«Oficio de tinieblas» y otros seis poemas de Francisca Aguirre
Francisca Aguirre (Alicante, 1930—Madrid, 2019) tuvo una irrupción atípica en la poesía española, si es que se toma en cuenta que su debut literario con Ítaca (1972) se produjo cuando la autora contaba con 42 años. Sin embargo, esa primera entrega de su obra poseía la suficiente contención e intensidad como para cuestionar los albores del canon occidental —representados por la Odisea de Homero— y reformular la tradición desde otra perspectiva, intimista y reflexiva, en la que la mujer pasa de ser el objeto deseado y motor de cada trayecto del viaje a convertirse en la protagonista del poema, en este caso en la voz simbólica de Penélope tras la que se mimetiza la propia autora.
Desde un principio, con raíz en Ítaca, progresivamente, cada entrega de su obra buscaba aprehender la cotidianidad dentro de espacios opresivos en los que la precisión del lenguaje y la hondura de sus paradojas dan cuenta de las verdades de una poética cimentada en la paciente escritura, sobre todo en su madurez como autora.
Tanto es así que después de Ítaca (1972) publicó Los trescientos escalones (1977), La otra música (1978), Ensayo general (1996), Pavana del desasosiego (1999) y La herida absurda (2006). No obstante, en la última década de su vida se aceleraron las publicaciones de sus poemarios con títulos tales como Nanas para dormir desperdicios (2008), Historia de una anatomía (2010), Los maestros cantores (2011) y Conversaciones con mi animal de compañía (2012). Asimismo, paralelamente, en aquel período su obra empezó a ser recogida en recopilaciones como Ensayo general. Poesía completa 1966-2000 (2000), Memoria arrodillada (2002), Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 (2018) y Prenda de abrigo. Antología poética (2019).
Los textos de Francisca Aguirre que hemos elegido para esta muestra pertenecen al volumen Ensayo general. Poesía reunida (2018), que reúne toda la producción de la poeta entre 1966 y 2017, con prólogo de María Ángeles Pérez López y a cargo de Calambur Editorial.
Ítaca
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¿Y quién alguna vez no estuvo en Ítaca?
¿Quién no conoce su áspero panorama,
el anillo de mar que la comprime,
la austera intimidad que nos impone,
el silencio de suma que nos traza?
Ítaca nos resume como un libro,
nos acompaña hacia nosotros mismos,
nos descubre el sonido de la espera.
Porque la espera suena:
mantiene el eco de voces que se han ido.
Ítaca nos denuncia el latido de la vida,
nos hace cómplices de la distancia,
ciegos vigías de una senda
que se va haciendo sin nosotros,
que no podremos olvidar porque
no existe olvido para la ignorancia.
Es doloroso despertar un día
y contemplar el mar que nos abraza,
que nos unge de sal y nos bautiza como nuevos hijos.
Recordamos los días del vino compartido,
las palabras, no el eco;
las manos, no el diluido gesto.
Veo el mar que me cerca,
el vago azul por el que te has perdido,
compruebo el horizonte con avidez extenuada,
dejo a los ojos un momento
cumplir su hermoso oficio;
luego, vuelvo la espalda
y encamino mis pasos hacia Ítaca.
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De Ítaca (1966-1971)
Paisajes de papel
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Aquella infancia fue más bien triste.
Ser niño en el cuarenta y dos parecía imposible.
Nuestra niñez era una mezcla de comprensión y aburrimiento.
Éramos serios y aburridos.
Recuerdo aquellas tardes; eran como el mundo era entonces:
sin resquicios y tristes.
Ven a mis pocos años observar con ahínco,
tras el cristal opaco, la calle larga y gris;
el sol estaba lejos y era lo único barato,
lo único que traía alegría sin exigirnos nada.
Veo a mi niña, adulta y consecuente
con un programa bien trazado:
crecer, crecer muy pronto, darse prisa
—ser niño era una carga demasiado pesada
para nosotros y para los grandes—.
Solo en verano el mundo parecía asequible,
durante tres o cuatro meses saltar, correr, era la vida.
Lo gris volvía siempre muy pronto.
Un día amanecimos lentas, crecidas,
llenas de miedo, de presente.
Buscábamos palabras en el diccionario
con el afán de comprenderlo todo:
necesitábamos hacer lenguaje.
Algunos nos miraron con asombro,
decían que éramos inteligentes.
Nosotras, durante los dolientes domingos
dibujábamos inseguros paisajes.
Durante mucho tiempo esas fueron todas mis excursiones.
Salir a un campo que no fuera pintados
suponía gastar unos zapatos.
Salir, salir, ese era el sueño,
abolir a las trenzas, inaugurar la barra de labios:
¡mi reino por un trabajo!
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¿Cómo rendir ahora un homenaje a aquellos días?
¿Cómo añorarlos sin desconfianza?
Se arrugaron, igual que los paisajes de papel,
mientras crecíamos hacia este desconsuelo que hoy nos puebla.
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De Ítaca (1966-1971)
Oficio de tinieblas
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Este oficio. Dios mío, tan precario
de ir conjuntando la mirada y el verbo,
este oficio tan de tanteo, tan de sombras
que persiguen la luz como un ahogado,
este oficio de vísceras que ignoran
y sin embargo sienten,
esta revolución de trogloditas
en busca de la unidad tribal,
Dios mío, qué osadía tan irremediable,
qué desatino necesario
este de transmitir la vida boca a boca,
de defender al árbol como a un hombre
y defender al hombre como a un planeta,
como a un astro del que depende
el equilibrio de la constelación,
.Señor,
y defenderlo con onomatopeyas,
con sílabas, palabras.
Palabras nada más ayes, quejidos.
Qué oficio, hermanos míos, qué tarea.
Qué oficio tan humilde y ambicioso,
qué meta inalcanzable,
qué hermoso oficio
para dejarse en él la vida entera.
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De Los trescientos escalones (1973-1976)
Flamenco
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De la tierra,
esa música viene de la tierra,
viene de la contienda, del asalto,
del oscuro atropello
de las arterias del planeta.
Viene de la preponderancia del fuego,
del confuso lenguaje de los yacimientos,
del desconsuelo de los minerales.
Esa música es ciega como las raíces
y es terca como las semillas.
Sabe a tierra como la boca de un cadáver,
viene y es de la tierra:
redobla a geología.
Esa música es parda como la corteza,
compacta como los diamantes.
No dictamina:
solo muestra la voraz certidumbre de lo vivo,
el vértigo que va desde el sustrato
a la calamidad que grita.
Esa música narra el agujero
que delata en los hombres su ascendencia.
Esa música es toda ese agujero,
un sordo abismo que reclama
la primer soledad,
el primer llanto en la primera noche.
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De La otra música (1973-1977)
Epílogo
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¿Y qué pasa cuando un día te levantas y ves que todo ha desaparecido? Las cosas están en su sitio, pero no tienen existencia. Miras la cuchara y el plato y sabes que no sirven. Te acercas al balcón y el aire no te llega. Tal vez el mundo no ha sido más que una alucinación, o mejor todavía, un espejismo, puesto que lo que te rodea es el desierto. Miras, qué vas a hacer sino mirar. El cansancio te ha convertido en una fiera muda. Pero eres una fiera pacífica, domesticada por algo que debió formar parte de lo que se ha ido. Y con todo ello ha debido marcharse también algo de ti. Algo que ni siquiera echas de menos, porque el cansancio te ha horadado y ya solo ocupan tu ser los agujeros.
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Miras en torno tuyo los enseres y sospechas que en un tiempo fueron tal vez tu reino. ¿Tu patria fueron estas desahuciadas materias? Los opacos cojines, los muebles deslustrados, el tiempo apacentándose entre manteles y cortinas.
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Una lluvia desapacible te pega el pelo sobre el rostro. Arrastrando los pies llegas a la ventana; tal vez si consigues abrirla el agua fluirá hacia afuera. Per te quedas con el rostro pegado s los cristales. Hoy todo está vacío, las ventanas no dan a ningún sitio. Cúbrete la cabeza con cualquier harapo y espera, espera entre tus pertenencias: la noche está cayendo y es posible que mañana las cosas vuelvan a su antigua historia y este páramo desolado sea, alguna vez, tu tierra prometida.
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De Ensayo general (1981-1993)
Derivaciones
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Todo esto que llamamos cuerpo
esto que somos que llamamos anatomía
que vamos conociendo poco a poco
y casi siempre mal
.de manera incompleta
y por tanto confusa atropellada…
Todo este armazón que nos soporta
sabemos que contiene muchas cosas
.pero además
contiene algo que
.naturalmente nadie sabe
.ni remotamente
qué demonios es
.pero esa cosa indecible
.inapresable
pero terca desesperadamente terca
.tiene derivaciones
tiene absurdas rutas
.imposibles caminos
y desde luego extrañas convicciones
.agobiantes ansias
retrocesos desesperados.
.Y terrores.
Miedos que nos devoran como buitres
.hasta dejarnos en los huesos
asolados y sin saber a quién pedir ayuda.
Porque el cuerpo nuestro asombroso cuerpo
.no está del todo mal
aguanta lo que le echen.
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Pero lo otro
.eso que apenas entendemos
.y sin embargo nos destroza
.no
está peor que mal
.está hecho polvo
.destruido
Siente que puede reventar como si fuera un perro.
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.Pero no hay forma de ladrar.
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De Historia de una anatomía (2010)
El aliento
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Hay tantas cosas que existen
.pero no las vemos.
.Y sin embargo laten
.viven de una manera tan definitiva
.tan grave y decisoria que
sin ellas no seríamos nada.
Este es el caso del aliento.
.Somos porque alentamos
porque al mirarnos al espejo
.nos delata el aliento
.no el rostro
y ni siquiera la sonrisa o las lágrimas.
.Tan solo nuestro aliento
esa cosa intangible y discontinua
.esa sombra templada
en el espejo
ese pequeño vaho entrecortado.
.Eso somos.
Pero también como en las viejas fábulas
.somos esa respiración que compartimos
esa mínima bocanada de oxígeno contaminado
.que descargamos sobre quien se apaga despacio.
Somos el imposible sueño
.de alentar la concordia
de sostener el peso desmedido
.de la fraternidad de los contrarios
el aliento jadeante de la imposible libertad humana.
No somos más que eso: aliento
.aliento acelerado
en busca de un destino que convierta el vivir
.en algo honroso.
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De Historia de una anatomía (2010)
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