Matar la vida desde la invención citadina

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


Portada de El Rincón de los Justos de Jorge Velasco Mackenzie

Editorial: Seix Barral (2023)
Nº de páginas: 228
Autor: Jorge Velasco Mackenzie
Prefacio: Alicia Ortega Caicedo
Posfacio: Raúl Vallejo Corral
ISBN 13: 978-628-7582-73-6
ISBN 10: 628-7582-73-1
Idioma original: Castellano


El Rincón de los Justos (1983) está escrito desde los márgenes. En una retórica provocativa e irreverente. Desafiando las normas edulcoradas del «buen decir». Y con pragmatismo alcanzando que su contenido textual sea una pieza maestra de la literatura ecuatoriana y latinoamericana. Es muy posible que, por eso, Seix Barral lo haya reeditado en el 2023 con el cuidado de Raúl Vallejo Corral y la anuencia de los herederos de su autor, Jorge Velasco Mackenzie (Guayaquil, 1948—Ibidem, 2021), de prolífica producción novelística (sin aludir siquiera a sus cuentos, poemas, ensayos y piezas de teatro): Tambores para una canción perdida (1986), El ladrón de levita (1990), En nombre de un amor imaginario (1996), Río de sombras (2003), Tatuaje de náufragos (2008), Hallado en la grieta (2011) y La casa del fabulante (2014).

Él, oriundo obstinado de Guayaquil, hizo de esta ciudad un personaje de talante evocador sumado a su creación prosística (tal cual La Habana de Cabrera Infante, Lima de Vargas Llosa o Barcelona de Vázquez Montalbán). Precisamente, un segmento de la cartografía guayaquileña es la que se percibe, observa y siente en las páginas de El Rincón de los Justos. La ría, el Estero Salado, las ventas ambulantes «junto a la botica y al cine», el regateo, los meandros nocturnos, la estridencia de bocinas y las luces de neón, el indorfútbol[1], el agitado compás de transeúntes, el sol que abrasa al mediodía, «las casas viejas con puertas que apenas se sostienen en los goznes, con ventanas de vidrios rotos».

En sí, esta novela, que incluye cuatro capítulos, «El cuento de Erasmo» y el «Epílogo», ambientada a fines de los setenta del siglo XX (en el apogeo de la explotación petrolera en el Ecuador) gira alrededor de las asimetrías sociales y las tensiones que aquello provoca. Hay una radiografía de un barrio de invención narrativa: Matavilela, que bien podría ser cualquier barrio del puerto guayaquileño con trasfondo informal, en donde la pobreza se debate con el sentido de subsistencia y la rabia ante la privación permanente. Se plasma una correspondencia dicotómica entre el placer y la culpa, entre la creencia religiosa y lo profano, entre la camaradería y el encono, entre el enamoramiento y la felonía. Velasco Mackenzie declaró que Matavilela viene siendo algo así como «matar la vida que me queda», en concordancia a la escucha en alguna ocasión de una persona común.

Es el planteamiento polifónico de personajes provenientes del tugurio, del despojo, de verdades lacerantes que agrietan cada vez más sus rencores como consecuencia de un tejido clasista que los expulsa de la gran ciudad para desecharlos a las afueras como escoria suburbana. Aunque su capacidad de resistencia colectiva los haga anhelar otro sitio posible de vecindad hacia el sur, en lo que se identifica como los guasmos (tal vez asumiendo la máxima de tomar la tierra para quien lo necesita). Actantes asentados en Matavilela, que hablan con voz propia (primera persona) o son referidos desde una voz omnipresente: Encarnación Sepúlveda, Leopoldina, Chacón, Tello, Narcisa Martillo Morán, Sebastián, el Diablo Sordo-Ocioso, Fuvio Reyes, Mañalarga, Cristof, Marcial, el viejo Rivadeneira, las Damas de la Caridad… Cada uno es un antihéroe, o sea «ese ser que vive la pelea de todos los días sin aspiraciones de grandeza ni trascendencia, muchas veces marginado por una sociedad injusta, en la búsqueda de su identidad en un espacio urbano fragmentado pero absorbente» (Rivadeneria, 2021, pág. 137). Desde sus microcosmos pugnan por reivindicar el acceso a la vivienda, a los servicios básicos, a niveles elementales de convivencia. Por una parte, cabe el sentimiento de añoranza, y por otra, la bronca por la condición indigente. «Matavilela era una zona que se regía por sus propias leyes; alejados del lugar, los agentes del orden veían en esas calles una zona privada, mundo aparte y rojizo donde vivir era caer en el espacio de las vacilaciones» (pág. 78).

Hay la conjugación de un lugar habitado en medio de una línea divisoria que fomenta la exclusión y muerde los entretelones de la miseria. Los conflictos son diarios, así como las necesidades humanas. Al otro lado, en tanto, brilla una expansión urbanística que invisibiliza (o niega) sus bordes geográficos e ignora las solidaridades. Con acento despectivo, Matavilela es incómodamente la zona roja en el corazón citadino.

El Rincón de los Justos acopia la erotización de cuerpos ardientes, el voyerismo de los desheredados al extremo de la cópula, la carnalidad, el sexo crudo. En aquel clima de humedades, se palpa una hostilidad que marca el ritmo argumental, en una técnica que deslumbra e inquieta al receptor. No obstante, la lujuriosa descripción de aconteceres, se redime la imagen beatificada de Narcisa de Jesús, a quien se lo confronta introspectivamente con la otra Narcisa, la salonera del bar, deseada por los hombres ante sus anchas caderas. Así también, la dialogante manera de entender esos otros signos lingüísticos que están distantes al manual de gramática, ya que el manejo jergal es el que se impone como medio expresivo de charlatanes, trashumantes, revendedores, recicladores, discapacitados, malhechores, borrachines, marihuaneros, vagabundos, meretrices en el laberíntico desencanto de la vida. Lo público —como vitrina de desventuras— se asocia con el pequeño mundillo privado, apenas representado por la tugurización social. Desde el nivel diastrático el habla se muestra en carne vital para que sea devorada por sus practicantes: «Y uno se queda mudo, sin entenderlos cuando vienen a pedir trabajo […], queremos una chambita, un camello, una cantera, un carajito y cuentan que recién han salido de la grande, de la sombra, de cana o de canasta, para decir la cárcel. Es otra lengua, y cuando comen jaman, bundean, papean, hacen panza y si se visten se encachinan, se ponen rufas y chumeques, o sea pantalones y zapatos, cruces para las camisas, todo bacán, como le dicen a lo que es bonito para irse a beber o sea chupar, a emplutarse, a entunarse a punta de bielas. Cada vez más distinto, más en nota, vacilando el dato, en onda, grifo, pluto, plutigrifo, o sea borracho y fumado para hacer el amor que ellos llaman tirar, papear, encarnar, fusiliquear, estirarse, acostarse, pegar un polvo, […] y dicen que después de todo eso ruquean o sea duermen, soplan, se van al sobre, al petate» (pág. 135-136).

Prevalece la transgresión del sociolecto, el coloquialismo lúdico, la oralidad de la calle, del prostíbulo, de la celda, de la cantina (cuyo nombre lleva el título de la novela) en donde no sólo paradójicamente se venera a la Santa de Nobol[2], sino que, sobre todo, se exalta y rinde pleitesía a Julio Jaramillo (Guayaquil, 1935—Ibidem, 1978), a través de su canto de pasillos y boleros dispuesta en la clásica rockola para deleite o despecho de los beodos. «La rockola —como canción— vendría a ser para los guayaquileños “despechados” una forma de imaginar, comprender y sentir la pena, que la razón no podría resolver» (Ordóñez Iturralde, 2023, pág. 35). En la novela, la muerte de «El Ruiseñor de América»[3]  se vuelve un recurso contextual verídico, por supuesto, a sabiendas de la exposición ficcional, así, Erasmo rememora los años dorados en su condición de guitarrista del músico popular. La iconografía urbana se entrecruza en el relato: el parque Centenario, el Malecón, el cerro Santa Ana, iglesia Victoria, Mercado Central, Colegio Mercantil, la Gómez Rendón, la Colón o la Seis de Marzo.

El Rincón de los Justos, obra fundamental que orillada en la memoria singular se torna memoria colectiva, fustigando la modernidad falsía en medio de un paisaje urbano exultante, al que cabe como principio fundante lo aseverado por Manuel Vázquez Montalbán: «Todo escritor escribe para orientarse a sí mismo y mucho más si la materia de su escritura es una ciudad».

Velasco Mackenzie, escritor galardonado, rindió tributo a su Guayaquil recóndito y asumió un férreo compromiso con los orígenes locales, con su país, y, sobre todo, obsesivamente con la literatura de rasgo desacralizador, comprendiendo las realidades que le correspondió testimoniar en «la ciudad manglar».

 


[1] También conocido como «indor», que podría tratarse de la adaptación local del anglicismo «indoor». En muchos barrios de Guayaquil, ante la falta de canchas deportivas en décadas anteriores, era común que las tardes de los días feriados o durante los fines de semana los vecinos y sus allegados cierren el paso vehicular en una calle a lo largo de una cuadra, entre sus dos intersecciones esquineras, delante de las que bien se instalaban porterías metálicas portátiles o bien se señalizaban con objetos como piedras grandes, para organizar partidos de una variante popular y de dimensiones abreviadas del fútbol, en el que, incluso, se empleaban un tipo de zapatos y de balón (elaborado artesanalmente) adaptado para las condiciones del terreno, ya sea este pavimento, asfalto, concreto o tierra. En los últimos años esta práctica ha ido quedando un poco en desuso. Paradójicamente, la versión local de este deporte, se practica al aire libre.
[2] Narcisa de Jesús.
[3] Apelativo con el que se conoce a este cantante ecuatoriano, al que también se le suele llamar por las siglas de su nombre: «J.J».

Referencias bibliográficas

Ansaldo Briones, C. (2022). Velasco Mackenzie para todos los tiempos. Kipus: Revista Andina de Letras y Estudios Culturales, 52, pp. 85–93. En: https://doi.org/10.32719/13900102.2022.52.3

Bayot Cevallos, R. (2019, marzo, 06). Jorge Velasco Mackenzie: “Creo que el hecho de la inmediatez, de leer sólo lo que nos gusta, lastima”. Revista Aullido. En: https://aullidolit.com/jorge-velasco-mackenzie-entrevista/

Ordoñez Iturralde, W. (2023). La rockola en Guayaquil. Ensayo sobre la música y la cultura popular del despecho. CR ediciones.

Ríos, P. (2022). El Rincón de los Justos en Pulp Lux. Kipus: Revista Andina De Letras Y Estudios Culturales, N° 51, 23–44. pdf

Rivadeneira, L. (2021). Jorge Velasco Mackenzie: El rincón de los justos. Anales de la Universidad Central del Ecuador, Vol. 1, N° 379, pp. 127-146. pdf

Velasco Mackenzie, J. (2023). El Rincón de los Justos. Seix Barral. Colombia.

Vimos, V. (2015). Símbolo y poder en la novela El rincón de los justos, de Jorge Velasco Mackenzie. Desde el Sur, Vol. 7, N° 2, pp. 239–243.

Zendalibros.com. (2016, noviembre, 23). Vázquez Montalbán y Carvalho, en Sangre en los estantes, de Paco Camarasa. Zenda. En: https://www.zendalibros.com/vazquez-montalban-carvalho-sangre-los-estantes-paco-camarasa/

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