Seis poemas de «Las arpas rotas» y «El bosque de los ausentes» de Sebastián Núñez Torres
Sebastián Núñez Torres (Santiago de Chile, 1984) es un poeta, docente e investigador académico. Es licenciado en Lengua y Literatura en la Universidad Alberto Hurtado. También obtuvo una maestría en Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), a la que se suma un diplomado en Estética y Filosofía en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es tesista del doctorado en Literatura en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
Fue miembro fundador del grupo «Vórtice», que organiza lecturas y encuentros poéticos en Valparaíso, junto a otros poetas de la Quinta región de Chile. También se ha dedicado a la docencia universitaria.
Su primer libro llevó por título El bosque de los ausentes (2015) y se publicó en la Editorial Puerto de escape. Se prevé que en los próximos meses aparezca la plaquette Las arpas rotas (2020), a cargo de Bajo la lluvia Ediciones.
A la hora presupuestada
acudieron los monarcas de la materia.
Trayendo la guerra eterna el Gólgota de las bestias
para los hijos de América,
la que respira con dificultad entre bostezos de fábricas
y ríos vaciados en los páramos del atardecer.
Llegaron en el vientre de aeroplanos
blandiendo las banderas del Gran Reino Transnacional,
en las noches descomunales de los bosques andinos
y las lejanías congregadas en los cementerios minerales de las pampas,
se infiltraron como cauces subterráneos en los valles
mientras el granjero araba la tierra y el gusano dormía plácido en el fruto.
Con la retórica incuestionable de los dólares, dólares por doquier,
erradicando barbarismos y prendiendo las calderas
para poner a fundir la piedra inútil del pasado.
Una legión de colonizadores mentales
repartiendo ídolos de mansedumbre
y eternos deseos órficos
entre las huestes de la lobotomía digital.
Fantoches de la comedia bursátil
que erigieron rascacielos y durmieron la siesta en oficinas
soñando con el dogma del asfalto,
que asaltaron las fronteras como ícaros metálicos sobre rostros despavoridos
y escupieron al sol sin temor a la hoguera de las Vanidades,
que subastaron el pergamino de las latitudes
entre habanos y risotadas de bufones insaciables,
que dieron órdenes de compra y obtuvieron descuento
en los mercados mayoristas de la Felicidad,
avales sonrientes para el crédito del alma, dólares y whisky
en el catecismo absoluto de las Libertades.
Hombres de negocio en los concilios de la Parusía
que establecieron las cláusulas para cuando el desempleado Jesús
venga a pedirles trabajo,
burguesitos afeminados de cuello y corbata bebiendo mocaccinos,
serios padres de familia que tuvieron amoríos dantescos
con empleadas domésticas,
reuniones de directorio, masturbación patricia
y golden retrievers corriendo en las praderas,
que conquistaron a los salvajes con la ferocidad
de la bestia racional capitalista,
una casta pletórica de timadores invictos
exprimiendo los pechos de la usura.
Llegaron en el día estipulado
en los calendarios del presente inmediato,
donde abril no es el mes más cruel
sino otro instante para que se marchiten y se oxiden los geranios.
Pisoteando con la bota de los poderes en marcha
los hombros cansados de Atlas, el miserable,
escupiendo huracanes y delirios prometeicos
como sultanes ingresando a los pueblos
tras un reguero de maravillas babilónicas.
Señores vitalicios del porvenir
ahítos en un festín de uvas feroces,
vírgenes de coños benditos y manantiales del vino
embriagando sus corazones
que son tundras habitadas por relámpagos,
que evacuaron doctrinas en las cloacas
saturadas de la desesperación
mientras duraba el soma de los mercados al alza,
que pusieron a Pandora a servir café,
emplearon a Paimon sin feriados legales
y desataron su propio apocalipsis de dandys descarriados,
uróboros pansexuales del amor dromedario,
arquitectos del jardín ilimitado
llevando sus cornucopias de bolsillo
a través de siglos de apetitos titánicos.
De Las arpas rotas (2020)
Como aquellos infelices
que a los pies del Vesubio
ignoraban la ruina,
viajando como forajidos de ningún lugar
en el lomo de estoicos buses, orugas rechinantes que se arrastran
a través de los intersticios de la columna vertebral de la noche.
En las metrópolis cae la sombra totalitaria
y tiembla la bondad de los pusilánimes
los sin nombre, corderos devorados en una corte de lobos,
parias de la relativa tolerancia a la presencia exasperante
¿Por qué seguimos sin decir nada en este delirio?
Detenidos ante la puerta
con la dudosa intención de habitarnos,
reclamando un puñado de hojas secas
o cualquier palabra que sosiegue el hambre del vacío.
Occidente, luces decrépito
cuando te arrodillas a beber
en tus riberas desoladas.
Entre las cúpulas del ocaso
se desmoronan los siglos
que te ignoran. Y estás solo
en tu festín, en tu hecatombe
de miradas vacías
en la mesa donde ya nadie
volverá a responder
el llamado de la madre.
¿Quién será la diosa de los mercaderes planetarios?
¿Qué esfinge seducirá legiones de narcisos
cautivos en los fractales de vidas caleidoscópicas?
Leviatanes de la estulticia que se ahogaron
en el pantano del éxtasis digital
mientras el viento barría su letargo
de hojas secas marchitando
en los rincones del espacio y el tiempo.
Apatía, déjame descansar al menos
bajo el dosel de la ventana
donde la amada ha rechazado
la plegaria del ruiseñor. Háblame
antes que el silencio se convierta
en el grito de lo inútil.
Ebrios de miradas desafiantes y puños levantados,
al borde de autopistas con el sol burlesco en las espaldas,
en los intersticios de noches pétreas, demencia,
luz gestándose en el útero del neón
en parques bajo el aliento cansado de faroles
y la danza de semáforos en las orquestas de la esquizofrenia.
En las calles de la Gran Ciudad, esquivando estampidas
de automóviles, sulfuraciones de claxon como latidos
en el corazón congestionado del vértigo.
De Las arpas rotas (2020)
Fue una centuria de abrazos espectrales.
Teníamos miedo.
Lloramos en las azoteas del esplendor
mientras la noche organizaba Saturnales
el martes de piedrazos con los Pacos
en cualquier parte
porque éramos todos, los unos y los otros y tú también,
tú, sobre todo tú y un encuentro de cauces
que se pensaban derogados en el seno del flujo.
Éramos hombres de todas las épocas y latitudes,
de todo repertorio de noblezas
y pecados en nombre del Gran Padre.
Y crimen metafísico bajo la falda del origen.
Disidentes del orden en largas jornadas
urdiendo el hilo de los conjuros.
Vociferantes blasfemos en la alquimia
depurada del dolor bicentenario
que vomitaron en los altares de lo Sagrado,
pero guardaron silencio frente a las tumbas.
Bufones absurdos como presencias metálicas
en un mundo de geometrías devastadas.
Ya no quiero que mis días se conviertan
en un páramo donde los cuervos
festinan sobre cadáveres,
el crujido prisionero
en la grieta de los témpanos,
sueños tectónicos de milenios,
cumbres derruidas del viento
donde rondabas como un secreto
que olvidaron las llanuras.
Memoria de acantilados, abrazo de ruinas
en el tiempo devastado de lo informe.
Gritos en el roquerío de las Grandes Alamedas,
ciudades desoladas, máscaras en los carnavales
de la ceniza y la sangre.
Queríamos desatar el nudo de los primeros juramentos,
resucitar luces de constelaciones desmayadas,
cosechar delirios de huracanes
frente a los templos de nuestra edad heliotrópica.
Enjambre de las victorias pírricas, lloriqueo
de menopaúsicas en el púlpito de la imbecilidad,
destino manifiesto, Ángeles de sesenta toneladas
en los suburbios, la cosmogonía del tranquilo horror
en el inicio de los tiempos, centurias, centurias
oxidando el aire en el vertedero de las profecías.
De Las arpas rotas (2020)
…………………………………………………………………A la memoria de algunos
No es inútil recordarte,
como no lo es la canción de los gorriones,
el silencio ancestral de los geranios,
o las hebras rojizas que sobre los árboles
teje el atardecer.
No es inútil escribir tu nombre,
ni viajar sin más rumbo
que el ofrecido por las nubes,
o beber con desconocidos celebrando
simplemente estar vivos otro día en la tierra.
No es inútil entonar las “amadas palabras”
de poetas olvidados,
poetas muertos cuya voz vuelve a nacer
en los labios de aquellos que las pronuncian.
No es inútil buscar entre hojas secas
al fantasma del otoño,
o pasar la tarde entera junto al vaso de vino
haciendo brindis con el reloj de pared.
No es inútil callar un momento,
soñar despiertos con ese valle de tierra blanda
donde la realidad nunca quiso alcanzarnos,
donde nuestros días se extraviaron
como una sombra entre los bosques de olivos.
De El bosque de los ausentes (2015)
Hay palabras ocultas en el silencio
que quisiéramos oír
a través de la distancia,
quisiéramos escucharlas
cuando reparamos en el vuelo de las nubes,
o en la agitación repentina de las hojas
movidas por las manos invisibles del viento.
Pues el silencio es algo más
que un rumor inefable,
algo más que el estruendo apagado
de súbito por la calma;
es también el idioma de aquello
que siempre sospechamos sin jamás descifrar,
el eco de días que pasan
como aves huyendo hacia el fin del mundo,
el susurro de almas en pena
que nos llaman con sus labios deshechos.
De El bosque de los ausentes (2015)
Un día u otro
me marcharé de improviso
hacia un lugar sin nombre
donde aún conserve la tierra
esa extraña majestad
de las épocas antiguas.
Será un viaje solitario,
como el de la rama
flotando en el río,
o el vuelo de un ave
obstinada en alcanzar
la luz desfalleciente del ocaso
Un día u otro
mis pasos serán
los del vagabundo desterrado
cuyo destino son los pueblos
a los que nunca
se termina de llegar.
Será un viaje silencioso,
como el estero
que desciende por el bosque,
como el vuelo de una nube
en el cielo del verano.
De El bosque de los ausentes (2015)