Cinco poemas de Nissim

Nissim nació en Filadelfia (Estados Unidos) en 1997. Creció en esa ciudad hasta 2016, cuando se mudó a Nashville para matricularse en la Universidad de Vanderbilt, donde en la actualidad cursa la carrera de historia del Medio Este. Comenzó a estudiar castellano a partir de los 14 años, durante el primer año de la escuela secundaria y no ha abandonado esta lengua hasta ahora.

En el invierno de 2017, tras leer Yo soy un hombre sincero del cubano José Martí, Nissim empezó a escribir poesía en la lengua castellana, que decidió adoptar para su escritura. En los últimos meses han aparecido publicados sus primeros poemas en las revistas literarias estadounidenses Furman 217 y The Vanderbilt Review, escritos en castellano y traducidos al inglés por él mismo autor.

Actualmente realiza una estancia de estudios en Lima, la que se prolongará por unos meses más. Además, por el momento se dedica a la traducción al inglés de algunos textos de García Lorca, César Vallejo y Pablo Neruda, entre otros poetas. Cabe destacar que está trabajando en su primer poemario, el cual todavía no posee un título definitivo. Los textos que ofrecemos a continuación formarán parte de la que sería su primera publicación.

I.

Como el aliento que madura un sol morado,
una mujer extranjera lucha con un ángel nativo.
Está floreciendo el mapa,
y en el jardín del rey, descubren niños
vapor corpóreo,
cómo besar solamente por besar.

II.

Aquí, donde habían estado el cielo y la tierra
cuando aplanaron los bosques
con grandes arranques de amor,
espera la luz para ser entera.
Empieza a cansarse una piedra.

III.

Humo compite con humores.
Casas, como gónadas paternas,
caen en descuido.
Entre el reconocimiento y la fractura,
las horas invisibles desaparecen,
letras mudadas de cuerpo.
La catedral infinita, aún no colgada la luna,
se dobla en sí misma y muere.

]
«Un mosquito te recuerde de la vida»
Mahmoud Darwish

Por un sembradío tendido de uvas crepusculares
una mujer antes hermosa lleva su sombrero.
Como venas vacías de cristal alumbrado
las flores de aire se encogen,
anillos de plata deslustrada.
Un pájaro leonado,
señal de intimidad insoportable,
construye su nido en un árbol cercano.

¡Oh, lucero huyente
Oh, franqueza del cuerpo pálido
Los años son pestañas amargas y sin peso!
Tengo sal en la lengua,
en mi tierra surcos tibios.

En Jerusalén la nochera un violín se toca
y por agua en las manos ansío.
En algún desierto árabe,
bajo algún datilero desfecundo,
por su niño rizado una madre llora.

Del mundo más allá del mundo,
un empujón canoso,
fundido de plata.
Ladrillos efímeros bajo los pies,
bocanadas sólidas de humo;
como la hierba olvida
el peso del cuerpo,
una araña atada
invisiblemente entre ramas.

Hacer tentativa de trueno y cólera,
de la temblea de muslos
después de amar.
¡En un aguacero de mercurio,
dioses dando a luz!

En memorias, se queman llamas.
A clímax versos perdidos están.
Un momento pregunta al otro:
¿cómo necromancear a una piedra?

Debías de nacer en una tormenta salvaje
con las ferocidades primeras de marzo y abril,
profética cual crujido de ramitas.
En alguna parte, miel y barro se debían mezclar.

Que guarden tus rizos folclóricos
los secretos de la eternidad.
Que tu barba otoñal contenga
la sabiduría de religión orgullosa.

Pero arco lunar, fuerza diluvial
cómo es que te mueves
con el júbilo táctil de abrochar?

Olor disipante de pinos mojados,
quiero subir los peldaños del cielo
y coger en racimos los astros para ti.

Vienes volando en luz filtrada,
pista de las esperanzas de la primavera,
heredera aspirante de venideros.
Te miro enroscar en los brazos
de jóvenes amantes que descansan en el césped.

Tú, cortada del humo obsidiano
de mis propios ojos.
Tú, labrada del silencio caprichoso
de calles crepusculares.

Postrado yo rezo en un prado de luna
donde la lluvia que cuelga de los brotes
quiere ser tus senos.
Eres el desconociendo de un nombre secular
y contigo bailo en viñedos
mil años olvidados.

Entre giros de péndulo respira el universo;
una mandolina se rinde su risa.
Encabalgamiento de noches,
descongela del chorro de una fuente;
tu espalda es la tragedia azul
de un cometa ya pasado.

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