El paso del mito a la filosofía a través de la escritura

Escribe| Sara Muñoz Muñoz


Artículo publicado originalmente en Témpora Magazine 


¿Por qué la filosofía nace en Grecia? ¿Por qué no en Egipto o Mesopotamia que son civilizaciones mucho más antiguas? Pocos saben que el desarrollo de ese pensamiento racional que lleva a la crítica de la realidad, la filosofía, nace a consecuencia, entre otras cosas, de la utilización de la escritura alfabética en Grecia, y aquí explicaremos las razones. Lógicamente hubo muchos otros factores que hicieron posible esto, como las relaciones comerciales, la formación de la polis griega, el fenómeno de la colonización y la libertad de las ciudades costeras, e incluso la curiosidad innata del mismo ser humano. Pero no entraremos en detalle en estos factores. El siguiente trabajo está centrado en cómo la escritura alfabética llevó consigo el desarrollo de los escritos individuales, de un sistema de comunicación popularizado, que trajo además no sólo un pensamiento crítico y racional, sino las primeras legislaciones de Grecia y con ellas la conformación clásica de las ciudades-estado griegas. Este fenómeno no fue por supuesto homogéneo en todo el territorio griego y la divulgación de la escritura llevó consigo una lenta progresión en el tiempo.

En la Grecia micénica y hasta el siglo VII a.C. existía un concepto mítico del mundo. Un pensamiento que, a través de historias fantásticas y llenas de imaginación, intentaba dar sentido a la existencia humana, dando una explicación del Cosmos, del Universo, y abarcando todos los aspectos de la vida. Los conocimientos míticos se transmitían mediante la tradición oral, pero también desde la literatura sagrada que producía el propio Estado, como pasaba también en otras civilizaciones, como la egipcia. El Egipto faraónico era un mundo cuadriculado, que controlaba minuciosamente cada información y que transmitía sus creencias míticas a través de sus escribas, es decir, de una manera vertical, a la sociedad; y este era el sistema que existía también en el mundo micénico.

La muerte de Sócrates (1787) de Jacques-Louis David. Fuente.

Sin embargo, en el 1200 a.C., con la desaparición de los palacios micénicos y de todo su sistema, conllevó también la desaparición de su escritura. La Grecia continental de los siglos posteriores había perdido completamente el conocimiento de la escritura silábica lineal B tras la caída de los palacios micénicos, que habían utilizado un sistema de escritura limitado a la producción de inventarios y sólo controlado por los escribas, una casta de profesionales. Se dio paso a un mundo griego sin escritura, un mundo «oscuro»[1], donde la tradición oral, la tradición mítica, lo sería todo. Pero la expansión de los fenicios a partir del siglo IX a.C. por el Mediterráneo y las nuevas relaciones establecidas con comerciantes griegos hizo cambiar el panorama. El préstamo más importante que recibieron los griegos de sus vecinos fenicios fue el alfabeto. Se trataba de un alfabeto semítico, que no utilizaba vocales, y que los griegos adaptaron. Así, a mediados del siglo VIII a.C. ya se encuentran las primeras inscripciones en vasos cerámicos, donde se aprecia el alfabeto griego.

Este primer paso de adaptación del alfabeto será crucial para el ‹‹nacimiento›› de la filosofía en Grecia porque, ¿cuál es el primer objetivo de la escritura?; transmitir literalmente la lengua hablada, ser un reflejo, un espejo de la lengua viva, sin añadir nada. En este sentido, la escritura alfabética no ofrece resistencia al ser leída, no atrae la atención sobre sus propias grafías, como ocurre en cambio con los pictogramas chinos, por ejemplo, sino que sólo refleja aquello que se quiere transmitir, la idea, la información, la razón; es, en definitiva, un instrumento pasivo de la palabra hablada. Así, pueden establecerse serias diferencias entre los tipos de escrituras conocidas: las escrituras logo-silábicas, como el sumerio o el jeroglífico egipcio, representan una palabra de la lengua mediante un pictograma con un significado (que puede ser interpretado de manera diferente); en segundo lugar, las escrituras silábicas, como las semíticas o incluso el alfabeto fenicio, siguen sin transmitir literalmente la lengua hablada, y además no usan vocales. Por ejemplo, una palabra en alfabeto fenicio escrita «gdr”, podía pronunciarse «gadar», «geder», «godor», «gadir», etc.; y por último,  el más acabado y perfecto, el alfabeto griego.

Ánfora de Dípilon

Dipylon, Inscripción del 740 a.C. Es la muestra más antigua conocida del alfabeto griego. Fuente.

Esta escritura alfabética se desarrolla en Grecia en un ámbito privado; los comerciantes que habían tenido contacto con los fenicios adoptaban esa forma de escritura de una manera personal. Esto hizo que la escritura alfabética no se hiciera propiedad exclusiva de una clase profesional de escribas ni que el Estado pudiese controlar desde arriba las ideas plasmadas en ella. El uso del alfabeto griego se extendió rápidamente y ya para la segunda mitad del siglo VII a.C. los estados griegos habían reconocido oficialmente el valor de la escritura.

Pero este nuevo avance influyó de manera notable en ese ancestral pensamiento mítico, procedente de la tradición oral, que no podía ser nunca cuestionado ni criticado, ni podía ser tampoco dialogado. Con la escritura griega la explicación mítica del universo se puso por escrito en las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, y en la Teogonía de Hesíodo; pero algo no cuadraba, algo rechinaba en esas explicaciones fantásticas. Incluso hoy en día cualquier información que se transmita oralmente no puede ser tan cuestionada como una idea reflejada en un papel; la tradición oral puede versionarse, cobrar  sentidos diversos cada vez, o cambiar con el tiempo, pero algo escrito es algo inmutable, algo que no se puede cambiar y a su vez es algo que puede ser criticado, que puede ser cuestionado. Lo que había caracterizado a la oralidad mítica era la unidad del ser, la falta de matices, la falta de contraposición a otros pensamientos, la falta de diálogos, de discusiones y de análisis. Y lo que permite al fin la escritura es la observación de la lengua y con ella la autorreflexión de la misma, la crítica, el razonamiento. Esta sería la transición del pensamiento mítico (mithos) al pensamiento filosófico (logos), escrito y observado. Este nuevo pensamiento, sin embargo, no será del todo racional en el sentido actual de la palabra, ya que el mundo griego, a pesar de la escritura y de la filosofía, se hallaría aún inmerso en la concepción de la providencia. Nunca será una razón como la desarrollada en la Ilustración, pero sí sería crucial para la evolución de toda la historia posterior de Grecia.

La apoteosis de Homero (1827) de Jean Auguste Dominique Ingres

La apoteosis de Homero (1827) de Jean Auguste Dominique Ingres. Fuente. 

Por supuesto, todo el desarrollo del pensamiento filosófico habrá que contextualizarlo en la formación de la polis griega, en la que el Estado no es un poder unipersonal, sino un conjunto de individuos, «iguales entre sí»[2] y con «libertad de voz»[3]. Sin ninguna duda, en el plano político siempre habrá una resistencia voraz a la divulgación de la escritura, que puede entenderse por parte de la elite como un instrumento peligroso de profanación de la tradición que siempre les había otorgado a ellos el poder.

Esta transición del pensamiento mítico al filosófico es lo que en la tradición historiográfica se ha llamado «el milagro griego». Se trata, en este sentido, de una civilización que invierte por completo lo que es tradicional en las sociedades contemporáneas de su tiempo, el pensamiento mítico, para desarrollar la razón, la crítica, y con ellas la Filosofía.

 

Bibliografía|

ROCCO RONCHI, «La verdad en el espejo. Los presocráticos y el alba de la filosofía», MADRID: AKAL, 1996.

OSBORNE, ROBIN, «La formación de Grecia 1200-479 a.C.», BARCELONA: CRÍTICA, 1998.

SENNER, WAYNE. M., «Los orígenes de la escritura», México: Siglo Veintiuno Editores, 1992.


[1] Precisamente por la falta de fuentes escritas, al periodo comprendido entre la caída de los palacios micénicos en 1200 a.C. hasta el siglo VIII a.C. se le conoce como «Época Oscura».

[2] Isonomia.

[3] Isegoria.

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