Rosario Castellanos, más allá de la escritura

Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 ― Tel Aviv, 1974) como testigo de muchas injusticias, tanto ajenas como propias, se propuso denunciarlas sin restricciones a lo largo de su extensa obra, la que de alguna forma es el negativo de los tormentosos conflictos que vivió en su época, escondidos tras el silencio y la incomunicación de quienes lo vivieron. Probablemente si ella no hubiera optado por centrar su atención en las problemáticas que afectaron su vida como escritora, docente universitaria, esposa y madre, muchas otras mujeres hubieran carecido de una referente que las conciencie acerca de esta iniciativa personal.

La autora mexicana dedicó gran parte de su corta vida a combatir la desigualdad de género que siempre la rodeó, transformándose este en el leitmotiv de su literatura, cuando apenas se discutía del tema en la región. Con lo que no sólo sentó un precedente en su país sino en toda Latinoamérica. A través de su poesía directa y de una potencia reveladora, sin estridencias ni ropajes retóricos, logró abordar la cotidiana intimidad de sus congéneres de una forma en que nunca más sería vista igual después de su lectura. Incluso, en varias ocasiones, sin conmiseraciones consigo misma, en un ritual de expiación de las desdichas intimas.

Una muestra de la madurez que alcanzó en el dominio de esta temática es el poema «Recordatorio» : «Hubo un intermedio entre mi cuerpo y yo,/ un intérprete ―Adán, que me dio el nombre/ de mujer, que hoy ostento―/ trazando en el espacio la figura/ de un delta bifurcándose./ Ah, destino, destino./ He pagado el tributo de mi especie/ pues di a la tierra, al mundo, esa criatura/ en que se glorifica y se sustenta». Mientras que en «Kinsey report»  ironiza las frías estadísticas de este estudio científico acerca de la sexualidad de los estadounidenses y lo extrapola a la realidad mexicana, una realidad colectiva y coral en la que las mujeres anónimas tienen voz propia y la autora ejerce apenas de intermediaria.

Castellanos publicó una decena de libros de poesía: Trayectoria del polvo (1948), Apuntes para una declaración de fe (1948), De la vigilia estéril (1950), El rescate del mundo (1952), Presentación al templo (1952), Poemas (1957), Al pie de la letra (1959), Salomé y Judith: poemas dramáticos (1959), Lívida luz (1960) y Materia memorable (1960). Aparte de estos títulos se irían sumando a las nuevas antologías poéticas otros textos que habían quedado inéditos al momento de su muerte.

De su obra narrativa destacan la novela Balún Canán (1957), la que es considerada una de las más destacadas en la literatura latinoamericana dedicada al tema indigenista. El texto aborda la temática desde el punto de vista de la infancia de una niña hija de un terrateniente y de una niña chiapaneca, quienes conviven en la misma hacienda. Publicó otras dos novelas: Oficio de tinieblas (1962) y Rito de tentación (1996). Los libros de cuentos Ciudad real (1960), Los convidados de agosto (1964) y Álbum de familia (1971).

Además, fue una destacada ensayista, en especial enfocada en el estudio de la brecha de género con textos como Sobre cultura femenina (1950), La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial (1960), Mujer que sabe latín (1973), El mar y sus pescaditos (1975) y Declaración de fe. Reflexiones sobre la situación de la mujer en México (1997). Esta faceta de su obra sólo fue revalorada después de su muerte, como el resto de sus méritos.

En la década del cuarenta se radicó en Ciudad de México para estudiar filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Posteriormente se trasladó a España para cursar estudios de estética en la Universidad de Madrid (actual Universidad Complutense). Se dedicó a la docencia en varias Universidades: UNAM, Universidad de Wisconsin, Universidad Estatal de Colorado, Universidad de Indiana y Universidad Hebrea de Jerusalén (ciudad en la que también fue diplomática).

Elena Poniatowska en el prólogo a una antología sobre la escritora sintetizó, a su juicio, cuál fue su aporte en la sociedad civil mexicana: «¿Por qué es importante Rosario para las mujeres de México? Porque se dijo a sí misma y al decirse definió también a muchas mujeres cuya suerte es idéntica. ¿Qué dijo de sí misma? Habló de su miedo, su soledad, su actitud de espera, la pretensión de darle a su vida un sentido. Tuvo el atrevimiento de explorarse a sí misma, desgarrarse y salir de los papeles estipulados. En la literatura se liberó. Aunque nunca se expuso en la vía pública ni empleó el lenguaje feminista nos dio el mayor alegato de nuestro tiempo mexicano. Su discurso en el Museo Nacional de Antropología e Historia el día 15 de febrero de 1971 es clave en la causa de la mujer y declaró que no era equitativo ni legítimo que uno pueda educarse y el otro no, que uno pueda trabajar y el otro sólo cumpla con una labor que no amerita remuneración, que uno sea dueño de su cuerpo y disponga de él como se le da la real gana mientras que otro reserva ese cuerpo no para sus propios fines sino para que en él se cumplan procesos ajenos a su voluntad. Rosario, ese día, fue ciertamente la precursora intelectual de la liberación de las mujeres mexicanas».

Castellanos también se dedicó a la traducción, entre las que constan las realizadas de obras de Emily Dickinson, Paul Clavel y Saint-John Perse.

Meditación en el umbral, es el más significativo de sus poemas considerados como feministas, el que justamente ataca el canon de la literatura que el mercado editorial ha focalizado como obligatorio para toda lectora, que en este nuevo contexto marca como objetivo alcanzar «Otro modo de ser».

La mejor forma de conocer quién fue Rosario Castellanos es leyendo su poesía, para lo cual hemos preparado una selección de sus poemas más notables tomando como referencia la antología poética Meditación en el umbral (1985), editada por el Fondo de Cultura Económica. Para leer cada texto teclear en la pestaña correspondiente a su título.

[symple_tabgroup][symple_tab title=»LAMENTACIÓN DE DIDO«]
Guardiana de las tumbas; botín para mi hermano,
. el de la corva garra de gavilán;
nave de airosas velas, nave graciosa, sacrificada al
. rayo de las tempestades;
mujer que asienta por primera vez la planta del pie
. en tierras desoladas
y es más tarde nodriza de naciones, nodriza que amamanta
. con leche de sabiduría y de consejo;
mujer siempre, y hasta el fin, que con el mismo pie
. de la sagrada peregrinación
sube –arrastrando la oscura cauda de su memoria–
hasta la pira alzada del suicidio.

Tal es el relato de mis hechos. Dido mi nombre. Destinos
. como el mío se han pronunciado desde la
. antigüedad con palabras hermosas y nobilísimas.
Mi cifra se grabó en la corteza del árbol enorme de
. las tradiciones.
Y cada primavera, cuando el árbol retoña,
es mi espíritu, no el viento sin historia, es mi espíritu
. el que estremece y el que hace cantar su follaje.

Y para renacer, año con año,
escojo entre los apóstrofes que me coronan, para que
. resplandezca con su resplandor único,
éste que me da cierto parentesco con las playas:
Dido, la abandonada, la que puso su corazón bajo el
. hachazo de un adiós tremendo.

Yo era lo que fui: mujer de investidura desproporcionada
. con la flaqueza de su ánimo.
Y, sentada a la sombra de un solio inmerecido,
temblé bajo la púrpura igual que el agua tiembla
. bajo el légamo.
Y para obedecer mandatos cuya incomprensibilidad
. me sobrepasa recorrí las baldosas de los pórticos
. con la balanza de la justicia entre mis manos
y pesé las acciones y declaré mi consentimiento para
. algunas –las más graves.

Esto era en el día. Durante la noche no la copa del
. festín, no la alegría de la serenata, no el sueño deleitoso
Sino los ojos acechando en la oscuridad, la inteligencia
. batiendo la selva intrincada de los textos
para cobrar la presa que huye entre las páginas.
Y mis oídos, habituados a la ardua polémica de los mentores,
llegaron a ser hábiles para distinguir el robusto sonido del oro
del estrépito estéril con que entrechocaron los guijarros.

De mi madre, que no desdeñó mis manos y que me las
. ungió desde el amanecer con la destreza,
heredé oficios varios; cardadora de lana, escogedora
. del fruto que ilustra la estación y su clima,
despabiladora de lámparas.
Así pues tomé la rienda de mis días; potros domados,
conocedores del camino, reconocedores de la querencia.
Así pues ocupé mi sitio en la asamblea de los mayores.
Y a la hora de la partición comí apaciblemente el
. el pan que habían amasado mis deudos.
Y con frecuencia sentí deshacerse entre mi boca el
. grano de sal de un acontecimiento dichoso.

Pero no dilapidé mi lealtad. La atesoraba para el
. tiempo de las lamentaciones,
para cuando los cuervos aletean encima de los tejados
. y mancillan la transparencia del cielo con su graznido fúnebre;
para cuando la desgracia entra por la puerta principal
. de las mansiones
y se la recibe con el mismo respeto que a una reina.

De este modo transcurrió mi mocedad: en el cumplimiento
. de las menudas tareas domésticas; en la
. celebración de los ritos cotidianos; en la asistencia
. a los solemnes acontecimientos civiles.

Y yo dormía, reclinando mi cabeza sobre una almohada de confianza.
Así la llanura, dilatándose, puede creer en la benevolencia de su sino,
porque ignora que la extensión no es más que la pista
. donde corre, como un atleta vencedor,
enrojecido por el heroísmo supremo de su esfuerzo,
. la llama del incendio.
Y el incendio vino a mí, la predación, la ruina, el exterminio
¡y no he dicho el amor!, en figura de náufrago.

Esto que el mar rechaza, dije, es mío.
Y ante él me adorné de la misericordia como el brazalete de más precio.
Yo te conjuro, si oyes, a que respondas: ¿quién escquivó
. la adversidad alguna vez? ¿Y quién tuvo a desdoro
. llamarle huésped suya y preparar la sala del convite?
Quien lo hizo no es mi igual. Mi lenguaje se entronca
. con el de los inmoladores de sí mismos.

El cuchillo bajo el que se quebró mi cerviz era un
. llamado Eneas.
Aquel Eneas, aquel, piadoso con los suyos solamente;
acogido a la fortaleza de muros extranjeros; astuto,
. con astucias de bestia perseguida;
invocador de números favorables: hermoso narrador
. de infortunios y hombre de paso; hombre
con el corazón puesto en el futuro.

–La mujer es la que me pertenece; rama de sauce que
. llora en las orillas de los ríos.

Y yo amé a aquel Eneas, a aquel hombre de promesa
. jurada ante otros dioses.

Lo amé con mi ceguera de raíz, con mi soterramiento
. de raíz, con mi lenta fidelidad de raíz.
No, no era la juventud. Era su mirada lo que así me
. cubría de florecimientos repentinos. Entonces yo
. fui capaz de poner la palma de mi mano, en signo
. de alianza, sobre la frente de la tierra. Y vi también
. reducirse a número los astros. Y oí que el mundo
. tocaba su flauta de pastor.

Pero esto no era suficiente. Y yo cubrí mi rostro con
. la máscara nocturna del amante.
Ah, los que aman apuran tósigos mortales. Y el veneno
. enardeciendo su sangre, nublando sus ojos,
. trastornando su juicio, los conduce a cometer actos
. desatentados; a menospreciar aquello que tuvieron
. en más estima; a hacer escarnio de su túnica y a
. arrojar su fama como pasto para que hocen los cerdos.
Así, aconsejada de mis enemigos, si pábulo al deseo
. y maquiné satisfacciones ilícitas y tejí un espeso
. manto de hipocresía para cubrirlas.

Pero nada permanece oculto a la venganza. La tempestad
. presidió nuestro ayuntamiento; la reprobación
. fue el eco de nuestras decisiones.

Mirad, aquí y allá, esparcidos, los instrumentos de la
. labor. Mirad el ceño del deber frustrado. Porque
. la molicie nos había reblandecido los tuétanos.
Y convertida en antorcha yo no supe iluminar más
. que el desastre.

Pero el hombre está sujeto durante un plazo menor
. a la embriaguez.
Lúcido nuevamente, apenas salpicado por la sangre
. de la víctima,
Eneas partió.

Nada detiene al viento. ¡Cómo iba a detenerlo la
. la rama de sauce que llora en las orillas de los ríos!

En vano, en vano fue correr, destrenzada y frenética,
. sobre las arenas humeantes de la playa.

Rasgué mi corazón y echó a volar una bandada de
. palomas negras. Y hasta el anochecer permanecí,
incólume como un acantilado, bajo el brutal abalanzamiento de las olas.

He aquí que al volver ya no me reconozco. Llego a
. mi casa y la encuentro arrasada por las furias. Ando
. por los caminos sin más vestidura para cubrirme
. que el velo arrebatado a la vergüenza; sin otro
. cíngulo que el de la desesperación para apretar mis
. sienes. Y, monótona zumbadora, la demencia me
. persigue con su aguijón de tábano.

Mis amigos me miran al través de sus lágrimas; mis
. deudos vuelven el rostro hacia otra parte. Porque
. la desgracia es espectáculo que algunos no deben
. contemplar.

Ah, sería preferible morir. Pero yo sé que par mí no
. hay muerte.
Porque el dolor –¿y qué otra cosa soy más que dolor?
. –me ha hecho eterna.

De Poemas (1953-1955).

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[symple_tabgroup][symple_tab title=»MONÓLOGO DE LA EXTRANJERA«]
Vine de lejos. Olvidé mi patria.
Ya no entiendo el idioma
que allá usan de moneda o de herramienta.
Alcancé la mudez mineral de la estatua.
Pues la pereza y el desprecio y algo
que no sé discernir me han defendido
de este lenguaje, de este terciopelo
pasado, recamado de joyas, con que el pueblo
donde vivo, recubre sus harapos.

Esta tierra, lo mismo que la otra de mi infancia,
tienen aún en su rostro,
marcada a fuego e injusticia y crimen,
su cicatriz de esclava.
Ay, de niña dormía bajo el arrullo ronco
de una paloma negra: una raza vencida.
Me escondía entre las sábanas
porque un gran animal
acechaba en la sombra, hambriento, y sin embargo
con la paciencia dura de la piedra.
Junto a él ¿qué es el mar o la desgracia
o el rayo del amor
o la alegría que nos aniquila?
Quiero decir, entonces,
que me fue necesario crecer pronto
(antes de que el terror me devorase)
y partir y poner la mano firme
sobre el timón y gobernar la vida.

Demasiado temprano
escupí en los lugares
que la plebe consagra para la reverencia.
Y entre la multitud yo era como el perro
que ofende con su sarna y su fornicación
y su ladrido inoportuno, en medio
del rito y la importante ceremonia.

Y bien. La juventud,
aunque grave, no fue mortal del todo.
Convalecí. Sané. Con pulso hábil
aprendí a sopesar el éxito, el prestigio,
el honor, la riqueza.
Tuve lo que el mediocre envidia, lo que los
triunfadores disputan y uno solo arrebata.
Lo tuve y fue como comer espuma,
como pasar la mano sobre el lomo del viento.

El orgullo supremo es la suprema
renunciación. No quise
ser el astro difunto
que absorbe luz prestada para vivificarse.
Sin nombre, sin recuerdos,
con una desnudez espectral, giro
en una breve órbita doméstica.

Pero aun así el fermento
en la imaginación espesa de los otros.
Mi presencia ha traído
hasta esta soñolienta ciudad de tierra adentro
un aliento salino de aventura.

Mirándome, los hombres recuerdan que el destino
es el gran huracán que parte ramas
y abate firmes árboles
y establece en su imperio
–sobre la mezquindad de lo humano– la ley
despiadada del cosmos.

Me olfatean desde lejos las mujeres y sueñan
lo que las bestias de labor, si huelen
la ráfaga brutal de la tormenta.
Cumplo también, delante del anciano,
un oficio pasivo:
el de suscitadora de leyendas.

Y cuando, a medianoche,
abro de par en par las ventanas, es para
que el desvelado, el que medita a muerte,
y el que padece el lecho de sus remordimientos
y hasta el adolescente
(bajo de cuya sien arde la almohada)
interroguen lo oscuro en mi persona.

Basta. He callado más de los que he dicho.
Tostó mi mano el sol de las alturas
y en el dedo que dicen aquí «del corazón»
tengo un anillo de oro con un sello grabado.

El anillo que sirve
para identificar los cadáveres.

De Al pie de la letra (1959).

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[symple_tabgroup][symple_tab title=»AGONÍA FUERA DEL MURO«]
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres, prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que vergüenza.

Yo muero de mirarte y no entender.

De Lívida luz (1960).

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[symple_tabgroup][symple_tab title=»EL POBRE«]
Me ve como desde un siglo remoto,
como desde un estrato geológico distinto.

Del idioma que algunos atesoran
le dieron de limosna una palabra
para pedir su pan y otra para dar gracias.
Ninguna para el diálogo.

El domador, con látigo y revólveres,
le enseña a hacer piruetas divertidas,
pero no a erguirse, no a romper la jaula,
y los premia con una palmada sobre el lomo.

Aunque son tantos (nunca se acabarán, prometen
las profecías) cada uno
cree que es el último sobreviviente
―después de la catástrofe― de una especie extinguida.

Allí está: receptáculo
de la curiosidad incrédula, del odio,
del llanto compasivo, del temor.

Como una luz nos hace
cerrar violentamente los ojos y volvernos
hacia lo que se puede comprender.

Nadie, aunque algunos juren en el templo, en la esquina,
desde la silla del poder o sobre
el estrado del juez, nadie es igual
al pobre ni es hermano de los pobres.

Hay distancia. Hay la misma extrañeza interrogante
que ante lo mineral. Hay la inquietud
que suscita un axioma falso. Hay
la alarma, y aún la risa
de cuando contemplamos
nuestra caricatura, nuestro ayer en un simio.

Y hay algo más. El puño se nos cierra
para oprimir; y el alma
para rechazar lejos al intruso.

¡Qué náusea repentina
(su figura, mi horror)
por lo que debería ser un hombre y no es!

De Lívida luz (1960).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

[symple_tabgroup][symple_tab title=»NOCTURNO«]
Amigo, conversemos.
Desde hace ¿cuántos años?, desde el día
en que a un tiempo rompimos la tiniebla
y con vagido entramos en el reino del aire;
desde que los mayores nos pusieron
la sal sobre la lengua
y nos soplaron al oído un nombre
(no de amor, de destino),
un nombre que repites todavía
y que repito yo y repetiremos
hasta el fin, hasta el fin, sin entenderlo,
hemos estado juntos.

Espalda con espalda. El uno viendo
nacer el sol y el otro
posando su mejilla en el regazo
materno de la noche.

Atados mano contra mano y vueltos
―forcejeando por irnos―
uno hacia el sur, hacia el fragante verde
y el otro a la hosquedad de los desiertos;
desgarrados; sangrando yo con la herida tuya
y tú quizá doliéndote
de no tener siquiera una pequeña brizna
de dolor que no sea también mío,
hemos sido gemelos y enemigos.

Nos partimos el mundo. Para ti
ese fragmento oscuro del espejo
en que sólo se ve la cara de la muerte;
los hierros, las espinas del sacrificio, el vaso
ritual y el cascabel violento de la danza.

Y para mí la túnica parda de la labor,
la escudilla de barro torneado con las manos
en que no cabe más que un sorbo de agua
y el sueño sin ensueños de la sierva.

Pero fuimos desleales al pacto. Tú acechabas
―lobo hambriento― el plantel y los rediles
y aullabas profecías intolerables
y hacías resucitar maldiciones y textos
rescatados de no sé qué catástrofe.

O incendiabas, de pronto, mi faena
con un enorme resplandor sagrado.

Y yo la hormiga. Yo
cosquilleando en tu brazo, hasta abatirlo,
cada vez que querías alzarlo hasta los cielos.

Y yo, Marta, pasando la punta de los dedos
sobre el altar, para encontrar la huella
del polvo mal limpiado.

Y yo, a tos que rompe
la redondez entera de la bóveda
en el instante puro de la consagración.

Y yo en la fiesta. Párpados esquivos,
trenza apretada, labios sin sonrisa.
De espaldas a la música, con esa cicatriz
que el ceño del deber me ha marcado en la frente;
pronta a extinguir las lámparas, ansiosa
de despedir al huésped
porque en la soledad yo te escupía a la cara
el nombre de la culpa.

Ah, qué duelos a muerte.
Hasta el amanecer luchábamos y el día
nos encontraba aún confundidos en nudo
ciego de odio y de lágrimas.

Como el convaleciente, tambaleándonos,
nos poníamos de pie, lívidos y desnudos.
Y ni así, al contemplar nuestras llagas, subió
jamás a nuestra boca
una palabra de piedad, un gesto
en que se nos volviera perdón el sufrimiento.

Pero hoy me tiemblan tus rodillas; late
tu pulso enloquecido entre mis sienes
y siento que el orgullo se nos va deshaciendo
como un sudor que escurre adentro de la médula.

Porque la noche es larga. Nada anuncia su término
y acaso
para nosotros dos ya no hay mañana.

Demos a la fatiga una tregua y hablemos.

Ayúdame a decir esa sílaba única
―tú, yo― ¡pero no dos, nunca más dos!
cuya mitad posees.

De Materia memorable (1969).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

[symple_tabgroup][symple_tab title=»RECORDATORIO«]
Obedecí, señores, las consignas.

Hice la reverencia de la entrada,
bailé los bailes de la adolescente
y me senté a aguardar el arribo del príncipe.

Se me acercaron unos con ese gesto astuto
y suficiente, del chalán de feria;
otros me sopesaron
para fijar el monto de mi dote
y alguien se fió del tacto de sus dedos
y así saber la urdimbre de mi entraña.

Hubo un intermedio entre mi cuerpo y yo,
un intérprete ―Adán, que me dio el nombre
de mujer, que hoy ostento―
trazando en el espacio la figura
de un delta bifurcándose.

Ah, destino, destino.

He pagado el tributo de mi especie
pues di a la tierra, al mundo, esa criatura
en que se glorifica y se sustenta.

Es tiempo de acercarse a las orillas,
de volver a los patios interiores,
de apagar las antorchas
porque ya la tarea ha sido terminada.

Sin embargo, yo aún permanezco en mi sitio.

Señores, ¿no olvidasteis
dictar la orden de que me retire?

De Materia memorable (1969).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

[symple_tabgroup][symple_tab title=»KINSEY REPORT«]

1

―¿Si soy casada? Sí. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco.

No, ya no puedo usar mi vestido de boda.
He subido de peso con los hijos,
con las preocupaciones. Ya usted ve, no faltan.

Con frecuencia, que puedo predecir,
mi marido hace uso de sus derechos o,
como él gusta llamarlo, paga el débito
conyugal. Y me da la espalda. Y ronca.

Yo me resisto siempre. Por decoro.
Pero, siempre también, cedo. Por obediencia.

No, no me gusta nada.
De cualquier modo no debería gustarme
porque yo soy decente ¡y él es tan material!
Además, me preocupa otro embarazo.
Y esos jadeos fuertes y el chirrido
de los resortes de la cama pueden
despertar a los niños que no duermen después
hasta la madrugada.

2

Soltera, sí. Pero no virgen. Tuve
un primo a los trece años.
Él de catorce y no sabíamos nada.
Me asusté mucho. Fui con un doctor
que me dio algo y no hubo consecuencias.

Ahora soy mecanógrafa y algunas veces salgo
a pasear con amigos.
Al cine y a cenar. Y terminamos
la noche en un motel. Mi mamá no se entera.

Al principio me daba vergüenza, me humillaba
que los hombres me vieran de ese modo
después. Que me negaran
el derecho a negarme cuando no tenía ganas
porque me habían fichado como puta.

Y ni siquiera cobro. Y ni siquiera
puedo tener caprichos en la cama.

Son todos unos tales. ¿Que que por qué lo hago?
Porque me siento sola. O me fastidio.

Porque ¿no lo ve usted? estoy envejeciendo.
Ya perdí la esperanza de casarme
y prefiero una que otra cicatriz
a tener la memoria como un cofre vacío.

3

Divorciada. Porque era tan mula como todos.
Conozco a muchos más. Por eso es que comparo.

De cuando en cuando echo una cana al aire
para no convertirme en una histérica.

Pero tengo que dar el buen ejemplo
a mis hijas. No quiero que su suerte
se parezca a la mía.

4

Tengo ofrecida a Dios esta abstinencia
¡por caridad, no entremos en detalles!

A veces sueño. A veces despierto derramándome
y me cuesta un trabajo decirle al confesor
que, otra vez, he caído porque la carne es flaca.

Ya dejé de ir al cine. La oscuridad ayuda
y la aglomeración en los elevadores.

Creyeron que me iba a volver loca
pero me está atendiendo un médico. Masajes.

Y me siento mejor.

5

A los indispensables (como ellos se creen)
los puede usted echar a la basura,
como hicimos nosotras.

Mi amiga y yo nos entendemos bien.
Y la que manda es tierna, como compensación;
así como también, la que obedece,
es coqueta y se toma sus revanchas.

Vamos a muchas fiestas, viajamos a menudo
y en el hotel pedimos
un solo cuarto y una sola cama.

Se burlan de nosotras pero también nosotras
nos burlamos de ellos y quedamos a mano.

Cuando nos aburramos de estar solas
alguna de las dos irá a agenciarse un hijo.
¡No, no de esa manera! En el laboratorio
de la inseminación artificial.

6

Señorita. Sí, insisto. Señorita.

Soy joven. Dicen que no fea. Carácter
llevadero. Y un día
vendrá el Príncipe Azul, porque se lo he rogado
como un milagro a San Antonio. Entonces
vamos a ser felices. Enamorados siempre.

¿Qué importa la pobreza? Y si es borracho
lo quitaré del vicio. Si es un mujeriego
yo voy a mantenerme siempre tan atractiva,
tan atenta a sus gustos, tan buena ama de casa,
tan prolífica madre
y tan extraordinaria cocinera
que se volverá fiel como premio a mis méritos
entre los que, el mayor, es la paciencia.

Lo mismo que mis padres y los de mi marido
celebraremos nuestras bodas de oro
con gran misa solemne.

No, no he tenido novio. No, ninguno
todavía. Mañana.

De Otros poemas (1972).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

[symple_tabgroup][symple_tab title=»MEDITACIÓN EN EL UMBRAL«]
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguantar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.

Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.

Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.

Otro modo de ser humano y libre.

Otro modo de ser.

De Otros poemas (1972).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

[symple_tabgroup][symple_tab title=»PASAPORTE«]
¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una.
Jamás repetí otras (por pudor o por fallas
¿Mujer de acción? Tampoco. [nemotécnicas).
Basta mirar la talla de mis pies y mis manos.

Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no.
Pero sí de palabras,
muchas, contradictorias, ay, insignificantes,
sonido puro, vacuo cernido de arabescos,
juego de salón, chisme, espuma, olvido.

Pero si es necesaria una definición
para el papel de identidad, apunte
que soy mujer de buenas intenciones
y que he pavimentado
un camino directo y fácil al infierno.

De Viaje redondo (1972).

[/symple_tab][/symple_tabgroup]

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