Plegarias de lluvia

Escribe| Manuel Gerardi


Canto de chicharra (2019) de Carlos Iván Padilla

Editorial: Dcir Ediciones (2019)
Nº de páginas: 60
ISBN: 978-980-18-0753-7
Autor: Carlos Iván Padilla
Idioma original: castellano


Con abril llegan las bullentes chicharras entonando sus ritos de aguacero. La frecuencia de su canto exige una cierta contemplación silente. Canto de Chicharra (2019), publicado por Dcir Ediciones, es el segundo poemario de Carlos Iván Padilla (1993), tras publicarse Avatares (2016) como ganador del «Concurso para Autores Inéditos» de Monte Ávila Editores (Venezuela), mención «Poesía».

Padilla nos conduce ahora por los pasillos de su memoria; entre el olor a tierra mojada y el canto de las chicharras (también conocidas como cigarras, entre otras denominaciones, según el lugar), a su vez canción de cuna y conjuro que devela la raíz cósmica de su infancia. Infancia maravillada que devuelve a las ruinas su claroscuro robado, arrebatado por el devenir del tiempo y que, en su inagotable capacidad fulgurante, nos invita a caminarlas de nuevo, a deambular entre sus sombras, como si fuese la primera vez y de la mano, para no perdernos en el llanto de la noche o por si el pulso nos tiembla al confrontar el espectro que merodea entre los linderos del pantano y de la herrumbre, figura que sin querer evocamos cuando nos entregamos al recuento de todos los abriles que han transcurrido desde la última vez:

el espectro se queda en mis hombros cada paso
.                                               posterior al umbral
posterior al umbral he dicho
espectro he dicho abandona mis hombros
camina junto a mí al cruzar el umbral
abandona mis hombros al cruzar el umbral
déjame solo en la memoria
camina junto a mí hacia la derruida casa en
.                                                         el pantano
acompáñame a cruzar el umbral de la derruida casa
.                                                     en el pantano
.                                                                  (p.42).

 

La arcana severidad de sus antiguas voces se mantiene igual de incisiva, pero mucho más íntima, conmovedora, como brotada de tanta errancia. Una voz hueso de nostalgia calcificada. Íntima, sí, por su capacidad para resonar más allá de los márgenes, más allá de la confesión y del yo del autor. Pues, aunque Canto de Chicharra es un viaje a los hogares de su infancia, se encuentra muy lejos de ser un mero recorrido vivencial (que, en palabras de Silva Estrada, nunca basta para crear un poema), desplegándose, en cambio, como una nueva vivencia engendrada en sus poemas, una hechura que nos invita a habitar más allá del recuerdo de esa casa desaparecida; nos lleva a vivir en ella tal como lo hemos soñado, también, en nuestro propio umbral secreto:

nunca olvides la historia de tus casas
nunca olvides el trabajo de tu estirpe
nunca olvides el redoble de tu ansia
deambula eternamente por la ciénaga
cuida de la hondura de sus charcos
mantén la calma ante el ritual que se consuma
sacraliza este dolor y arrebátale el espíritu
cultiva tu lujuria hasta reconocer el hálito
mantén la puerta abierta por si llega un penitente
ronda los pasillos sin confiar en las paredes
no descanses bajo ídolos de piedra
suéltate la boca y hazte humo
sé caudal de lo divino
sé umbral en la liturgia
solo así surgirá el canto.
.                                                            (p.21).

Retornamos a la infancia y a sus sensibilidades, mas los antiguos rincones del asombro impresionan tanto como hieren. El camino desandado acompaña al tropo del aquí es de donde vengo. El no-lugar de la nostalgia y cada futuro desdibujado traen como nota a pie de página los testimonios de una vida hecha entre los valles de la noche. Como una espiral, así es el derrotero inmaculado de una vida ceñida al mismo camino de ida y vuelta, ese del que no terminamos de partir y del que nunca acabamos de volver. En «La casa del olvido», de José Antonio Ramos Sucre, una flor cautiva, aislada de todo exterior, se baña en eterna llovizna. La «Casa o lobo», de Yolanda Pantin, brota del agua de lluvia y del olor a yerba mojada; su interior es siempre un temporal atemporal. Padilla se posa frente a la casa y como una chicharra entona su canto plegaria de lluvia. Asomando a su interior, como asomado a los bordes otrora prohibidos, se pregunta si esas lluvias moverán el flujo del recuerdo:

Las chicharras se visten de lluvia a tu llegada
espectro del olvido no vuelvas a mis hombros
luz de la noche no vuelvas a mis hombros
camina junto a mí entre los árboles
camina junto a mí entre estos bloques
camina junto a mí entre el aleteo de las guacharacas
antes de que las aceras cedan ante las raíces
antes de que mis hombros cedan ante ti
y el olvido ceda ante los ojos del sol

.                                                            (p.46).

Desde esa casa natal, tras la ventana que anuncia el ocaso temido, desembocamos en una y todas las casas de nuestro ensueño, esa casa inolvidable que de acuerdo con Bachelard se inscribe en nosotros con una fuerza jerarquizante, tornándonos diagrama de todas las funciones del habitar. Carlos Iván ha escrito un libro que nos traslada a esa casa primordial, casa inolvidable cual divinidad telúrica a la que dirigimos nuestros rezos y que recibe nuestros anhelos de redención. Y es que Canto de Chicharra es también un aullido que se opone al inexorable olvido y que se enfrenta a la muerte que acecha agazapada en la intemperie, aunque sepa la batalla perdida de antemano (o precisamente por eso). Porque, quizás, tras los pliegues de la memoria, ahí entre los rincones que nos protegieron alguna vez, permanezca para siempre la huella de un amor imborrable.

¿Qué harías memoria
.                       me amarás alguna vez?
.
.                                                    (p. 45).

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