«Lo que dijo Judas esa noche», un poema de José Luis Piquero

José Luis Piquero (Mieres, Asturies, 1967) ha publicado los libros de poemas Las ruinas (Versus, Mieres, 1989), El buen discípulo (Deva, Xixón, 1992) y Monstruos perfectos (Renacimiento, Sevilla, 1997), que resultó finalista del Premio Nacional de la Crítica; todos ellos reunidos en el volumen Autopsia (DVD, Barcelona, 2004), con el que obtuvo el Premio Ojo Crítico de Radio Nacional de España y el Premio de la Crítica de Asturias. Posteriormente, ha publicado otro libro de poemas, El fin de semana perdido (DVD, Barcelona, 2009). En 2014 apareció Cincuenta poemas. Antología personal (1989-2014) (Isla de Siltolá, Sevilla), que recoge parte de su producción poética hasta el momento.

Fue durante ocho años responsable de Cultura del semanario Les Noticies. Escribe crítica de libros y arte y es columnista habitual en distintos medios. Es autor de cerca de cincuenta traducciones de diversos autores clásicos y contemporáneos.

Figura en una docena de antologías de la poesía española contemporánea, como Selección nacional y La generación del 99, de José Luis García Martín; 10 menos 30, La lógica de Orfeo y La inteligencia y el hacha, las tres de Luis Antonio de Villena; Poesia espanhola de agora y Poesia espanhola, anhos 90, ambas de Joaquim Manuel Magalhaes; Las moradas del verbo, de Ángel L. Prieto de Paula; y Trois poétes espagnols contemporaines, de Claude Le Bigot.

Sus poemas han sido traducidos al francés, neerlandés, húngaro, búlgaro y portugués.

Actualmente vive en Islantilla (Huelva), dedicado plenamente a la literatura y a su trabajo como traductor.

Fuente


Lo que dijo Judas esa noche

Los discípulos se miraban unos a otros,
pues no sabían de quién hablaba.
Mt. 13, 22

Largamente adiestrados en la sospecha, y hartos
de mentirnos los unos a los otros,
canallas que sonríen
mientras sorben sus whiskys.

Tiempo de contrición: nos hemos hecho daño.

Y hoy, si intento mirarnos como quien desde fuera
alcanza a ver el centro de las cosas,
veo monstruos perfectos: moscas contra un cristal.

Y sin embargo,
hubo un tiempo de rosas salvajes en el mundo
que habitamos a solas como amantes plurales,
y era buena esa mano distraída en un hombro,
beber del mismo vaso en lentas ceremonias de saliva,
desnudos de verdad
contra el cielo borracho de una noche inventada.

La noche es el salón que llenamos de humo casi a oscuras.
Tengo miedo a la noche que nos quita lo poco que aún nos queda:
esas rosas, las manos sobre el hombro.

Amigos tantas veces traicionados:
después de las mentiras, perdonémonos
aún, mientras hay tiempo.
En el fondo seguimos siendo aquellos amantes.
Luego, si la verdad sólo nos hace daño,
volvamos a mentirnos, pero esta vez en serio, como entonces.

Refugiémonos juntos en una gran mentira redentora:
la cascada salvaje donde nadar desnudos,
las copas de cristal,
cabezas reposando sobre pechos tranquilos.

Ah, no quiero, no quiero
que muera lo que acaso dura un día,
su huella inolvidable frente al humo disperso de este bar.

Porque la noche, el humo, nos asfixian;
somos agua de hielo sin sabor,
bultos entre la niebla. Nos estamos muriendo
y qué poco os importa.

Se hace tarde. Pensad en esa música
silbada entre dos luces, cuando sonríe el agua
y los cuerpos están en paz consigo.
Juguetes de calor, islas agradecidas.

¿Preferís la verdad de un destino automático?

Adiós, mis traicionados amigos. Mucho tiempo
amé vuestras facciones que ya otra luz afea y enrarece.

Va a amanecer el día sobre las flores secas.

Clausuremos el mundo con un beso.

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