La fobia a la palabra y la palabra de la fobia

Escribe | Malú Huacuja del Toro


La fobia a la palabra y la palabra de la fobia. Taco antifobia de biryani y matoke. Revista Aullido Literatura. Malú Huacuja del Toro. Zohran Mamdani

Remembranzas y reflexiones desde Nueva York sobre el triunfo del alcalde que desafía estereotipos


Me matrimonié de negro en el juzgado de la alcaldía de Nueva York porque, según los preceptos de la doctrina del país profundamente católico del que provengo, yo habría pecado una y mil veces: no llegué a altar alguno siendo virgen, tuve muchos encuentros sexuales, novios, romances y conatos de relaciones serias antes de encontrar al sueño de mi vida —un rascacielos neoyorquino tan rebelde, irreverente y agnóstico como yo, pero en inglés—, me emancipé a los diecinueve años y nunca volví al hogar familiar más que a recoger mis cosas; escribí novelas contraculturales satíricas sobre los valores familiares y demás preceptos convencionales; trabajé como guionista de algunos de los más conocidos y representativos artistas de la diversidad genérico-sexual del México de finales de siglo, esto es, en tiempos en que la homosexualidad era casi un crimen, y nunca aclaré cuál era mi orientación ni con quién me acostaba.

Con semejantes pecados a cuestas, era imposible ir de blanco a mi propia boda, aunque no fuera por iglesia alguna. Después de la ceremonia, mi esposo y yo nos tomamos fotografías fingiendo duda y arrepentimiento, y nos fuimos a emborrachar a una pizzería.

Como si tanto desacato civil y sacrilegio cristiano no bastaran, escribí desde aquí los testimonios compendiados en El álbum de la obscenidad: crónicas y relatos sobre la vida y la guerra en Nueva York después del 11 de septiembre (Plaza y Valdés, 2002), sobre quienes manipularon la información y lucraron con la tragedia (como cuando el alcalde Giuliani mandó los camiones demoledores al World Trade Center en cuanto rescataron los lingotes de oro de las Torres Gemelas, a pesar de que los bomberos insistían en que aún se podían rescatar cuerpos). Estuve en los movimientos de teatros contra la guerra que montaron Lisístrata de Aristófanes por todas partes de la ciudad después de que George W. Bush invadiese Irak por unas supuestas armas de destrucción masiva que después se sospechó que no existían. También participé en el movimiento pacífico antisistémico Ocupa Wall Street. Ahí vi cantar a Joan Báez, y Tom Morello nos deleitó con su guitarra en una ocupación que sacudió al sistema desde sus entrañas porque operó, hasta donde se pudo, de manera genuinamente anarquista: de liderazgo horizontal y rotativo. Después de eso, sobreviví a los embates del cambio climático con la supertormenta Sandy y a la pandemia cuando Nueva York se convirtió en su epicentro mundial y, en fin, creí que ya lo había visto todo…

Hasta esta semana.

Ni en las historias más distópicas y alucinantes habría podido yo concebir que llegaría a ver en mi vida la elección por mayoría de un alcalde socialista y musulmán, y que, además, fungiría como su intérprete simultánea al español en una reunión durante las elecciones primarias. Esto es, que estaría traduciendo y pronunciando en nuestra lengua algunas de las palabras que el macartismo mantuvo proscritas en los Estados Unidos, tales como «socialismo», «derechos de los trabajadores» y, la peor, «sindicato», misma que, además, en inglés, por su parecido fonético con lo que para los norteamericanos quiere decir «mafia» (syndicate) es doblemente repudiada. Cabe señalar que los propios sindicatos se niegan a usarla, de modo que yo tengo que hacer malabares como traductora («organización sindical» o «unión de trabajadores») para que mis destinatarios hispanohablantes me entiendan. Ello, por no mencionar que, en un país construido con mano de obra negra esclavizada, lo que en español es mera descripción, «un hombre negro», en inglés suena a vejación, por lo que he debido saltar los alambrados de espinas históricas, escapando a las percepciones fonéticas para traducir eso y otros vocablos satanizados en cualquier idioma por la islamofobia, el antisemitismo y el racismo en general, cuando su enunciación es en sí un insulto.

Pero, curiosamente, uno de los éxitos de la campaña del próximo alcalde de Nueva York Zohran Mamdani es que la hizo en todos los idiomas que Trump desconoce y para la gente a la que los trumpistas odian, y que fue denostada y silenciada, no sólo por el trumpismo experto en calumniar, sino por su propio partido y sus medios televisivos afines. Por ejemplo, en los programas de comediantes y comentaristas políticos que no simpatizan con Trump, pero tampoco con él, no dejaban de criticar el proceso electoral en las elecciones primarias, por ser, decían, «demasiado complicado».

En efecto, comentario aparte se merece el singular proceso de elección preferencial para las precandidaturas en esta ciudad, que es lo más cercano al anarquismo que se ha inventado dentro del sistema piramidal de voto no consensuado por mayoría, y que tal vez —quiero pensar— sea herencia de lo que lograron los okupas en 2011 y 2012. Con este procedimiento diseñado para contar con una plataforma más amplia de candidatos, la gente tiene la opción de elegir no a uno, sino hasta cinco contendientes, por orden de preferencia. Al final, gana por eliminación el que más porcentaje de preferencias tiene. No se le ve la «complicación» por ningún lado. En cambio, es un sistema que permite lo que los supremacistas blancos y dogmáticos tanto repudian: las medias tintas, los matices y la inclusión racial. Un mecanismo que, como bien nos explicó ya J.M. Coetzee, se acerca más a la forma como vota cualquier ciudadano libre, pensante, que no se toma el voto como un acto de fe, pues no se puede estar completamente con una sola persona y para siempre, a menos que se trate de un voto condicionado por el fanatismo.

Semanas atrás, el emperador Trump había publicado en sus redes digitales antisociales una fantasía generada con inteligencia artificial en la que se le ve sobrevolando la ciudad de Nueva York, específicamente Times Square, y lanzando excremento aguado sobre la población. Si bien esa es quizás la fantasía sexual de muchos políticos, lo cierto es que ninguno se había atrevido a confesarla.

Nueva York le respondió con otra metáfora.

De muchas lecturas, habrá que agregar, pues, una parte, en el corazón del capitalismo financiero, en la sede de la Bolsa de Valores, la población una tendencia anticapitalista. Pero, desde otro prisma, la mancuerna de campaña del musulmán laico fue un judío laico: Brad Lander, quien hasta ahora ha fungido como contralor, que sabe de números y que tiene un plan cuantificable para poner en práctica las principales metas ofrecidas por Mamdani: congelamiento de rentas, vivienda a precio accesible, transporte público rápido y gratuito y cuidado infantil universal.

Lander pone en duda automáticamente la acusación de antisemitismo que, como la fantasía de Trump, caía sobre las cabezas de los votantes. Aun así, en cuanto Mamdani ganó, los medios de incomunicación y las redes antisociales inundaron el mundo con torrentes de estereotipos, de señalamientos que describen lo contrario del objeto indefinido y proyecciones de pánico.

En las calles de Nueva York, en cambio, al día siguiente de anunciado el resultado electoral, la gente se veía inusualmente sonriente. El siempre malhumorado y regañón neoyorquino me cedía el paso en la calle, en lugar de adelantarse casi empujándome, como acostumbra. En los mercados, en el metro, en los restaurantes, entre clientes y empleados, en zonas elegantes y pobres —y vaya que yo las recorro frecuentemente— se percibía el entusiasmo, la mirada cálida y cómplice que te decía: «lo logramos».

Yo nunca antes había comprobado de forma tan palpable una óptica virtual tan desfasada de la realidad. Por una parte, en la pantalla de mi teléfono me anunciaban desde México «la muerte de Occidente» («Una de las peores noticias de los últimos tiempos: el mundo parece condenado a caer en las garras de la cultura más retrógrada, violenta, misógina, antisemita y contraria a los mejores ángeles de Occidente. El que [Mamdani] tenga un colaborador judío no prueba nada, hay muchos judíos muy desorientados», me aseguraba un guionista judío mexicano); o por el contrario, me pronosticaban «el triunfo del capitalismo sionista genocida gracias al timo de la simulación socialista». Pero, mientras tanto, aquí la gente se felicitaba en todos los idiomas por haber derrumbado en un solo día tantos rascacielos de prejuicios y fobias. Para los que querían un islamismo democrático, laico y defensor de la diversidad genérico-sexual, o bien, una izquierda menos identitaria (woke) y más enfocada en los derechos de la clase asalariada, el nuevo alcalde, hijo de la galardonada cineasta Mira NairSalaam Bombay! (1987), Mississippi Masala (1991) y Monsoon Wedding (2001), entre otros filmes—, es hoy una figura que pone a todas las corrientes extremistas de cualquier doctrina, religión e ideología a tratar de controlar la narrativa mundial.

Cuando observaba los fotomontajes de los ataques a las Torres Gemelas junto con la cara de Mamdani como si él los hubiese perpetrado, y diciendo que «a Nueva York ya se le olvidó» (probablemente confeccionados por alguien que ni estuvo aquí, ni sabe realmente cómo fue, ni respiró el olor de la muerte como nosotros), me acordé de cuando Bush nos prohibía decirles «francesas» a las papas. Había que llamarles «papas de la libertad» por la negativa del gobierno francés de aquel entonces de participar en su invasión a Irak. Y, ahora, lo que está prohibido es decir «Golfo de México». No exagero: en febrero de este año, a la agencia de noticias AP se le notificó que se le restringiría el paso a la Oficina Oval de la Casa Blanca por pronunciar el nombre de mi país para esa zona geográfica.

Mientras nos obligan a odiar determinadas palabras, también se nos induce a definir con odio a las personas que son la causa de nuestra desventura, sin las cuales, supuestamente, todo estaría bien. La diáspora de venezolanos afincada aquí huye a Miami para protegerse del «comunista», a quien sólo por palabra ellos identifican inmediatamente con Maduro. Según ellos, Trump es tan magnánimo, que los salvará. En tanto, los israelíes a favor de su gobierno pregonan el fin del mundo como si de Godzilla se tratara.

Lo más curioso de este fenómeno hoy exponenciado infinitamente en Nueva York es que, si estudiaran su significado y su historia, la palabra del objeto odiado que más frecuentemente pronuncian es la que menos define lo que quisieran decir.

En todo caso, al menos hasta el primero de enero de 2026, cuando el insólito triunfador asuma su cargo, los siempre celosos dioses y símbolos de todas las religiones deberán hacer una tregua para convivir en la gran metrópoli, y yo me dispongo a preparar el primer taco de biryani y matoke que tal vez se haya inventado jamás.

No sé cómo lo llamaré.

¿Sera un taco antifobia?

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