Cuentos animalistas de una lagartija poeta
Escribe | Carlos Contreras
Editorial: Hiperión (2021)
Autora: Paula Casal
Idioma: castellano
Nº de páginas: 78
ISBN:978-84 9002-188-0
Lo último que imaginé que leería de un tirón, con deleite y suspense, a mi edad, es un libro de poesía infantil. Tengo una pila de libros de primera que hace años que planeo leer, y no me alcanza el tiempo. Asocio los poemas para niños con la rima fácil y los temas intranscendentes, y ni siquiera tengo hijos, ni niños cercanos a quienes leer en alto. Y sobre todo eso: no tengo tiempo que perder. «Pero hombre, léete uno». Me convenció el escaso esfuerzo necesario para girar el cuello, la insistencia de una compañera entusiasmada y una insólita conexión profesional: de día, la autora es una filósofa a la que a veces citamos los juristas. Y ahora que he leído todo el libro, muy distinto a sus ensayos en inglés, siento no tener un niño a mano a quien leer estos cuentos-poema. Me escucharía atento, temiendo que maten a la vaca que ríe, que el quinto lobito se caiga de la escoba en pleno vuelo, que Jonás no pueda salir de la ballena, que el elefante no logre engañar a sus carceleros y, por último, que se coman a la lagartija poeta que, supuestamente, ha compuesto el libro entero para salvar su vida.
La lagartija cuenta historias en verso demasiado intrigantes como para que uno pueda quedarse sin saber el final. Y cuando lo averiguas, descubres que estas historias son como esas patatas adictivas: no puedes coger solo una. Así es como la lagartija logra ganar el tiempo que se le acaba, y como consiguió que, aunque yo tampoco tuviese tiempo, me quedase también atrapado escuchando. Y ahora, a falta de niños, solo me queda hacer una reseña para avisar a otros «niños de todas las edades», como dice la colección a la que el libro pertenece (Ajonjolí), y que no se lo pierdan.
Es un libro original, divertido y bien escrito, con unas cuarenta ilustraciones de la autora que va a encantar a los niños, mientras hace sonreír a los mayores con sus mensajes ocultos. Está lleno de referencias filosóficas y literarias que los pequeños no captarán, pero que tampoco van a estorbarles, porque les pasarán desapercibidas. Para empezar, la lagartija es la encarnación reptil de Sherezade:
Una hermosa lagartija
dormitaba cara al sol,
inventando poesías
tumbada sobre una col.
Entonces la divisó
una gran ave de presa,
que solo se había comido
tres bichitos y una fresa.
Una vez que la lagartija ve que no puede huir, cuenta historias para salvarse, como la princesa de Las mil y una noches. Mientras el niño está emocionalmente involucrado con lo que ocurre a los distintos animales, el adulto puede leer entre líneas, y conectar a otro nivel, el del humor culto, la reflexión filosófica, o la lectura alternativa de un relato bíblico o de un ejemplo clásico de la teología escolástica. Hace falta cierta edad para descubrir, por ejemplo, que una estrofa bromea sobre la expresión «hilar versos», tejiendo una conexión general entre la literatura y la costura:
Para salvar su pellejo,
la lagartija poeta
siguió componiendo estrofas,
hizo odas y saetas,
hiló versos, cosió ideas,
bordó palabras sin pausa,
hizo calceta de letras:
todo por aquella causa.
Los niños no sabrán que un verso sobre catarinas o mariquitas rojas, y no amapolas, remite a Juan Ramón Jiménez («no es la novia del campo, es su amante fugaz») o que el miedo de la lagartija es de Neruda:
La misma angustia creó
canciones desesperadas,
veinte poemas de amor
y varios cuentos de hadas.
Así es como el mismo texto ofrece algo diferente a lectores de distintas edades. Aunque el destinatario principal es el niño, hay también un mundo de referencias que establecen un puente invisible de complicidad con el lector adulto. Y creo que lectores de todas las edades agradecerán la ausencia de rimas torpes, versos repetidos, temas banales, onomatopeyas y animales Disneyficados. El que los poemas sean cuentos los hace mucho más atractivos, también para los niños: no todos los niños nacen ya aficionados a la poesía, a los cuentos, sí.
A lo largo del libro, que va mejorando según avanza, vemos cómo el Ratón Pérez hace justicia, cómo se salva la vaca que ríe («deme aquella vaca para mi sobrina, que tiene una granja con playa y piscina»), cómo el pájaro loco de amor sigue el consejo de Góngora en «Ande yo caliente y ríase la gente» y cómo un lobo termina ayudando a la bruja que no quiso matarlo. Un mil manos y un cienpiés conversan sobre la autoaceptación y el respeto mutuo, y una mona vestida de seda arrastra a otros animales hacia la absurda manía humana de seguir la moda y engalanarse innecesariamente con pieles ajenas. Estos dos últimos poemas, tan surrealistas, me gustaron especialmente. Varias historias enseñan a ignorar las apariencias y los cotilleos, para centrarse en lo que realmente importa, y celebran la cooperación entre los que son diferentes. Los poemas contienen reflexiones muy variadas, pero cada uno gira en torno a un animal que quiere hacer lo que considera: de distintas formas, quiere ser libre. Son poemas de amor a los animales y cantos a su libertad. Los versos descifran sus aullidos. Y he aquí la conexión con mi trabajo: en el despacho llevamos varios casos de maltrato y crueldad con los animales. Hemos visto cosas terribles, que dejan clara la importancia de educar la empatía en los niños; pero parece imposible hacerlo sin que resulte demasiado triste o cruento. Este libro lo hace con historias divertidas, pero que nos permiten ver las cosas desde el punto de vista del animal, solidarizarnos y esperar que logre huir. Un claro ejemplo es «Circo sin Personas».
«¡El Circo de la Alegría!»,
gritaba el payaso listo,
«Hagan cola que, esta tarde,
van a ver lo nunca visto».
La apariencia de fiesta y exotismo esconde la sórdida monotonía a la que les obliga el espectáculo.
«¡Pasen, señores pasen!»,
seguía gritando el payaso
«Ojalá», pensaba el tigre,
«que nadie le haga ni caso».[…]
Súbete a aquel taburete,
Salta por el aro ardiente,
Camina sobre dos patas…
¡pero que se cree esta gente!
Cansados de látigos y domadores, pero incapaces de volver a la selva, los animales trazan un plan para quedarse con el circo y autogestionarlo. El cuento tiene 45 estrofas, de las cuales reproduciré 5 sueltas para terminar.
«Lo primero que hay que hacer,
es robar todas las llaves
y dejarlas escondidas
en la jaula de las aves.» […]«Ya sabemos dónde guardan
el sedante que nos dan
antes de salir al ruedo
con el pienso o con el pan. » […]«Ya se enterarán después,
cuando hagamos el reparto,
que han dormido en nuestra celda,
y nosotros en su cuarto.» […]El circo se convirtió
en un modelo a seguir:
No hacen falta los barrotes,
Si nadie quiere salir.[….]Y así vivieron felices
sin interferencia humana
y no comieron perdices
porque no les dio la gana.
A decir también, los beneficios económicos se destinan a una organización que protege a los chimpancés, los bonobos, los gorilas y los orangutanes, el Proyecto Gran Simio. Y es que, a todo esto, nos estamos quedando sin animales. Estamos causando una extinción masiva comparable a la de los dinosaurios, y lo peor es que ahora, el meteorito, somos nosotros. Pensemos en los niños y dejemos de regalarles juguetes que pronto acaban en el estómago de algún animal. Mejor, regalémosles un libro en el que puedan ir descubriendo distintos niveles según crecen. Regalémosles historias que, como los cuentos de Sherezade, les hagan ser mejores personas. Si no crecen con otros valores, y continúan repitiendo los errores de sus mayores, estarán perdidos. Y el futuro los necesita.
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