A medio siglo de «Imagine», la canción que universalizó a John Lennon
Escribe| Tomás Orellana
A fines de la década del sesenta, una seguidilla de hechos fue agrietando las expectativas de futuro, provocando que la utópica inocencia de la era «flowerpower» tuviese un epílogo oscuro. Entre los episodios que suelen ejemplificarse (con mucha razón), a la hora de establecer el derrumbe de ese espejismo florido, se encuentran algunos, tales como el abuso de ciertas drogas que cobraron sus primeras víctimas en la música (Hendrix, Jones), otros artistas que se perdieron en el camino por tomar varios ácidos de más (Barrett, SkipSpence), el caso de los salvajes asesinatos Tate-LaBianca cometidos por la secta de Charles Manson, el desastre del concierto de Altamont de los Rolling Stones y el recrudecimiento de la invasión estadounidense en Vietnam.
Este declive alcanzaría, también, a los cimientos de la sociedad compositiva más trascedente del siglo pasado. Para 1969, Los Beatles encuentran su final definitivo, empujado por su fundador principal John Lennon, quien en aquella etapa se desprende de las animosidades y descalabros financieros que disgregaban esa unidad, fortalece alianza creativa con su esposa Yoko Ono, arma la Plastic Ono Band y bajo ese concepto da luz a sus primeros singles en plan solista. El primero de ellos, «Give Peace a Chance», es fruto de la campaña pacifista que Lennon y Ono realizaron en un hotel de Montreal, como parte de sus mediáticos «Bed-in for Peace», no mucho después de casarse. Con esta canción, el músico se erige para muchos como un vocero social, comenzando a estampar su figura de activista, algo que iría agudizándose hasta los primeros años de la década siguiente, robusteciendo todavía más su mito.
Previo a esto, Lennon ya había dado indicios compositivos de carácter más hímnico. Una de las canciones que coronaron el denominado verano del amor en junio de 1967 sería, precisamente, «All you need is love», publicado como single cuando Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band llevaba sólo semanas salido del horno, a propósito del evento global televisivo Our World, el primero con transmisión en vivo para 700 millones de personas alrededor del planeta. Un mensaje de amor universal muy acorde a la vibra hippie que se impregnaba con fuerza. De todos modos, al año siguiente, esos coloridos sentimientos colectivos comenzaron a caer en un pozo. Las acciones son despojadas de solemnidad y las manifestaciones populares cobran una forma más violenta de enfrentamiento, fruto de la bestialidad policial. Es aquí cuando Lennon arremete con otro mensaje directamente político: «Revolution», un ágil llamado a la no violencia, el verdadero arranque promocional por la paz, que tendría sus extensiones con una versión inicial, incluida en el Álbum Blanco (1968) y su denominada «pintura abstracta» con «Revolution N 9», una pieza conceptual resultado de esa simbiosis Avant−Garde con Yoko, más la colaboración de George Harrison.
Con Los Beatles ya finiquitados, se vuelca entre 1969 y 1970 a desarrollar su historia en solitario. Pero, por más que impulsara campañas pacifistas entre medio, las grietas del conflictivo divorcio con sus ex compañeros interferían para latir con fuerza. Había muchas situaciones que destrabar. A inicio de los setentas, Lennon (junto a Ono) se encuentran insumidos en la terapia del «Grito Primal» implementado por el psicoterapeuta norteamericano Arthur Janov, el que consistía en purgar severos traumas del pasado. La descarnada experiencia desembocó en John Lennon/Plastic Ono Band (1970), un disco debut cargadísimo de crudeza en el que entierra el mito Beatle, los 60’s, parte de sus más queridos referentes musicales (Elvis y Dylan), proclama la conciencia de clase y vierte con desnuda sinceridad los tormentos que sufrió tras la ausencia del padre y la brutal muerte de su madre. Posterior a semejante catarsis, popularmente recibida con desconcierto, el compositor sentía que debía retomar el optimismo de su propio discurso para «presentar el mensaje político con un poco de miel».
Es así como en la placidez de Tittenhurst Park, en Ascot, su hogar desde hacía dos años, instaló un estudio de grabación para coproducir (nuevamente) con Phil Spector y recurrió a viejos amigos (George Harrison, Klaus Voorman, entre otros) para trabajar un par de canciones relegadas de la última etapa Beatle junto a otras melodías nuevas, con la intención de hacer algo mucho más paladeable. Pocos meses antes, había lanzado el single «Power to the people», como apoyo irreductible a las manifestaciones sociales, el cual terminó convirtiéndose en una de las canciones más célebres de su etapa política. No obstante, ninguna de ellas, a pesar de su enganche instantáneo, alcanzaría el nivel de la pieza que daría título a su segundo disco. Bajo un concepto original de Yoko Ono, inspirado en extractos de Pomelo (1964), su libro de poemas, Lennon arremete con la utopía misma en «Imagine», un himno humanitario que se encumbró mundialmente como un manifiesto transgeneracional, repercutiendo hasta hoy, a tal punto que se podría considerar como su composición más famosa y su single más vendido.
Por otro lado, si bien es cierto que, el disco en su conjunto está orientado a suavizar la causticidad bestial del álbum predecesor, hay rincones en los que se da rienda suelta a la aspereza «lennoniana» con cuestionamientos existenciales («It’s so hard»), dardos políticos («Gimme some truth») y respuestas virulentas a su viejo compinche Paul McCartney con «¿How do you sleep?», demostrando que la fractura seguía muy expuesta todavía. Fuera de esto, abundan las cartas de amor, reflexiones internas y su mensaje pacifista más importante, que es la canción elegida para abrir el álbum, siendo uno de los más poderosos ejemplos de cómo lograr la belleza a través de la simplicidad. La intervención creativa de Ono (del poema «Cloud Piece»), opacada en su momento por el machismo de Lennon, conformó una letra que se alejaba de la clásica manifestación contra el status quo, algo ya visto en las demostraciones por la paz de la pareja, y que, en esta ocasión, imaginaba un mundo sin fronteras, sin paraíso ni infierno, sin posesiones ni religiones, enarbolando el ideario más afín a un mundo mejor. Quizá, para muchos hasta hoy, responda a un sentimiento demasiado inocente, exageradamente idílico. No obstante, al final del día, es lo que conecta indefectiblemente con el imaginario que quisiéramos al descubrir el mundo y sus deformidades, vengamos de dónde vengamos. Dentro de la trayectoria como compositor de Lennon, se puede tomar, también, como otro ejercicio genuino de su búsqueda constante de redimirse a sí mismo, en muchos sentidos. El ingenio cruel y mordacidad de antaño seguían siendo parte de su sistema, pero con un poco más de filtro. Lennon no dejaría nunca de creer en el entendimiento como la vía más idónea.
La canción fue el pináculo de toda esa seguidilla de consignas que venía componiendo desde 1967, algo que no volvería a superar en esos términos. Su melodía simple, sostenida con un piano, una base rítmica, más sutiles arreglos de cuerdas, resultan conmovedoras a primera escucha. Posee la médula misma del componente pop, incluso, si fuese una canción desnuda, sin ningún tipo de añadidura o ropaje, se defiende sola. Después, viene el mensaje, que con los años levantó su imagen a niveles casi proféticos. Repercute en el hoy, evidentemente, porque existen acontecimientos terribles que se reproducen. Se vive en un estado de creciente distopía (palabra que ha tomado bastante vuelo, en los últimos años), convirtiéndola en una canción tremendamente representativa.
A pesar de todo, de repente surgen ciertos conflictos con la presentación de dicho mensaje al mundo, aparecen las contradicciones, esa liviandad demasiado ensoñadora, cuando puede haber temas más movilizadores a la hora de concientizar o invitar a cuestionar el sistema. Las formas de protesta artística cambian, y eso es lo interesante. Sonará pasivo o ingenuo imaginar colectivamente, pero puede ser tan efectivo como la ferocidad directa de un «Fuck Tha Police» (1988) de N.W.A. Miles de personas alrededor del planeta, siguen tomando a «Imagine» como bandera, gracias, también, al poder de la música. Si careciese de un componente melódicamente fascinante, por muy Gandhi que sea líricamente, pasaría casi desapercibida para muchos. El tiempo es el que decodifica su perpetuidad y acogida. Independiente que, para su propio autor, la sensación de ir en busca de la paz mundial/personal fuera verdadera, también era un buen eslogan. Un sentimiento que podía ir mutando, para el creador, sobre todo.
Alegar consecuencias del discurso de un músico o una especie de militancia, resulta un sinsentido. De pronto aparecen paralelismos con otros faros de la canción protesta como Pete Seeger o Joan Baez, y eso es descentrarse. No son artistas que respondan exactamente a lo mismo. Es otro el tipo de compromiso, ya que lo importante es ser honesto consigo mismo, independiente de que en el tiempo puedan alejarse o desdecirse incluso del mensaje. Para el mismo creador la obra puede cobrar otros enfoques, o que la intensidad de estos disminuyan. Ya hay millones de personas quienes refuerzan el significado de «Imagine» y seguirán haciéndolo crecer.
Previo a su asesinato, una de las últimas veces que el compositor estuvo con Neil Aspinall, histórico asistente de Los Beatles y director de Apple Corps, bromeaba acerca de la opulenta realidad que le rodeaba y cómo se caían en clichés ridículamente típicos, mientras esa fortuna se multiplicaba: «Imagina que no hay posesiones, John». A lo que Lennon respondió secamente: «Eso sólo es una maldita canción».