¿Qué es la creación escénica en el teatro?, según Alejandro López Pomares
Escribe | Iñaki Pérez Ibáñez
Calblanque Press (2025)
Número de páginas: 75
ISBN: 978-84-127108-8-5
Autor: Alejandro López Pomares
Idioma original: español
La nueva propuesta del poeta y dramaturgo alicantino Alejandro López Pomares, Dejaré el título para el final (2025), es una suerte de radiografía del proceso de creación escénica. Nos obliga a preguntarnos qué entendemos por teatro y qué sucede en ese misterioso tránsito desde la imaginación del autor a las tablas. Resulta revelador que en esta obra no podamos hablar de un «protagonista» en sentido estricto. Las figuras con mayor peso dramático (el autor, el director, el coreógrafo y el escenógrafo) se diluyen en sus propias dudas, y una multiplicidad de voces impide que alguien reclame el centro del escenario. El verdadero protagonista es la obra misma, el teatro como fenómeno y, sobre todo, el proceso de creación. Lo esencial no es el producto final —una obra acabada y cerrada—, sino una pieza viva, que sin caer en la improvisación es diferente en cada representación.
Todo lo que normalmente permanece detrás del telón —las discusiones sobre cómo financiar un montaje, la negociación con editores, la ansiedad de los dramaturgos y el sacrificio de técnicos y actores— se convierte aquí en materia dramática. López Pomares, con una ironía ligera pero punzante, nos recuerda que el teatro, para existir, necesita mucho más que inspiración: necesita pagar alquileres, sueldos, derechos, iluminación. Logra así desnudar las contradicciones de la escena contemporánea y critica las obsesiones de los dramaturgos contemporáneos, su obstinación por evitar los moldes, el miedo a aburrir al público, llegando incluso a descubrir la inseguridad de los actores que se preguntan cuál es su misión, su razón de ser, si no hay parlamentos destinados a su personaje.
La recepción, otro de los temas clave, aparece retratada como una lotería: ¿qué hará el público con esta propuesta? ¿La rechazará por «no ser teatro» o celebrará su audacia? ¿Y no depende acaso la validez de toda obra de esa mirada externa que legitima o no lo que ocurre en escena? Aquí el público deja de ser un juez distante y se convierte en parte activa del proceso. Sin espectadores, parece decirnos Pomares, el teatro no es más que un ensayo eterno.
La pieza es un reflejo de la paradoja entre el teatro leído y el representado: los dramaturgos escriben para ver sus obras en las tablas, pero una gran cantidad de piezas nunca llega al escenario, o bien apenas sobrevive a un breve estreno antes de pasar a engrosar la lista de textos que, en el mejor de los casos y si logran publicarse, solo existen en papel. Consciente de esa contradicción, López Pomares opta por escribir deliberadamente una obra provocadora e irrepresentable: multitud de personajes irrumpen en escena, a veces «un numeroso grupo de actores», otras «decenas de personas» que entran y salen sin aviso, sin razón aparente. No se trata de una claudicación; de hecho la lectura de esta pieza ayuda a tomar conciencia de que seguimos necesitando el teatro, aunque haya que reinventarlo, innovar y superar los límites que encorsetan la creación. Por eso, el dramaturgo se sirve de un componente experimental que atraviesa la pieza de principio a fin y los ritmos escénicos se alteran caprichosamente: largos pasajes donde «no ocurre nada» (actores que miran sus teléfonos móviles durante 4 minutos y 33 segundos) se intercalan con secuencias frenéticas en las que todo sucede al mismo tiempo, de forma caótica.
En definitiva, Dejaré el título para el final es a la vez celebración y reflexión. No es un espectáculo cómodo ni complaciente, pero sí profundamente lúcido. Y nos deja con una pregunta que resuena más allá de la lectura / representación: ¿Qué es el teatro? ¿Qué es la creación? ¿De qué depende la calidad de una obra?

