Caracol de oro, baba y hueso
Escribe | David Marroquí Newell
Editorial: AEREA (RIL editores), (2021)
Nº de páginas: 58
ISBN: 978-84-18065-87-3
Autora: Lola Nieto
Si existe pero la distancia es extrema, no se percibe. Se puede percibir mediante los sentidos en remanso o encarnar por la mente en gesto de liberación de trama. Existir se puede de dos modos. La distancia funciona en la primera. Para la segunda, la distancia es acicate y energía de mayor corporeidad. En la mente, el caso se solidifica utilizando recuerdo y distracción. La distracción es el pozo y un fragmento de posibilidad que en el descuido colma por dos turnos de piel a las antepasadas.
Caracol, de Lola Nieto, es de esos poemarios que te adentran en el lento regusto de una lectura pausada a la vez que intensa. Con una poesía escrita en su mayoría al modo de prosa —alterna con el verso a mitad de la obra, si es que en algún momento dejase de ser verso—, es un libro que recrea y se recrea en la belleza de las propias palabras y la sensación que transmiten. A veces se juntan para desjuntarse en un juego semántico con un ritmo que hace que te apegues a la obra como si te deslizaras por el delicado filo de una caracola, capturado por su espiral hipnótica, degustando, a medida que vuelves atrás para leer de nuevo una palabra en la que encuentras una nueva, intensa y voluble emoción. Porque vuelves a releer Caracol, vuelves a buscar el sentido de la ausencia y las estancias descubiertas, exploradas; las estancias-persona, las estancias-uno/a-mismo/a.
Comienzo en una habitación, observando desde la distancia una búsqueda de presencia, un pálpito del mirar y del ser el otro, casi puedo percibir el tacto de las paredes y el olor de la ropa en los cajones y armarios y de repente dejo de ser distante. No lo propuse, pero ella sí: «Hacía todo lo posible por perder la distancia». Me agarró fuerte y ahora «estábamos de pie y sentíamos».
Era un espacio de no estar. El lugar que comunicaba con el resto de estancias, pero en sí, no era ninguna habitación. Ahí miraba. Querer y no. (…) ese día advertimos que para vivir dos vidas no hay que morir y regresar.
Hasta este momento, lo que parecía un recorrido fotográfico donde caminaba, veía, palpaba y sentía, se convierte en pérdida y encuentro a la vez. Pérdida del sentido de lo real, del camino, de uno mismo; encuentro del sueño, del sistema onírico, de las sensaciones que muerden y aman con tal voracidad que las palabras se cohesionan como la historia de las moléculas del universo que forman un todo y a la vez una nada; que deforman un uno y también un nosotros.
La guía que me tendía la mano me suelta y me deja en un acompañado abandono, un libre albedrío en el que recorro los párrafos de una historia de amor que está aconteciendo dentro de lo ya acontecido y tal vez de lo que acontecerá. Las amantes se funden en un espacio tiempo y en ellas mismas, se separan y se palpan y el amor se convierte en un hecho habitable y las amantes en sus estancias. Existir en el amor; vivir en el amor; romper las barreras y las distancias entre dos cuerpos que son dos almas hasta el desamor, que tiene algo de amor; o hasta la muerte, que tiene algo de desamor. De una forma u otra se establece la ruptura.
Bailaba porque todo podría morir a nuestro alrededor y ni siquiera sabríamos.
Este libro es una expresión viva de la distancia, de disrupción de dualidades en todos los sentidos: amor-desamor, acercamiento-distancia, uno mismo-el otro. Todos estos conceptos van fluyendo, se van acercando y separando, se van formando en uno y en dualidades y se alejan irremediablemente. Pero al mismo tiempo se quedan y permanecen en el uno mismo, que es capaz de recrear y volver a llevar a cabo los acercamientos por sí solo. Y es que podríamos decir que Caracol es la historia de un reflejo en espiral, de nuestro reflejo en el mundo, del reflejo del amor y el reflejo que dejamos en los demás y que estos dejan en nosotros. También trata sobre el lleno y el vacío que invariablemente nos deja, como un juego de repetición; sobre esas distancias insalvables que sólo podemos romper dentro de nosotros mismos por mediación de nuestras proyecciones, del recuerdo.
El último día de la nieve. El primer día del lago, al lado del hotel. Una vaca enorme. Alguien se mojó los pies. Hacía frío, de repente. Todos se fueron y me quedé sola mirando cómo me quedaba sola. Hay grabaciones de eso. No me llamaba. Disfrutaba, quizá, dejándome en el lago sola grabando pequeños animales que saltaban o se deslizaban, alguno volaba. Me puse muy rara. No quería dormir. Era una trampa. Salí a ver las estrellas. Tuve un miedo terrible. En la noche. En el lago, al lado del hotel. Regresé. En ese tiempo minúsculo había desaparecido.
Este fragmento que he resaltado entra en absoluta confrontación con el inicio de la obra, no citada aquí pero comentada al inicio de este texto. Me pareció destacable porque, en mi opinión, establece un sublime juego con las palabras para transmitir sensaciones que van, poco a poco, oscureciendo el tono de la estrofa, partiendo desde la fluidez del agua como conductor, con la sensación de frío de fondo, hasta el miedo, desamparo y soledad, usando la noche como vehículo entre ambas, con su espesa negrura y oscuridad pero con la belleza de las estrellas. Es una transición llevada de manera excelente que consigue guiarnos poco a poco, marcando el ritmo cada vez más abrupto a través del sistema de puntuación, desde un extremo emocional al otro.
porque en la reiteración de vez la unidad reside la escena
. de una mengua exacta
. y
. precisa una estética
d-ella
quela jamás besarás un el estremecimiento que provoca
la grabación de
. sonido y escucha ///
en bucle-sentir // algo que dentrocado
Durante la lectura del poemario vas sintiendo cada vez más esa sensación de pérdida, de duelo, que se va instalando dentro de ti sin saber cómo ha llegado esta soledad que se apoya en el recuerdo del sonido, el tacto, gusto y olfato. La vista sería la reproductora de un vídeo pasado que reproduce una y otra vez siempre con el ligero cambio que trae el recuerdo. ¿Pero hasta qué punto el recuerdo no es también creación? Los versos se van volviendo presos de la fragmentación y se entrecortan, parten y reescriben para ser renombrados y rebautizados.
respira/antes-de-emitir el sonido casi es un presentimiento
. de la. saliva en el corazón
. recordaré el oído juntas
. es aquí mi lugar secreto : la fuerza tremenda
de regreso para en v o l ver la tuya :
//rápido-de cicatriz ///en una cascada y abalorios lo
. poníamos
cola de caballo (…)
Se hace realmente difícil hablar de un libro que te está zarandeando en el constante movimiento de tus ojos al pasar de estrofa a estrofa y donde la palabra se vuelve tan volátil que hay que sujetarla con la suavidad justa para que no se deshaga. Toda la parte central del poemario se viste de esta guisa. Es frágil, voluble y maleable, casi líquida y que, mientras escribo estas líneas me doy cuenta de ello, el nombre de «Baba» se ajusta a la perfección. Esta segunda parte está sujeta para que no se escape, entre la primera, «Oro», y la segunda, «Hueso».
Abre la mano y ve un caracol.
Toca la concha y palpa la rugosidad leve de un pliegue movedizo, frío, la troncha de un pómulo sin astillar. Es frágil. Una membrana ondulada y reseca. Mi corazón es esto. Lo gira y la otra parte parece una muesca de lienzo crudo. Dos líneas circulares de idéntico grosor como la leche recorren la capa. El opérculo está cerrado. Pero no de baba, sino de barro. Está muerto. Ha esperado tanto tiempo la forma del reencuentro.
Es cuando llegamos a este último tercio que volvemos a solidificarnos. Los versos se vuelven a compactar formando párrafos en prosa y adoptando una forma epistolar. La narradora se desdobla para contarnos la historia en tercera persona y al mismo tiempo interrumpe la narración para ofrecernos la continuidad en la forma de las cartas. Es entonces cuando penetramos en la búsqueda de una comunicación espiritual, un reencuentro. No sabemos si las cartas serán leídas por alguien, pero parecen la forma final del duelo, o tal vez una resistencia o ambas cosas.
Es interesante la invocación del alma de quien no está presente. Lejos de realizar un clásico juego de lo que se consideraría brujería, chamanismo o magia negra, la invocación se realiza de una manera moderna y real en un juego de absoluta creación.
Para invocarla, trazó un arco de oscilación. Pulsó play y la grabación se accionó. La voz de ella surgió del aparato, registrada. Escuchó con plena atención. (…) Imaginaba los movimientos del rostro de ella cuando grabó lo que ahora estaba escuchando. (…) Su cuerpo se convirtió en la caja acústica que recogía el timbre y el tono, el acento y la modulación.
Después de esto, empezó a pintar la voz de ella.
La poesía en la envoltura de Caracol crea una obra que desafía a perderse para encontrarse. Nos hace reflexionar sobre los huecos que dejamos las personas cuando nos vamos y de la soledad presente que habita en los cuerpos de quienes se ven obligados a despedirnos. También cabe la reflexión de lo que hacemos para resolver esa distancia, a veces insalvable. En el caso de un o una artista, puede ser el arte el vehículo que recorte las lejanías; o también esa escritura epistolar que nace y muere en la propia mano de la escritora.
En la génesis de las formas, la imaginación excreta la sensación exuberante de participar en un intercambio en el que las fibras nacen de sí mismas. Este efecto es el poder de una proyección: disolver el hueco. Ni aquí ni allá. Sólo cuando su cuerpo se separa de ella surge el espacio.
La belleza con la que cada letra está escrita nos transmite una dulzura que va más allá de la melancolía de la ausencia. ¿Hasta dónde ocupa la soledad?; ¿realmente estamos solos?; ¿Se puede estar solo y a la vez rodeado de nuestros espectros?; ¿podemos detener las distancias, encontrarnos, reencontrarnos?; ¿Se puede estar solo si la imaginación rellena nuestros espacios? Lo que sí es cierto, es que un día nos detendremos y, como caracol fosilizado, la tierra taponará nuestra entrada.