Poemas de Alicia Louzao
Alicia Louzao ha publicado los libros Manual para la comprensión del insomnio (El Transbordador, 2019), El circo volador(Versátiles, 2020), Las niñas que no queríamos ir a la escuela (Liliputienses, 2021), Babilonia dream (Bajamar, 2022) y Diarios del año de las moscas con Lastura. Ha participado en las antologías de poesía Naturaleza poética (La Imprenta, 2022) y Lo que debería haber dicho a mis ex (y nunca les dije) (Liliputienses, 2022), de relato El dolor de las abejas (Torremozas, 2021), entre otras, así como colaborado en revistas como Culturamas, Quimera, Ocultalit, etc. Uno de sus relatos fue seleccionado para el número 5 de la revista La gran belleza.
Ha sido galardonada con el VIII Premio Internacional de poesía Jovellanos, ganadora del XVII Premio Leonor de Córdoba de poesía, finalista en el XXXIII Certamen de narrativa Ana María Matute, y recibido mención de honor en el I Premio Internacional de poesía Asterión, así como mención especial del jurado en el XI Premio Internacional de poesía Yolanda Sáenz de Tejada. Ganadora del V Premio de poesía Centrifugados y finalista del Premio de Poesía Adonáis (2022) así como una de los 43 finalistas del premio de poesía Marpoética (2023). Actualmente es profesora de Lengua y literatura en un instituto público.
Los poemas que aquí aparecen publicados pertenecen al libro Cabeza de familia, recientemente galardonado con el XVII Premio Leonor de Córdoba de poesía. Estos dos poemas primeros forman parte de un poemario en clave de elegía en el que se intenta explorar la figura del padre. Su poesía combina la prosa poética con el verso libre y ritmo marcado. El último poema, compuesto en gallego (la segunda lengua materna de Alicia Louzao) ha sido traducido al castellano por la autora.
Estos poemas pertenecen a la sección «Alguien se acordará de nosotras», donde se han publicado a otras poetas, como Laia Sales Merino, María Ovelar, Gema Palacios, Patricia Figuero, Giovanna Cristina Vivinetto, Gabriella Nuru, Katia-Sofía Hakim, Carla Nyman.
Mitología
Yo no lo sabía y probablemente tú tampoco y sobre todo nadie nos lo confesó antes de la primera palmada en el aire. Pero muchas de las cosas que llegaron fueron creaciones y fueron el hombre que Todo lo Conocía.
Y vino la cruz en la cocina.
Y el hombre del saco.
Y Jim Morrison.
Y el libro de texto.
Y las niñas.
Y todo esto estuvo antes de que las casas se derrumbaran.
Los cuerpos se derrumbaran.
Y no quedase nadie que quisiera creer.
Credo
Las creencias las guarda mi madre
envueltas en una cruz de plata que
rodean unos dedos que no se mueven
mientras la cruz se cubre
de cuatro manos como cuatro mares
de pieles frías.
No pasa el tiempo.
Tan sagradas que de los cuatro mares
surgen los picos de las estrellas
y atardece en el Hospital As Xubias.
Lexatin en el bolso de hombros, clínex, cruz de plata y la fe de los que no se marcharon todavía.
Pero las horas no pasan.
Las horas no pasan.
Un sol de sangre y de vino y de dientes
que rasgan la bóveda de todos los santos,
allí desde donde el lugar
se envuelve en una única cruz
que cubren cuatro manos sagradas.
Tiene hambre la tierra.
Pero las horas no pasan.
Las horas no pasan.
Las horas no pasan.
Flora y la muerte
Agujita que tiene hambre,
que se clava en el ojo como un cascabel.
Flora duerme entre mis brazos. O mis brazos duermen dentro de Flora. Ella quería un palacio y cinco sirvientes,
de esos con pelo engominado y pestañas muy rizadas
donde puedan cabalgar todos sus caballos.
Yo solo hubiera podido
darle un nombre, una linterna y cucharadas de avena.
Agujita que parece que no te duele
pero con un movimiento de asesina
de las que se escurren por la puerta cuando nadie está mirando:
agujita que se clava en el ojo como un cascabel.
Canto cinco cuentos para Flora,
que no existe,
esto debes saberlo.
Pero ella tiene sueño y cree en mis palabras
como pompas de jabón en el aire.
Y las destruye con sus manos de niña imaginaria.
Me arrastro hacia mi cama.
Los pájaros llenan el agua
y son ojos saltones y patas mojadas y cánticos en la niebla.
Son fantasma.
Son tragedia.
Agujita en la frente.
Como un pecado.
Agujita en el cuerpo.
Flora no existe, pero tiene sueño. Es pequeña como un árbol dorado
que crece debajo de la tierra. Y cabe dentro de mis brazos. O mis brazos dentro de Flora.
Y la dibujo con palabras que ella estalla con sus uñas lilas,
que yo le pinté ayer.
Agujita de plata
que no pide permiso
que entra en las tripas, que entra en el vientre, que entra en el sueño.
Y se lleva a Flora lejos, allá donde cantan los huesos
y los restos de los náufragos.
Agujita lila,
agujita de papel.
Llévate a Flora donde pueda dormir
en una cama cálida
rodeada de luna
de la que cabe en la boca.
Agujita que se clava
en el ojo
como un cascabel.
Blow
Veu o vento coma quen leva serpes na boca.
Ficamos soas,
dúas osamentas con xeados de amorodo na mao
dúas case licenciadas que coñecían a Rimbaud de oídas
e falaban en futuro do subxuntivo
o tempo verbal dos guerreiros que ten fe.
Veo o vento coma quen leva serpes na boca.
Era Roma ou Florencia
mais recoñezo o vestido branco e a pernas gordas,
isas torres de soberana que trema,
culpa das propias torres que sosteñen o corpo torpe.
O calor na fronte e o xeado de amorodo
e de súpeto a lúa:
que viña nunha bicicleta e tiña os ollos cegos,
a cor das cousas bosas e a palidez dos mortos que xa non asustan.
Era Florencia ou era Roma.
Veu o vento coma quen leva serpes na boca.
Aínda que logo houbo un avión, unha coca-cola, e durmire a oscuras no aeroporto,
na rúa de Florencia ou de Roma
de súpeto chegou a lúa
montada en bicicleta.
Non sei o nome nin vin a ninguén de pé cando pasou ela,
na forma dun soño de rapaza de doce anos.
Ás veces gardamos intres na papeleira de reciclaxe,
coma esa vez que
veu o vento
coma quen leva serpes na boca.
Blow (traducción)
Vino el viento como quien lleva serpientes en la boca.
Y allí estábamos solas,
dos esqueletos con helados tropicales en la mano,
dos casi licenciadas que conocían a Baudelaire
y hablaban en futuro de subjuntivo
el tiempo verbal de los que tienen fe.
Vino el viento como quien lleva serpientes en la boca.
Era Roma o Florencia
pero reconozco el vestido de zara y las piernas gordas,
las catedrales soberanas de alguien que tiembla,
culpa de las propias catedrales que sostienen el cuerpo torpe.
El calor en la cabeza y el helado de frutas tropicales
de tres euros en la plaza de los chicos que comían pizza
y miraban al frente como si allí les esperase el futuro.
De pronto una luna:
que vino en bicicleta y tenía ojos ciegos,
el color de las cosas bonitas y la palidez de los muertos cansados.
Vino el viento como quien lleva serpientes en la boca.
Luego vino el avión, una pepsi-cola, y dormir en el aeropuerto al lado del Starbucks.
Era Roma o Florencia
y de pronto una luna
que venía en bicicleta.
No sé su nombre ni nadie aplaudió cuando llegó ella
en forma de brazos agarrados a una bicicleta.
Pero conservo ese instante
dentro de la papelera
esa vez que vino el viento
como quien lleva serpientes en la boca.
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