«Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte» y tres poemas de Alfonso Alcalde
Escribe | Roberto Bayot Cevallos
«Nací el 28 de septiembre de 1921 en Punta Arenas y también ocasionalmente en la Calle de la Marina, Tomé. En la galaxia de Tomé», así Alfonso Alcalde dimensionaba el valor que adquirió para él y su obra esta pequeña localidad con nombre de cacique mapuche al sur de Chile en su Autoalabanza biográfica, un texto a modo de prólogo de una reedición del poemario Variaciones sobre el tema del amor y la muerte, pocos meses antes de fallecer en mayo de 1992.
Tomé es sólo la punta geográfica desde la que se abarca todo su territorio mítico, comprendido por la franja costera entre Coliumo y Lota, en la que Concepción es su centro, zona a la que este escritor dedicó su etapa más prolífica para narrar la vida anónima de los descendientes de La Araucana de Alonso de Ercilla, los mismos que protagonizaron un minúsculo y olvidado Yoknapatawpha en la región chilena del Biobío. Alcalde una vez reconoció en una entrevista: «Conozco mi país de la cabeza a los pies, y su pueblo compartiendo vidas, dolores, trabajos, masacres, alegrías y resucitamientos»[1].
En el caso de Alcalde (Punta Arenas, 1921—Tomé, 1992), es necesario conocer algunos de los oficios que realizó para sobrevivir a lo largo de su vida , ya que sin una enumeración de estos, sería muy difícil entender la vitalidad con que registró los enredos cotidianos de sus personajes tanto en la poesía como en la narrativa: traficante de caballos, cuidador de animales del circo, guardia de plaza, picapedrero, panadero, diarero, vendedor de libros, pescador, carpintero, contrabandista de cadáveres, mesero, nochero de motel, bisutero, collagista, albañil, inventor de horóscopos, guionista, libretista de radio y televisión, además de que tuvo una larga carrera como reportero en diarios y revistas.
Su debut literario se produjo con Balada para una ciudad muerta (1947), texto que pese a llevar un prólogo de Pablo Neruda consideraba con demasiadas influencias por lo que hizo lo imposible para deshacerse de aquella edición. Más tarde llegaría Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte (1958), probablemente su libro de poesía con que más se lo recuerda y que muchos años más adelante fue antologado en la Guía de la poesía erótica en Chile (1997). En medio de eso dos libros, se plantaría el embrión de un proyecto que amenazaba crecer pantagruélicamente, con la desmesura propia de Pablo de Rokha, con quien en aquella época se le comparaba: «Me leo de un tirón desde un tal Homero hasta el himno de Colo Colo»[2], describió alguna vez Alcalce al referirse a la biblioteca de epopeyas que le servirían para construir la propia. En otra oportunidad reconoció las causas que lo llevaron a centrarse en el Biobío: «Me fui a vivir a los alrededores de Concepción porque pensé que reunía todas las cualidades para escribir un poema épico. Es una ciudad trágica, azotada por terremotos, malones de indios, hasta ha cambiado de lugar, y con algo principal en la época: un rio»[3].
Ya instalado en la octava región chilena, ante la necesidad de subsistir, con cerca de 30 años, encuentra otra vez en la calle la solución: «El periodismo, hasta hoy día, me nutrió de materia prima constante, de seres reales, directos, aliterarios. En la noche cansado como perro recurría a las reservas para entrar en el mundo de la literatura, ese otro país distante»[4].
Ocurren dos hechos que determinarán la médula definitiva del libro. Continúa hinchando el mamotreto hasta que un día lee un ensayo sobre el poeta William Carlos Williams, revelación que le ayuda a organizar parcialmente los fragmentos del gigantesco mosaico: «Vivía dentro de un verdadero rompecabezas. Y así fue y sigue siendo una especie de modelo para armar de distintos modos»[5]. Pasaba meses angustiosos en que la incontinencia del proyecto lo devoraba y aparece un segundo hallazgo, que, quizás, fue el causante de que le encuentre el reverso al asunto: La Araucana de Alonso de Ercilla, poema épico que relata la Guerra de Arauco entre españoles y araucanos por la conquista de Chile, justo en la etapa donde se sitúa el poema «El espejo inconcluso», que bien podría ser el inicio de la historia no cronológica. «Sería un poema épico con un personaje central –Hilario- la reencarnación de Lautaro. Escribí, escribí, escribí. Sin ningún apoyo. Cada día más loco, cada día más pobre. Fracasado, guardaba mis borradores y no se los mostraba a nadie, me borré de los círculos intelectuales, arrastré mis paquetes con mis originales por años de años»[6]. Por lo que podríamos deducir, que el proyecto en toda la extensión que abarcaba, era un intento invisible de continuar cuatro siglos después con los descendientes de los guerreros araucanos, los hombres despojados de su tierra, en aquel tiempo los trabajadores más olvidados de Chile.
Entre fines de los sesenta e inicios de los setenta publicaría la mayoría de sus obras: los libros de poesía de El panorama ante nosotros (1969) y Ejercicio sobre el tema de la rosa (1969); los cuentos de El auriga Tristán Cardenilla (1967), Alegría provisoria (1968), El sentimiento que te di (1972), Las Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973) y Epifanía cruda (Buenos Aires, 1974); la novela Puertas adentro (1969); los perfiles de Gente de carne y hueso (1971); las biografías Marilyn Monroe que estás en el cielo (1972), Salvador Allende (Buenos Aires, 1974) y Toda Violeta Parra (Buenos Aires, 1974) y los reportajes de Comidas y bebidas de Chile (1972), Reportaje al carbón (1973) y Vivir o morir. El drama de los resucitados de las nieves (1973).
Alcalde postulaba acerca del lenguaje de sus libros: «No se trata sólo de aprender un idioma, sino los idiomas que hay dentro del idioma, el lenguaje literario. Cierto que puedes encontrar sinónimos, pero de ahí a acertar en sus connotaciones, es decir, al lenguaje incorporado a los usos y costumbres, como elemento vivencial, la cosa no tiene solución»[7]. Quizás, debido a ese factor, un escritor de sus características veía casi imposible la opción de ser editado en el exterior, menos aún traducido: por la marginalidad con que se comunicaban sus personajes, por la distintiva riqueza que caracterizaba su habla.
En 1969, Editorial Nascimento publicó la que sería, en buena medida, la recopilación definitiva de sus obsesiones como poeta en El panorama ante nosotros (donde además se incluyó Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte aparecido 11 años antes), la que apenas consideraba el prólogo de una obra mucho más ambiciosa. Ese texto, que en realidad representaba el primero de cuatro tomos de un descomunal poema épico, llevó por subtítulo «El arado de cinco dedos», el cual incluía a 230 personajes en una historia que transcurría durante 400 años, compuesta por alrededor de 100.000 versos en 351 páginas, donde las voces raciman desde el diálogo de dos narradores trascendentales, en un poema coral con distintos registros tonales de los habitantes del Bío Bío, historias orales que los lugareños intercambian, que van desde el canto himnario, pasando por la paya o pareos de cueca, hasta la crónica noticiosa en el que el autor se oculta hábilmente dentro del collage.
Sin embargo, tras dos años de permanecer en librerías, El Panorama ante nosotros había vendido 100 ejemplares y ni que hablar de lo que le pasó a esa edición después del Golpe de Estado en Chile, ocurrido el 11 de septiembre de 1973, en que se hicieron hogueras con bibliotecas y tirajes enteros de libros, incluidos los de Alcalde, quien colaboraba con la Editorial estatal Quimantú donde dirigía la colección Nosotros los chilenos. Cabe mencionar que, el bombardeo al Palacio de la Moneda lo sorprendió durante una visita a Montevideo, a la que había acudido para cobrar las regalías de Vivir o morir, aquel libro no sólo salvó su economía por unos meses, sino que literalmente le salvó la vida. A partir de ese momento, Alcalde empezaría un exilio de siete años que lo llevó primero a Argentina y luego a Rumania, Israel y España. Antes de eso, Alcalde proyectaba escribir al menos tres volúmenes más que continuarían El panorama ante nosotros con los títulos de Oratorio de la guerra, Los ojos que se tragara la tierra y Cantos Pencopolitanos. No obstante, hasta lo que se conoce, por un lado se perdieron una parte de sus avances en el decomiso que hicieron los militares en su vivienda y, por otro, se cree que en adelante no alcanzó a concretarlo en toda su dimensión inicial como producto de sus vicisitudes personales, menos aún a publicarlo.
A su regreso a Chile, a mitad de la dictadura de Augusto Pinochet, escribió su única obra de teatro: La consagración de la pobreza que, en un principio, pretendía contar con 248 personajes y durar 24 horas. Nunca logró verla montada. Recién tuvo una adaptación reducida a tres horas y media en 1995, a cargo de Andrés Pérez en el El gran circo teatro. Durante la década del ochenta, el cineasta Ricardo Larraín adaptó como mediometraje su cuento «Una moneda un seno» con el título de Rogelio Segundo (1983) y hasta se vio en la obligación de hacer de negro literario o ghost writer en la biografía Don Francisco ¿Quién soy? (1987) del conocido animador de televisión Mario Kreutzberger. A la par, continuó escribiendo reportajes en fascículos como Los sicópatas de Viña del Mar, Vivir sin Chile y Redescubrimiento de Neruda; los libros para niños Neruda pregunta, los niños responden y El peregrino del golfo.
Los intentos que, desesperadamente, emprendía no eran correspondidos. Apenas iniciada la democracia envió un proyecto al Ministerio de Educación, ya que quería retomar la colección Nosotros los chilenos que existió durante la década del setenta, petición que no fue tomada en cuenta. Al final de su vida, una vez que había regresado a su querido Tomé, estuvo aquejado por un glaucoma que lo mantenía casi en la ceguera.
Durante los últimos 15 años ha existido un redescubrimiento de Alcalde en Chile, de la mano del que se ha convertido en el mayor experto en su obra como es el caso del investigador y escritor Cristián Geisse. Tal es así que, hoy buena parte de su poesía y narrativa ha sido reeditada en títulos como El auriga Tristán Cardenilla (2011), El árbol de la palabra (2013), Cuentos Completos (2015), El Arado de cinco dedos y otros textos (2015) y Balada para la ciudad muerta (2018). En opinión de Geisse, probablemente, los cuentos de Alcalde no sólo constituyen lo mejor de su obra, sino que algunos de ellos son de los que mejor han abordado la comicidad dentro de la literatura chilena.
Hace pocas semanas se cumplieron tres décadas de su fallecimiento, por lo que hoy con estos cuatro poemas compartimos una pequeña muestra de su obra.
Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte
A. Q. U. E. L. L. O. S
que en los cuartos
circulares se encerraron
y gimieron hasta
silenciar sus ruidos
y luego partieron
y nunca más
volvieron a verse
. E. L. A. M. O. R. L. O. S. R. E. D. I. M. A
A. Q. U. E. L. L. O. S
que copularon
hasta exterminarse
rodeados de humo
una botella vacía, hastío
melancolía
. E. L. A. M. O. R. L. O. S. R. E. S. U. C. I. T. E
A. Q. U. E. L. L. O. S
que ensalzaron
sus odios, la coquetería
y hasta la breve total
ilusión del momento,
y se desnudaron
y enemigos atroces
mordiéronse estrangulados
cantando
y volvieron una y otra vez
sobre sus cuerpos
y jamás los encontraron
. E. L. A. M. O. R. L. O. S. P. R. O. T. E. J. A
A. Q. U. E. L. L. O. S
que fueron
los primeros y los últimos
y no los intermediarios
los consumadores
y consumados
.R. E. C. I. B. A. N. T. A. M. B. I. É. N
.N. U. E. S. T. R. A. B. E. N. D. I. C. I. Ó. N
A. Q. U. E. L. L. O. S
que hablaron el mismo lenguaje
y nunca se entendieron.
Los confusos, los nobles
enamorados entorpecidos
por el amor, los que juraron
fidelidad y cayeron
en la sarcástica trampa
de procrear sin cesar
cada invierno
.S. E. A. N. P. E. R. D. O. N. A. D. O. S
A. Q. U. E. L. L. O. S
soberbios
que rociaron
sus cuerpos con espanto
sepultándose vivos;
los empalagados por la rápida
efímera dicha
nocturna, los frustrados
en el hábito de olvidar
los que no olvidaron y sollozan
alrededor de los retardados estímulos.
A. Q. U. E. L. L. O. S
que oraron al borde de los catres
junto a las rejas que parecían ataúdes
que son ataúdes y en general todos
aquellos que practicaban la indivisibilidad
del ser, la gestación como maldición
la fecundidad por descuido,
los que se multiplicaron
a la deriva de sus grandes derrotas
y huecos permanecieron y vacíos vivieron:
los que encadenaron, ataron, sumaron
compraron o vendieron a una sola mujer
crucificándola de espaldas todas las noches
solitarias.
A. Q. U. E. L. L. O. S
que flaquearon junto a esos cuerpos
desperdigados al alba como tarros
de basura tintineante, basura volcada por una
jauría de perros hambrientos.
A. Q. U. E. L. L. O. S
que hicieron un culto de la tentación
y tentados se odiaron y tentados también
se amaron hasta con desganado frenesí;
los que estuvieron dentro de sus cuerpos
sólo un momento, desalojándolos después
por todas sus heridas.
Los que habitaron a medias, tímidos
blasfemos de una jornada, los que en una
noche recuperaron el amor de una vida,
los que en una vida como una gota sobre la piedra
perforaron el amor y lo horadaron sin importarles
el tiempo, imperturbables, eternos en su porfía
y luego la piedra, la mujer, se diluyó con la
primera luz del alba, de la muerte, del día.
A. Q. U. E. L. L. O. S
que tuvieron casi como propia
una única mujer
y luego se les escurrió como agua
entre los dedos, como
brasa en la lengua.
A. Q. U. E. L. L. O. S
viudos en repelida sociedad
negros testigos a quienes la muerte
les arrancó la piel, los recuerdos, el olvido
y los descuajó de ojos, mutilándolos
y los dejó bramando entre los muros
lanzándolos por la borda de la sublimidad
del éxtasis,
los que sacudieron la luna,
los que enfurecieron el mar con sus cuerpos
retumbantes, los que apagaron el sol con sus
mordiscos, los que mascaron las estrellas
con sus lenguas, los que acallaron la tormenta
con sus trenzados miembros,
los que soltaron el rayo
con sus estremecimientos,
los que mataron los cráteres, los que
anegaron los ríos con su pobre materia
de amor, los que doblaron el viento
con sus porfiados muslos, los que emparejaron
el aire, después, con sus escombros, los que
cayeron al vacío, entre los abismos, ya diáfanos,
ya puros, inmateriales, ocupando, de pronto
toda la tierra, dejándola al momento, sueltos
grumos del universo, roncos zumbidos entre
las hojas,
piel de las estrellas, esqueletos del
cielo.
Los que utilizaron mutuamente
como puentes para huir
y desbarrancarse en el delirio
y luego se esparcieron entre ellos
como una pesada mancha de rígido aceite;
los que coleccionaron llanto a trasmano,
los que transportaron ese llanto
en trenes verdes abrumados
por la lluvia,
los que deliraron vestidos,
los que callaron, desnudos;
los que revisaron totalmente
el dudoso cadáver de su mujer;
y sólo a ella encontraron;
los que sembraron labios y colgaron piernas
y las fugitivas pirámides del ser inestable, los
que fueron nudos, golpes, los que interpretaron
los golpes y los que los sintieron;
los que fueron mar y cáñamo, utensilios
inolvidables en el juego: esas mezclas satánicas
como el éxtasis y la locura y el hambre
de los cuerpos insaciables, aunque insondables;
los que fueron trigo y garfio, anzuelos fueron:
zapatos, curtidos hitos, los que se trenzaron
y nunca más pudieron vestirse, piernas en los bosques:
afluentes del amor salidos de madre,
dispersos ojos, derretidos los muslos,
desbocados en su petrificación.
Los que sólo se amaron
por amarse, los repelidos posesos que odiaron
el desarme visceral, los que frente al altar
y aun a tiempo, asesinaron; los que hincaron
sus sólidos dientes como desgarradas
huellas en el vacío,
los que fueron violentamente expulsados en
la tarea de la posesión; los que de cuando
en cuando aman en un nicho impersonal de marmóreas
sábanas apenas entibiadas por la vida,
por un lóbrego quejido que siempre llega a destiempo;
los ciegos eternos y los ciegos parciales,
los que ven a medias o simplemente
no se ven, tocándose, inventándose como
pequeños dioses en las pocilgas de burro
.T. O. D. O. S. D. E. B. E. N. S. E. R. P. E. R. D. O. N. A. D. O. S
A. Q. U. E. L. L. O. S
que invocaron
la alegría de vivir
la sagrada unidad familiar,
la armonía de la sociedad,
la esclavitud, la fatalidad,
la mansedumbre religiosa,
los que copularon a destajo
y sin cesar
cuatro días
con sus siete noches
en nombre de la fidelidad absoluta,
del cero total
triturados en el bosque de letras insobornables.
Y el arado de palo, el arado de cinco
dedos, el que redescubre los muertos, el que
deja al aire las osamentas, el sanguinario
cadáver de la noche: la cordura de la locura,
la desesperación como disciplina,
la muerte como artificio,
la vida como un coro de silencio
herméticamente callado.
Y hay que considerar también
a todos aquellos que abandonaron sus pantalones
angustiados de civilización,
los que despoblaron las selvas,
cabalgaron los mares
serenaron los árboles, computaron las heridas
frutales de la primavera, los que huyeron
de la mecanización: los únicos hechos
a mano, tajeados a pie, inscritos en el pasado
con turbio humo humano, los que renegaron
de la rueda, los que ahuyentaron el fuego,
los que sin fuego se quemaron, los que sin manos
reptaron, los que sin ojos naufragaron
los que sin dedos pulsaron el cielo,
hombres cuyo destino y designio
apenas crispó el rocío:
rocío que colmó los mares,
mares que tragaron los ríos,
ríos que estrangularon sus hijos,
hijos de la montaña, nieve salvaje
que con la piel viene navegando, la piel, la piel
del tiempo
.la muerte
.los días
.las horas
.el silencio.
Entonces
aquellos angustiados
de civilización
y mecanismo
que se industrializaron
con el fruto erecto
de sus desesperanzas
.S. E. A. N . C. O. N. S. I. D. E. R. A. D. O. S . E. N
.E. L . R. E. P. A. R. T. O . D. E. L . A. M. O. R
De Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte (1963)
Presentaciones
Siempre quebrados
yacemos
esperando sin apremio
la apresurada muerte.
Pero antes de darnos las manos
500 siglos dormidos por los escombros
miramos sus rotos y polvorientos atuendos.
¿Qué son ahora sino
un aluvión breve
una astilla imperceptible,
siempre de paso, inestables
como una lluvia prendida en el aire
del otoño, sorprendida por los
huracanes y los grises
náufragos de Ontulmo adentro?
En ese hermanable mecanismo
nos miramos de reojo, casi
una paloma, un riel corto
una abandonada cuchara, una mano salobre
como quien dice una limosna del cuerpo
una lágrima de la noche
una hebra de la tierra,
una estrella de la vida.
¿De dónde venimos?
—nos preguntamos—.
¿De qué estricto paradero
de qué lejano límite abrupto
o sereno?
¿De qué maraña solitaria?
¿De qué fuentes apagadas?
¿De qué astutos fuegos
alertas, siemprevivos?
¿De qué cenizas somos aventados?
Recorramos esas distancias,
vaciemos sin descanso los antiguos rostros,
hurguemos un poco
en sus antiguas tumbas predilectas
en todo cuanto existió
en la floresta de la sangre:
encadenados vástagos:
filudos abismos filiales
y la quieta copa urgente
en que nos guardaron sin cesar
—entraña adentro—
en la tibia oquedad
del delirante océano.
Somos una multitud indescifrable
—nos decimos mutuamente—
con heridas imperturbables
heredadas como hábito —repetimos—.
Con palabras nacemos —vecino—
de recia estirpe combinada,
apenas un balbuceo
—más que un eco—
una titubeante luz partida
señalando el inefable
bifurcando camino,
casi una raya
una sola luz socavando los muros
una infinita luz cayendo
lenta, bruñida, agónica
verde en el mortal designio
de la estación, baldándose en
breve imperio, luz al
trasluz mondada
por el ceniciento
y filudo crispado
. amarillo del último otoño.
Cómo nos destruimos —vecino—
tocando cenizas, escuchamos,
cambiando los muertos, vivimos
secando las lágrimas, reímos
rescatando los muertos, morimos!
De El panorama ente nosotros (1969)
Viajeros en tránsito dichoso
Cuando alguien
se despide definitivamente
de los vivos
empaqueta algunos trajes,
sella los libros,
abandona sus íntegras
miserias para siempre
tirando los zapatos
por la borda
y lanza el abismo
cuanto fue: sombras de vaciadas
luces bravías,
espigas que detuvieron fugazmente
el viento y lo hicieron cantar
contra el pecho hirsuto como si el aire
furioso arremetiera la cavidad del cielo:
la suma definitiva de los días
en sus empozados años, la sangre
que le anduvo dando vueltas
y más vueltas, sin pausa, esclava
y fija en su polea eterna
y los ojos que
como una red en la tormenta
del mar recogió visiones,
batallas, filones de la dicha
racimos de vaga plenitud nocturna,
coágulos de gentes.
Estos ojos están gastados por dentro
ancianos de olvidos y de recuerdos
envejecidos en la tarea de retener
catástrofes, martirios, dolencias,
partidas, citas, esperanzas, trabajos,
oraciones, vítores y tormentos.
Esos ojos cumplieron con su oficio:
hurgaron profundamente en la vida
y vieron la brecha, el abismo, la distancia
que separa un día de otro
cuando la noche se extermina
sola en su unidad completa
embistiendo días, fechas, homenajes.
Los ojos
—en la juntura del tiempo—
palparon el abismo insondable
la profundidad del hombre
—agrietada de cabo a rabo—
arañando las entrañas hirvientes
del día natural que partía
y entre ambos (entre el día completo
y la noche rotunda),
una separación, un fragmento
de coro probable y maldito!
Así nos eternizamos —vecino—
viendo por qué efímero poro
por qué clausurada frontera cruzamos los días
cuando la noche
cubre la inmensidad del ser indefenso
tiritando
con los huesos en despoblado
nuevo en el mismo instante que muere
anciano, tan pronto como nace
cual un nudo de soles dando tumbos.
¡Oh flores del universo, flores
humanas, pétalos de piedra sometidos
al rigor de un cuerpo y su galaxia de sudor
y naufragio, vida total entrando en los templos
oscuros, inaugurando el incompleto ataúd del cielo
noche fecundada
y carcomida por las estrellas!
Petrificadas luces
sorprendidas en su fulgor, incendiadas
en un inconmovible núcleo, fugándose
hacia dentro: prisión oscura
otra vez sellada y herida.
De El panorama ente nosotros (1969)
Las 7 virtudes de la poesía
En efecto, vecino, uno mira a los animales
y ellos también parecen observarnos
como si su burlona existencia
pasara a ser un residuo que nos espía
entre los resquicios de los huesos,
¡dolientes bisagras!,
sin entender por completo
nuestros sistemas de comunicaciones,
los signos tenebrosos
y los diáfanos utensilios que chocan entre sí
con los dientes hervidos
como la espuma del invierno en la tempestad!
Loadas sean las vocales y consonantes.
Pero si no obedecen a las verdaderas necesidades
de la creación, y no cumplen con el requisito
de trabajar puertas adentro 15 horas diarias
con cada uno de los elementos terrestres
que figuran en la lista de artículos
de primera necesidad.
Y si no siguen comiendo
del mismo hambre que nos acosa
muriéndose antes del año de nacer,
lavándole los pies a la indeclinable matrona
dueña de casa,
escuchando el rumor
clandestino
rondando en las habitaciones
que separan a los humanos de los humanos
como el insoportable doméstico subterfugio
que se ventea en los dormitorios
y la cocina, en los abruptos mecanismos
del obstinado ejercicio de vivir.
Y si pudiera llegar
a esas caóticas profundidades atravesando
la capa terrestre donde florece el hombre
contra viento y marea
donde la lluvia con sangre sostiene el cielo,
donde cada uno mata su muerte a destajo dos veces
al día: donde el sudor es como el sagrado
testimonio de todas las humillaciones
y las esclavitudes y el rocío que parece
crispar los rostros
y si cada uno de esos tormentos se mostraran
a través de un claro corte vertical
para ver sin prisa cómo las muchedumbres
yacen encadenadas y tuercas son, estrellas son
en sus espléndidas armonías, desavenencias y rechazos
porque ningún hombre está asilado de boca
o de hueso y desde abajo, desde el fondo
de las edades palpita encima de las raíces
levantando las naves
en un aullante coro
que no tiene principio ni fin.
El hombre vive integrándose a través de los siglos
buscando la luz como si una sola mano
por fin rompiera la tierra, irrumpiendo
en el aire con sus bandadas
y si aún más alto volara
como si la humanidad estallara
con ira de soles completos
en soles como toros
es soles desfilando
entre los abismos.
Y también si en todas las bocas fueran
cayendo las verdades eternas
las palabras que no precisan
de signos o misterios
las palabras que como la muerte
casi se explica por sí solas
y que el hombre lleva consigo
como una gota de esa muerte
no para condenarse sino para apurar su alegría
y sentarse a cantar en medio de las multitudes
antes de prenderle fuego a los cielos
que pululan en nuestros ojos.
y si aún entonces en esas precarias circunstancias
el lenguaje fuera apenas una chispa a la deriva
de otros seres que caminan en las oscuridades
de las claridades
y si a través de tan superficiales contactos
se vislumbrara la puerta de una alta poesía:
BIENAVENTURADO sea
el perfil de la especie
uno tras otro millones de veces repetido
en una larga lista con un hueco al final.
BIENAVENTURADO
el escaso de letra
el amplio de sarcófago
el superficial de muerte.
BIENAVENTURADO
el dubitativo de escombro,
el solo de instrumento,
el fácil de llave,
el extremo de lágrima,
el socarrón
de estremecimiento.
BIENAVENTURADO
el cocinero de su oreja,
el jardinero de su hambre,
el carbonero de su pie,
el licuado de sí mismo,
el frenético de ola,
el fantasma de las sílabas.
BIENAVENTURADO
el que lleva el orden en la frente
como espuma,
el lánguido de verdura,
el bermejo de orgullo,
el líquido de eternidad,
el concreto de pétalo,
el duro de ironía,
el insaciable de escepticismo.
BIENAVENTURADO
el diurno de espanto
el nocturno de angustia,
el bestial de uña
el tozudo de célula, el sanguinario de agua,
el bufón de hueso, el jardinero de las terribles
rosas que nadan en las bocas de los muertos.
BIENAVENTURADO
el solo de techo,
el quejumbroso de salario,
el rápido de ira
el blasfemo de garganta, quemada,
el metálico de estacionamiento,
el alfarero de sus recibos atrasados,
el cirujano de sus cordones, el abogado
de las cuerdas de los que se ahorcan
con las nubes.
BIENAVENTURADO
el que inventó la puerta, tapiándonos,
el que fabricó la miel, amargándonos,
el que hizo las manos a su imagen y semejanza
y por dedos, nos puso dientes,
el que cuajó nuestra sangre, el que nos
demandó de toros, enfundándonos en sus truenos.
BIENAVENTURADO
el que nos espolvoreó lentamente entre los abismos
escuchando el zumbido de la especie cayendo
en los acantilados, como granizo,
el hombre, la cantidad, el volumen del negocio,
la cifra redonda, el balance colosal,
la caja de fondos,
el libro de la muerte
con el debe esqueletizado
con el haber fecundo
con la mujer dividida en dos tajadas
en dos mitades exactas con cien gramos de menos.
BIENAVENTURADO
el que inmortalizó el cuervo
encima de otro cuervo.
BIENAVENTURADO
el que no le tuvo miedo
al paradero de la muerte, a su vértigo
a su herradura hueca, el fervor de la canela,
a su butaca principal,
a su ecuación patibularia,
a su sonriente socavón,
a su silencio, a la música de sus piedras.
BIENAVENTURADO
el que en un altar hizo su nido
y voló bajo;
el que tuvo alas de fuego,
el verde de enjambre,
el surtido de pan,
el corto de traje,
el triple de nariz,
el múltiple de ojos,
el insaciable de boca,
el incorruptible de mentón,
el lóbrego de ceño,
el infatigable de labio,
el avaro de oreja,
el increíble de mirada,
el suspicaz de pelo,
el ralo de atmósfera,
el profundo de olfato,
el superficial de frente,
el arcano de hueso,
el sólido de lágrima,
el escurridizo de boca,
el escandaloso de superficie,
el postrero de pie,
el agónico de movimiento,
el impoluto de sangre,
el anexo de saliva,
el incomprendido de lengua,
el sardónico de sexo,
el centinela, el avalador
de la muerte.
Primero fueron las palabras
y después el hombre
naciendo, atrás, entre los labios
más verde que el barro sin hervor
el mar ardiendo y el cielo:
un solo siniestro entro los escombros.
De El panorama ante nosotros (1969)
[1] Trapotte, Carlos. «Alcalde será sepultado frente al mar», La Tercera, 7 de mayo de 1992.
[2] http://www.derechos.org/nizkor/chile/libros/reporter/capVI01.html
[3] Gebert Parada, Lucia. «Vivir en Coliumo», El Mercurio, 9 de noviembre de 1969.
[4] Calderón, Alfonso. «Impresiones» de Alfonso Alcalde sobre la poesía en Antología de la poesía chilena contemporánea. 2003. Editorial Universitaria.
[5] Calderón, Alfonso. «Impresiones» de Alfonso Alcalde sobre la poesía en Antología de la poesía chilena contemporánea. 2003. Editorial Universitaria. Ed.cit.
[6] Calderón, Alfonso. «Impresiones» de Alfonso Alcalde sobre la poesía en Antología de la poesía chilena contemporánea. 2003. Editorial Universitaria. Ed.cit.
[7] De la Fuente, Antonio. «Todos los libros, todos los oficios», La bicicleta, agosto de 1980.