«El corazón de mi patria es un florero roto» y otros cinco textos de Alejo Morales

Alejo Morales (Bogotá, 1993) ​​es estudiante de Historia. Fue ganador del Concurso Universitario Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia con el poemario​​ Abandonados en la puerta de la historia​​ (2020), también publicó​​ Labios que están por abrirse (2021) y un año más tarde obtuvo el Premio Distrital de Poesía Ciudad de Bogotá con​​ Voces del Bajo Cauca (2022), publicado por Abisinia Editorial.

Sus poemas han aparecido en diferentes antologías, así como en publicaciones impresas y digitales. Además, es traductor de poetas norteamericanos en @lengua_dos y miembro de la ofensiva sensible @amorffada.

Es de colorimetría veraniega, ladrón de manubrios de bicicleta y caparazones de moluscos. A veces puede verlo alimentando gatos bombay, o probando tortas con sus amigxs para suavizar sus tusas.

Los poemas de Alejo Morales que incluimos en esta publicación pertenecen a los libros Labios que están por abrirse (2021) y Voces del Bajo Cauca (2022).


Los siete dolores de la Virgen Armenia

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.                Ahora, en este lugar, hay un hermoso parque, donde la gente como yo pasea a sus
.                perros, personas que no son reconocidas por la historia como por una madre sustituta
.                                                                                                                                         Tatev Chakhian
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1[1]

Me han golpeado tan fuerte que he olvidado un país.
Tan fuerte, que mi mirada desenfocada,
vuelve al lugar de lo que pudo haber sido.
¿Una alubia que graniza sobre una palma vacía?
¿Un pueblo tomado de los tobillos y sumergido
hasta volverse azul en el Éufrates?

Mis palmas despiden por separado
la dinastía de caballos ahorcados con carteles,
que reducen la palabra armenio
a la sílaba sorda de un disparo.

Me han golpeado tan fuerte que he olvidado el nombre de mi hijo.
Mi hijo, una toalla que el fuego usa para secar su piel.
Su cuerpo, un alfabeto de hematomas
que solo la muerte logra leer sin cerrar el párpado.
Con ira veo en su ojo, como una ciudad de nieve se derrumba.
Con ira, disperso sus brazos sobre cada línea del Corán.

Me han golpeado tan fuerte que he olvidado el color de mi madre.
Una fotocopia cristiana de la mujer hebrea,
a la que se le vio tragarse su propio cabello por amor a Allah.
Dios mismo agarró los huesos de su columna
para rezar un rosario dentro de ella.

Veo su cara recostada contra el marco de una puerta.
Veo su mentón dibujado por un artista que no sabe
dónde termina el rostro y dónde comienza el cuerpo.

Me han golpeado tan fuerte que he olvidado la voz de mis amigos.
Cada uno duerme con las manos sobre su garganta,
para sellar una posible entrada
en la puerta oculta de su lengua.
Por temor a perder el habla,
cada uno duerme con las manos sobre su garganta.
El habla, ese cuerpo extraño dentro del silencio.
Y cada herida de bala,
el ojo abierto de un profeta,
por donde un ángel en llamas
sopla.
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2

Recuerdo a mis padres. Sus manos limando los ojos encogidos del abuelo. Ojos enchapados en cristal blanco de 1879, donde una generación convertida en muñecos de nieve parecía descansar. Recuerdo el silencio de mis padres oscureciendo cada palabra que salía de la radio. El balbuceo en tono bíblico de sus labios deformados por el idioma apolillado de sus ver-dugos. Recuerdo mis brazos manchados por el sonido de la estática. La cabeza de mi abuelo girando bajo el cuchillo. Dejando caer un hilo rojinegro sobre el piso embaldosado. La cabeza del armenio girando bajo el cuchillo. Su quejido coagulándose hasta formar un charco de mariquitas sobre el ruido blanco.

Cuando con delicadeza, mis padres escucharon los decibelios que goteaban por sus manos. Sus dedos, lar-gos como antenas radiales, se hundieron en la silueta de plomo de una vieja fotografía, buscando del otro lado el rostro agrietado del abuelo. ¿Qué eres abuelo? ¿Lo audible que se quiebra bajo el párpado? ¿O el país lechoso que me mira desde un atlas? Solo la estrella rota de tu vista lo sabe. Eres la Belén que persigo, desde el fondo de mi cuerpo maltratado por la gramática inglesa. Veo la escritura de tus huesos abuelo, brillar como antenas espaciales. Veo la cabeza del bárbaro girando bajo el cuchillo. Y porque a ese quejido, mis padres decidieron llamarlo música.
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3

Hace cuánto que la muerte cantó en los tejados de Constantinopla.
Hace cuánto un pulgar envuelto en seda y del tamaño de un caballo
firmó un tratado de paz en nuestro cuerpo.
Azul era su canto y el relincho de cada
dedo puesto en oración sobre una pincelada de tierra.
Azul la sinfonía rocosa de Garní llorada por el costa-do del Mesías.
Azul la línea de tiempo de un país amarrado a cada palo de tortura.
Azul los brazos que fingen no recordar el mar
ante el primer indicio de articulación vocal en la garganta del ahogado.
Azul la franja central de la bandera armenia.
Azul el color del pecado
en la mejilla maquillada por el dedo encendido del islam.
El dedo que dice
y hace de la lengua una soga donde apoyar la jerga cristiana.
La jerga que bautizó con vodka de moras el labio hinchado de la abuela.
La abuela que había herido con su cabello la espalda del Éufrates
hundió la punta de éste, como un pincel en la mejilla abierta de su padre,
y procuró estregar las delgadas vías que salían de su boca y ojos,
para borrar las líneas que expresaban felicidad en su cara.
Su cara dividida entre los pliegues del azul
sabe la razón por la que sus rodillas declinan en los baños públicos.
Sabe por qué la mano tiembla cuando siente de cerca un crucifijo,
y por qué en los ojos de nuestra familia la muerte viaja más rápido que la luz.

El llanto es una polilla posada en su rostro,
una frase oscura en mitad de la página escrita en una vieja lengua,
y clavada hace once décadas sobre una cruz de tres brazos.
Su lengua, mi lengua, nuestra lengua,
un badajo donde Dios escucha
el silencio de la Creación
fracturarse
en treinta y seis sonidos
diferentes.
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4

Pondremos los dedos sobre el violín una vez las cuerdas hayan sangrado,
una vez la música migratoria de los gansos se haya secado

en los brazos de los cazadores. Escribiremos sobre la hoja negra del cuchillo,
testamentos en verso con la punta encendida de nuestros cigarros,

una vez las mujeres de Van dejen de tejer la mirada del agua
en los párpados caídos de sus hijos. Dejaremos que sobre un lienzo de carne

la mano llore y reproduzca la gramática que el intenso rojo de los escorpiones voladores
compone a la belleza destruida, una vez los hombres

que arrodillaron sus dedos sobre nuestras gargantas para medir la palabra Dios,
se hundan hasta las caderas en el desierto de acero

que el conteo de nuestros pasos ha forjado. ¿Es posible convertir el plomo en oro?
¿Es posible señalar el índice del sultán como mártir?

En Der Zor cada pulmón es un arca
donde el aire se acuesta como una muchacha somnolienta.

En Der Zor, mojada de oscuridad, nuestra ropa huele todavía a calabaza.
Tiras de calabaza con las que pintaron líneas de tránsito

para futuras carreteras. Tiras de calabaza que sirvieron de gasa
para las siguientes generaciones turcas,

que usaron el lenguaje corporal para estirar la continuidad
de su mentira. ¿En qué momento la alabanza

huyó de las basílicas para convertirse en canto nómada?
¿En qué momento el cabello de nuestras abuelas

se tendió hacia sonido púrpura del fuego? Ahogados entre la grasa
que desprende nuestra cara. Y el guiso endurecido de nuestra propia sangre

embadurnando las cúpulas de las mezquitas. Aprendimos a contemplar
una hoguera, siendo devorados por la sombra de las llamas
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5

Ni siquiera Dios sabe cómo sobrevivimos,
con las manos detrás de la cabeza
y los pies ennegrecidos
por el empecinado dictado de las varas.

Ni siquiera tú sabes en qué momento
el rostro de tu madre se encogió en tu mano,
en qué momento,
el Patriarca vaticinó en decir
qué cielo de color granito
debía romperse en nuestra lengua
para que pudiéramos nacer.

¿Estabas ahí
cuando vendieron el canto de las niñas
en bolsas de detergente,
ahí cuando nos dijeron:
quien use zapatos de nieve
no perderá sus pies en el desierto?

Aquel verano supiste que la bala es un hijo para el rostro,
un hijo que balbucea en posición de súplica la oración del invasor.

Aquel verano el silencio que narró
el paso de la sangre de una generación a otra,
decidió hablarte de la inexistencia del cielo en tu cuerpo,
y entendiste que
a quienes negaron experimentar otra forma de muerte en la caricia,
los diferenciaban por la historia de su piel y el largo de sus cuellos.

Entendiste que no se puede transmitir el dolor de perder un país
hasta que tu lengua no se hiera de peinar cada sílaba turca.
hasta que tu pecho no sea más ese armario vacío donde cuelgas de rodillas la bandera.

Nuestra bandera
—para siempre—
un racimo de manos extendidas
en busca del idioma derretido
que dio nombre a nuestro pueblo.
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6

Cuando los críticos literarios se conviertan en senadores
abolirán la palabra muerte de los diccionarios,
por provocar manchas en la piel de quien las pronuncia
y prender la pupila de Dios
como si fuera una mariquita.
Hay que gobernar con delicadeza, dicen,

por eso se regula el consumo de poesía
y se usan sus páginas para envolver el tabaco
que encenderán presidentes de naciones extranjeras.
No se sorprenda sí el verso blanco huele a niña
encontrada después de siete meses bajo el brazo paternal del río,
y los poetas que, ingenuamente intentan sustituir la casida por el soneto,
descubren que el árabe se ha comido la mitad de sus mejillas.

Cuando los críticos literarios se conviertan en senadores
decretarán siete días de silencio,
para cambiar secretamente en la constitución
la definición de genocidio
por pequeña turbación de los derechos humanos.

Y hablarán,
hablarán con su camada de amantes
sobre la necesidad de leyes
contra poetas migrantes,

hasta convertir sus teléfonos en prisiones de alta seguridad,
hasta crear mecanismos que permitan
a las pantallas
mudar de piel en nuestros cuerpos.

Cuando los críticos literarios se conviertan en senadores
acusarán a los filólogos de pirómanos,
arreglándoles penas de hasta 40 años
por incinerar sus propias camas para poder comer.
La Virgen María será declarada enemiga del pueblo,
y sobre una falange negra colgará
—derrotada—
la bandera de la paz.
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7

El cabello de una mujer se quema
como un zapato de cuero negro en un archivo de memoria histórica.
Histórica la mujer que presagió sin un solo tiro de gracia
la independencia de un país
gobernado desde la suavidad de una cuna.

Una mujer declarada patrimonio cultural
y acusada de traición tres años más tarde
por el partido de gobierno,
pues llevaba en su cuello un tatuaje
referente al genocidio
sin apenas preocupación
por la sensibilidad musulmana.

La mujer para tener conocimiento de su pasado
pasa sus dedos por cada fotograma del territorio turco,
y llueve
sobre la silueta de un país
que no escribirá hoy un evangelio de perdón
en la ciruela reventada que le quedó por labio.

Recuerda que su papel de Medea
no fue bien recibido por la política exterior
que la calificó de hipócrita
por sumirse a los deseos de limpieza étnica del sultán.
Aquel que cuando el Éufrates lloró sangre dijo:

Nadie deja descansar su nudillo sobre un río a menos que quiera enrojecerlo.

Horas más tarde la mujer detuvo su índice en una imagen
donde niñas la saludaban con sus burkas al viento.
Recuerda cuando un ramo de polillas blancas vino a relevar su pelo.
Cuando la lágrima se convirtió en unidad de medida para tallar al río.
Y el día en que se quemó una pila de camándulas en la plaza pública
para alabar las directrices de gobierno.

Recuerda que
para evitar la proliferación de nuevos profetas
los sacerdotes pasaron a encabezar
las listas de los más buscados
y los niños de todas las escuelas delataron a sus compañeros
o pintaron como muflones crucificados en las puertas de sus casas.
Con un cabello de dinamita a punto de encender su boca,
la mujer olvida el día en que envejecer pasó a ser un privilegio.
La mujer que para maquillar la verdad
deja caer sus hombros en el falso idioma de la lluvia.
La lluvia como forma de negación
dialoga con los brazos que acunan oscuridad.
La lluvia como forma de negación
hace curaduría en la galería de arte
en que se ha convertido
la memoria.
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[1] El Genocidio Armenio (1914—1918) promovido y efectuado por el gobierno de Jóvenes Turcos del Imperio Otomano, fue un proceso en el que se buscó, mediante una campaña sistemática, exterminar y desplazar al pueblo armenio en una suerte de limpieza étnica y religiosa, que dejó entre 1 millón y millón y medio de víctimas. Se dice que alrededor de Der Zor se crearon campos de concentración donde miles de refugiados armenios reubicados allí, después de dos primeras matanzas dentro del territorio turco, fueron forzados a marchar a través del desierto hasta morir, sin darles agua ni comida. A los que sobrevivían al viaje los apilaban en antiguos pozos petrolíferos y les prendían fuego. Muchas mujeres fueron forzadas a casarse con mercenarios persas para sobrevivir, teniendo incluso que convertirse al islam, siendo el pueblo armenio netamente cristiano desde el siglo IV D.C. Aún hoy el gobierno turco, junto a otros países europeos, niegan el Genocidio Armenio alegando que se cometieron crímenes de ambas partes.
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De Labios que están por abrirse (2021)

Canción de cuna: a los labios que están por abrirse

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No sé si lo que sostengo en mis manos
cuando escribo
se parece o no al cabello de mi madre
o si son pétalos
de una orquídea imaginaria
que solo yo logro ver

No sé si en realidad despierto junto a ella
con la cabeza afeitada
y sin posibilidad de entendernos
salvo mediante la intensidad
de nuestras pisadas
fuera del hospital

Al nacer
lamí sus dedos durante horas
intentando hallar el significado de ser su hijo
lamí como un panda
cinco palillos de bambú
hasta despertar dos décadas más tarde
en lo que podría ser mi lengua

Abrí la boca
noté que en mis dientes yacían pedazos de su mano y pensé:
27 años me tomó llegar a este verso
para no encontrarte en esta página

no hay traducción en cursiva de sus gritos
usados como epígrafe
en uno de los poemas que jamás publicaré
no hay pasado ni futuro
que no contenga
la huella de su canto
en mí

¿Qué de mi lenguaje puede preservar el olor de su cabello
y su ternura animal, cuando en un mismo movimiento me abraza y retiene?

La identidad que poseo cuando estoy en sus brazos
está por fuera del idioma
por fuera de la corriente que hace mover mi boca
cuando da testimonio de lo que no ve

Entonces ¿es madre la que mueve mis labios
cuando leo las líneas de cobre de su cabello
que desde la oscuridad se encorva
irremediablemente hacía mí?

La secuencia original de su arrullo
salpica mi lengua
Los sonidos arden como la primera vez
Hablo
Dios se ablanda en mi pecho cuando pronuncio su nombre
Me alimento de él hasta existir
Hablo
Cada línea es un filete que mi madre asa en sus manos
Transcribo
Imagino en voz alta como los adereza
y espero
a que debajo de cada palabra
la caligrafía de su cabello
me diga:
hijo, evita que la primera línea de un poema
se parezca a la boca de tu madre al dormir
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De Labios que están por abrirse (2021)

Un ángel duerme en los puños de papá

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.                                                                                                            Ocean Vuong
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1

Llamo padre
a quien niega y afirma a Dios con el mismo puño.
Llamo padre
a quien hace de mi madre una silla de montar.
Su mano se abre
está a punto de pegar un ladrido.
Quizá sea el modo en que los desvíos del amor paternal
se traducen en violencia.
Quizá sea el modo en que mi padre
desahoga su frustración
por no haberse dedicado a la pintura.
Para mi padre mamá es un bodegón de moras.
Su mano se cierra como una ostra
que necesita alimentarse
de sonido.
Mamá afina con su voz
cada línea del lavado,
esperando a que mi padre
la tome suavemente
y le desentierre la esperanza
desde los tobillos.

La esperanza no es esa cosa con plumas que se posa en el alma.
La esperanza es un padre que nunca vuelve a casa,
es el verbo que madre aprieta contra su cuello
y que en el idioma de su piel significa:
hoy no estoy dispuesta al dolor.
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2

Descubrí el bismuto
por la pintura que mamá usaba para camuflar
la quemadura alrededor de sus ojos.
La quemadura tiene las iniciales de mi padre.
Alguien que lame con sus dedos el charco de té dulce
bajo la pose de mujer atravesada por una flecha
en que se convierte mi madre
cada vez que él sube las escaleras.
El bismuto es el elemento número 83 de la tabla periódica.
Tan escaso como la plata,
es a diferencia del cuerpo de mi madre poco maleable
cuando los dedos de mi padre actúan sobre ella.
El cristal de bismuto
semeja los colores de una mantis marina
sellada en las piernas de mi madre
cuando mi padre la atenaza sin delicadeza.
Mi padre es una criatura acuática
que como el bismuto se expande al solidificarse
dentro de ella.

Mi madre es una princesa egipcia
que delira cuando su apellido de soltera brilla
en los bordes de los dedos de papá
como el letrero de una disco de los 80.

Mi madre es un paisaje pintado de bismuto
que compite con la luna
por acentuar la suavidad de mis párpados.
Toco el bosquejo de su cabello en el aire.
Toca de nuevo, me dice.
Mis manos se queman.
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3

Este largo medallón al buen comportamiento es mi padre,
con su mirada rocosa
afilándonos
en el comedor.
Cuatro nudillos como cuatro reinos
miden mis signos vitales.
Cada golpe tiene el sonido de mi padre
mordiendo la piel de una manzana verde.

Cada golpe un sermón
que nuestras mejillas suelen agradecer.
La historia de sus manos
puede leerse en la piel de mi madre,
puede oírse
en el viento que se pasea como una viuda
por las vías descuidadas de su cabello.
Cuando la mano de mi padre se enrosca en una vara,
mi madre es un dibujo animado
que se esconde en la caja del televisor.
Cuando la toma como un acordeón,
el ronquido desafinado que se escucha en ella
es más que una representación del dolor.

El dolor es una herida de fuego
que mamá intenta arrancar de su cabeza
cada vez que entra a la ducha.
Imagino su ojo ardiendo contra mi mejilla,
su ojo pintando un mural con el tema de la culpabilidad
soplado sobre mi rostro.
Hay una razón por la que ella se despide
besando el interior de su codo,
una razón por la que la desesperación tiene el largo su falda,
por la que la imagen del abandono en ella
es una familia abriendo con los dientes la corteza de un árbol,
hasta que las encías se enamoren de un paraíso roto.
Este es mi padre.
He de bendecir la belleza de sus puños,
hasta que la lluvia
sea solo una idea extraída
del quieto movimiento de sus ojos.

Madre sonríe mientras asa las verduras,
más el sonido de su garganta cuando llora
sigue cayendo por el sifón.
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De Labios que están por abrirse (2021)

El corazón de mi patria es un florero roto

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Mis pies labran la tierra.
La tierra en la que mis padres
como dos árboles en el vacío,
sin límites, crecieron.

¿Acaso no es un país la piel que me crece en el corazón?
Todas las flores en este huerto se han tronchado hasta sangrar;
el miedo cuelga de las ramas
y las hojas huyen del asedio de la noche.

Aquí hay quienes dicen
que las niñas que sudan fuego se convierten en mariposas,
que las voces que golpean desde el fondo del Atrato
son de madres que lavan el recuerdo de sus hijos en el río.

A diario, nos caemos del país como de la cama,
mientras la luz baila y se ríe en nuestros pómulos quebrados,
amenazando el cielo
que sostiene nuestros gritos.

Felicidades a quienes asesinaron su infancia para colgarla de un asta;
a quienes forjaron medallas con los ojos de sus padres,
y a quienes pusieron sus dientes
en el revólver que besó nuestro corazón.

Hemos hablado por siglos una lengua de barro.
Hemos hecho que los huesos silben su tristeza
de no tener cuerpo,
como canciones al destierro en un lecho de llamas;
y nos hemos partido el rostro
contra el muro de la guerra.

Mas hay algo mudo en nosotros que aún desea cantar.

Hemos ensillado la muerte en el pecho,
y atado los ojos de los muertos
en cada puerta
como símbolo de resignación.

Mas hay algo mudo en nosotros que aún desea cantar.

Éramos rosas blancas creciendo en el jardín del odio.
Éramos, hasta que una lluvia negra nos quitó el color,
y en la madrugada donde alguna vez arrojamos nuestros sueños
cual si fueran documentos
que comprometen la seguridad de una nación,
nos cortaron en gajos,
y nuestros pétalos cayeron
como cabezas
en la mano dormida del sol.

Mas hay algo mudo en nosotros que aún desea cantar.
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Que parece decir:
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Dame un viento donde enterrar mi voz
Y un mar donde ahogar mi canto,
Abre vecindarios en cuyos pechos pueda empeñar mis ojos,
Y recoge el rostro del silencio
Que lleva siglos tirado
en los campos de la muerte
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Mi país se lee a través de sus heridas.
Mi país es un matadero
para cincuenta millones de reses, que
desgarran sus cuellos
con la soga del porvenir.

País, ruina mía, paloma de lluvia
nacida bajo el ojo de un fusil;
contra todo pronóstico
dos lilas aún pueden florecer
desde el blanco huerto de tus pupilas.

¿Y qué hay de nosotros,
que aún somos niños que se doblan de frío
a la orilla de su cama?

Con el color de la tierra que perdimos,
pintemos para las palomas
un mapa recortado en la punta de sus alas,
llenemos con una orquídea negra
el hambre de los perros que escoltan nuestras lágrimas,
y durmamos sobre la piedra que vendimos
por el derecho a escribir,
nuestro propio nombre en la arena.
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De Voces del Bajo Cauca (2022)

De cómo la imaginación trágica puede revelar el origen de una herida

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Supongamos que hay una versión
en que el sonido de sus dedos
deja de seguirme,
en que mis genitales no son expuestos en la plaza central,
en la puerta de una iglesia
donde Dios es la cerradura.
Supongamos que esos hombres
no tenían manos
sino guantes a más de cien grados
removiendo el lenguaje dentro de nosotras,
mi útero no es una olla de vidrio
en el que cada mañana
un batallón se lava el rostro,
mis pechos no simulan la explosión de una carreta de sandías
y mis piernas no reproducen canciones de amor
cuando un dedo
pinta la representación del infierno
sobre ellas.
Supongamos que el viento de este país
no me ha envejecido diez años
y que mi lengua
como un teléfono descolgado
sigue llamando a mi madre
a su imagen grabada en lomo de los caballos
que dieron origen
a los nombres
de nuestras calles.
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De Voces del Bajo Cauca (2022)

Mi tío tuvo nombre griego

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1

Pudo llamarse Héctor, pero tuvo miedo a que las armas cantaran en sus manos. Pudo llamarse Empédocles y disimular su naciente temor al fuego. Aunque hablar en público le generara pánico, mi tío se las arregló para decir: Lo mortal tiene dos formas de nacer y dos de destruirse. Mi tío eligió la segunda parte de la oración. Para 2016 la columna de mi abuela era un crucifijo de 26 brazos. De cada uno colgaba un rostro que necesitaba ser arreglado. Cada mañana mi tío subía y la reparaba. Mi abuela fue una antena parabólica con la que sus doce hijos se entretenían. Mi abuela poseía un cabello de alto voltaje en el que siete gorriones fueron cocinados. Una tarde, el Dios de David le dijo a mi tío: suéltala y afirmaré tu dinastía para siempre. El día de su muerte mi tío olvidó repararla. El día de su muerte una descarga limpió el cabello que lo envolvió durante sesenta años. El cerebro de mi tío era un calentador antiguo. Sus hermanas nos contaron que dejó de emitir radiación el 11 de septiembre 2018. Sus hermanas desconectaron el cable. Él se fundió, pero su habla se siguió arrastrando por el suelo.
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2

Mi tío fue llevado a una clínica de reposo. Allí cambia sus pastillas por diodos. Se hace llamar Empédocles. Teme al número siete. A su pie derecho lo llama Norte. A su pie Izquierdo le dice mi pequeño Sur. Los dos hemisferios de su cara hablan idiomas diferentes. Toco el granizo que cae de su cara. El precio de no tener cara es ser pasajero en los cuerpos de otros, le digo, mientras mueve los labios sin emitir sonido. Pareciera decir: ¿Ves un paisaje invernal en mis ojos? Me gustaría decirle que lo veo, que entiendo como la imagen de la nieve coloniza el ojo, como un reguero de nieve es el cuerpo antes de fundirse en una región de la cabeza. Un ventilador sopla su bata clínica hasta dejar ver el temblor de un puño cerrado, para mi tío es la cabeza de su hermano muerto gritando los siete apellidos de sus padres. Las enfermeras dicen que hay que aplicarle terapia electroconvulsiva para combatir su depresión severa. Mi tío dice que la depresión en su boca tiene sabor a habas crudas. El odia los vegetales y lo repite como una plegaria mientras un puñado de voltios da brillo a su lengua. La mirada de tío cambia a medida que su rostro pasa por cada página de metal. Sus ojos tienen el destello verde de los aviones de caza cuando bombardean una ciudad árabe. ¿Qué diferencia hay entre un psiquiátrico y un campamento de refugiados en la línea imaginaria que divide su cráneo -dividido en cincuenta y ocho trozos de sí mismo-como un pastel de bodas? ¿Cuántas pinceladas eléctricas necesita mi tío para reconstruir la forma de su cabello? No es la enfermedad la que narra la historia de su cuerpo, sino el lenguaje muriendo dentro de él.
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3

Antes del colapso, mi tío visitó a mi abuela, un año después de ser demolida. Cuando fuimos con mi madre la parte de su lápida tenía marcas de dientes, y dibujado en ella un mensaje escrito en lineal b. Los guardias del cementerio le preguntaron ¿Buscan algo esas manos? ¿O son solo un signo de dolor? Cuentan que mi tío silbó durante diez minutos intentando explicarse, pero la falta de verbos en su boca hizo que su gramática se convirtiera en la descripción de un paisaje. Al ingresar a la clínica de reposo, mi tío se limitó a decir que esperaba tener los poderes curativos de Empédocles, que mediante una secuencia armónica resucitó a una mujer que llevaba 30 años sin respirar. Mi tío nunca leyó filosofía, pero le encantaba imaginar cómo sería el recorrido de la lava en su cuerpo, cómo encendería sus manos acostumbradas a la madera, cómo eliminaría el sabor de la culpa. Según la versión de uno de sus compañeros de cuarto, mi tío dijo escuchar la voz de la abuela llamarlo desde el cementerio, dijo que su cabello era una escritura celeste que podía leer dentro de sus párpados. Cuentan que mi tío les dijo a los doctores ¿Cuántos años tiene la muerte en mi boca? Al día siguiente las enfermeras separaron con la punta de una jeringa su lenguaje y lo pusieron en un frasco a 30 grados bajo cero. Desde entonces, su lóbulo temporal se convirtió en una bocina que dice despierta a un halcón dormido. Desde entonces, mi tío es un reproductor de música que silba, lo que parece una oda a la deformidad de su cuerpo. Silba para registrar fuera de su ventana, los sonidos que encienden el monte. Una madrugada oí el silbido de mi tío en cada uno de mis dedos, como si me intentara decir Sostenme de caer en mi propio cráter. Pero el piso de su cabeza no lo sostuvo por más tiempo.

Nada más aterrador que oír el timbre de un poeta griego,
cuando se convierte en alimento de sus dioses.
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Inédito

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