«Iniciación» y otros cuatro poemas de Marco Antonio Flores
Marco Antonio Flores (Ciudad de Guatemala, 1937–Ibídem, 2013) escribió su primer soneto a los 20 años, sin tener mayor noción de cómo hacerlo, sin saber que ese día marcaría su destino para el resto de su vida. Así comenzó un camino que, pocos años después, desembocó en su primer libro La voz acumulada (1964), escrito en La Habana en pleno candor revolucionario, con prólogo de Cintio Vitier. Ya en ese primer libro, premonitorio de alguna manera del resto de su obra, escribió en uno de sus poemas más recordados: «nací con el futuro dolorido,/ y el canto atravesado en la garganta!!/ Aquí está ese futuro dolorido,/ y el canto atravesado en la garganta!!». No obstante, casi medio siglo y decenas de libros después es cuando ese día en que se enfrentó por primera vez a la página en blanco adquirió pleno significado, una vez que por la totalidad de su obra en 2006 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, el reconocimiento más importante para un autor guatemalteco.
Marco Antonio Flores fue autor de los libros de poesía La voz acumulada (1964), Muros de luz (1968), La derrota (1972), Crónica de los años de fuego (1993), Persistencia de la memoria (1992), Un ciego fuego en el alma (1992), La estación del crepúsculo (2003) y Viento norte (2005).
Su obra poética ha sido motivo de varias recopilaciones tales como Reunión. Poesía completa. Volumen I y II (1992 y 2000), Poesía escogida (1998), Antología personal (Fondo de Cultura Económica, 2008), Poesía completa (Editorial F&G, 2010).
Mientras que en narrativa publicó las novelas Los compañeros (1976), En el filo (1993), Los muchachos de antes (1996), Las batallas perdidas (1999) y, después de su muerte, se editó Viaje hacia la noche (2017). Además publicó el volumen de relatos La siguamonta (1993) y Cuentos completos (1999). En especial, alcanzó reconocimiento con Los compañeros y Los muchachos de antes debido al tratamiento desde la ficción que realizó de las luchas revolucionarias y sus fracasos en la década del Setenta en Centroamérica.
Todos los poemas del poeta guatemalteco que incluimos a continuación forman parte de Antología personal (1960-2002), editado por el Fondo de Cultura Económica en 2008.
Iniciación
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me presenté a mí mismo hace un momento,
con qué amabilidad reconocí mi voz,
reconocí mi mano, mi esperanza,
mi profunda quietud de ser un hombre.
contemplé mi figura transitoria
parsimoniosamente, eternamente;
me vi, me conocí, me di un abrazo,
me preparé una copa en bienvenida,
me invité a sentarme, me miraba.
miraba mi ropaje ennegrecido por la angustia,
miraba mis ojeras más negras que la noche del hastío,
miraba mi sillón y mis espaldas,
mis lentes, mi ilusión, mi sexo, mi odio,
mis dedos extendidos que gritaban,
mi loca poesía: mi delirio!;
y me reconocí:
había llegado!!
para tocar mis manos,
para alcanzar mi voz:
que erguirme tuve sobre mis pies de sueño.
y estoy de pie, rotundo,
definitivamente fuerte y poderoso,
erguido en mi estatura cotidiana,
con el cerebro a cuestas como aureola,
parado, junto a mí, como una estatua,
de eternidad latente, duradera.
y estoy así:
rotundo, fuerte, firme:
siendo yo.
nací con el futuro dolorido,
y el canto atravesado en la garganta!!
Aquí está ese futuro dolorido,
y el canto atravesado en la garganta!!
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De La voz acumulada (1964)
Esperanza
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estalla el alba cotidianamente,
a veces arde lúbrica:
procrea el arcoíris.
crepita con la flor de la mañana
y va formando signos jeroglíficos
con el azul del mundo,
se nos viene
en las primeras horas del viento
sin ofrecer razón de su llegada, sin ofrecer
siquiera algunas letras para poder
leerla.
resulta inútil tratar de descifrarla,
con todos sus colores y su música,
con fuegos fatuos estalla
en las pupilas,
ahoga la carroña
que está refundida,
maloliente.
el alba es honda, violenta,
arrolladora.
a veces vislumbramos su llegada,
pero tan sólo a veces!
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De La voz acumulada (1964)
La conquista
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Colocamos signos y figuras
entre las piedras más antiguas
entre el musgo y la podre
entre las vasijas y la sangre coagulada
para encontrar huellas
. de la sangre pretérita
La lluvia salpicaba los chayes que
guardan el misterio
En el fondo de los barrancos
empezaba a sentirse
que los truenos emergían de un tiempo calcinado
Así nos hicimos de palabras
modeladas por manos primitivas
Cada signo
. nacía de la sombra
Abandonaba el útero pétreo
e intentaba los primeros pasos entre la muchedumbre
. de animales
Desnuda a la intemperie cada letra
sonaba sus trompetas
y oficiaba el sol entre sus manos
rodaba brincaba
y moría con las primeras luces del atardecer
dejándome mudo
Cuando la aurora anunciaba su golpiza
una nueva palabra
iniciaba su ciclo rumoroso.
Se fue vaciando el manantial
hasta quedar en huesos
Durante siglos el barro
alimentó sus raíces
Nuevos templos se levantaron
para restituir la muerte por sequía
En eso estaban
De pronto llegaron nuevos seres
blancos barbados feroces salidos de las aguas
Empezaron a derribar templos
Se adentraron en los túneles de la palabra
y le hurgaron el útero
La transformaron en este balbuceo que ahora nos acompaña
Los días se tiñeron de dolor de liendres desconocidas
Los caminos se encorvaron
se metieron bajo tierra
Perdimos el rumbo
Así andamos ahora
Pero la derrota no fue definitiva
El odio empezó a acumularse entre el barro
entre las estatuas de obsidiana
entre la sal de los recuerdos
Enterramos las armas
Las sacaremos cuando suenen los tambores
y venga el tum del fondo de los huesos
Ellos nos pusieron sus pies sus caballos
entre el pelo en la nuca en las inglés
para destrozarnos definitivamente
Pero será imposible
porque desde hace siglos nos cortamos los párpados y
nos quedamos viéndolos con saña
.
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De La derrota (1972)
La tierra
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Las costas del país no son hermosas,
están llenas de arena negra y gruesa
que lástima los pies descalzos.
Sus mareas violentas se encrespan en las bocanas, atruenan el
espacio
y ensordecen el aire.
Son inhóspitas sus playas llenas de hoyos traicioneros
y de tumbos que descoyuntan miembros y sonrisas.
Pero al penetrar tierra adentro,
al hollar la verde hierba que se abre a los pasos
como mujer caliente,
las pupilas de los hombres se esmeraldan
(principalmente en la temporada de lluvias, cuando el desorden
de la tierra: hojas, arbustos, flores, helechos, ramas, mangles
y raíces aéreas, revienta la corteza de los suelos y oculta el
horizonte con sus extremidades verdes y toscas que se enrollan
en las miradas como el matapalo y el quiebracajete
en los pinos y en los cipreses).
La tierra desmenuzada y húmeda palpita con la penetración
de las semillas que hacen brotar el sol de las esteras:
papayas de sol,
mameyes de sol (con su pulpa como chiches de mujer recién
parida)
mangos de sol (oro de tierra caliente)
trigo de sol que aúlla con el viento,
piñas de sol,
cañas de sol,
bananos de sol (sexos erguidos que rompen la virginidad del
aire)
jocotes de sol: huevitos de paloma espumuy,
naranjas de sol de Rabinal: coyoles de miel,
maíz de sol: raíz del hombre, raíz del zumo, de la savia:
sol titilante: luciérnagas del día.
El olor maduro de la tierra mojada (emanación sexual que
embota
los sentidos) se impregna en el cuerpo que mora
en lo profundo del follaje. Y entre el aborbollón del grumo
verde,
los pueblos, los cantones, las aldeas, los ranchos con el humo
que se pierde en la cima del ciguán y se levanta nube y se torna
catarata de cielos que hace reventar las sementeras
y llena de frutos, de hojas, de pájaros, de flores las
veredas, la maleza, las lianas, los ojos de los hombres.
Los bejucos de nervios sarmentosos
se enroscan en la ceiba y escapan hacia arriba en busca de la
luz.
La luz:
el profundo azul que reverbera en la bóveda del cielo
empapa las pestañas de mañanas rosadas y naranjas
y se pierde entre la hierba que crece hasta en el corazón
de la piedra: el corazón del monte. Y en el centro de ese
molusco verde se alza la ceiba: la madre de los árboles, de
las lianas, del corazón de los poblados, que amaquea los
vientos con sus brazos y se levanta sobre el universo
como su eje: ciguán-tierra-firmamento:
condensa la unidad de la naturaleza.
En la noche, la selva se llena de murmullos, de ronrones,
de silbidos, de chasquidos extraños, de alboroto, de golpes
secos y remotos, de zancudos, de cantos de chicharras y
chiquirines: «chiquirín, chiquirín» hace el tastaseo que va de
palo en palo como mico ceibero.
Los ruidos del caos abren los pistilos para que se perfume
la noche con su semen: heliotropos que aturden los sentidos
de quien se pierde en la noche de la selva creyendo
que corre detrás de una mujer desnuda;
jazmines, nardos, hueledenoche,
lirios, azahares, mosquetas, romeros, zuquinais: perfumes
que saturan la piel y se esparcen perezosos en el viento.
Las luciérnagas titilan borrachas.
Es el mero tocoyal esta tierra.
Es una inmensa mata verde que se incrusta en la memoria de
los
hombres y los hace llorar cuando están lejos.
Es un perraje de zapotes maduros (sexos abiertos de mujer),
de tomates con sangre de sanguaza (menstruación de la tierra),
de café (sangre coagulada),
de chicos terregosos (sexos de mujer vieja)
de pitahayas (sangre de chirices).
«Hermosa tierra,
llena de deleites,
abundante en mazorcas amarillas
y mazorcas blancas,
y abundante también en pataxte y cacao,
y en innumerables zapotes, anonas,
jocotes, nances, matasanos y miel».
Alrededor de la vida de los hombres se levantaron cerros,
se hundieron los ciguanes,
se extendieron los valles como infinitos mantones de colores,
se alzaron los volcanes que custodian la tierra
y escupen su furia de pedruscos,
se dividieron las corrientes de las aguas:
los arroyos corrieron rechinando en los cerros, acariciando
sus laderas y abriéndose como hembras en celo
al chocar con los montes y los árboles;
los cenotes, las pozas y los lagos se extendieron sobre
la piel del aire y reflejaron el infinito del cosmos
que es el padre y la carne de los hombres.
Los vientos se poblaron de zanates, de zopilotes, de gavilanes,
de guardabarrancos que levantan un murmullo que silencia el
eco de los cerros con su dulzura,
de cenzontles, de tórtolas,
de gucumatz que adornan el arcoíris con sus plumas azules y
esmeraldas,
de palomas espumuy, de chompipes de la fiesta que protestan
cuando se acerca el enemigo.
La tierra entró en celo al contacto de la mano de los hombres,
y luego parió izotes para comer,
y güisquiles con semen pegajoso,
y ayotes y güicoyes y camotes,
y frijolares que se enredaron en el pelo del maíz y lo
adornaron de negro al nacer.
. «Y hubo alimento de todas las clases
. Plantas pequeñas y grandes».
Y desde entonces las lluvias llegan y se retiran
«los huracanes soplan,
los volcanes hacen erupción,
la tierra tiembla,
las plantas florecen y fructifican».
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De Crónica de los años de fuego (1993)
El fin de la utopía
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Perdimos la batalla
La esperanza
quedó sembrada de cadáveres
A veces
sus voces
se levantan del polvo
de los caminos
clamando venganza
Pero los sueños ya no existen
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De La estación del crepúsculo (2003)
Un comentario en “«Iniciación» y otros cuatro poemas de Marco Antonio Flores”