¿Por quién doblan las campanas?
Escribe | Jorge Arias
Los artículos de Manuel Puertas Fuertes publicados en esta misma revista, Aullido, el 15 de julio de 2022, «»¡Las 40!», la más reciente traducción de Tristan Tzara al castellano»; y el 5 de febrero de 2024, «Tristan Tzara, Dadá y Surrealismo: la realidad frente a la historia oficial», nos suscitaron vivo interés en la vida y obra de Tzara, que no parece hallar su lugar en el Parnaso.
Tzara no gustaba hablar de sí mismo; pero el retrato que pintó Robert Delaunay dice más del hombre que la crónica. Peinado con brillantina, se abriga con una inusual bufanda; ostenta un monóculo inquisidor, que tanto parece escrutar al mundo como distanciarlo, y está como «encogido dentro de sí mismo» («El hombre aproximado», Canto XII); en sus obras solo encontramos tímidas líneas sobre su vida.
Leímos Les aventures célestes de M. Antipiryne, 1916 -1918 (Las aventuras celestes del Sr. Antipirina), los Sept manifestes Dadá (1918), los Vingt-cinq poèmes (Veinticinco poemas, 1918) Lampisteries (ensayos; literalmente, lugar donde se reparan lámparas de una mina, 1917- 1924) y L’ homme aproximatif (El hombre aproximado o El hombre aproximativo, según traducciones de Alfredo Rodríguez López – Vázquez y Fernando Millán respectivamente). Leímos las informaciones de internet, no siempre confiables y la «Introducción», sin firma, de la edición bilingue y traducción de Alfredo Rodríguez López – Vázquez, 83 páginas densas de datos.
Tzara nació en 1896 en el seno de una adinerada familia judía de Moinesti, pequeña ciudad de Rumanía que hoy lo homenajea, como el más preclaro de sus hijos, con un monumento gigantesco. La obra es una escultura no figurativa de acero y concreto, creada por el escultor Ingo Glass; tiene 25 metros de largo, 2,60 metros de ancho, 10 metros de altura y 120 toneladas de peso. Fue inaugurada el 8 de octubre de 1996.
Los judíos no eran admitidos en la enseñanza pública, por lo que Tzara cursó estudios en colegios privados. Aprendió a tocar el piano y el violín; hablaba francés, inglés y alemán; escribió poemas desde los once años, colaboró en revistas literarias, abandonó estudios de Matemáticas y Filosofía que había comenzado en Bucarest y, a fines de 1915, se radicó en Zurich, Suiza, país que por su neutralidad en la Primera Guerra Mundial (1914 a 1918) se había convertido en refugio y centro de actividad artística e intelectual.
El 14 julio de 1916, el poeta anarquista alemán Hugo Ball, que propuso el nombre de «Dadá» y esbozó un primer manifiesto, abrió en Zúrich un espacio artístico que llamó Cabaret Voltaire. «Cabaret» sugiere espectáculos, noche, alcohol, audacia; «Voltaire» es casi una blasfemia; el cabaret libertario se estrenó un aniversario de la Toma de la Bastilla. Sueltos, publicados en los diarios, difundieron el acontecimiento artistas plásticos como Hans Arp y Kurt Schwitters, que prestaron sus cuadros, mientras que Tzara leyó sus poemas en rumano.
Dadá, como movimiento contrario a todo arte, tenía el precedente del belicoso Manifiesto de Filippo Tommaso Marinetti (1908): «Queremos destruir y quemar los museos, las bibliotecas, las academias (…) un automóvil rugiente (…) es más hermoso que la Victoria de Samotracia». Las ideas de Marinetti, que terminó en la Academia, eran negación mecánica; pero descubrió que podía crearse interés por un arte nuevo convirtiéndolo en noticia.
Con un propósito más radical, el Cabaret Voltaire o Dadá, adoptó como dadaísta, post mortem, a Mijail Bakunin y cambió la inscripción de su tumba en el cementerio de de Berna: «Recuerda al que lo sacrifica todo por la libertad de su país». por la frase, decididamente Dadá: «Quien no se atreve a lo imposible, nunca alcanzará lo posible».
Placas y mármol pueden perecer; el Cabaret Voltaire pudo soñar con la consigna de Bakunin que se lee al final de Estatismo y anarquía (p. 231, Ca Rol Go, Buenos Aires 2004): «En la bandera socialista revolucionaria están escritas, con letras relumbrantes y sangrientas, las palabras: destrucción de la civilización burguesa».
La idea de una destrucción total o casi total de una civilización, después de la cual comenzaría un nuevo Renacimiento, a la vez inocente y sabio, fue realizada por el mundo occidental durante los trece primeros siglos de nuestra era; la muerte y transfiguración, en escala cósmica, está en la cosmología del los estoicos; la hecatombe de la guerra 1914 – 1918, con sus diez millones de muertos, hacía dudar del beneficio de conservar el orden social existente.
La aventure céleste de M. Antipyrine, 1916-1818 (La aventura celeste del Sr. Antipirina) es pura burla. Contiene un libreto teatral de ocho páginas con personajes que se llaman Bleubleu, Coco, M.Cricri, La mujer encinta, Pipi, El director, el Sr.Boumboum, Npala Garroo y La Parapole. Dicen frases tan adecuadas a sus patronímicos como «Dschilolo Mgabati Bailunda»,«Soco Bgai Affahou» y sostienen que «los más estrechos paralelepípedos circulan entre los microbios». El título, que alude a la pirina, antiinflamatorio que la compañía Bayer comercializaba con el nombre de «aspirina» desde fines del siglo XIX, dice la afinidad del autor con llamas y conmoción. «El porvenir es de las bombas» había escrito Bakunin. En el curso de la acción aparece y toma la palabra el mismo Tristan Tzara, como un personaje más, y prefigura sus manifiestos Dadá: «Dadá está en contra y a favor de la unidad y decididamente contra el futuro (…) el arte no es serio».
Muy pronto, mediante sus siete manifiestos, Tzara, por una especie de acelerada usucapión, se enseñorea de la marca de fábrica Dadá y desarrolla la idea. Se lee en sus Manifiestos Dadá, de 1918: «escribo un manifiesto y no quiero nada», «estoy por principio contra los manifiestos», «Dadá no siginifica nada», «el arte es algo privado, el artista lo hace para él», «soy un idiota, un farsante, un fumista», «yo miento», «los verdaderos Dadá están contra Dadá». El texto incluye una errónea operación de aritmética y la palabra «hurle» (aúlla) repetida 150 veces hasta cubrir una página.
Tzara publica de inmediato Vingt-cinq poèmes (1918), que contiene estos versos:
el lector quiere morir quizás
o bailar y comienza a gritar
es delgado idiota sucio
no comprende mis versos grita.
Y estos:
Los microbios se cristalizan
en palmeras de músculos
columpios buenos dias
sin cigarrillos tzantzantzanza
sifounfa mbaah
mbaah sifounfa
Pero de pronto:
yo no recibo regularmente las cartas de mi madre
que deben pasar por rusia, noruega e inglaterra
Suficientes para comprender que los veinticinco poemas no pueden tomarse en serio. Son bromas campanudas de quien sentencia, impávido, que «El arte no es serio».
Terminada la guerra con el triunfo de la Triple Entente y en particular de Francia, que recuperó las provincias de Alsacia y Lorena perdidas a consecuencia de la Guerra franco-prusiana de 1870, París volvía a ser la Ciudad Luz, el centro de las arte y las letras. Tzara y un grupo de escritores jóvenes escribían en Littérature por su rotundo manifiesto y el ruidoso Cabaret Voltaire. Sucedió, corregido y aumentado, lo que Borges explicó así:
A París le interesa menos el arte que la política del arte: mírese la tradición pandillera de su literatura y de su pintura, siempre dirigidas por comités y con sus dialectos políticos: uno parlamentario, que habla de izquierdas y derechas; otro militar, que habla de vanguardias y retaguardias.
(El otro Whitman)
Fraternizaron y Tzara hizo una entrada triunfal en París el 17 de enero de 1920. Fue recibido como Jesús entrando en Jerusalén el día de la Pascua o como un mesías.
Siguió para Tzara una mezcla de cuento de hadas con las conquistas de Alejando Magno. Estrenó el 23 de enero de 1920 su espectáculo dadaísta en el Grand Palais, que había albergado la Exposición Universal de 1900; pasó a la sala Gaveau, donde estrenaron Debussy y Ravel. Siguen presentaciones y filiales Dadá en Rusia, Holanda, Berlín, Hannover, Dresde, Praga, Colonia; el arquitecto y místico Johannes Baader combinó Dadá con demencia. Tzara menciona como interesados en Dadá, en España, a Guillermo de Torre y Rafael Cansinos Asséns; hubo disidencias, excomulgadas como en cualquier culto. Las plaquettes que editó Tzara entre sus obras posteriores, se vieron realzadas con ilustraciones de los mejores pintores del siglo XX: Pablo Picasso, Henri Matisse, Alberto Giacometti, Yves Tanguy, Francis Picabia, Max Ernst, Salvador Dalí, Joan Miró, Fernand Léger. Tzara conoció la alta sociedad, la nobleza, las fiestas, las invitaciones, las conferencias. Fue amante de una célebre Mecenas que también protegió a Samuel Beckett y a Robert Graves; se casó en 1925 con una intelectual sueca, critica de arte, Grete Knutson, que heredaría una gran fortuna y con quien tuvo un hijo y de quien se divorció en 1942; intimó, asimismo, con el alcohol y la cocaína. En una entrevista con Roger Vitrac (1924) Tzara dijo que sus vicios (sic) eran «…el amor, el dinero y la poesía».
Llegó, como es fatal, el momento en que estos fuegos fatuos se apagaron y apareció en la vida de este Peer Gynt, allá lejos pero claro y distinto, el Fundidor. Tzara pudo reexaminar su vida, una vida de luces y sonido, de relegar la poesía a un ceniciento tercer lugar entre sus vicios, muy lejos de las epifanías artísticas de su adolescencia. Quizás soñó rescatar al niño de once años que supo, en su hora de magia, que sería un poeta; y entre los años 1925 y 1931 escribe L’homme aproximatif, dedicado a su esposa y que hasta ahora, en la opinión general, es su Mona Lisa.
El texto es oscuro. Todo poeta aspira a divertir y ser recordado; hay oscuridades sugestivas y poéticas; otras son insípidos nubarrones. Si leemos El poeta pregunta por Stella de Rubén Darío, el lector sabe que el poeta ha amado a una delicada mujer llamada Stella y disfruta de cómo, y con qué arte, se ha trasmutado todo el dolor en poesía sin perder una lágrima. Si nos enteramos que Stella era el seudónimo de Rafaela Contreras, la primera esposa de Darío, comprendemos el pudor del artista que oculta el verdadero nombre de la mujer amada; finalmente, si reparamos en Ligeia, de quien el poeta dice que es la hermana de Stella y además conocemos el cuento de Poe, nos estremece comprender la magnitud de la herida del corazón de Darío. La oscuridad se ha hecho una misteriosa claridad.
No hay luz, no hay una idea central, en El hombre aproximado, que progresa por agregación y nunca anuncia un propósito definido. El texto es más confuso que oscuro: sobre esta obra solo caben conjeturas indemostrables. Creemos o imaginamos que Tzara quiso hacer algo semejante a lo que realizó, desde 1913, Picasso con , que es el collage que superpone técnicas y objetos que, a primera vista, parece que difícilmente alcancen una síntesis. Esta técnica fue usada por un compañero del Cabaret Voltaire, Kurt Schwitters, en cuyas telas se encontraban boletos de ómnibus, botones, pedazos de afiches y periódicos; aparece furtivamente en Vingt-cinq poèmes cuando desliza, entre versos insensatos, su límpido amor por su madre.
Tzara contó en El hombre aproximado el dolor del fracaso y lo mezcló o entretejió con una salmodia de frases aisladas e imágenes arbitrarias que crece por agregación, como un matorral o un arrecife. Didáctico, había enseñado cómo hacer un poema dadaísta, cortando palabras y frases de un diario y luego reuniéndolas en forma de poema; y puso en obra su lección. Como también lo había anunciado, escribió para sí mismo, y se percibe. Huraño y defensivo, ahuyenta al lector, ese idiota.
Las frases que siguen hablan del único tema que le era verdad, su propio fracaso como poeta y su vida insensata de peripecias y aventuras sin rumbo. Entresacamos: «caído en el interior de sí mismo», «el sueño que se llama nosotros», «te engañas a ti mismo el más secreto de todos eres tú el más lejano», «de tu vida sólo te resta la derrota de una evasión frustrada», «he abandonado a mi tristeza el deseo de descifrar los misterios», «he extenuado mi juventud que ya no sabe despertarse», «la blanca esperanza de una muerte próxima», «en el alcohol he encontrado, no solo olvido, la libertad», «Choques y fatigas incalculables para no llegar a nada», «mi cabeza llena de poesía», «de pronto la dura tragedia y el sacrilegio han invadido nuestra vida», «oh ebriedades libradme de los cienos parásitos y del perezoso hábito de vivir», «un sueño florecido de espléndidas inutilidades», «perdido en el útero de si mismo allí donde nadie se aventura».
Al comienzo del poema aparecen estos versos:
doblad campanas sin razón y también nosotros
nos alegramos con el ruido de las cadenas
que haremos sonar en nosotros con las campanas
La mayor parte del poema es de otro tenor:
dispersas en los manojos de llaves de manantiales bajo las alfombras calcáreas
las bandas negras de refranes que merodean vegetan siempre en los (alrededores del sueño)
y las espinas de cristal cantan en el órgano la armazón dorsal del cargo (rumiando sus fuerzas)
Algo le faltaba. La campana es puro metal, sólo el badajo le da vida; solitaria, es campana para siempre. Pablo de Tarso escribió:
Aunque yo hable la lengua de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tenga don de profecía, y sepa todos los misterios, y toda la ciencia y tenga toda la fe en forma que traslade montañas, si no tengo amor, nada soy.
(I Corintios, 13: 1 -7)
Tzara falleció en París, Francia, el 25 de diciembre de 1963. Está sepultado en el cementerio de Montparnasse.