Tristan Tzara, Dadá y Surrealismo: la realidad frente a la historia oficial

Escribe | Manuel Puertas Fuertes


Tristan Tzara

Tristan Tzara en una de las imágenes más difundidas de él durante su juventud.


El pasado 25 de diciembre se cumplieron 60 años del fallecimiento del principal instigador y teórico del Dadaísmo, de origen rumano pero nacionalizado francés, autor de El hombre aproximado (1931), una de las cumbres líricas del siglo XX, junto a La tierra baldía en la poesía anglosajona o Trilce en la lengua española.


El principio ético que debe imponerse una investigación, para intentar alcanzar un mínimo grado de objetividad, es buscar las fuentes de los hechos y, de lograrlo, analizarlas fríamente. A lo largo de más de treinta años he perseverado en esta idea aplicada a la injusta e increíble marginación a la que fue sometido Tristan Tzara y a la casi invisibilidad de su obra, además de analizar el controvertido asunto de la sucesión o secesión entre Dadá y Surrealismo, con los enfrentamientos consabidos entre Tzara y Breton para desenmascarar la historia oficial, lo que me ha llevado a ser defenestrado por universidades, expulsado de grupos surrealistas y ninguneado por la industria editorial. Las razones convincentes y los innumerables datos argumentando lo que aquí resumo están registrados en una página web que incluye material biográfico, todos los ensayos y libros de poemas de Tzara, casi todo inédito en castellano.

El motivo de estas breves líneas es demostrar la importancia silenciosa de Dadá frente al estruendo vacuo del Surrealismo. Fiel heredero del Futurismo y del Constructivismo en sus aspectos formales, a partir de las palabras en libertad y de los diseños de El Lizisky, Dadá dio otra vuelta de tuerca al Simbolismo y al Cubismo, movimientos considerados clásicos y academicistas, culminando así el proceso revolucionario iniciado por el Romanticismo, en cuanto liberación del individuo y del arte, y dando lugar a una volcánica erupción, cuya lava mensajera, surgida de tres bocas al unísono, Suiza, Alemania y Nueva York, cubrió con su fértil mensaje el territorio de media humanidad.

Mientras el ígneo poder de rebeldía del movimiento Dadá iba siendo apagado por causas intrínsecas o ajenas, surgía otra llamarada con objetivos parecidos pero métodos diferentes, una nueva escuela en todos los sentidos: el Surrealismo, que inauguraba un imperio que dominaría toda la primera mitad del siglo XX.

Es curioso cómo renegaron los surrealistas de su época Dadá. Es sorprendente como una agitación multidisciplinar de las artes de tal calibre y futura trascendencia se tradujo como mera algarada de jóvenes ociosos, y etiquetada de nihilista. Es increíble como la libertad absoluta preconizada hasta la extenuación por Dadá sucumbió ante el pragmatismo doctrinal del Surrealismo.

Retrato de Tristan Tzara (1919) de Marcel Janco.

Retrato de Tristan Tzara (1919) de Marcel Janco, se trató de una de las máscaras que conformaron las primeras exposiciones dadaístas en Zurich.

Llega a ser preocupante la terquedad histórica empecinada en ocultar ciertas «anécdotas». Tzara desde el principio fue consciente de que Dada, como todo movimiento natural debería fluir y tener un final, en realidad una ocultación física, nunca una muerte espiritual. En tanto, el Surrealismo se erigió como única religión hasta la muerte de su pontífice, quien se dedicó a construir y destruir puentes con sus adláteres y que desapareció, curiosamente, justo dos años después de su muerte. Mientras, el espíritu Dada, con su poder evocador y su principio de libertad absoluta para la vida y el arte, sigue latente.

Utilizando la idea contradictoria, la dialéctica, Tzara plantea, como tesis y antítesis, la disyuntiva de si el arte era una actividad del espíritu o un medio de expresión, de si era un producto del pensar no dirigido o del dirigido, según las tesis de Jung, y por último establece los conceptos de arte latente y arte manifiesto. Como síntesis de esta dialéctica, explica y demuestra que, según la sucesión de ciclos en la evolución del arte, en cada uno predomina uno u otro aspecto. Todo el pensamiento de Tzara y su análisis de la historia del arte y de la literatura están en sus inéditos ensayos, El poder de las las imágenes y Las esclusas de la poesía y en su fundamental obra Granos y salvado (1935), que se pueden consultar libremente en la web.

En este último ensayo, puntualmente en su nota V titulada «Poesía, transparencia de las cosas y de los seres», Tzara escribe:

Quiero hablar de la pérdida progresiva de la noción de riesgo en el arte moderno que, inicialmente, se produce como momento por excelencia revolucionario en su constitución. La obra de arte considerada, de alguna manera, como una temeridad, como un acto espontáneo e irreflexivo, como una protesta displicente, no solamente hacia la opinión corriente y hacia su capacidad temporal de comprensión, sino también hacia el conjunto de los postulados del artista mismo, tiende a desaparecer por la formación en la esencia misma de sus medios de expresión, de una postura más o menos inconsciente de seguridad. No es la relación objetiva provocada al margen de sus marcos, ni la acostumbrada resistencia de los partisanos de la rigidez de las formas de arte, lo que importa discernir en esta oposición de principio, sino la relación intrínseca de peligro real que comporta, o hace posible, la obra con respecto al artista, peligro experimentado hasta el punto de comprometerse con ella sin restricciones. Esta relativa estabilización de valores, esta tendencia a la limitación de los medios de expresión que, como consecuencia de su vulgarización (con ayuda las escuelas, la moda, etc.,) como el lenguaje, es susceptible de transformarse en estilo (en un medio favorable y un espacio determinado), deriva de la alternancia oscilatoria de las maniobras generacionales y representa el camino dialéctico del principio de germinación, que a una mayor escala, hace que las épocas de arte se superen y mueran, para renacer en una forma superior, en un punto culminante determinado por nuevas adaptaciones.

¿Podría decirse que Dadá fue una «dictadura del espíritu» y que el surrealismo fue un modo de expresión? ¿Que Dada fue un modo de vida y el Surrealismo un medio, una profesión? ¿Que el nihilismo destructor del arte etiquetado a Dadá, no era sino una subversión del concepto y de la función del arte? ¿Que la liberación definitiva del arte pasaba por una redefinición del proceso artístico? Proceso que Duchamp diseccionó en cuatro fases o factores: la idea, el proceso, el operador y la obra (nunca finalizada) y el cooperador (espectador). Otorgando a este último la facultad de dotar a la obra de una finalidad, de su objetivo, es decir era una interpretación subjetiva la que completaba el proceso, la obra de arte en su totalidad. Con todo, quizás la mayor diferencia entre Dadá y Surrealismo, donde entraña el poder subversivo de Dadá, es la coherencia al negarse a considerar el arte como una profesión, como medio de vida en lugar de modo de vida y su resultado, la obra, como un producto de especulación y consumo cualquiera.

Si nos detenemos en estudiar y comparar los manifiestos dadaístas, redactados por muchos y diferentes autores, con los surrealistas escritos exclusivamente por André Breton, encontraremos pocas coincidencias y bastantes discrepancias, algunas más o menos anecdóticas. Pero, analizándolos, aun someramente, observamos una distancia abismal entre ellos que los distingue. Es decir, frente al universal concepto de demolición de todo orden artificial y dejarse llevar por el curso natural de la vida sin ningún sistema preconcebido de los dadás, los manifiestos surrealistas, directorios del movimiento, son dogmáticos y se dirigen claramente a impartir doctrina y consignas, a crear una escuela más.

Ya en Zúrich, Tristan Tzara fue citado a declarar en comisaría, era judío y exiliado. El interrogatorio se halla recogido por Marc Dachy en El domador de acróbatas (1992). El invisible marginado de Tzara, siempre estuvo en el punto de mira de la policía, dada su condición de judío y exiliado. A pesar de ello, durante la ocupación alemana, Tzara luchó clandestinamente en la Resistencia. Su hijo Chistophe estuvo en el frente y él mismo, refugiado en el sur de Francia, fue perseguido por el régimen de Vichy, tras ser denunciado públicamente por un periódico local. Fue boicoteado por los mismos que en su día le recibieron alborozados, casi con ramas de olivo, a su llegada a París, y tuvieron que pasar veinticinco años hasta que le fue concedida la nacionalidad, a pesar de que había luchado por Francia como antes se ha explicitado.  Un detalle anecdótico es que los seis volúmenes de sus Obras completas (1975-1991), excepcional trabajo de Henri Béhar, fueron publicados por Flammarion, una editorial que aun siendo prestigiosa no tiene el sello de reconocimiento universal que otorga a los autores consagrados la publicación en la colección de la Pléyade de Gallimard. 

Fotografía de 1920. De izquierda a derecha. En la fila de atrás: Louis Aragon, Theodore Fraenkel, Paul Eluard, Emmanuel Faÿ. En la segunda fila: Paul Dermée, Philippe Soupault, Georges Ribemont-Dessaignes. En la primera fila: Tristan Tzara (con monóculo), Celine Arnauld, Francis Picabia y André Breton. Fuente.

Por el contrario, Breton huyó de Francia durante la guerra, viajó, medio de turismo, por las islas Canarias y Estados Unidos, donde residió en el transcurso de la contienda mundial. Durante décadas los correligionarios adláteres surrealistas, la cohorte de Breton, estuvieron abducidos, el que se movía no salía en la foto, por la omnipotencia y la tiranía del «Pontífice», considerado y reconocido mundialmente. Breton sigue siendo considerado como uno de los grandes poetas del siglo pasado y su obra ha sido copiosamente traducida. De modo opuesto, Tzara sigue denigrado, ninguneado, perseguido y condenado al ostracismo por la industria editorial, la crítica y la intelectualidad francesa e internacional. Como evidencia de esto, señalar que de la ingente obra de Tzara apenas tres libros han sido traducidos al castellano, sin apenas difusión, excepción sea hecha de los mundialmente famosos manifiestos. Siempre hubo dobles varas para medir, balanzas trucadas según los individuos: el caso Breton-Tzara es paradigmático, para vestir un santo hubo que desnudar a otro. Y semejante ostracismo no se debe únicamente a que el mensaje Dadá sigue siendo peligrosamente revolucionario, antiburgués y anticapitalista. Hay otros motivos. Para que algo suceda deben concurrir varias causalidades, no casualidades, existe una múltiple y variada etiología de cualquier suceso, así que pasemos a exponer algunos de los motivos de este injusto comportamiento con Tzara.

Estilísticos: una de las razones por las que la poesía de Tzara apenas sea conocida, a pesar de haber sido en francés, y no en su lengua materna, el rumano, es su complejidad, su difícil comprensión, debido a la maravillosa cualidad de sorpresa de sus asombrosas metáforas, también a la desaparición de los signos de puntuación, a la destrucción de la sintaxis, entre otros factores. No es fácil leer su obra, como tampoco lo ha sido su traducción, textos con frases de una página entera, sin apenas puntuación, han tenido que ser objetos de una investigación, pudiera decirse, arquitectónica previa en busca de su diseño.

Sociales: el carácter endogámico y xenófobo de todas las naciones, el famoso chauvinismo en el caso francés, que a pesar de enriquecerse de los trabajadores, artistas e intelectuales extranjeros, no los acepta de igual manera que un ciudadano oriundo, y no se integran socialmente. Un inmigrante lo es durante toda su vida.

Políticos: Breton, frente a un comunismo estalinista, imbuido por las posturas extremas de Aragón, se intentó aprovechar de un comunismo a medida, de quita y pon, para unificarlo con su Surrealismo. Por el contrario, hallamos un estricto y coherente compromiso social, un espíritu disidente en Tzara que apoyó sin restricciones la causa Republicana durante la Guerra Civil Española. Luego, tras la Segunda Guerra Mundial, viajó a los países comunistas, experiencia que culminó en su desengaño después de una década de militancia y en su abandono de la disciplina del Partido Comunista Francés (PCF).

Correspondence avec Tristan Tzara et Francis Picabia. 1919-1924 de André Breton

Correspondence avec Tristan Tzara et Francis Picabia. 1919-1924 de André Breton, publicado originalmente en francés por Gallimard en 2017.

Personales: la manía persecutoria bretoniana y de su escuela. Breton, homófobo, autoritario, descortés, engreído, acomplejado por su miedo a la soledad y con rasgos bipolares, era esclavo de sí mismo. Mientras que Tzara era discreto, comedido, auténtico, fraterno, solidario y luchador revolucionario, era un hombre libre, según declaró la periodista Madeleine Chapsal, quien entrevistó, respectivamente, a ambos autores poco antes de morir. Las profundas discrepancias y los enfrentamientos públicos se muestran de manera nítida en el intercambio epistolar entre ambos.

Conceptuales: Breton creó una escuela de largas secuelas y excesiva duración, pero hoy ya obsoleta, sometida a su mandato irrefutable que tras repudiar el arte como oficio cayó en ello y ejerció de autor literario. Tzara impulsó un movimiento revolucionario efímero, contingente como toda obra humana, que subvirtió la idea de arte y cultura tradicionales, ya que para él el arte y la vida son lo mismo, la poesía no es una profesión, un medio de vida, sino un modo de vida, una manera de enfrentarse a la realidad para hacerla evolucionar y para cambiar el «orden social» hacia un mundo mejor, donde el amor y la libertad sean preponderantes. Dadá y su mensaje, como no puede ser menos, ha superado la caducidad temporal, pervive y pervivirá siempre, porque está anclado en lo más profundo y genuino del alma humana.

Por último, para demostrar la poderosa y fundamental influencia del legado Dadá en el devenir del arte del siglo XX, y aun actualmente, a pesar del imperio de la tecnología, debo enumerar ciertos acontecimientos y movimientos. Es un hecho que, prácticamente la mayoría de los escritores y artistas surrealistas comenzaron como dadaístas o se nutrieron de su contenido revolucionario, que es la culminación del proceso de liberación iniciado por el romanticismo un siglo antes. Difícilmente se podrían entender las técnicas publicitarias en cuanto a tipografía, fotomontaje, creación de eslóganes y el collage, como ejemplos, sin las aportaciones de las publicaciones del movimiento Dadá. Tampoco hubieran existido la poesía experimental, visual, fonética, ruidista, el arte povera, los happenings, las performances, el mail-art, el arte conceptual, etcétera. Lo mismo pasa con las diferentes corrientes artísticas y pictóricas, grupos como Cobra, el Concretismo, el Letrismo y el Situacionismo, el Punk, la Generación Beat, el Pop Art, el Estridentismo mexicano, el Nadismo colombiano, el Creacionismo, el Ultraísmo (estos dos últimos coetáneos), el Postismo español, la Patafísica… la lista sería interminable.

En lo concerniente a Tzara, se puede afirmar que en muy pocos autores se da una diferencia tan abismal entre los estudios aparecidos sobre él y el conocimiento de sus propios escritos, es un profundísimo agujero negro en el universo literario. Los numerosos libros publicados en vida por Tzara tuvieron tiradas cortas, apenas hubo reediciones en francés, mientras que en el resto de las lenguas apenas ha sido traducido. Pero de la importancia de sus absolutamente revolucionarios y visionarios conceptos sobre lo que llamamos arte, ese legado imprescindible, surgió a posteriori, un interés inusitado entre ciertos ambientes universitarios, que ha originado numerosos estudios, tratados y tesis sobre Dadá, en muchas lenguas. Sin embargo, la extensa e imprescindible obra de Tzara sigue sin traducirse y pendiente de estudios que profundicen en ella. Parecería ser que algunos escriben de oídas y no de lecturas.

El Surrealismo es como ese río de aluvión, torrencial, cuyo cauce semiseco sólo fluye cuando llueve de manera incontrolable, arrasa riberas, arranca árboles y destruye puentes para luego depositar todo, estérilmente, en el mar. Dadá es ese prístino manantial de agua pura, transparente y medicinal, que cae de modo intermitente, que a veces parece a punto de extinguirse, pero es inagotable, y su lento goteo cala profundamente en la tierra, crea acuíferos subterráneos y sale luego a la superficie en cualquier lugar inesperado.

Ya va siendo hora de recuperar la impresionante figura del gran poeta Tristan Tzara y situarlo en el lugar que le corresponde. Vamos un siglo tarde.

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