Un adelanto de «Molina, la literatura chilena soy yo» de Guillermo Enrique Fernández

 

Guillermo Fernández

El poeta y docente universitario chileno Guillermo Enrique Fernández.

 

Guillermo Enrique Fernández (Santiago de Chile, 1966) es licenciado y máster en Filosofía por la Universidad de Chile. A lo largo de dos décadas ha sido profesor en distintas instituciones de educación superior chilenas como la Universidad de Chile, la Universidad Diego Portales, la Universidad de Talca, la Universidad Andrés Bello y la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), entre otras.

En paralelo a su trayectoria docente, también se ha dedicado a fomentar la creación literaria entre los jóvenes con los talleres «Pata enlopsico» al interior de la Escuela de Psicología de la Universidad de Talca y «Banca rota» en el Bachillerato de la Universidad de Chile, al mismo tiempo que estos propiciaron numerosos recitales poéticos.

Fue miembro fundador del directorio de la Fundación de Rokha y participó de la recopilación de material inédito del volumen dos de El orden visible de Carlos de Rokha.

Su producción como autor se inició con la recopilación poética Trinervo (2001), en la que se reunieron los libros inéditos El desencadenamiento de la caja negra (1993), Descalzado de culpa (1997) y Silencio a dos gritos (1998). Posteriormente continuó con Estado decepción (2010). Un año más tarde incursionó en el género del aforismo con Barbarus, diario de Pirque (2011).

Dentro de la última década, de su autoría han aparecido los volúmenes de poesía Camino de la bala (2013) y Ciencia Lugubris (2017).

A mediados de 2019 obtuvo el segundo lugar en el Primer concurso nacional de poesía Aristóteles España, organizado por el Municipio de Castro (Chiloé), con el libro inédito Molina, la literatura chilena soy yo, el cual formará parte de una edición junto a los otros dos volúmenes ganadores en los próximos meses.

El «ágrafo» chileno

El chico Molina en París.

El chico Molina en uno de los tantos puentes que cruza el río Sena, durante su primer y único viaje a París en 1973. Ahí se encontró con el escritor Jorge Edwards, el cineasta Raúl Ruíz y el poeta Waldo Rojas.

Eduardo Molina Ventura o más conocido como el «chico» Molina (Santiago, 1913-Lo Gallardo, 1986) tuvo la suerte de codearse con las dos generaciones más importantes en la literatura chilena del siglo XX: la del 38 y la del 50. Si bien es cierto que, sus compañeros escritores lo veían como uno más, especialmente los de la segunda hornada, al punto que, incluso lo tomaron como referencia por sus potentes argumentaciones de sobremesa, los diversos testimonios atestiguan que este hombre murió sin que se le conociera obra alguna terminada y menos publicada, con una mala fama de mitómano a tiempo completo, es decir de gran fabulador, condición que para algunos podría ser considerada imprescindible para escribir.

A lo que habría que sumarle supuestas colaboraciones dispersas, su modestia a la hora de firmar prólogos, el uso de seudónimos nada esclarecidos en prensa y el descuido del propio Molina para administrar un archivo personal. Aunque fue la amistad la que le permitió dejar una huella en este mundo. Fue amigo de Vicente Huidobro, Teófilo Cid, Stella Díaz Varín. Influyó como lector experimentado en libros decisivos de Efraín Barquero y Jorge Teillier. Por consiguiente, gracias a la innumerables historias en torno a él, sobrevivió a la muerte en las páginas de recuerdos del mismo Teillier, Eduardo Anguita, Luis Oyarzún, Enrique Lihn, Jorge Edwards, Alejandro Jodorowsky o en algún verso de Nicanor Parra. Probablemente, la que más circula es la que refiere que, por una temporada, estuvo mostrando avances de una novela a sus colegas más jóvenes, a quienes leía fragmentos que los deslumbraban, pues creían estar frente a un genio de la literatura. Al poco tiempo, uno de ellos descubrió la treta: el propio Molina traducía desde una versión francesa párrafos completos de El lobo estepario (1927) de Hermann Hesse, sin traducción en esa época al castellano.

La vida de Molina ya ha provocado libros completos como es el caso de Ventura y desventura de Eduardo Molina. Materiales para una biografía (2008) de Alfonso Calderón o Viaje al corazón del cielo (2010) de Enrique Lafourcade. Incluso, su «fama», trascendió las fronteras de Chile, ya que el escritor ecuatoriano Luis Alberto Bravo le dedicó varias páginas de su novela Hotel Bartleby (2013), considerándolo un auténtico «espíritu Bartleby», tal como los que recogió años antes Enrique Vila-Matas en aquella cartografía mundial de escritores que optaron por el silencio titulada Bartleby y compañía (2000), acerca de los epígonos de la desidia que caracterizó al famoso personaje de Herman Melville.

Una década después de su muerte, se dio a conocer Eduardo Molina Ventura, un poeta mítico (1996), un libro de poesía de apenas 58 páginas, extraído de los supuestos cuadernos de Molina, tarea que realizó su amigo Miguel Ruíz.  Más recientemente, se publicó Del otro lado del espejo (2017), volumen también a cargo de Ruíz, que vino a representar una versión definitiva y más depurada de su poesía completa y algo de su prosa.  

 

A continuación, presentamos una selección de varios poemas que integran esta versión libre sobre el chico Molina, que su autor Guillermo Enrique Fernández nos ha cedido para su difusión. Para leerlos de debe desplegar el enlace de abajo.

…………….I

Yo soy el chico Molina,
el escritor sin obra.
Soy nadie en la poesía chilena,
ya lo dijo Marchant
yendo al encuentro de desolación.
Soy el que marca la ruta a sus compañeros
que me reconocen
y toman conmigo en la Unión Chica
pero que me dan la espalda al primer cobro de un premio.
Soy el que siempre está
aunque nadie sabe por qué
y no se extrañan.
Entonces sé que mi labor tiene algún sentido.

La virtud se demuestra en los actos
y mi acto es estar parado en todas las esquinas
por donde deambula la literatura chilena.
A veces pienso que, también,
soy un cafiche
pero rápidamente me doy cuenta
que ni yo sé bien de qué vivo.
Eso se disuelve tras mis refinados ademanes
y la vida me conversa con cenas y halagos
de mis obras que tienen nombre,
pero que no podrían estar escritas en ninguna parte.
Descubrí hace tiempo que la mejor obra
es la que no se escribe.


…………….II

Yo soy el chico Molina
creador del cielo y de la tierra,
del cielo y de la tierra en la literatura chilena,
y del mar, también.
Yo le indiqué a Huidobro los puntos cardinales
y se me afrancesó,
pero yo también me afranceso,
la literatura chilena se afrancesa.
No ven que la ciudad luz está en otra parte
y se hace imperiosa para escribir,
para no andar a tropezones con los bultos.
Porque son bultos los que arrastramos,
y se hace necesario que se hagan visibles de modo celeste.

Vicentito tenía que caer mecido por el aire en París.

Los fantasmas-bultos se convirtieron en aire
y su traductor fue Huidobro.
He de confesar que yo le hablé al oído
como un hermano le habla a su hermano.


……………III

Yo soy Eduardo Molina
el liliputiense de la literatura chilena,
nunca Eduardo Anguita ni Gonzalo Rojas me miraron hacia abajo.
Soy el espejo roto en que se miran las letras nacionales,
fragmentos pequeños astillados
en las manos de la burguesía.
Ruptura de bocas en la academia
que se alimenta de mentiras
parecidas a las mías.
Pero las mías tienen estilo.
Estilos siempre novedosos
en los cuales se eclipsan Pezoa Véliz
y su descendencia.
Yo los reúno a todos
para que nadie quede fuera de mi fiesta literaria
¡no iba a ser de otro modo la cosa!,
desde chico aprendí a ver bajo el agua.


……………VII

Yo soy Eduardo Molina Ventura,
algunos creen que soy el hombre imaginario de Parra
y puede que alguna vez yo también lo haya creído.
Más bien soy el amigo imaginario de todos los niños y niñas chilenas
que, sabiéndolo o no,
se encaminan por el rumbo literario.
¿Que cómo puedo demostrar esto?
Escuchen mis historias
más reales que la caída del imperio romano
y más visionarias que las profecías de San Juan.
En mí confluyen cinco de los siete dones del espíritu santo:
don de sabiduría, don de inteligencia, don de consejo, don de fortaleza y
don de ciencia.
El don de piedad y el don de temor de Dios
se los dejo al cura Valente
para no dejarlo sin nada.


……………VIII

Yo soy el chico Molina y siempre he querido ser el chico Molina,
ser aquel que sepultó definitivamente al surrealismo.
Algunos no entienden el heroísmo de ese acto,
no entienden la destrucción que posibilitará la construcción de nuestra literatura
cuyo eje será la diferencia, la aporía
que dejará su huella, su impronta como una marca en la biblioteca universal.
Mis discursos son visiones apegadas a la tierra,
caminos que salen de mi boca conectados con el cosmos.
Soy una especie de espía portátil
con la mirada y el ojo del experto.
Miento, es verdad, miento,
pero en nombre de un destino mayor.
El sacrificio en mi boca tiene sentido,
tiene futuro, porque sépanlo en este momento u otro,
volverán a mí, volverán a la pregunta que yo realicé
cuando tuve conciencia de nuestro mundo.


……………XIII

Io sono il piccolo Molina
Se non è vero è ben trovato.
Así la literatura chilena ha encontrado a su paladín,
su arquetipo inusual, su sentido de ser,
su azar, que es un juego de necesidad
al cual responderé con mi vida
que se extenderá junto al horizonte de la literatura nacional,
trascendiendo mi muerte y trascendiendo los tiempos
en pos de la eternidad.


……………XIV

Je suis le petit Molina
Je suis de mon coeur le vampire.
Al igual que Baudelaire,
me alimento de mí mismo.
Pensarán que me conformo con poco,
pero yo en escasos centímetros
encarno el nexo entre la literatura universal
y la literatura chilena.
La densidad de mi sangre es de tal dimensión
que alimentará a los escritores nacidos en esta tierra hasta
el fin de los tiempos,
y será la válvula que nos ligue más allá de la galaxia
con el destino del universo.


……………XXV

Quisiera hacer una confesión:
yo encarno la unificación de la literatura chilena,
la hago realidad en este devenir de escrituras
más allá del intento de Lastarrias.
Ocupo los nombres simbolizados de los elementos
y no solo el espejo manoseado
de una mala apropiación, que sigue y suma:
D’halmar el Zola chileno
Huidobro el Reverdy chileno,
Juan Emar el Kafka chileno,
Pablo Neruda el Tagore chileno,
Óscar Castro el García Lorca chileno
Carlos de Rokha el Rimbaud chileno,
Jorge Teillier el Esenin chileno,
Raúl Zurita el Dylan chileno,
José Memet el Dalton chileno.
No por lejanía se es mejor,
no por la medida se es mejor,
esa tonalidad no cuenta en el destino
que debemos asumirnos
¿o la literatura es la única copia feliz del edén
a la cual podemos acceder?
Todo es retórica, pero no como mentira,
sino como engaño que nos permite ser y permanecer un rato
en el respiro de esta tierra.

De Molina, la literatura chilena soy yo (2020).

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