Un viaje aún inconcluso pese a la derrota
Escribe | Aníbal Fernando Bonilla
Editorial: El Ángel Editor (2024)
Nº de páginas: 48
ISBN: 978-9942-633-47-7
Autora: Catalina González Restrepo
Idioma original: español
Leo En las aduanas hemos perdido algo irremediable (2024), de Catalina González Restrepo (Medellín, 1976), y me quedo con la sensación del tránsito leve de la vida o de la levedad de las cosas simples, susceptibles de exploración y hasta desechas tras la consumación del dolor. Libro para hojearlo de un soplo, sin pausas, con la vitalidad que otorga el verso. Apenas con la respiración de un lector ávido por el texto preciso y precioso. En sus páginas compendia trabajos anteriores: Afán de fuga (2002), La última batalla (2010) y Dos veces extranjeros (2019).
En este poemario cabe como conjetura la imposibilidad del amor; fiebre de soledades que se juntan para luego volverse a separar: «Amores sin fruto, / resecos como insectos viejos / bañándose en un charco». Antes que la rabia, tal vez el miedo que imprime la oscura noche. El beso, y tras de sí, el agotamiento de dos cuerpos cansados, que antes temblaron sin importarles el pudor sugerido por los otros. Fatiga que interrumpe la tonada nupcial. La ceguera que no advierte del quebranto. La pasión, y luego, la despedida. Desgarradura que acompaña al insomnio. Liturgia demente «que nos ha dejado ciegos» en el pálpito de las incertidumbres.
En entrelíneas hay una búsqueda metafórica incesante. La del príncipe azul en el país irreal. La de la botella de vino en la mesa servida. La de la palabra que nos eleve emancipados con el viento. La del mar, antes y después del naufragio. La del abuelo y la melancolía. Otra vez, la del amor, como grieta y despedida. Porque de adioses también está confeccionado este libro breve; bitácora en donde reposan deseos y derrotas. Una sensación de desplazamiento entre lo dicho y lo actuado, considerando que «el vuelo de pájaros jóvenes en la mañana / nos invita a partir».
En «Fragmentos de viaje» se constata la emoción inquieta por redescubrir otros territorios, desde el dintel de pasillos, ventanales de aeropuertos, la monotonía asfixiante o «la rutina incesante del mundo». A la usanza de Constantino Cavafis, la autora nos traslada a un itinerario de pérdidas y reencuentros, en donde Ítaca no es mera coincidencia, sino la certeza de plantear a través del poema el misterio insondable del éxodo humano. En «Viaje» afirma: «Sería mejor cambiar todo el equipaje / pero la memoria es caprichosa, / en las aduanas hemos perdido / algo irremediable».
La situación migrante se vuelve elemento protagónico en la última parte de la obra (Dos veces extranjeros), a través del recorrido palmario por ciudades, calles, jardines, trenes, hospitales, de alguna manera personificados en ciertos poemas. Es la descripción geográfica que revitaliza los textos, desde la experiencia y los sueños. Porque también hay sitios que se habitan con la imaginación, cuyo destino es siempre un desafío: «Anoche, después de la herida, dormí con una canción. / Son esos lugares que nunca tendremos».
El paso inexorable del tiempo se plantea desde el simbólico reloj de arena. El pretérito que no da tregua ante la carrera acelerada de esta época convulsa. Lo que fue o lo que pudo ser como especulación de la existencia efímera. Nacemos con la ilusión marcada en el primer alarido, luego nos desarrollamos con sentido de lucha constante en la ardua batalla del presente, y más tarde, sobreviene la aflicción de los años marchitos: «sepultarme / enviarme flores / arreglarme para la muerte». La voz poética retorna a la niñez o a la adolescencia febril como mecanismo de enriquecimiento temático. Es el conducto de la reminiscencia de aconteceres que se guardan para siempre más allá de la conciencia. Esa fuente inagotable de vivencias mágicas va de la mano con el estilo fino, transparente y pulcro del buen hablar. Estos poemas afilados transmiten preguntas al borde del abismo: «¿por qué no simplemente / dejarse llevar contra las rocas / y estrellar la barca?». Asimismo, preocupaciones propias de la autora, a la vez, inquietudes de los demás, a partir de situaciones ordinarias o habituales que anidan en el corazón y tacto autoral para hilvanar bellas piezas de inventiva literaria.
El escritor(a) se acumula de ansiedades, sentenció Susan Sontag. Con toda la libertad interior, tales ansiedades se yerguen En las aduanas hemos perdido algo irremediable. Y las obsesiones. Y los pesares. Y las orfandades. En febrero o abril. En cualquier estación climática. Al igual, la dicha que únicamente otorga el acto de fe escriturario. Son las lecturas de nuestra generación en una versión singular, en una retórica próxima al alumbramiento de las ideas genuinas. Las almas deambulando en torno al refugio que brinda el arcano creativo.
Muestrario lírico, este que propone Catalina González Restrepo, sin barniz impostado alguno, sí, con exacta gradación lingüística y coherencia ante el delgado cordel sintáctico. Va de encantamiento en encantamiento por los caminos insospechados del género poético, a ratos con danza melancólica, y en otros, con aires musicales. Ella, devela con clarividencia un secreto como cierre: «En el principio de nuestra historia / ya estaba el final, / pero no tuvimos la valentía de verlo».