Gabriela Bejerman, la poeta que baila en la disco
Escribe| Flavia Calise
La casa de Gabriela Bejerman (Buenos Aires, 1973) es moderna. Los colores son los del metal brillando junto al sol y descansando en unas plantas que se mezclan en una biblioteca llena de libros. Algunos tienen fotocopias sobre ellos, fanzines, hojas. Hay adornos que podrían ser souvenires o recuerdos de algún viaje y que terminan de decorar la biblioteca. Toda la atención se la lleva el piano que está en el living, negro e imponente. Me recibió sonriendo, con un vestido blanco lleno de flores rojas y me ofreció una deliciosa cerveza fría.
Esta autora ha aportado al campo literario producciones ligadas a la poesía como Alga (1999, Siesta), Crin (Belleza y Felicidad, 2001), Pendejo (Eloísa Cartonera, 2002), Sed (Cencerro, 2004), Ubre (Vox, 2012) y Querida (Eloísa Cartonera, 2014 y reeditado por Caleta Olivia, 2017). Mientras que en narrativa ha publicado las dos novelas breves incluidas en Presente perfecto (2004, Interzona), Linaje (2009, Mansalva), Astra y Oster (2010, La Propia Cartonera), Heroína (2014, Mansalva) y Un beso perdurable (2017, Rosa Iceberg).
Entre 1997 y 2001 fue coeditora de la revista Nunca nunca quisiera irme a casa. En forma paralela y bajo el seudónimo Gaby Bex en 2007 editó Mandona, un álbum que combina canciones, poesía y música electrónica. A fines de la década pasada, incursionó en la actuación en la sitcom web Plan V. En el transcurso de su trayectoria ha ido construyendo un lugar en la escena poética bonaerense como performer.
En 2012 tradujo algunos textos de la escritora estadounidense Jane Bowles al castellano, los que publicó a través de la editorial Eterna Cadencia con el título de Juego de damas. Nueve cuentos y una obra de teatro, y a partir de su paso por los talleres de Biodrama de Vivi Tellas, decidió crear una obra con los textos de Bowles titulada Campo Cascada, estrenada en 2014. Además, los libros de Bejerman fueron llevados al teatro: el pasado 27 de Febrero se estrenó la obra Ave del paraíso (Flor tropical) dirigida por Maruja Bustamante.
¿Cómo se dio tu inicio en mundo de la poesía?
En la escuela. Una profesora nos propuso escribir haikus a partir de mostrarnos algunos otros de distintos autores. Recuerdo que hasta vimos uno de Borges. Creo que los haikus son como un sello, a mí me divertía mucho hacerlos. Ella era muy histriónica, leyó el mío y dijo «¡Que sensualidad, Bejerman!». Me pareció un piropo total. Entonces pensé en la relación entre la sensualidad y la palabra. Fue un momento que recuerdo como de revelación. Con ella también leíamos a Bécquer, a Cortázar y demás, pero principalmente fue un descubrimiento de la sensualidad, de la palabra y del juego.
Lo sensual y el juego están constanmente presentes en tus poemas ¿Cuál fue el impulso que te llevó a publicar tu primer poemario?
Fueron varios factores al mismo tiempo. El más puntual fue que Marina Mariasch ya estaba abriendo su editorial Siesta y yo ya tenía bastante material escrito. No recuerdo si me lo propuso ella o cómo fue exactamente. Lo que sí recuerdo es el placer de planear el título, las partes, de pensar su estructura, de seleccionar los que quería publicar y trabajarlos en función a la construcción del libro. Toda esa parte me gustaba mucho y me generaba una sensación muy placentera.
¿Y cómo fue el paso hacia la narrativa?
Es rara la división de géneros en general, femenino/masculino, poesía/narrativa. Yo siempre fui Bi. Para mí fue una alternancia, una coexistencia. A veces hay una forma que prevalece en el momento, porque es algo que necesitas decir y encuentra una forma que le es más lábil. No es una decisión tan consciente que tenés antes de ponerte a escribir. La alternancia de géneros permite buscar y ver cómo queda esto que voy a decir si lo digo de distintos modos. Tal vez los límites sólo nos sirven para pelearnos con ellos.
Luego de hacer Campo cascada a partir de los textos de Bowles y en relación al reciente estreno Ave del paraíso (Flor tropical) de Maruja Bustamante, donde la dramaturga hace un recorrido de tu obra, ¿qué te pasó como directora/autora?
Admiro mucho a Maruja. Me parece alguien que sabe ver y sabe escuchar. Cuando yo hice Campo cascada, ella me ayudó con las actrices, hizo algunos ajustes y más que nada en el final, hasta que la obra cuajó. La obra cuajó. Yo vi su maestría. Hacía mucho tiempo que ella me había dicho que quería hacer algo con mis poemas y una gran diferencia entre lo que hizo ella es que tomó los poemas completos. Como poeta, eso es muy valioso. Me pareció una decisión super respetuosa. Jugaba desde esa unidad-poema la secuencia de la obra. Me sentí en éxtasis viendo su creación. Nueve cuerpos en escena diciendo mis poemas ¡Una maravilla! La diferencia es que yo con Bowles recorté bastante más los textos, lo que ella hizo fue otra cosa.
¿Cómo se une la etapa de la salida del disco Mandona con la escritura?
Antes de la salida del disco, que llegó cinco años luego de llevar poemas y pistas electrónicas a la disco, yo ya cantaba o recitaba arriba de pistas de música electrónica. También había hecho performance de poesía con música. No eran campos tan separados. El espacio de la discoteca, siempre fue un espacio poético para mí. De trascender, de llorar en la disco, escribir poemas en la disco. Anonimato y estrellato a la vez: ser una poeta que baila en la disco.
¿Tenés ganas de volver a incursionar en la música?
No sé, si alguien me convence… Me interesa la oralidad de la poesía, la resonancia de la lectura colectiva. Actualmente estoy alejada de la música, pero me imagino más cerca del teatro. Lo que pasa es que en este momento, además de dar talleres en casa, estoy dando clases en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y estoy estudiando mucho, hay que prepararse bien para dar una clase y creo que ahora es el momento de lo intelectual.
¿Cómo es esto de dar clases? Al ser algo nuevo para vos, ¿tenías un poco de miedo?
¡Sí, por supuesto! Es distinto el territorio institucional, no lo conozco. Siempre me pensé más relacionada con el saber intuitivo, con un despliegue que tiene más que ver con otra cosa que con lo enciclopédico. Por eso, como te decía, me puse a estudiar mucho para hacerlo bien. Esta buenísimo el desafío de entrar en un ámbito distinto, descubro cosas que en otros lados tal vez no encuentro.
Ya sea como lectora u oyente ¿Te gusta ir a los ciclos de poesía?
Siempre que me invitan a leer, voy. Soy curiosa, ahora no tengo la oportunidad de ir mucho porque tengo un hijo y significa tener que estar en casa, sobre todo de noche. Pero para mí un ciclo de poesía es una fiesta. Cuando era más chica me distraía más o estaba más dispersa, ahora tengo otro poder de escucha. Supongo que por los años que llevo dando clases, o porque ya no fumo porro. Me gusta mucho ser escuchada y me sirve, también para probar poemas. El año pasado estuvimos organizando en Olivos con Sebastián Bianchi el ciclo de lectura «Club de pesca» y ahí leían cinco o seis personas. Como la fecha de este ciclo es en un departamento, ocurría algo muy mágico: había una escucha increíble. Era algo distinto.
Volviendo al proceso de la escritura. Leyendo el libro Querida pude percibir que están muy presentes las flores, el agua y el propio cuerpo como un espacio natural. Por lo que veo, se terminó la noche.
Se terminó la fiesta. Querida es un libro de amor escrito a una mujer. Los poemas son de la era de una relación. Ambas éramos poetas y escribíamos un montón. De hecho, primero el libro se iba a llamar A los besos. A ella la conocí como poeta en el festival de poesía de Rosario y el tiempo que estuve con ella no sólo escribí mucho, sino que nos leíamos, nos mandábamos poemas. Fue muy fructífero. Casi todos los poemas son de esa etapa. No es solo la historia de una relación, sino también de quién era yo en ese momento. Pero por supuesto que hay una influencia de la poética de Luciana, del diálogo chispeante, de la escucha misma.
¿Cómo solés escribir en el cotidiano?
Escribo en la computadora o en cuadernos. Pero busco momentos de soledad que, viviendo en familia, son difíciles de encontrar. Los últimos poemas los escribí a la mañana. Antes eran poemas de la mañana por no haber dormido en toda la noche y ahora son poemas habiendo dormido algo. La luz de la mañana me convoca, es la promesa del día. Es la página en blanco por escribir.
Hubiese podido quedarme hablando con Gabriela por mucho tiempo más, pero debía irme. Me quedé pensando en la intuición como mantra divino, como algo que llega y que está en algunas personas, pero que hay que trabajar y ejercitar como único modo de que resista y crezca, para que no se estanque y así poder llenarla de luces: de discoteca, de escenario, de una casa llena de metal y libros.