La memoria antes que el olvido

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


Portada de El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince

Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2006 (Primera edición en Alfaguara, 2017)
Nº de páginas: 319
ISBN: 978-958-5428-35-5
Autor: Héctor Abad Faciolince
Idioma original: Castellano

Gustavo Abad Gómez (Jericó, Antioquia, 1921-1987) experimentaba un placer único al escuchar música clásica (incluso para amenguar las penas) y leer en la placidez de su cuarto de estudio, al cuidar el rosal en su finca de Rionegro, al sostener un empático vínculo con estudiantes, al consolidar la lealtad amical, al disfrutar de la entrañable querencia familiar. De él precisamente refiere su hijo, Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), en El olvido que seremos (2006), reeditada desde el 2017, por Alfaguara. Y proyectada al cine con similar título, en el 2019, bajo la dirección de Fernando Trueba.

¿Quién fue Gustavo Abad Gómez? Médico, docente universitario, articulista, consultor internacional, crítico del sistema establecido, libre pensador, ciudadano desprendido. Y en su núcleo íntimo: esposo cariñoso, padre abnegado, abuelo consentidor. Así lo retrata el autor de este libro, que, es a la vez, biografía, crónica de largo aliento, relato más verídico y menos ficcional, siempre con los elementos estructurales que construyen una novela. O como él mismo sostiene: «esta especie de memorial de agravios […] que finalmente he sido capaz de escribir lo que sé de mi papá sin un exceso de sentimentalismo, que es siempre un riesgo grande en la escritura de este tipo» (p. 296).

Bella y aciaga trama a la vez, entrelazada por una mezcla genérica en donde no falta la ironía, el cuestionamiento y la cavilación con tono ensayístico. En este testimonio autobiográfico se desbordan las pasiones entre el bien y el mal, entre las izquierdas y las derechas, entre la creencia religiosa extrema y el ateísmo, entre la opulencia y la pobreza. El ser y el no ser en una aproximación de la realidad, o mejor dicho, en una recreación de esa realidad que Abad Faciolince acopia a partir de fragmentos diseminados en el tiempo. Es un esfuerzo por condensar recuerdos, que, aunque dolorosos, son de necesaria propagación tras cerca de dos décadas de silencio narrativo (como consecuencia de la conmoción emocional) ante el cruento asesinato paterno: «Han pasado casi veinte años desde que lo mataron, y durante estos veinte años, cada mes, cada semana, yo he sentido que tenía el deber ineludible, no digo de vengar su muerte, pero sí, al menos de contarla» (p. 295). Según Augusto Escobar Mesa «Abad escribe esa novela para mirarse a sí mismo y saber, de algún modo, quién es después de la ausencia del padre. Emprende un viaje tras los fantasmas que le obsesionan».

Entonces, ¿qué motivó la escritura de El olvido que seremos? El amor intrínseco del hijo al padre, y, viceversa. Ese amor que según Erich Fromm orienta, enseña y revela el mundo. «Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como se saca un tumor» (p. 294), sentencia el narrador, con acento desgarrado. Es que no es para menos, si la historia atravesada en esta pulcra pieza literaria es el criminal atentado en contra de Héctor Abad Gómez, o sea, en contra de su principal referente humano en el cauce existencial. Porque si nos referimos a esta obra (dividida en catorce partes subtituladas, y cuarenta y dos capítulos) habrá que asociarla indisolublemente con el trasfondo humano, que implican los valores, los anhelos, las quimeras, las carencias, las miserias, los defectos, las envidias.

El personaje principal, resulta convertido en persona de carne y hueso, con sus lúcidos atributos, pero también con su mal genio, obstinada y equívoca manera de abordar algunos asuntos mundanos (como la disputa desgastante con adversarios ideológicos, cierta ingenuidad e inconstancia, o la desatinada administración financiera doméstica).

De modo cronológico se revela el ciclo vivencial de Abad Faciolince, desde la niñez temprana (colmada de mimo) hasta la juventud plena (con una estancia en Italia) que lo atrapa en medio de la inclinación, y a ratos, dubitación por asumir el arduo oficio de escritor. En este trayecto personal, reconoce en su progenitor al mentor fundamental de sus días y sus noches de pletórica felicidad. «Yo quería a mi papá con un amor que nunca volví a sentir hasta que nacieron mis hijos. […] Yo amaba a mi papá con un amor animal» (p. 14), subraya.

La alegría desbordada en la progenie Abad-Faciolince (conformado por cinco hijas y un hijo) se observa fortificada bajo la armónica protección paternal, y la pragmática y consecuente tarea materna de doña Cecilia. Hasta que llega un parteaguas que sacude ese vigoroso cimiento afectivo, e inunda de desdicha el cálido hogar: la muerte de Marta en 1972 por cáncer de piel, hija y hermana talentosa de pletórica adolescencia. Una ráfaga que quebranta la dicha en medio de una agónica despedida confirmando que «la vida, después de casos como este, no es otra cosa que una absurda tragedia sin sentido para la que no vale ningún consuelo» (p. 195).

Y sería otra tragedia la que llegue el 25 de agosto de 1987 de manos del sicariato. Colombia entre los años 70 y especialmente 80 y 90 del XX experimentó una violencia ascendente provocada por grupos que operaban fuera de la ley (paramilitarismo, guerrilla, narcotráfico), con un Estado a ratos permisivo, y en otros, cómplice y encubridor: «en Colombia crecía de nuevo la epidemia cíclica de la violencia que había azotado el país desde tiempos inmemoriales» (p. 240).

En ese marco, Abad Gómez en sus últimos años se dedicó de forma denodada a la defensa de los derechos humanos, ya como columnista en medios de comunicación, ya como salvaguarda de los desamparados, ya como activista. Una vez jubilado en 1982 (por decisión unilateral del centro de estudios superiores de Antioquia) su labor se encaminó a denunciar y protestar por los secuestros, torturas, desapariciones, matanzas de personas, situación que lo acercó a otro ambiente encendido: la política. Ante lo cual, más temprano que tarde recibiría amenazas por sectores fácticos afines al poder que vieron con desagrado sus ejecutorias. Aunque cabe decir que ya mucho antes, el doctor Abad estuvo del lado de los desprotegidos en una lucha asimétrica por la exigencia de los servicios básicos en los barrios marginales, y de proyectos de salud pública, sobre todo, en el área preventiva, deseoso de médicos comprometidos con la comunidad, haciendo honor al juramento hipocrático.

La escena conmovedora del cuerpo ensangrentado en el pavimento, mientras su familia llora aquel atroz homicidio se detalla ante la turbación del ojo receptor. Fue una muerte anunciada en una especie de inmolación por las causas justas. Con rabia e impotencia quedaron lecciones: «de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira» (p. 300).

Mario Vargas Llosa resalta que: «Es muy difícil tratar de sintetizar qué es El olvido que seremos sin traicionarlo, porque, como todas las obras maestras, es muchas cosas a la vez. […] El libro es desgarrador pero no truculento, porque está escrito con una prosa que nunca se excede en la efusión del sentimiento, precisa, clara, inteligente, culta, que manipula con destreza sin fallas el ánimo del lector, ocultándole ciertos datos, distrayéndolo, a fin de excitar su curiosidad y expectativa, obligándolo de este modo a participar en la tarea creativa, mano a mano con el autor».

El olvido que seremos es un tributo a la talla ética de un hombre probo y tenaz en sus ideales, cuya sensibilidad fue palpable hasta el último momento en que guardó un soneto en su chaqueta, reproducido con su puño y letra en un pedazo de papel, cuyo primer verso dice: «Ya somos el olvido que seremos». Entre la solidaridad y la nostalgia ostensible transcurre este relato reivindicativo, aferrado con dientes y lágrimas al corazón que late en tan inolvidable texto.

Referencias bibliográficas

Abad Faciolince, Héctor. (2019). El olvido que seremos. Alfaguara. Séptima edición.

Andradi, Esther. (30, septiembre, 2007). El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Letras libres. En: https://letraslibres.com/libros/el-olvido-que-seremos-de-hector-abad-faciolince-2/

Castañón, Adolfo. (30, junio, 2008). El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Letras libres. En: https://letraslibres.com/libros/el-olvido-que-seremos-de-hector-abad-faciolince/

Cruz, Juan. (22, agosto, 2007). El olvido que seremos. Mira que te lo tengo dicho. Blog de El País. En: http://blogs.elpais.com/juan_cruz/2007/08/el-olvido-que-s.html

Escobar Mesa, Augusto. (2011). Lectura sociocrítica de El olvido que seremos: de la culpa moral a la culpa ética. Estudios de Literatura Colombiana, N°29, 165-195.

Fromm, Erich. (s.f.). El arte de amar. (s.e.). pdf

Manrique Sabogal, Winston. (25, julio, 2020). El asesinato que unió a Trueba y a Abad Faciolince. El País. En: https://elpais.com/elpais/2020/07/22/eps/1595432843_434170.html

Reece Dousdebés, Alfonso. (01, octubre, 2021). El olvido que seremos. Mundo Diners. En: https://revistamundodiners.com/el-olvido-que-seremos/

Rivas, Luis Manrique. (07, marzo, 2021). ‘El olvido que seremos’, de Abad Faciolince, y su exitoso camino como película, documental, novela gráfica y premios. WMagazin. En: https://wmagazin.com/relatos/el-olvido-que-seremos-de-abad-faciolince-y-su-exitoso-camino-como-pelicula-documental-novela-grafica-y/

Vargas Llosa, Mario. (07, febrero, 2010). La amistad y los libros. El País. En: https://elpais.com/diario/2010/02/07/opinion/1265497213_850215.html

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