Tres poemas de Dylan Thomas
Dylan Thomas (Swansea, 1914 – Nueva York, 1953) es quizás el poeta británico más «difícil» del siglo XX —un poeta, como él mismo dijo, que escribía «poemas que ni mi propia madre entiende»—, pero es también el más querido. Hay grandes admiradores de Wilfred Owen, de W.H. Auden, de Ted Hughes y de Philip Larkin, pero no se les quiere como a Thomas. Esto se debe, en parte, por supuesto, a su leyenda de poeta maldito y esos dieciocho whiskys terminales; también a su voz resonante, que «conquistó» a los Estados Unidos como antes lo habían hecho Charles Dickens y Oscar Wilde y como volverían a hacerlo, una década después, los Beattles. Pero se trata, sobre todo, de la sensación que tiene el lector de estar ante el último de los vates: aunque cueste a veces desentrañar un sentido y aunque entusiastas de lo claro repudien el intrincado aire de profecía, hay, en el redoble hipnótico de la música de Thomas y en la sombría revelación de sus imágenes, otra forma de comprensión; ese entendimiento sigiloso y entrañable, más visceral que racional, que ha sido la esencia, desde siempre, de la experiencia poética más profunda.
José Manuel Romero Santos es autor de las siguientes traducciones a partir de tres poemas de Dylan Thomas:
No entres dócil en esa buena noche
No entres dócil en esa buena noche,
La vejez debe arder y delirar al acabarse el día;
Rabiar, rabiar contra la muerte de la luz.
Aunque los sabios en su fin entienden que la oscuridad es justa,
Pues sus palabras no espigaron rayo alguno,
No entran dóciles en esa buena noche.
Los hombres buenos, cercana ya la última ola, gritando cuán brillantes
Sus frágiles hazañas podrían haber danzado en un verde remanso,
Rabian, rabian contra la muerte de la luz.
Los hombres fieros, que al sol en vuelo capturaron y cantaron,
Y entienden, tarde ya, que al mismo tiempo lo lloraban,
No entran dóciles en esa buena noche.
Los hombres graves, que cerca de la muerte ven con deslumbrante claridad
Que los ojos ciegos pudieron relumbrar cual meteoros y estar vivos,
Rabian, rabian contra la muerte de la luz.
Y tú, padre mío, allá en tu triste altura,
Maldice, bendíceme ahora con tus fieras lágrimas, lo ruego.
No entres dócil en esa buena noche.
Rabia, rabia contra la muerte de la luz.
Do not go gentle into that good night
Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.
Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.
Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.
Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.
Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.
And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.
Y la muerte no tendrá dominio
Y la muerte no tendrá dominio.
Muertos y desnudos los hombres serán uno
Con el hombre en el viento y la luna del poniente;
Cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos cesen,
Llevarán estrellas en el codo y en el pie;
Aunque enloquezcan, cuerdos estarán,
Aunque se hundan en el mar, saldrán a flote;
Aunque se pierdan los amantes, no lo hará el amor;
Y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
Bajo el airado mar
Los que largo tiempo yacen no morirán como en el aire;
Retorciéndose en el potro cuando los tendones cedan,
Atados a la rueda, no se romperán;
En dos se partirá la fe en sus manos,
Y los males unicornios las recorrerán;
Separados, no se quebrarán los cabos;
Y la muerte no tendrá dominio.
Y la muerte no tendrá dominio.
No griten ya en su oído las gaviotas
Ni rompan ruidosas las olas en la orilla;
Donde nazca una flor no ofrezca ya
su cabeza una flor a los embates de la lluvia,
Aunque estén locas y muertas como clavos,
Las cabezas de los hombres superen a las margaritas;
Arremetan contra el sol hasta que el sol sucumba,
Y la muerte no tendrá dominio.
And death shall have no dominion
And death shall have no dominion.
Dead men naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
And death shall have no dominion.
And death shall have no dominion.
Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;
Split all ends up they shan’t crack;
And death shall have no dominion.
And death shall have no dominion.
No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores;
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.
Negativa a llorar la muerte, en un incendio, de una niña en Londres
Hasta que la oscuridad creadora de la humanidad
Procreadora de pájaro animal y flor
Y de todas las cosas humillante
Diga en silencio el último estallido de la luz
Y la hora quieta
Venga de los mares brincando en su montura
Y entre yo de nuevo en la redonda
Sion de la cuenta de agua
Y la sinagoga de la espiga
No diré siquiera sombra de oración
O sembraré mi simiente de sal
En el más mínimo valle del cilicio para lamentar
La majestad y el fuego de esta muerte infantil
No mataré
Su humanidad diciendo verdad grave
Ni profanaré las estaciones del aliento
Con otra
Elegía a la inocencia y juventud.
En lo profundo con el primer muerto yace la hija de Londres,
De viejos amigos arropada,
El grano ya crecido, las negras venas de su madre,
Oculta por las aguas impasibles
Del jineteante Támesis.
No existe más que una muerte primera.
A Refusal to Mourn the Death, by Fire, of a Child in London
Never until the mankind making
Bird beast and flower
Fathering and all humbling darkness
Tells with silence the last light breaking
And the still hour
Is come of the sea tumbling in harness
And I must enter again the round
Zion of the water bead
And the synagogue of the ear of corn
Shall I let pray the shadow of a sound
Or sow my salt seed
In the least valley of sackcloth to mourn
The majesty and burning of the child’s death
I shall not murder
The mankind of her going with a grave truth
Nor blaspheme down the stations of the breath
With any further
Elegy of innocence and youth.
Deep with the first dead lies London’s daughter,
Robed in the long friends,
The grains beyond age, the dark veins of her mother,
Secret by the unmourning water
Of the riding Thames.
After the first death, there is no other.
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