Cuentos brutales, antes y después del delirio

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


Salvajes de Sandra Araya

Título: Salvajes (del día después)
Autor: Sandra Araya
Editorial: Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión
Colección: Exósfera
Año de publicación: 2022
Nº de páginas: 123
ISBN: 978-9942-340863
Idioma original: Castellano


Salvajes (del día después) es un libro anestesiado por cuentos intensos (diez en total), que se lee de un tirón, como un ritual necesario que se bendice (o maldice, según lo mire el lente receptor) desde la primera página a través de la lúdica apropiación de los sentidos y hasta de los saberes (con ilusión mitológica). Su autora es Sandra Araya (Quito, 1980), quien descuella además en otro género: la novela con títulos como Orange (2014), La familia del Dr. Lehman (2015), El lobo (2017), El espía, la carnada, el precio (2018), Un suceso extraño (2018) y Los enterramientos, con la cual obtuvo el premio Miguel Donoso Pareja, y que aún está pendiente su publicación.

En el contenido relatístico de Salvajes fabulan seres extraños, inconformes, canallas, olvidados. Pero también, hay otras y otros personajes (sobre todo femeninos) que destellan en medio de la noche, de la selva, del verano, de la calle, de la sórdida habitación, de la cueva, del miedo… ¿Acaso los hombres somos entes con delirio cavernícola?

Qué puede ser más aterrador que la cabeza rodando al margen de cualquier vereda, entre el bullicio y el descontento colectivo frente a la ignominia gubernamental, no obstante, la capacidad de abstracción de las cosas. «Cabeza» que está decapitada de sus otros órganos y extremidades corporales, en tanto, dilucida y alucina probablemente en sus últimas horas de agonía, los motivos que le condujeron a tan macabra situación en donde apenas es un espectador conmocionado por su aberrante muerte.

Llegando a un sinsentido que no vulnera la estética planteada, ya que al fin y al cabo cada estructura narrativa es «tan real que parecía salida de un sueño». Y esto involucra, desde luego, a cada uno de sus protagonistas (a momentos con una reiteración expresiva intencional).

Así, en «Hermanas» el deseo incestuoso se pervierte hasta el exceso de acometer más allá del instinto canibalesco. En la nocturnidad todo es posible. Hasta lo impensable. Primos que fornican con primas, con la anuencia materna. Carreteras polvorientas como vías de escape del averno. Animales devorándose entre animales. Exabrupto que raya en el primitivismo y el desquicio familiar.

¿Es posible asumir un hijo imaginario, en el marco de la tríada madre-tía-hija? En «Mater», Araya lo consigue con tono melancólico, desde la querencia filial. En aquella casa se percibe el encierro, la enajenación, el anhelo en el tiempo que es como «un camino de hormigas que llega a todos los estantes, a todos los rincones, y aunque lo sigas no puedes encontrar su origen, la madriguera, el hormiguero».

Con el artificio escénico que viabiliza la fragmentación existencial, y con un grito conjunto, madre e hijo (otra vez, esa señal evocadora) sobreviven a la rutina, a la desidia de los días (y de las madrugadas) en «Déjà vu». Es la transcripción de aquel período oscuro e incierto de la cuarentena, tendiente a la probabilidad (o no) de un apocalíptico desenlace en la tesitura de los cuerpos y de las almas. La aspiración ingenua y a la vez legítima de dimensionar el mar y el cielo en unívoco vínculo como sólo entienden y conciben sus mismos interlocutores. La búsqueda del horizonte en una apuesta consoladora ante el virus mortal, en plena era digital. Pantallas que demuelen dudas y distancias. Realidades virtuales. Representación y reinterpretación de realidades que reemplazan a las pieles húmedas y a los abrazos perennes: «esta realidad compartida, pero con límites. Compartimentos llenos de soledad».

Así también, una reportera extraviada y/o confundida ante la banalidad del efímero poder en donde abunda el cóctel social (cuya labor de cobertura de los sucesos le causa estupor y vacío), se interioriza accidentalmente en una cimentación subterránea para el funcionamiento del metro como efecto de los signos urbanos de la modernidad, redescubriendo antiguas secuelas de cavernas prehistóricas, a la manera de un «Mamut», con las cuáles se identifica.

En «Un hombre cualquiera», en base a la categoría heterodiegética, un asesinato es asumido por la mujer del difunto como una posibilidad de redención, o al menos, de independencia definitiva. Ante lo cual, para reconocer el homicidio y a su mentor, al concluir la semana explora entre decenas, centenares de ojos anónimos al autor del crimen, que le devolvió a ella el encanto de la vida. Tal vez fue una riña de esquina callejera o quién sabe el motivo del atroz desenlace. Aunque para la difunta este deceso no haya sido demasiado dramático. Ya que dramática fue la sumisión que tuvo que atravesar (y soportar) en el contorno conyugal. Ella quiere retribuir el favor con el mismo gesto violento. A apuñalada limpia. Y lo hace. Aunque no tuviera certeza de que la víctima fuese realmente el victimario. Entonces, decide volverlo a repetir cada viernes, sin remordimiento alguno.

La experimentación intertextual se manifiesta en «Un amor mal resuelto», a partir del entramado clásico de Helena de Troya. La pasión y el delirio-amante también tiene consecuencias que conducen al fuego y a la ceniza. Y es en otra pieza ficcional que el amor alcanza su frontera contraria: el desamor, en torno a «El encargado del paraíso»; una frustrada relación de pareja con sintomatología enfermiza tras la viudez de cada uno (el fantasmal recuerdo), propiciando que el control machista vaya a extremos inesperados en un apartado paraje. ¿Acaso, otro tipo de encierro?

«La loca de las flores en el pelo» nos habla, o mejor aún, nos verbaliza, sobre la diversidad, la identidad de género, el corpus, el sexo, el coito, la vergüenza. El cántico de Safo en su máximo esplendor. Bocas ardientes en medio de la ternura, el girasol, el alcohol, y luego, el llanto «con una herida en la garganta». El suicidio como opción rebelde. El envenenamiento definitivo del corazón. Punto.

En el cierre del cuentario, «Los ronquidos de una ballena azul» argumenta la agresión masculina, y con ello, sino la venganza, la muerte del abusador, apedreado en cualquier lugar. Sin que haya un implicado directo. Aunque sí, más de un/a sospechoso/a.

«Un cuento es algo que se puede sostener en la palma de la mano y tiene vida propia», asevera Luisa Valenzuela, o parafraseando a Ricardo Labra se podría decir que toda ficción es la sensible traducción del mundo. Sandra Araya con el uso del lenguaje claro se apropia de una propuesta de entera concisión adecuando una sobresaliente economía gramatical. Salvajes (obra de revisión obligada para apreciar los códigos escriturales actuales de Ecuador e Hispanoamérica) posee nitidez léxica, aliento en el grafema, cohesión en la forma textual, latido en el predicado, es decir, en suma, «vida propia».
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Araya, Sandra. (2022). Salvajes (del día después). Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, colección Exósfera. Quito.

De la Torre Ayora, Damián. (2022, octubre, 02). Sandra Araya en modo salvaje. La Barra Espaciadora. En: https://www.labarraespaciadora.com/culturas/sandra-araya-en-modo-salvaje/

Labra, Ricardo. (2023, diciembre, 17). El escritor, traductor del mundo. Zenda. En: https://www.zendalibros.com/el-escritor-traductor-del-mundo/

Rojas Vásquez, Andrea. (2023, octubre, 30). Sandra Araya: desterrada y salvaje. Mundo Diners. En: https://revistamundodiners.com/mundo-diners-plus/sandra-araya-2/

Valenzuela, Luisa. (2006). Escritura y secreto. Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey – Fondo de Cultura Económica de España. Primera reimpresión. México.

Varas, Eduardo. (2023, septiembre, 20). Sandra Araya y la búsqueda de lo que queda cuando alguien muere. GK City. En: https://gk.city/2023/09/20/sandra-araya-busqueda-queda-cuando-alguien-muere-premio-miguel-donoso-pareja/

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