«La muchacha ebria», un poema de Efraín Huerta

Efraín Huerta.

Efraín Huerta durante su juventud.

Efraín Huerta (Guanajuato, 1914 ― Ciudad de México, 1982). Fue un poeta mexicano fuertemente influido por el surrealismo.  

Durante su juventud militó en el Partido Comunista Mexicano, del que fue expulsado  en 1943 tras ocho años de participación. De este período provienen algunos de sus poemas más políticos, comprometidos ya sea con las causas que abrigaba mundialmente este partido como con sus líderes más icónicos tras viajar por los países del bloque soviético.   

Huerta formó parte de la revista Taller desde 1938, publicación que aglutinó a varios de los poetas de su generación como Rafael Solana, Octavio Paz o Alberto Quintero. A partir de aquella época incursionó en el otro oficio que practicó todo su vida, el periodismo, en tareas como reportero, reseñista, editorialista, crítico de cine, entrevistador o cronista de espectáculos. 

Entre su bibliografía escribió los ensayos Maiakovsky, poeta del futuro (1956) y La causa agraria (1959). Mientras que en poesía publicó los volúmenes Absoluto amor (1935), Línea del alba (1936), Poemas de Guerra y esperanza (1943), Los hombres del alba (1944), La rosa primitiva (1950), Poemas de viaje (1953), Estrella en alto y nuevos poemas (1956), Para gozar tu paz (1957), ¡Mi país, oh mi país! (1959), Elegía de la policía montada (1959), Farsa trágica del presidente que quería una isla (1961), La raíz amarga (1962), El Tajín (1963), Poemas prohibidos y de amor (1973), Los eróticos y otros poemas (1974), Estampida de poemínimos (1980), Transa poética (1980), Dispersión total (1985). 

«La muchacha ebria» forma parte del libro De Los hombres del alba (1944), considerado, probablemente, el de mayor importancia en su producción poética debido a la incorporación del paisaje de la capital mexicana, esbozando a través de un puñado de imágenes el naciente caos de su crecimiento décadas atrás. 

Este texto ha sido tomado del volumen Poesía completa de Efraín Huerta, editada en México D.F. por el Fondo de Cultura Económica en 1988.


LA MUCHACHA EBRIA

Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.
Todo esto no es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche,
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y misterioso, sofocante desgaste.
Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y melancolía
me hirieron como el llanto purísimo,
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas,
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche —y era una santa noche—
me entregara su corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea martirizada.

Ah la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!

 

 

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