Una muestra de la poesía social de David Ferrez a través de seis textos

David Ferrez (Granada, 1995) con apenas 16 años se traslada al Valle de Lecrín tras una infancia entre los invernaderos que bordeaban la costa. Es graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada. Tiene un Máster en Estudios Literarios y Teatrales y en profesorado. En su labor filológica, ha colaborado para revistas latinoamericanas como Perífrasis, Revista de Literatura, Teoría y Crítica del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes y revistas españolas como Quimera.

Con su llegada a Granada para estudiar filología, se siente fascinado por el ambiente literario. En esos años se convierte en un colaborador habitual de las Jams Sessions organizadas en el mítico Bar-cultural La tertulia.

Realiza sus primeras colaboraciones literarias en revistas latinoamericanas como Bonaria, Primera Página y Palabrerías. En Noviembre de 2019 salió a la luz su primera obra Sudores sin fruto (Paralelo Sur Ediciones) tras obtener el Primer Premio «Draps» de Poesía Social, organizado por el Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Su segunda obra, Los ojos del frío, se prevé que salga a la luz en los próximos meses tras quedar finalista del Premio de Poesía Balanceo.

A continuación compartimos tres textos correspondientes al primer libro de Ferrez y los tres restantes del volumen que significará su segunda publicación.

A Moisés, Isidro, Sebastián y Miguel

Corría el año 1969.
18 de febrero para ser más concretos.

El cielo se despertó grisáceo,
rayado por las telarañas del cigarro.
Nubes, muchas nubes…
Apenas un rebelde destello de luz
me acariciaba levemente como una melodía lejana.

El tren esperaba como la parca a los difuntos.
Debía llevarme hasta Barcelona,
de allí saldría para París
y, a la mañana siguiente, a Lyon.

Atrás quedó todo.
Las alegres madrugadas saboreando el vértigo de la
….bohemia,
la entrañable camaradería de posguerra
fraguándose en la sequedad del aguardiente.

Una mujer cosiendo recortes de pana sin descanso;
el hambre de unos niños ―a los que no veré crecer―
devorando sus entrañas.

Una patria, quizá, por llamarla de alguna manera…

Estación de Lyon, 19 de febrero.
El patrón espera impaciente en el andén
eclipsado por la sombra de un futuro incierto.
Mi maleta de cartón y su orgullo miran al suelo con
….vergüenza.
El tren también vuelve cabizbajo a su origen
para recoger al resto.

De Sudores sin fruto (2019)

.¡La cantidad de dinero que cuesta ser pobre!
.

César Vallejo

Un hombre duerme en el cajero de un banco.
Se abriga con los cartones que tira todas las noches
el dueño de la frutería de al lado.
De madrugada lo despiertan los borrachos con sus
canciones,
los impresentables con sus golpes
o, con suerte,
a las 9 de la mañana,
el gerente de la sucursal:

―¡Márchese inmediatamente! ¡O llamo a la policía, escoria!―
…………………………………………………..le grita amablemente.

El hombre que duerme en el cajero de un banco
ha amanecido muerto de hipotermia.
Los operarios de la funeraria municipal
arrojan su cadáver a una furgoneta
con otros deshechos humanos.

Cuánta indiferencia cuesta ser un don nadie.

De Sudores sin fruto (2019)

En un barrio obrero de periferia,
de esos con las calles de tierra batida y charcos de orina,
un viejo muro de piedra nos separaba de una
urbanización privada.
Los veteranos la apodaron: “Loh hotelitoh”.

Los niños de la urbanización no eran igual que nosotros.
Nuestras peonzas de madera y los balones de cuero
apuñalados,
no tenían nada que hacer
contra sus aviones y sus coches teledirigidos.

Tampoco iban a los mismos colegios que nosotros:
nunca entendíamos para qué servía ese uniforme de cuadros
ni besar la mano del párroco antes de entrar a clase.

Algunas veces
hablábamos a través del muro.
Cuando la conversación llegaba a su punto álgido
nos contestaban en un lenguaje tribal,
posiblemente inventado por ellos mismos
para burlarse de nuestra ignorancia:
más tarde nosotros también aprenderíamos hablar inglés.

Una tarde,
una piedra impactó
contra la escuálida furgoneta de mi padre.
Mis amigos y yo decidimos tomar la revancha:
saltamos el muro y los atacamos por sorpresa.
La victoria nos era favorable
hasta que uno de ellos sacó
una pistola de aire comprimido.
Nuestras piernas tocaron a retirada.

Los años pasaron y poco a poco
fuimos alejándonos del barrio:
la mayoría emprendieron
un viaje con la droga
hasta el cementerio;
otros cursamos estudios universitarios.

El muro sigue ahí
separando ―irónicamente― la miseria del lujo.

De Sudores sin fruto (2019)

La empresa de bollería industrial,
que prescindió de la fuerza de trabajo de mi madre
cuando le diagnosticaron un tumor maligno
en la mama izquierda,
ha patrocinado una marcha senderista
a favor de la lucha contra el cáncer.

Mi madre
habría participado en esa marcha
si no estuviese descansando
en una tumba.

De Los ojos del frío (Inédito)

La brisa veraniega susurrándonos
a través de las parras del patio.
Las paredes enmudecidas
por la cal.

El viejo vídeo que murió
de empacho.

La mesa de las fotos:
con los primeros en marcharse
y los últimos en llegar.
Un sofá con ojeras.

El olor a leña quemada.
La botella de mosto
tras los rincones.

Siempre apetece volver al hogar
aunque nos deje un sabor agridulce en los labios
y la melancolía nos engarrote los pulmones.

De Los ojos del frío (Inédito)

en este vacío de la historia, en esta
zumbante pausa en que la vida calla

Pier Paolo Pasolini

Es la orilla un cementerio de espuma,
la tumba del mar y su vómito.
Son las olas —que se abren como las entrañas—
carne que se pliega y se raja.
Sobre ellas caen las horas del día
como azucenas sobre una lápida.

Es este mar, camarada,
quien te descubre
el dolor que supone
pisar descalzo la muerte,
desnudo ante la vida.

Como tú, no paré de preguntarme
a qué sabe la vida.
El amor ¿esas agujas como labios?
cómo duelen cuando se clavan en el pecho,
mi boca derritiéndose en su sexo,
pulpa vaginal hidratando el instinto.

Fue tal vez, en ese amor,
en esa complicidad fingida,
donde aprendimos
que no hay vacío más allá del dolor,
la vida cerrándose a sí misma.

Recuerdo la aurora
entre dos crepúsculos negros
y su adictiva anatomía trasnochada.

Recuerdo
que esa líquida nostalgia
—nos abrigó en la soledad de la noche—
jamás desembocó en el olvido.

Igual que la noche confundió
piélagos de arena
con la voluptuosas de las olas,
las luces nos ocultaron
la sangre que lubrica el progreso, nuestra ceguera,
y tuvimos que aprender a vivir de oído,
palpando el fracaso con los dedos.

Fue así y tú lo supiste, camarada,
cuando el hombre
se inventó al Hombre,
se miró en ese espejo cóncavo
que llamamos política,
y se enamoró de su reflejo
igual que Narciso.

Solo nos queda
esa muerte diaria
que llevamos por herencia,
aunque creamos esquivarla,
cuando nos consumimos
con otros cuerpos,
otros parias desorientados,
sin himnos ni banderas.

Para oriente ya no se ve
el amanecer, solo tinieblas.

Un suspiro que se convirtió
en silencio.
En polvo.
En nada.

Allí estás tú, camarada,
en esa vida —dicen— sin historia,
como una herida que nunca se cierra.

De Los ojos del frío (Inédito)

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