La mujer en las Novelas ejemplares de Cervantes
Escribe| Aurora Marco
Y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las demás resplandeció Preciosa como la luz de una antorcha entre otras luces menores. Y así, corrieron todas a ella: unas la abrazaban, otras la miraban, éstas la bendecían.
La gitanilla, Miguel de Cervantes
Decidimos empezar este artículo con la descripción de uno de los personajes más conseguidos por Miguel de Cervantes: la Gitanilla. Dicha visión y otras muchas nos dará el autor a lo largo de esta obra tan excepcional objeto de nuestro estudio.
Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547- Madrid, 1616) vive a caballo entre dos siglos en los que se concentra una gran riqueza y poder nacional y, al mismo tiempo, la caída en picado de este mismo. Un tiempo transcurrido bajo dos reinados (Felipe II y su hijo, Felipe III), no poco interesantes, que causaron estragos en una sociedad cansada y herida por constantes derrotas y crisis. Cervantes no deja de ser un férreo crítico de su tiempo y de sus soberanos.
El creador del hidalgo más famoso tiene «la suerte» de conocer de primera mano dos caras de una misma moneda. Con esto queremos decir que, aunque estuvo en contacto con la corte, conoció bien el inframundo de su propia sociedad. Su obra es reflejo de un mundo social analizado y vivido por el autor del que no teme denunciar las injusticias. Las Novelas Ejemplares son un buen ejemplo de ello. Aunque la obra protagonista de este artículo ha dado y dará grandes investigaciones, nosotros nos queremos centrar en las mujeres.
A lo largo de los diferentes relatos nos encontramos con diferentes mujeres con mayor o menor protagonismo y con diferentes comportamientos dignos de ejemplarizar. Sin embargo, nos hemos querido centrar en cuatro de ellas. Son cuatro mujeres que actúan como lienzo de cuatro tipos que Cervantes ha querido dibujar. Estas son: Preciosa la Gitanilla, la prostituta Cariharta, la joven Leonora y la desdichada Leocadia.
Estas mujeres, aunque protagonistas de diferentes cuentos, todas representan un mismo tipo, este es el de la mujer objeto. Y, aunque se nos presenten dentro de un cuadro de costumbres, no podemos evitar hacernos la siguiente pregunta: ¿Estas mujeres objeto no pueden haber servido de denuncia por parte de un autor inconforme con este comportamiento hacia ellas? Esta pregunta no es descabellada, puesto que las novelas están configuradas de tal manera que, más que un cuadro de costumbres, parece una sátira hacia todo aquello que está torcido y corrompido en la sociedad. Tampoco nos extrañaría que Cervantes estuviese a favor de una mayor libertad de decisión de las mujeres y que obtuviesen más derechos, o mejor dicho que obtuviesen derechos, sobre sus propias vidas, ya que las propias hermanas del autor se caracterizaron por ser mujeres fuertes que lucharon por su independencia económica, aunque ello les llevase a una dudosa reputación. A pesar de ello, su hermano Miguel, no dejó de apoyarlas.
La primera mujer de todas es la Gitanilla, de la novela cuyo título luce el mismo nombre. Preciosa es descrita por Cervantes como una mujer con una fuerza tanto física como moral evidentes. La Gitanilla, aunque juiciosa y defensora de su propia libertad, está atada por dos mundos que le han formado ese carácter: el gitano y el cristiano. Su madurez es excesiva para sus tan solo quince años, su idea de libertad podría haber sido inculcada por ese mundo gitano errante que, aun así, la vigila. Así lo dice en este fragmento:
Nosotros guardamos inviolablemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del otro; libres vivimos de la amarga pestilencia de los celos. Entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay ningún adulterio; y, cuando le hay en la mujer propia, o alguna bellaquería en la amiga, no vamos a la justicia a pedir castigo: nosotros somos los jueces y los verdugos de nuestras esposas o amigas.
Mientras, ese buen juicio, natural a su origen cristiano, parece venir de nacimiento (no olvidemos que Preciosa es cristiana vieja). Como dice Margarita Schultz, no sabríamos discernir si lo que defiende Cervantes en realidad es Preciosa como mujer o como cristiana. Personalmente, nosotros nos decantaríamos por lo primero.
La segunda mujer es Cariharta. Una prostituta de los arrabales de Sevilla presentada en la novela Rinconete y Cortadillo. Nos llama la atención esta mujer por la situación de maltrato en la que se nos presenta. Cervantes nos describe una realidad aberrante e irónica que empieza con la llegada repentina de Cariharta a la casa de Monipodio. Magullada y herida casi de muerte por su chulo, Repolido, la prostituta pide ayuda para que la venguen y la aparten de «aquel ladrón desuellacaras». Sin embargo, tan pronto como quiere matarle, se convence, o la convencen, de que ese comportamiento es propio del amor. Como dice otra de las prostitutas: «a lo que se quiere bien se castiga; y cuando estos bellacones nos dan, y azotan y acocean, entonces nos adoran; si no, confiésame una verdad, por tu vida: después que te hubo Repolido castigado y brumado, ¿no te hizo alguna caricia?». Toda esta escena acaba con el reencuentro del maltratador con la maltratada. Un reencuentro amoroso y cariñoso, por otro lado.
La escena que acabamos de describir no pasa por alto. Carihara es una mujer objeto, una mujer explotada y supeditada bajo las ordenes de un hombre que la maltrata. Una situación normalizada y que Cervantes, a través de su mordaz ironía, no soporta y denuncia. Tanto Cariharta como el resto de prostitutas están anuladas física y moralmente. Si Preciosa se caracterizaba por ser una mujer juiciosa, estas, al contrario, son mujeres carentes de pensamiento y esclavas de una situación aberrante.
En tercer lugar tenemos a la protagonista de El Celoso extremeño, la joven Leonora. En esta novela se nos presenta a una mujer (o mejor dicho, niña) que a sus tan solo quince años aún no sabe ni sabrá jamás qué es la libertad ni la vida.
Leonora representa a la mujer sumisa, a la mujer con cabeza gacha y las manos sobre las piernas entrecruzadas en señal de obediencia. Leonora está conforme con su situación. Quizás sea la única conforme de todas las mujeres que aparecen en la novela. No le importa que su marido, el vejo y celoso Carridades, la haya enterrado en vida bajo todos esos muros, que la haya apartado de sus padres y del mundo en general.
De esta novela creemos haber hallado dos situaciones de denuncia: la primera, la diferencia de edad que hay entre el viejo Carrizales y la jovencísima Leonora. Este matrimonio no parece tanto entre hombre y mujer como entre padre e hija. Carrizales se acaba comportando como un padre para Leonora. Esta sensación que nos intenta y consigue transmitirnos Cervantes es totalmente nauseabunda. Y la segunda crítica que nos encontramos, cuya relación es inseparable de la primera, es el trato de la mujer como un simple medio: Leonora, dicho de manera informal, ni pincha ni corta en la historia, es un personaje plano porque así la convierten el resto de personajes. Tanto para los padres como para el marido es un medio para conseguir tranquilidad, económica por un lado y vital por otro; para el pícaro Loaysa es una simple meta, un reto personal y, por último, las criadas no la toman como la dueña, sino un medio para conseguir la diversión que tanto desean.
Esa niña cariñosa e inocente que se nos presenta en el principio acaba totalmente anulada por la perversión del resto. Al final es ella, quien sin haber hecho ni pensado nada, acaba pagando los desastres de los demás. Acaba llevando sobre su conciencia la muerte de su esposo, acaba cargando con una relación adultera que nunca ha cometido y acaba cargando, por último, con su encarcelamiento para toda su vida, ya que tras la muerte de su marido se enclaustra en un convento del que no saldrá jamás.
La última mujer de todas las que hemos elegido es Leocadia. La protagonista de La fuerza de la sangre.
Leocadia mantiene ciertas similitudes con Leonora, aunque su historia es totalmente diferente. Ambas son de familia noble pobre, ambas se encuentran en muy tierna edad sin ningún tipo de experiencia en el amor ni en las relaciones con los hombres, ambas, en este sentido, no tienen ninguna experiencia en el campo sexual y acaban teniendo relaciones desagradables en él: si Leonora no llega jamás a conocer lo que es el placer, sino que el sexo es una obligación para con un marido sesenta años mayor que ella; Leocadia sufrirá la peor primera experiencia, pues ella será raptada y violada por Rodolfo, un joven noble, del que tendrá un hijo, Luis, que no pudo ser reconocido por la madre como suyo. Leocadia carga con el castigo de la vergüenza por no haberse guardado bien, pues es culpa de ella y solo de ella su violación y embarazo. Esta situación solo tiene una solución: el casamiento de Leocadia con su violador.
Cervantes utiliza en La fuerza de la sangre una antigua historia que transcurre en Toledo y que pone como ejemplo de una situación que pasaba en su tiempo. La mujer, si pasaba por lo que había pasado Leocadia, tenía tres opciones para recuperar su honra: casarse de forma obligada con su violador (lo que le ocurre a nuestra protagonista), ingresar en un convento o la muerte, normalmente causada por sus progenitores. Podríamos enlazar este personaje con la prostituta Cariharta, puesto que ambas acaban enamoradas de sus maltratadores. Ambas están entre las espada y la pared, aunque una sea por la esclavitud de su honra y la otra por la esclavitud sexual y la pobreza.
Concluiremos el artículo con las siguientes preguntas: ¿Es verdad Cervantes un hombre de su tiempo o, como sus hermanas lo veían, un hombre adelantado socialmente a su tiempo? ¿Podríamos concluir que estas mujeres que acabamos de exponer son ejemplos de lo que se debe o no debe hacer o, por el contrario, son ejemplos de mujeres atrapadas de alguna forma?
Nuestra humilde opinión ya la hemos expuesto: creemos que estas novelas son una denuncia al sufrimiento de la mujer y una defensa a su libertad. Por supuesto, con esto no queremos decir que Cervantes fuese un hombre atemporal, contrario a su época y costumbres, pero sí queremos decir que era un hombre liberal, con un gran sentido de lo que es el amor y el respeto y un férreo espíritu de defensa de aquellos más débiles.