«Prehistoria», un poema de José Emilio Pacheco

José Emilio Pacheco  (Ciudad de México, 1939Ibídem, 2014) fue un escritor que nos ha dejado un legado de los más valiosos en nuestra lengua provenientes de México. Su obra, representada en múltiples registros a lo largo de cinco décadas, encontró su punto más alto en sus libros de poesía y en su faceta de intelectual comprometido que marcó una época en su país.

Entre sus libros de poesía destacan Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1979), Los trabajos del mar (1983), Alta traición (1985), Miro la tierra (1987), Ciudad de la memoria (1990), El silencio de la luna (1996), La arena errante (1999), Siglo pasado (2000), Tarde o temprano (2010), Como la lluvia (2009), La edad de las tinieblas (2009).

La narrativa de Pacheco está compuesta por los libros de cuentos La sangre de Medusa (1958), El viento distante (1963) y El principio del placer (1972). Además de las novelas Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981), novela corta de la que hace poco se conmemoraron 40 años y que en 2007 fue elegida como la segunda mejor novela mexicana de las tres décadas anteriores, a través de una encuesta de la revista Nexos entre críticos y escritores, situándose detrás de Noticias del imperio (1987) de Fernando del Paso.

Entre 1973 y 2014, se desempeñó como columnista literario en distintos medios escritos (Excélsior y Proceso), con un espacio periodístico que acumuló más de 7.000 entregas y que siempre llevó por nombre «Inventario». En 1980 José Emilio Pacheco fue reconocido por los textos de este espacio con el Premio Nacional de Periodismo en Divulgación Cultural y en 2017 se editó una antología en tres volúmenes con parte de ellos.

Durante su carrera, tanto en su país como en el resto de Hispanoamérica su obra fue reconocida a través de múltiples galardones como el Premio Nacional de Literatura y Lingüística (1991), el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez (1995), el Primer Premio Internacional de Poesía José Asunción Silva (1996), el Premio Mazatlán (1999), el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2001), el Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde (2003), el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2003), el Premio San Luis al Mérito Literario (2008), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009), el Premio Cervantes de Literatura (2009) y el Premio al Mérito Cultural Carlos Monsiváis (2012).

El poema «Prehistoria» pertenece al libro El silencio de la luna (1996), volumen en el que se recogen textos de Pacheco escritos entre 1985 y 1996. A su vez, la versión que presentamos a continuación forma parte de la poesía completa (hasta ese año) del autor mexicano titulada Tarde o temprano (Poemas 1958-2009), publicada por Tusquets Editores en 2010.


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                           1

En las paredes de esta cueva
pinto el venado
para adueñarme de su carne,
para ser él,
para que su fuerza y su ligereza sean mías
y me vuelva el primero
entre los cazadores de la tribu.

En este santuario
divinizo las fuerzas que no comprendo.
Invento a Dios,
a semejanza del Gran Padre que anhelo ser
con poder absoluto sobre la tribu.

En este ladrillo
trazo las letras iniciales,
el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.
La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.
La M es el mar desconocido y temible.

Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.

Habrá jerarquías, memoria, ley:
mi ley: la ley del más fuerte
para que dure siempre mi poder sobre el mundo.

                           2

Al contemplar por vez primera la noche
me pregunté: ¿será eterna?
Quise indagar la razón del sol, la inconstante
movilidad de la luna,
la misteriosa armada de estrellas
que navegan sin desplomarse.

Enseguida pensé que Dios es dos:
la luna y el sol, la tierra y el mar, el aire y el fuego.
O es dos en uno:
la lluvia / la planta, el relámpago / el trueno.

¿De dónde viene la lumbre del cielo?
¿la produce el estruendo? ¿O es la llama
la que resuena al desgarrar el espacio?
(como la grieta al muro antes de caer
por los espasmos del planeta siempre en trance de hacerse).

¿Dios es el bien porque regala la lluvia?
¿Dios es el mal por ser la piedra que mata?
¿Dios es el agua que cuando falta aniquila
y cuando crece nos arrastra y ahoga?

A la parte de mí que me da miedo
la llamaré Demonio.
¿O es el doble de Dios, su inmensa sombra?

Porque sin el dolor y sin el mal
no existirían el bien ni el placer,
del mismo modo que para la luz
son necesarias las tinieblas.

Nunca jamás encontraré la respuesta.
No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo.
Se acabó el que me dieron.

                           3

Ustedes, los que escudriñan nuestra basura
y desentierren puntas
de pedernal, collares de barro
o lajas afiladas para crear muerte;
figuras de mujeres en que intentamos
celebrar el misterio del placer
y la fertilidad que nos permite seguir aquí contra todo
—enigma absoluto
para nuestro cerebro si apenas está urdiendo el lenguaje—,
lo llamarán mamut.
Pero nosotros en cambio
jamás decimos su nombre:
tan venerado es por la horda que somos.

El lobo nos enseñó a cazar en manada.
Nos dividimos el trabajo, aprendimos:
la carne se come, la sangre fresca se bebe,
como fermento de uva.
Con su piel nos cubrimos.
Sus filosos colmillos se hacen lanzas
para triunfar en la guerra.

Con los huesos forjamos
insignias que señalan nuestro alto rango.

Así pues, hemos vencido al coloso.
Escuchen cómo suena nuestro grito de triunfo.

Qué lastima.
Ya se acabaron los gigantes.
Nunca habrá otro mamut sobre la tierra.

                           4

Mujer, no eres como yo
Pero me haces falta.

Sin ti sería una cabeza sin tronco
o un tronco sin cabeza. No un árbol
sino una piedra rodante.

Y como representas la mitad que no tengo
y te envidio el poder de construir la vida en tu cuerpo,
diré: nació de mí, fue un desprendimiento:
debe quedar atada por un cordón umbilical invisible.

Tu fuerza me da miedo.
Debo someterte
como a las fieras tan temidas de ayer.
Hoy, gracias a mi crueldad y a mi astucia,
labran los campos, me transportan, me cuidan,
me dan su leche y hasta su piel y su carne.

Si no aceptas el yugo,
si queda aún como rescoldo una chispa
de aquellos tiempos en que eras reina de todo,
voy a situarte entre los demonios que he creado
para definir como El Mal cuanto se interponga
en mi camino hacia el poder absoluto.

Eva o Lilit:
escoge pues entre la tarde y la noche.

Eva es la tarde y el cuidado del fuego.
Reposo en ella, multiplica mi especie
y la defiende contra la gran tormenta del mundo.

Lilit, en cambio, es el nocturno placer,
el imán, el abismo, la hoguera en que ardo.
Y por tanto la culpo de mi deseo.
Le doy la palabra, la ignominia, el cadalso.

Eva o Lilit: no lamentes mi triunfo.
Al vencerte me he derrotado. [/symple_toggle]

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