«Carreteras que brillan en el bosque» de Ramiro Gairín en una muestra de textos
Ramiro Gairín (Zaragoza, 1980) es ingeniero de montes por la Universidad Politécnica de Madrid, trabaja desde hace dos décadas como especialista en hidráulica, hidrología y medio ambiente en una consultora de proyectos de infraestructuras y obra civil de ámbito español e iberoamericano. Casado y con un hijo, actualmente reside con su familia en la pequeña población pirenaica de Fiscal (Huesca), en una decisión que busca ralentizar sus vidas y ofrecer a su hijo otra manera de ver y estar en el mundo.
Ha publicado hasta la fecha una docena de libros de poesía, entre los que se pueden destacar Que caiga el favorito (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2011), Aguanieve (Isla de Siltolá, Sevilla, 2015), Lar (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2016), Llegar aquí (Versátiles, Huelva, 2020), La ciudad que no somos (Polibea, Madrid, 2020) o Tiempo de frutos (Piezas Azules, Madrid, 2022). Con Carreteras que brillan en el bosque (Reino de Cordelia) obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Salamanca 2024, otorgado por unanimidad entre los 1.185 originales.
Sus textos han formado parte de diversas antologías de poesía y haikus (Gobierno de Aragón, 2016; Olifante, 2017; Libros del Aire, 2022; La Garúa, 2023…) y sus poemas se pueden encontrar también en múltiples revistas literarias de los últimos años, como Turia, Isla de Siltolá, Caracol Nocturno o Rolde.
Todos los poemas de Ramiro Gairín de esta muestra pertenecen a su último libro recientemente editado, Carreteras que brillan en el bosque (2024).
Alta demanda
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QUIZÁ NO HAYA un momento más sagrado,
en el que más encima se nos eche
la mirada de un dios, exista o no;
quizá no haya ocasión mejor
para disolverse en acción, sentir
que la tarea y uno son lo mismo;
quizá nunca se dé una comunión
mayor con lo creado, con lo extinto,
con lo que ha de venir,
con el hilo que a todo nos conecta,
que ese tiempo en que tratas de dormir,
de mantener dormido
—si acaso hubo suerte—
en los brazos a un niño, paseando
por una casa a oscuras.
Y nunca será tan tuyo un espacio,
una fuerza, una estela, la sombra
de un álamo de tiempo.
Ni pertenecerás tanto a un hogar.
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De Carreteras que brillan en el bosque (2024)
La lluvia sobre el zorro
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. Ratones en los campos. Donde cace el zorro,
. habrá sangre mañana en la hierba.
. Pero la tormenta, la tormenta la lavará.
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. Louise GLÜCK
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LA BELLEZA lo envuelve todo.
Tenemos que ir al médico
hasta el pueblo vecino;
en la ciudad pequeña, al hospital.
Una carretera entre rebollares.
Abajo, el río; más arriba, el bosque
cambiante; en las cumbres,
rocas y huecos para el blanco.
La bojeda, la escarcha, los rebaños.
No es obvia esta belleza
ni son tan evidentes sus mensajes,
aunque nos zarandee.
Estamos aprendiendo, desde aquí,
desde su interior, a desaprenderla.
Puede que así sepamos hacer algo por ella.
O, mejor, que entendamos
cómo no se hace nada.
Las mareas que fueron
antes mucho más altas que estos montes
entregan todavía en cada puerta
los restos repetidos de naufragios,
semillas infecundas,
heridas para siempre palpitantes.
Quizá haya que volver del miedo
de sacarle la sangre a un niño
para ver que cuidar lo bello importa,
que cuidar el temblor que sin nosotros
no existiría salva a lo que tiembla
—las manos de enfermera, la lluvia sobre el zorro—.
. Que cuidar es mirar.
. Que lo bello es difícil
. porque nunca descansa.
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De Carreteras que brillan en el bosque (2024)
Ecosistema
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LAS ONCE DE LA NOCHE en las campanas.
Ropa de circunstancias
para sacar basura; mal calzado.
Nadie, claro, en la calle.
La extraña vibración
de la vida que es vida porque sí.
Cuatro días de lluvia que han lavado
las flores incipientes del jazmín,
el lomo casi azul de los caballos,
los álamos del viejo caserón.
Que han puesto al descubierto
algunas teorías:
de los bebés hay células
que quedan en el cuerpo de las madres
después de varias décadas del parto;
las parejas que conviven, que se besan,
comparten microbiota, sincronizan
un segundo cerebro en las entrañas.
Hechos un solo cuerpo,
indistinguibles ramas de raíces,
dormís el niño y tú
en esa habitación que es solo cama.
Y sois un bosque bajo el aguacero,
todo un ecosistema cuyas interacciones
apenas conocemos.
La brisa pone a hablar a los fantasmas,
pájaros que me cogen de la mano.
Echar a caminar, porque conmigo vais.
Llegar hasta las últimas farolas,
dejar atrás los puentes,
el rastro de tortugas prehistóricas,
las voces de la luna
y que la oscuridad vaya engulléndome.
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De Carreteras que brillan en el bosque (2024)
Con pincel y cuidado
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DESCUBRO en la libreta
que siempre llevo encima
apuntes para versos
de amor que no llegué a escribirte.
Se mezclan con las listas de la compra,
con croquis y medidas de visillos,
teléfonos sin nombre,
tartas de cumpleaños saludables,
regalos para el chico.
Los alcanzo cruzando los estratos
de cotidianidad apelmazados,
con pincel y cuidado,
como en excavaciones arqueológicas
de poblados humanos habitados
continuadamente.
La emoción se parece,
supongo, a la de hallar una figura
de terracota, un peine para niños,
ya de noche, alumbrando los trabajos
con vacilantes focos.
El día ha sido duro,
mucha gente opinaba
sobre dónde buscar,
se volvía difícil
hacer caso al instinto.
Los descombro y paso a limpio
bajo la luz del flexo,
cuando todos descansan.
Los descifro y entiendo;
en nuestra nueva lengua,
por suerte, no se pierde
nada en la traducción.
Quienes allí reposan
ya no tenían miedo de crecer,
de buscar más allá de las fronteras:
se habían convertido
en el mejor lugar para vivir.
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De Carreteras que brillan en el bosque (2024)
Cuento
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UN GRIS oficinista
podría estar leyéndolo ahora mismo,
en un grueso volumen
viejo de tapas duras,
mientras afuera llueve.
Los cielos han bajado a la montaña,
mesan sus largas barbas las laderas,
cruzan los animales, los pájaros andando,
carreteras que brillan en el bosque.
Al frío le aparecen ojos blancos,
asomado a las ventanas
de la pequeña casa,
y la niebla y el viento y la tormenta
se hacen carne apretada,
manos y pies que tocan a kilómetros
de aire, que desmontan la afilada
composición del vaho que respiran.
Que de aquí para allá
trabajan en urdir un nuevo suelo
guardián de huellas verdes.
Un baúl de baúles de memorias
encontradas ya cuando no hace falta,
indetectable cápsula de tiempo.
Un vuelo misterioso
del que aquí solo habrá noticia.
Un gris oficinista
que mira desde dentro de esa nave,
sacudiéndose el polvo del camino,
ordenando los tiempos,
cómo flota el espacio alrededor.
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De Carreteras que brillan en el bosque (2024)