Naturaleza Salvaje III: de la naturaleza de entreguerras hasta la pacificación
Escribe| Ana González Serrano
Créditos de foto de portada a Fiama Cabrera Máximo.
Hasta el siglo XX, la naturaleza, al igual que el ser humano, había pasado por diferentes estados: de su origen divinizado, se fue transformando poco a poco cumpliendo varias funciones, bien sean estéticas, protectoras, reivindicativas, comunicativas del estado de ánimo del autor o curativas de las brechas sociales; pero la historia nos indica que no terminó ahí. La llegada del nuevo siglo, la guerra y la presión a la que se vio sometida la sociedad, influyó tanto en la poesía que, el significado de la naturaleza, volvió a transformarse de nuevo.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918), generó un nuevo modo de entender la literatura. Los poetas quisieron romper con la norma y con las estructuras rígidas, así como con el academicismo, la función estética y la defensa de lo nacional y regional en los versos. Surgió entonces el Vanguardismo, un conjunto de tendencias que abarcaban:
- El creacionismo y ultraísmo, movimientos en los que el poeta dejó de cantar a la naturaleza para pasar a imitarla sin descripciones ni anécdotas. En ambos casos, se trataba de una poesía puramente metafórica, cuyos mayores representantes fueron Gerardo Diego (1896-1987) y Juan Larrea (1895-1980). Buscando un ejemplo del anterior citado, encontramos en su poemario Versión Celeste, el poema «Evasión» (vv.1-2): «Acabo de desorbitar/ al cíclope solar».[1]
- El futurismo, con el que quisieron ensalzar los valores de la guerra, la agresividad, la valentía y la fuerza masculina; apelando a las transformaciones tecnológicas. [2] Fue un movimiento que exaltaba el odio, la supremacía, la ira y el movimiento; donde hacían apología de la muerte y el machismo, y en donde, la naturaleza, no tenía cabida si no era ligada a ese sentimiento generado tras el manifiesto futurista de Marinetti (1876-1944). Ejemplo de ello, son estos versos de su poema «Canción del automóvil» (vv.38-41): «¡Oh Montañas, Rebaño monstruoso, Mammuths/ que trotáis pesadamente, arqueando los lomos Inmensos, /ya desfilasteis… ya estáis ahogadas/ en la madeja de las brumas! …».[3]
- El dadaísmo, que negó el esteticismo, rechazó el militarismo y se abrió a la expresión de la irracionalidad y lo absurdo; cuyo máximo exponente fue Tristan Tzara (1896-1963), quien puso nombre al movimiento. Se trataba de un movimiento escandaloso y provocador que buscaba la vitalidad y la sensibilidad en los poemas, centrándose en la espontaneidad y su sonoridad más que en el propio sentido; y en donde, el tema de la naturaleza, no estaba presente como tal, al margen de que algún elemento paisajístico pudiese aparecer de forma casual, como en estos versos de Tzara (vv.1-4): «los dientes hambrientos del ojo/cubiertos de hollín de seda/abiertos a la lluvia/todo el año/el agua desnuda»[4].
- El cubismo, que surgió gracias a la estrecha relación entre poetas y pintores, reivindicando la autonomía del arte y queriendo captar la realidad desde todos los ángulos posibles. Fue un movimiento que mezclaba conceptos, materiales y composiciones; formando, incluso, imágenes; como los famosos caligramas de Apollinaire (1880-1918). En este contexto, la naturaleza fue el objeto en sí mismo, un todo que abarcaba en su inmensidad cualquier aspecto físico, mental, íntimo o colectivo. «Se trataba de servir a una naturaleza superior y supuesta, que permanecí cubierta».[5] Un ejemplo de ello, lo encontramos en el caligrama «La paloma apuñalada y el surtidor» de Apollinaire, perteneciente al poemario Caligramas (Cátedra, Madrid, 2007).
- El expresionismo, que rechazó la prosperidad, el materialismo y a la burguesía; pretendiendo deformar la realidad en busca de una expresión subjetiva, a la vez que emotiva, de la naturaleza y del ser humano (aunque desde una perspectiva pesimista y satírica). Ejemplo de este movimiento lo encontramos en la tragedia Bodas de sangre (1931), del poeta Federico García Lorca (1898-1936), acto III: «Era hermoso jinete, / y ahora montón de nieve. /Corría ferias y montes/y brazos de mujeres. /Ahora, musgo de noche/le corona la frente»[6].
- Y, por último, el surrealismo, un movimiento provocador del intelecto y la moralidad que resaltó el inconsciente a través de la escritura automática del pensamiento, sin hacer uso de la razón e intentando dar visibilidad a una realidad diferente a la que ya conocíamos. En la poesía surrealista sobresalió el «yo» subjetivo, psicológico y lírico, en el que el poeta se encerraba en un mundo onírico, dejando a la naturaleza en un segundo plano, más cerca de los sueños que de la realidad: «La escritura surrealista aparentaba no tener límites […], las barreras entre lo físico y lo psicológico se mezclaban, (como) también lo hicieron las barreras espaciales, tierra, cielo y universo»[7]. Ejemplo de ello lo encontramos en André Breton (1896-1966) y su poema «Mundo» (vv.1-4): «En el salón de madame des Ricichets/ Los espejos son semillas de rocío prensadas/ La consola está hecha de un brazo entre yedra/ Y la alfombra muere lo mismo que las olas».[8]
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) supuso un parón en el ámbito literario y, sobre todo, poético. Tras ella, los poetas españoles quedaron divididos en dos bandos, los afines al régimen (cuyos temas principales fueron: Dios, la familia y la patria) y los contrarios a este (cuya poesía se consideraba existencialista y trágica, enfocada en las causas del sufrimiento humano).
En los primeros, la naturaleza se presentaba como un elemento al que aferrarse tras el desgarro de la guerra, un lugar en donde sentir la paz, pero desde una perspectiva lejana y particular, como si la naturaleza «fuese un obstáculo […] entre el ser y su propia existencia»[9]; como aparece en el poema «El bosque se iba haciendo al arder», escrito en 1951, de Luis Rosales (1910-1992), extraído de su poemario Rimas y la casa encendida (vv.8-12): «Estamos juntos, sin vernos, /repetidos y distantes, /juntos, pero no vividos, /tristemente naturales».[10]
En los segundos, la naturaleza, al igual que la humanidad, había sufrido una caída en la desgracia, compuesta por el caos, la injusticia, el odio y la crueldad. Así, en el poemario Hijos de la ira de Dámaso Alonso (1898-1990), encontramos el poema titulado «la injusticia» (vv.38-42): «Y van los hombres, desgajados pinos, /del oquedal en llamas, por la barranca abajo,/rebotando en las quiebras,/como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,/como blasfemias que al infierno caen».[11]
A partir de los años 60, los poetas abandonaron ese precepto político en busca de una poesía más lírica, aunque todavía inconformista; lo que les llevó a crear una poesía más centrada en el «yo» y en la experiencia personal. En cuanto al tema de la naturaleza, aparecieron los llamados «poetas telúricos», es decir, aquellos centrados en los temas y tópicos de la tierra (vendimia, cosecha, barbecho…); como es el caso de Claudio Rodríguez; aunque este último «no se limitó tan solo a ver la forma de las cosas, sino que a veces se adentró también en la profundidad metafísica de su ser[12]»; al igual que pasó en su poema VII de El don de la ebriedad (vv.9-12): «Pero siempre es lo mismo:/ halla otros dones/ que remover, la grama por debajo/cuando no una cosecha malograda. / ¡Arboles de ribera lavapájaros!».[13]
En los años 70, los poetas continuaron desarrollando esa poesía experimental de años anteriores, pero añadiendo un sentimentalismo y una apertura de mente (de acuerdo al periodo de transición en el que se vivía, al inicio de la democracia, la desaparición de la censura y a la situación de bienestar que se iba gestando con el desarrollo económico y científico).
Aparecieron los llamados «novísimos», poetas que buscaban la renovación poética y la evolución, utilizando la subjetividad y volviendo a la vanguardia e irracionalidad; pero aportando la sensorialidad a los versos. Así nos lo muestra Pere Gimferrer (1945) en el poema «Puente de Londres», de su obra Arde el mar (v.9): «Mi corazón yacía como una rosa en el Támesis.».[14]
En los años 80, se alejó el culturalismo en favor de una poesía más ligera, con toques de humor y asuntos intrascendentes; aunque también se rescató la historia y la naturaleza cervantina, como es el caso del poema I de Julio Llamazares (1955), en su obra La lentitud de los bueyes, (vv.2-3): «Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve. Todo tan blando como las bayas rojas del acebo».[15]
A partir de los años 90, la poesía destacó por su pluralidad en cuanto a temática, intereses y tratamiento. Se tendió a una visión nihilista, con motivos de nuestro tiempo y una renovación del lenguaje. La naturaleza volvió a aparecer como un elemento para expresar las emociones y los sentimientos, pero también para reivindicar derechos, denunciar injusticias, promover el feminismo y crear conciencia acerca del ecologismo.
Hoy en día, este espacio natural, habiendo superado la oposición ciudad-campo y dejado de lado el beatus ille que pudiera ofrecer antaño, insta al poeta a forjar nuevas alianzas, un nuevo pensamiento en el que lo rural y lo urbano se entremezclan con el «yo» poético; surgiendo así un nuevo estilo de simbología natural. Un ejemplo de ello, podrían ser estos versos de Elvira Sastre (vv.5-7): «Hay mujeres / que son pájaros sin alas en un cielo lleno / de recuerdos» (Una cien veces, Ya nadie baila).
En dichos versos, la naturaleza forma parte de un conjunto superior, de una búsqueda intrínseca de libertad en la mujer, que se halla encadenada a sus recuerdos. Y es que, es eso, precisamente, lo que nos permite la poesía: establecer un diálogo con el medio natural desde la multiplicidad de sentidos que evoca, rechazando la «obligación» de anteponer la belleza al orden.
De todo esto se deduce que, el mundo natural va más allá que una simple temática; se presenta como un agente activo con su propio proceso evolutivo y, al mismo tiempo, atemporal; ligado al poeta como un estímulo, pero también como un lenguaje consciente y subconsciente desde el día en que nacemos.
Según Francine Masiello[16], la naturaleza, que se sitúa dentro del imaginario de los poetas, comprende desde un trasfondo heroico y nacionalista, a una epistemología urbana y apocalíptica, en la que la tecnología triunfa sin perdón; pero lo cierto es que, sea como fuere, la naturaleza se ha ido adaptando a nosotros, manteniéndose tan viva como lo estuvo, para nuestros antepasados, en los primeros escritos.
[1] Larrea, J. (1919). Versión Celeste.Madrid (Espana)Cátedra. p.49
[2] https://redhistoria.com/caracteristicas-del-futurismo/
[3] https://www.zendalibros.com/4-poemas-de-filippo-tommaso-marinetti/
[4] https://www.recursosdeautoayuda.com/poemas-dadaismo/#2_Agua_salvaje_de_Tristan_Tzara
[5] Matamoro,B. (1991).Apollinaire, Picasso y el cubismo poético. Invenciones y ensayos. Cuadernos Hispanoamericanos (492), p.31.
[6] https://usuaris.tinet.cat/picl/libros/glorca/gl003900.htm
[7] Calderón Arias, M.G. (2015). El surrealismo en la obra poética, manifiesto olvidado. Kañina, 40 (1), p.13.
[8] https://www.poesias.cl/reportaje_surrealismo.htm
[9] Curutchet,J.C.(1971). Dos notas sobre Luis Rosales. Cuadernos Hispanoamericanos. 1 (257), p.522.
[10] Rosales,L.(1971). Rimas y la casa encendida. Madrid (España). Doncel.
[11] Alonso,D. (1946). Hijos de la ira. Diario íntimo. Madrid (España). 2ºEdición. Espasa-Calpe.
[12] Rego Bárcena, P.(2013).La poesía de Claudio Rodríguez. Aproximación a su poética a través de Don de la ebriedad (Trabajo Final de Grado). Facultad de filología. Universidad de Coruña (España),p.12.
[13] Ibid,p.14.
[14] Gimferrer, P. (1968). Arde el mar. Barcelona (España). Editorial el Bardo.
[15] http://amediavoz.com/llamazares.htm
[16] https://www.jstor.org/stable/4531281?read-now=1&seq=2#page_scan_tab_contents