Dos poemas de David Rey Fernández

David Rey Fernández (Ferrol, A Coruña, España, 1985). Escritor. Licenciado en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela; abogado en ejercicio y mediador por el Consejo de la Abogacía Gallega. Ganador por unanimidad, en 2009, del XII Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, con el libro Las alas de una alondra madrugando (Ed. Hiperión).

Poemas suyos han sido publicados en distintos medios nacionales y extranjeros: Suplemento cultural del diario ABC Color, Paraguay; La Poesía Alcanza, Argentina; Revista Literarte, Argentina; Piedra del Molino; El Alambique; Revista Almiar; Revista Palabras Diversas; Portal de Poesía…

Presentamos a continuación un poema de su libro Las alas de una alondra madrugando, seguido de un texto inédito, publicado por primera vez en esta revista:

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Poema para mi madre

Para mi madre,
que me mostró la puerta y me tendió una llave;
que me enseñó que los únicos caminos
son los que nos acercan a nosotros mismos,
lo demás es arena.

Me dijo:
aaaaaaaaescribe con distancia
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaapero
sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria,
lo marchito y oscuro que ya está en las semillas.

Añadió:
aaaaaaavivir es defenderse de la vida,
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay volvió a asegurarlo:
el que mira las olas ya ha vencido el naufragio;
sólo quien se conoce
aaaaaaaaaaaaaaaaaaapuede oír el silencio que precede a los golpes,
puede sentir el mar que hay en las caracolas.

Me enseñó
aaaaaaaaaaaaque en cada nombre se esconde lo nombrado;
que en la palabra noche
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaafluyen ríos oscuros de carbón y cenizas,
que cuando digo madera
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaala voz se me puebla de raíces y carne,
que cuando digo te quiero
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaen mi boca despierta la cereza y la lluvia.

Y estas palabras suyas las llevaré grabadas para siempre:
aaaaaNada tiene sentido
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaapor eso
aaaaatodo vale la pena
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaporque todo
aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaapuede ser de la altura que le des a tus pasos.

(De Las alas de una alondra madrugando)

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En el origen

Yo fui un volcán lanzado por la mano de Dios al fondo de las aguas.
Yo fui sólo una piedra puesta sobre otra piedra
en el fondo invernal de las aguas terrestres,
y en el gélido vientre del que nacen las olas
me deshice en silencio y en lava me deshice.
Y dormí siglos. Fui
aaaaaaaaaaaaaaaasólo sal, sólo piedra,
lecho del mar,
aaaaaaaaaaaraíz bajo las olas.
De mí se alimentaron las bestias abisales,
desde mí los corales levantaron sus cuerpos.

Fui latido en el agua, ola que rompe,
y una mañana el sol me llamó al aire,
y fui nube entre rayos, lluvia sobre la tierra,
nieve que cae y cruje,
aaaaaaaaaaaaaaaaagranizo rompiendo el aire.
Sobre la tierra me deshice en hielo
y gota a gota me derrumbé en el mundo.

Como por una escala
ascendí a través de las raíces por las rocosas venas de la vida,
y en los bosques propagué la primavera.
Fui la madera que el hacha no conoce
y la cosecha que el hombre no ha sembrado;
me alimenté de luz, de tierra y aire
y con agua formé ramas y rosas.

Muerto de tanta vida
regresé con mis frutos a la tierra
y entre las piedras
despertaron las venas y los ojos.
Tuvo la noche entonces quien la viera,
un corazón latió sobre las aguas,
y entre garganta y dientes un rugido
estremeció el silencio de las hojas.
Hubo huellas entonces y hubo garras
y la sangre cayó sobre la tierra.

Sobre los huesos se amontonaba el polvo,
sobre las aguas se dividía el mundo,
y entre temblor y temblor y fuego y fuego
la piel terrestre gritó bajo la luna,
una ola de gas murió en el aire
y otra vez palpitó la primavera.

Surgieron continentes, surgieron bosques
y nuevas cordilleras escalaron el mundo
y yo seguí y seguí de cuerpo en cuerpo
y una mañana tuve voz y labios,
y desde entonces busco aquella mano
que me lanzó al fondo de las aguas.

Inédito

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