredosis de su ex marido, el saxofonista Kaoru Abe, Suzuki se dedicó de lleno a la literatura, escribiendo principalmente relatos de ciencia ficción. Suzuki se suicidó en su casa en 1986, a la edad de 36 años. A partir de 1993, la editorial japonesa Buyunsha recopiló y publicó casi la totalidad de su obra.

Entre la distopía pop y el nihilismo punk, Suzuki reescribe la ciencia ficción desde una perspectiva crítica, feminista y profundamente irreverente. A casi cuatro décadas de su fallecimiento, se acaba de publicar por primera vez en España una colección con varios de sus cuentos más importantes, Aburridísima (Consonni Ediciones, 2025), con traducción a cargo de Tana Oshima y prólogo del músico y artista multimedia Chenta Tsai Tseng. Precisamente hoy os traemos este último texto, bajo el título de «Batakusai (バタ臭い)», con el que se presenta por primera vez en nuestra lengua a esta autora icónica de la contracultura japonesa.

«Batakusai (バタ臭い)»

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Basta una imagen para entender a Izumi Suzuki: en Endless Waltz (1995), la película sobre la vida de la novelista del director de cine japonés Kôji Wakamatsu, ella se corta un dedo del pie en la cocina. Lo hace sin gritar, sin anestesia, solo para demostrarle a su marido, el saxofonista Kaoru Abe, que es más fácil que un cuchillo la atraviese a ella que a él. Se corta, deja el dedo en el suelo y, mientras se desangra, fríe un huevo para su marido. En mi cabeza, lo fríe con mantequilla. La sartén chisporrotea. De repente, ella se desploma al suelo. Él se ríe. You were hurting!, le dice, como si todo fuera una broma.

.         Suzuki no escribe: se amputa un dedo, te fríe un huevo y lo narra con la disociación de un presentador de telediario que anuncia un genocidio justo antes de dar paso al pronóstico del tiempo. No solo estaba disociada de sí misma; también lo estaba del Japón de posguerra y de la ocupación estadounidense, refugiada en la escena underground musical de Tokio en la década de los setenta, de los movimientos contraculturales importados y la juventud American Graffiti coded, del capitalismo agresivo y del vacío existencial. Tan desfasada como lúcida, hurgaba en el cadáver de su tiempo y lo embalsamaba sin anestesia, con el mismo desapego con el que freía los huevos. No lo diseccionaba: lo dejaba expuesto, sangrando todavía, en una vitrina mientras suena «I Got A Mind To Give Up Living» de The Paul Butterfield Blues Band. El fotógrafo Nobuyoshi Araki la llamó woman of the age por una razón: supo encarnar su época gracias a su mirada disociada y desde la cultura pop.

.         Como Suzuki, yo también me refugié en el pop. En mi caso no fueron los bares de Tokio, sino la MTV USA que apareció una tarde después de volver del colegio en la tele de caja de mis padres en Vallekas. Daria, Beavis and Butthead, Courtney Love tirándole espejos de mano a Madonna mientras la estaban entrevistando… En casa me repetían 崇洋媚外 (chóngyáng mèiwài), «adorar lo extranjero y despreciar lo propio», ya fuera lo taiwanés o lo español. Y tenían razón: mi primer amor fue una relación tóxica con una cultura imperialista que daba sentido a mi vida. Mientras en la tele española demonizaban a personas asiáticas del este en sketches escritos por futuras promesas de la Chocita del Loro, yo veía a Margaret Cho siendo una All-American Girl. A Ellen Degeneres saliendo del armario en una sesión con su terapeuta interpretada por Oprah Winfrey. Mandaba a la gente a eat my shorts en vez de multiplicarse por cero.

.         Hay una palabra japonesa para esa infatuación: batakusai (バタくさい), «oler a mantequilla». Surgió en el Japón de posguerra para señalar lo excesivamente occidentalizado, lo impostado, lo artificial, cuando productos como la mantequilla, el queso o el pan —símbolos de extranjería, modernidad y lujo— irrumpieron en el mercado doméstico. La mantequilla, en particular, se convirtió en metáfora de la «otredad occidental».

.         Suzuki escribía friendo con esa mantequilla. Era los Tiktoks de Cooking my blue collar husband’s dinner after his 15 hour shift. Sus historias, aún consideradas adelantadas para la época, se construyen con un inventario retrofuturista de cultura pop rebosante de colesterol: personajes que silban «I Can’t Keep From Cryin’ Sometimes» camino a un club náutico en un planeta de rehabilitación emocional; personajes que se visten como en American Graffiti, fabricando sus cosplays con un Regenerador de Materiales mientras sueñan con Star Wars, King Kong, Patti Smith, The Doors, Pink Floyd y el rock ‘n’ roll. Sus páginas suenan a «Sunglasses at Night» de Corey Hart y a la línea We’re so depressed we wear our shades at night: gafas oscuras, adultescentes perfilados como moteros de cine noir solitarios que a la vez podrían formar parte del lore de Edward Hopper.

.         Además de su devoción por la cultura pop, lo que más me conecta con Izumi Suzuki es su prosa: escribe con la misma indiferencia que aquella mujer estadounidense que apareció en el programa «I Didn’t Know I Was Pregnant» de la cadena TLC que creyó estar soltando un pedazo de mierda, o en sus propias palabras: thought she was releasing a poop, porque había comido demasiados tacos y, en cambio, dio a luz. Cuentas de Tumblr de musas con dissociative pout. Los personajes de Suzuki son títeres manipulados por hilos invisibles que ella mueve con dedos amputados. No saben si están felices o si simplemente han canjeado su cupón de lobotomía 2×1 en Claire’s. Para Izumi Suzuki, escribir no fue una forma de explicarse la vida, sino de sobrevivirla. Un ejercicio de autodestrucción lúcida, donde su yo se desprende del cuerpo y se introduce en sus personajes para poner orden en el caos de su cabeza. Para construir, al menos en la ficción, un contexto histórico y emocional que le diera sentido a su existencia.

.         Leer Aburridísima es como pasar junto a un accidente de tráfico en la M-40: el morbo y el asco de querer mirar, preguntarte si verás un cuerpo, si habrá vidrios rotos en el asiento ensangrentado. Porque las personas ignorantes viven mejor. No se enfrentan a lo terrorífico, y por eso pueden creerse especiales. Pick me’s que dan ternura y pena. Suzuki lo sabía. Cuanto menos cierta una historia, más se puede exagerar.

Ahora, presento una colección de elevator pitches para este libro:

Aburridísimo sería…

.             1. … Un mundo exclusivamente habitado por mujeres cis, bioesencialista y binario,
.                  donde los hombres son confinados en un «área especial» para no perturbar la paz de
.                  un sistema matriarcal erigido tras las guerras que ellos mismos convirtieron en
.                  infiernos. Allí solo sirven para habitar en granjas humanas donde se les ordeña el
.                  esperma en caso de que, fuera de esos muros, alguien quiera reproducirse.

.             2. … Que tu amiga te pida mudarte a tus sueños porque el gobierno la «seleccionó
.                  aleatoriamente» para criogenizarla y así regular la tasa de población porque ha
.                  aumentado demasiado. Tú solo querías un con sirope de vainilla.

.             3. … Ser un monstruo y decidir hacer cosplay de una familia cisheteronormativa nuclear
.                  junto a otros tres monstruos que sobreviven en un planeta deshabitado, intentando ser
.                  «normales» y organizar un pícnic nocturno.

.             4. … Una clínica localizada en un lugar imposible disfrazada de club náutico. Tomar una
.                  cerveza mientras te reprograman a cambio de estabilidad y aceptar olvidar quién eras,
.                  porque fingir normalidad es más fácil que curarse.

.             5. … Una condena cumplida proclamando una vida sin gadros, hasta que terminas
.                  tomándolas, mientras una exnovia tuya envejece tres años al compás de «Smoke Gets
.                  in Your Eyes». Y descubres que lo peor no era la condena, sino lo que viene después.

.             6. … Una humana que se muda a un planeta alienígena para casarse y termina drogada,
.                  paranoica, sola. No sabe si su marido es espía.

.             7. … Una sociedad sin crimen, celos ni drama. Matar para sentir algo. Porque el horror es
.                  preferible a no sentir nada.

.         Quizás esta hiperreferencia constante a su actualidad es lo único que le permite mantenerse atada a algo. Estas historias fueron escritas tras la muerte de su pareja, el saxofonista Kaoru Abe, por una sobredosis de bromisoval en 1978. Narradas desde cuerpos y voces ajenas, las historias de Suzuki son profundamente personales. Reflejan su duelo, su alienación, su rabia. Surgen del letargo tras el fracaso de las revueltas estudiantiles de las décadas de los sesenta y setenta, del vacío que dejó la muerte de Kaoru. A partir de entonces, la producción literaria de Izumi se intensifica. Las ficciones ya no eran ficción: eran forma de exorcismo.

.         No puedo imaginar a otra persona traduciendo las historias de Izumi Suzuki que no sea Tana Oshima, quien trabaja desde dentro de la cultura japonesa y se resiste a la domesticación de la cultura del Este asiático para ajustarla a las expectativas occidentales o a esa traducción «turística» que muchos esperan al leer a autoras asiáticas del este. Su enfoque preserva la complejidad y los matices de la obra, sin diluirlos ni simplificarlos.

.         Se siente como si Izumi escribiera solo para reírse en la cara de sus propios personajes. Como si los modelara con asco, construyendo, como Nüwa, humanos, pero en vez de con arcilla amarilla, restos de heces, los emborronara con serrín y los dejara ahí, atrapados en la mugre de su propia inutilidad, solo para no sentirse tan sola. Aprendió a aceptar la insatisfacción presente en esta selección de historias seleccionadas de docenas de historias cortas. Estaba tan aburridísima que quería morirse, y así ocurrió en el año 1986, suicidándose a los 36 años.

.         En The Chinese Lady, el dramaturgo Lloyd Suh pone en boca de Afong Moy: It is a beautiful thing to look at something long enough to really understand it. But it is so much more beautiful to be looked at long enough to be understood. Es tentador distraerse con la vida de Suzuki —que a veces parecen titulares de tabloide de la revista Interviú, de la página de Paris Hilton o de TMZ— e intentar comprenderla. Pero en ese intento corremos el riesgo de perdernos lo esencial: mirar sus obras para entender su legado como escritora adelantada a su tiempo, cuyos relatos huelen a desapego.

A aburrimiento.

Y a mantequilla.

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De Aburridísima (Consonni Ediciones, 2025)

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