Lo primitivo en seis poemas de Natalia Menéndez
Escribe | David Marroquí Newell
Natalia Menéndez nació en Avilés (Asturias), en 1973. Es Doctora en Filología Inglesa y compagina la escritura de poesía, narrativa y ensayo con la docencia de Lengua y Literatura en un instituto de enseñanza secundaria. Hasta la fecha ha publicado seis libros de poesía: Las Virtudes Cardinales (Ayto. de Avilés, 2007), La nostalgia del caníbal (KRK, 2007), Restos de un naufragio (Universos, 2008), El síndrome Kalashnikov (Trabe, 2012), Invadir Babel (Torremozas, 2017) y Calibán (Torremozas, 2020). También es autora de un libro recopilatorio de artículos de prensa titulado Ciencias Inexactas (Trabe, 2014) y de varios libros compartidos sobre literatura inglesa. Además, desde 2017, ha publicado varios relatos en antologías como Los 52 golpes (Las Consecuencias, 2018), Habitación 2019 (Alternativas, 2018), Miedos (Más Madera, 2019), Palabra Fiera (Más Madera, 2020) o Contigo aprendí (Servicio de Publicaciones Universidad de Oviedo, 2020). En 2006 obtuvo los premios de poesía Ana de Valle exaequo por Las Virtudes Cardinales, y el premio Nené Losada Rico por Restos de un naufragio. En 2007, ganó el Premio Asturias Joven de Poesía por La nostalgia del caníbal.
La poesía de Natalia Menéndez nos transporta a las emociones más primitivas. Entiéndase la emoción primitiva como aquella pura, que rasga la corteza que ha creado la sociedad sobre nuestro ser. Reclama ese ser antiguo, esa consciencia que habita en nuestro interior, lo salvaje que, a través de su eterna lucha, busca su liberación. Calibán representa ese ser primitivo que llevamos dentro, que se intenta domesticar y que, convencido, puede someterse; pero a la hora de la verdad, la sangre se aviva en él, a pesar de encerrarlo en una oscura cueva.
La poeta alude al tiempo, a la libertad y a la carne; el tiempo como algo que constriñe, encierra, pero al mismo tiempo es parte del ciclo natural y de la muerte, cuestiones que, para ser plenamente libres, debemos aceptar, igual que debemos aceptar nuestra dualidad de animales domesticados (vuelta a Calibán) y saber que el límite, está en la carne. Somos aves de paso, como dice en su poesía, y sobre nosotros, tenemos un contador. En cualquier momento se termina la cuenta atrás y se activa la guillotina que dictamine nuestro final, o sirva como su preludio.
EL LENGUAJE DE CALIBÁN ES UN CÓDIGO DE SANGRE OSCURA
Le impusiste un idioma a Calibán
y ahora él muerde tu mano.
Le enseñaste tu lengua
para seguir la línea de sangre trazada,
para postrarse ante el padre,
para no cuestionar al amo.
Sin embargo a veces,
algunas noches,
cuando los lobos aúllan con vehemencia
y el trueno quiebra el silencio,
Calibán olvida tu lengua
y blasfema en la suya,
la lengua de los volcanes y la selva.
Esa lengua de sangre oscura de la madre,
la sangre de la bruja desahuciada,
y se lamenta
en su código salvaje,
se pregunta dónde está la ternura,
el orden de las cosas,
si es posible contener la náusea,
regresar al útero,
volver a nacer.
De Calibán (Torremozas, 2020)
CALIBÁN O LA RUEDA DEL TIEMPO
Ya sé que el tiempo nos convierte en patria,
en crepúsculo o desierto.
El agua se filtra por las paredes de la cueva
donde Calibán se oculta.
Se han librado mil batallas sobre este suelo.
Se ha derramado sangre sobre este polvo.
Ha habido caza,
luchas encarnizadas,
se ha destrozado la siembra,
y Calibán huye
con los pies mojados
y el deseo incorrupto
de morder la tierra.
Cuando la orfandad busque abrigo
tallaremos el destino sobre la piedra,
complaceremos a la fiera,
alimentaremos su ego y amaremos
a toda su estirpe.
Calibán contempla las ruinas
de su desagravio.
Por el sendero que traza la sombra,
la muerte y el tiempo apremian
y aguardan en una esquina,
como animales heridos que salen al paso.
De Calibán (Torremozas, 2020)
WABI-SABI (del japonés)
(O la aceptación de la belleza de las imperfecciones y del ciclo natural de la vida y la muerte)
Seguir vivo a pesar de que el tiempo
derrame su sangre,
desgaste los huesos y me obligue a ver partir
a los que más quiero.
Seguir vivo y amar las cicatrices,
las líneas de expresión
que no son más que las huellas
de cada paso necesario para ser yo mismo.
Seguir vivo y aferrado al polvo del que vengo
aun sabiendo que es el final de la autopista,
y entender que las canas reabren heridas,
que las arrugas oscurecen el espejo
y la calvicie emborrona la belleza.
Seguir vivo y viejo y a pesar de todo
no emprender la huida:
ser soldado hasta el último rescoldo de esta guerra.
De Invadir Babel (Torremozas, 2017)
ALICIA DECAPITADA
Esto no es una carta de despedida, es un aullido,
un hachazo necesario, porque dicen que acumular recuerdos
es una forma inútil de avanzar, pues se gira sobre el mismo eje
y siempre se llega al mismo punto: la herida.
Por eso, para salir del círculo hoy mato tus recuerdos, uno a uno, desincrustando de la piel primero tus palabras,
luego tus olvidos (qué paradoja) y por último
las mil maneras de cerrar los ojos, el batir de alas,
los pájaros negros cayendo como clavos sobre nosotros.
De Invadir Babel (Torremozas, 2017)
Aves de paso
Los hoteles de Europa conservan nuestro rastro,
repiten nuestros nombres,
la plaza Dam, Nyhavn, el río Moldava
y las farolas de aquel parque inglés acumulan misterios,
saben de ti y de mí, guardan secretos de alcoba
y hojas de ruta.
Hubiésemos querido vivir en París,
o saborear una huida bajo un sol alemán.
Incluso ahora, con nuestra silueta
en esas fotos junto a las ruinas,
un recuerdo roto me visita cada día,
y siento que el tiempo que se abalanza sobre los edificios
de la plaza de la ciudad vieja, sobre el foro romano,
sobre el cementerio judío es una sombra que
extiende sus ramas, su desordenada maleza.
El mundo se termina y la vida se derrama
sobre los lienzos de aquel museo,
el agua se desliza sobre los cristales del tranvía
y nosotros, con la maleta hecha y los deseos cumplidos,
hubiésemos querido vivir en Praga,
echar raíces, invadir sus calles, hacer brotar
días escritos en agua con sus amaneceres y sus certezas.
Los hoteles de Europa conservan nuestras huellas
reproducen nuestros miedos,
y tras el regreso ya no somos los mismos.
La vida se termina y el mundo se derrama
y nosotros, con la efímera mirada de aves de paso,
hubiésemos querido morir en Praga,
aunque fuese de amor o de nostalgia.
De El Síndrome Kalashnikov (Trabe, 2012)
Cuello derretido en helado de maracuyá
Tu cuello licuado resulta
escandaloso e infinito
como constelaciones;
tuve que ensuciarme las manos
y cubrir mis ojos desairados
ante el deshielo
para así sobrevivir.
Tuve que vivir una noche eterna,
una noche secreta
llena de palabras.
Aún existe en mi memoria
un asolador recuerdo tuyo al que
debo dar muerte,
un inesperado suspiro de hielo
que vanidosamente oculta
sus cicatrices.
de La nostalgia del caníbal (KRK, 2007)