«Poesía nueva» y «El hombre moderno», dos textos de César Vallejo

César Vallejo

César Vallejo durante una visita a Niza en 1929, aparentemente en lo que hoy es la Promenade du Paillon. Fuente.

 

Hace pocas semanas se recordaron 80 años del día en que se cumplió la fatídica profecía de César Vallejo en su poema «Piedra negra sobre una piedra blanca»: «Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya recuerdo./ Me moriré en París ―y no me corro/ tal vez un jueves, como es hoy, de otoño». Pese a que su muerte no se produjo ni en otoño ni un jueves sino en primavera y un viernes, la sempiterna e idealizada lluvia parisina sí acompañó las últimas horas de existencia en este maltratado mundo del que, probablemente, es el poeta más trascendental de nuestra lengua en el siglo XX.

A partir de su muerte, casi en el anonimato, en la que él consideraba había dejado de ser la capital del mundo nació el mito, como ha sucedido siempre con tantos otros creadores en la historia, cuando cientos de poetas en castellano ―tal vez miles, por no decir decenas de miles― se animaron a dislocar el idioma y la sintaxis imitando la grieta telúrica de su poesía, la que se ha perpetuado indeleblemente a través de generaciones, en diversas latitudes.

Dentro de su bibliografía destacan sus inicios modernistas con Los heraldos negros (1919) y la fractura vanguardista que experimentó con Trilce (1922), publicado todavía en su natal Perú, un año antes de partir como corresponsal a Europa. Además del testimonio imprescindible de la Guerra Civil en España, aparta de mí este cáliz (1939), luego incorporados como parte del conjunto de Los poemas humanos (1939), ambos editados poco después de su muerte.

En medio de todos sus libros de poesía escribió varios de narrativa y teatro, pero destacó en especial mediante el periodismo y el ensayo con textos como Rusia en 1931, Contra el secreto profesional y El arte y la revolución. Sus colaboraciones con diarios y revistas peruanas fueron continuas, especialmente desde París y Madrid, transformándose esta en su principal medio de subsistencia. Precisamente desde este periodo se originan las dos crónicas de César Vallejo que publicamos hoy: «Poesía nueva» y «El hombre moderno».

Los textos que transcribimos a continuación pertenecen a Crónicas de poeta (1996), editado por Biblioteca Ayacucho en Caracas y con prólogo y selección de Manuel Ruano, que recoge los artículos periodísticos del poeta peruano en el lapso entre 1915 y 1938. Cabe recalcar que se ha respetado con exactitud la ortografía y sintaxis de los textos originales.


POESÍA NUEVA

Poesía nueva ha dado en llamarse a los versos cuyo léxico está formado de las palabras «cinema, motor, caballos de fuerza, avión, radio, jazz-band, telegrafía sin hilos», y en general, de todas las voces de las ciencias e industrias contemporáneas, no importa que el léxico corresponda o no a una sensibilidad auténticamente nueva. Lo importante son las palabras.

Pero no hay que olvidar que esto no es poesía nueva ni antigua, ni nada. Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad. El telégrafo sin hilos, por ejemplo, está destinado, más que a hacernos decir «telégrafo sin hilos», a despertar nuevos temples nerviosos, profundas perspicacias sentimentales, amplificando videncias y comprensiones y dosificando el amor: la inquietud entonces crece y se exaspera y el soplo de la vida se aviva. Esta es la cultura verdadera que da el progreso; éste es su único sentido estético, y no el de llenarnos la boca con palabras flamantes. Muchas veces las voces nuevas pueden faltar. Muchas veces un poema no dice «cinema», poseyendo, no obstante, la emoción cinemática, de manera oscura y tácita, pero efectiva y humana. Tal es la verdadera poesía nueva.

En otras ocasiones el poeta apenas alcanza a combinar hábilmente los nuevos materiales artísticos y logra así una imagen o un «rapport» más o menos hermoso y perfecto. En ese caso ya no se trata de una poesía nueva a base de palabras nuevas como en el caso anterior, sino de una poesía a base de metáforas nuevas. Mas, también, en este caso hay error. En la poesía verdaderamente nueva pueden faltar imágenes o «rapports» nuevos ―función ésta de ingenio y no de genio― pero el creador goza o padece allí una vida en que las nuevas relaciones y ritmos de las cosas se han hecho sangre, célula, algo, en fin, que ha sido incorporado vitalmente en la sensibilidad.

La poesía nueva a base de palabras o de metáforas nuevas, se distingue por su pedantería de novedad y, en consecuencia, por su compilación y barroquismo. La poesía nueva a base de sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana y a primera vista se la tomaría por antigua o no atrae la atención sobre si es o no moderna.

Es muy importante tomar nota de estas diferencias.

 

………….Favorables París Poema, Nº 1, París, julio de 1926, también en Amauta, Nº 3, Lima, noviembre de 1926, y en la Revista de Avance, vol. 1, Nº 9, La Habana, agosto de 1926.


EL HOMBRE MODERNO

………………………………………………………………………………..París, noviembre de 1925

Dicen que nuestro tiempo se caracteriza por los caballos de fuerza que tiran de los carruajes, de las astas de las banderas de los cuernos de la vida entera. La velocidad es la seña del hombre moderno. Nadie puede llamarse moderno sino mostrándose rápido. Así lo estatuyen los filósofos. Los oradores ingleses han reducido la factura de sus oraciones a lo esquemático y hay representaciones liberales que, como Mr. Jiwons han ganado la elección con un solo discurso, en un país donde toda gran empresa política supone mil anginas por inflamación del órgano de la voz. En Estados Unidos el Alcalde de New York acaba de ser elegido sin haber dicho un solo discurso. Se podría argüir que el silencio no quiere decir la rapidez. Esa es otra cuenta. Posiblemente, el tiempo que habría empleado el alcalde en pronunciar una oración política lo habrá empleado en otra cosa. Porque el ritmo de la velocidad no sólo consiste en hacer una cosa pronto, sino también, y sobre todo, en escoger acertar el empleo del tiempo oportuno. Supongamos dos personas que quieren atravesar la calzada de la Avenida de la Opera; estará más pronto en la otra acera la persona que acierte el momento de la travesía, pues el adagio reza: No por mucho madrugar, se amanece más temprano… Naturalmente, en nuestro tiempo, lo que hay que escoger es el momento, es decir, el tiempo, y no la clase de labor, como en el caso del alcalde de New York. De todas maneras, en ambas cosas, la rapidez sale de saber escoger el empleo del tiempo. No hay que olvidar, por lo demás, que la velocidad es un fenómeno de tiempo y no de espacio; hay cosas que se mueven más o menos ligeras, sin cambiar de lugar. Aquí se trata del movimiento en general físico y psíquico. En algún verso de Trilce he dicho haberme sentado alguna vez a caminar.

Pero nos hemos salido del tema. La velocidad, pues, signo es de nuestro tiempo. No soy yo quien lo dice; yo sólo gloso un concepto general. Algunos se preguntan:

―¿De qué manera se es rápido? ¿Qué se debe hacer para acelerarnos? Se trata de una disciplina heredada o de una disciplina que puede aprenderse a voluntad…

Estos son los que creen en que la rapidez nos lleva por buen camino. Ya sabemos que los que crean así, echan una buena yuca a los demás y no hay Santo que los mueva, sino con las espaldas vueltas a la máquina.

Mas la disciplina de la velocidad existe, heredada o aprendida. Ella consiste en la posesión de una facultad de perspicacia máxima para la recepción, o mejor dicho, para traducir en conciencia, los fenómenos de la naturaleza y de reino subconsciente, en el menor tiempo posible; emocionarse a la mayor brevedad y darse cuenta instantáneamente del sentido verdadero y universal de los hechos y de las cosas. Hay hombres que se asombran de la actividad de otros. Hay escritores europeos ―por ejemplo― que en el transcurso de un solo día han leído un bello libro, han saboreado una gran audición musical, han peleado y se han reconciliado tres veces con sus mujeres, han pasado una hora conversando con un hostilano (sic), han escrito dos capítulos de un libro, se han cambiado cuatro veces de traje para diversos actos, han tenido una larga mirada sobre Dios y sobre el misterio…

No hay que confundir la velocidad con la ligereza, tomada esta palabra en el sentido de banalidad. Esto es muy importante.

Dos personas contemplan un gran lienzo; la que más pronto se emociona, ésa es la más moderna.

………………………………………………………El Norte, Trujillo, 13 de diciembre de 1925.

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