«La caída», poema sobre la obra de Albert Camus
«La caída» es un poema escrito a cuatro manos que coge el nombre homónimo de la novela del filósofo y escritor francés Albert Camus. El poema no sólo coge el nombre de la obra de Camus, sino que está basado en en ella, un trabajo poético que el autor y autora han trabajado hasta hacer esta pieza compuesta de quince fragmentos. Esta peculiaridad, y el hecho de estar escrito a cuatro manos, hacen de este poema una rara avis digna de mención, al igual que la calidad del trabajo. La coautoría del poema pertenece a la poeta mexicana Minerva R. Guillén y al poeta colombiano Iván Mauricio Lombana Villalba.
Minerva R. Guillén (Sinaloa, México, 1987). Egresada de comunicación por la Universidad Autónoma de Occidente, con maestría en administración de negocios por el IPN. Ha cursado talleres de arte, creación literaria y poesía en la UAA y en el Instituto Cultural de Aguascalientes. Tiene colaboraciones musicales con Marcos Andrés Govea (Venezuela, 1981); Libertad (2020). En letra y declamación, con Richie Díaz (Aguascalientes, 1988); Colisión (2020). Lluvia (2021). Ha publicado en la revista literaria Monolito. Actualmente estudia el Diplomado en Música en la Escuela Diocesana de Música Sacra de Aguascalientes.
Iván Mauricio Lombana Villalba (Bucaramanga, Colombia, 1969). Estudió filosofía en la Universidad del Rosario, en Bogotá. Se especializó en bioética e hizo una maestría en comunicación de la Pontificia Universidad Javeriana. Es PhD en Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid. Ha publicado poemarios como: Meditaciones (Valparaíso ediciones, España, 2019), Vestigios (Común presencia, Colombia, 2021) y Calicles o de la fuerza contra la ley (Poesía eres tú, España, 2021).
La caída es una de las obras fundamentales de la Francia de la posguerra y un clásico del existencialismo. Es una novela publicada en 1956 por Albert Camus, justamente un año antes de recibir el Premio Nobel. Camus fue un gran intérprete de la sociedad y del ser humano. A través de su prosa, desgrana la existencia y el dolor humano y La caída no se libra en absoluto de esa mirada intrínseca y fundamental de Camus hacia el interior del «yo» y el desarraigo de los personajes en un mundo a veces sin sentido y absurdo, a la par que cruel.
El poema de Minerva e Iván desentraña la visión del filósofo francés, la abraza y la hace suya, adaptándola a una versificación actual, con un carácter crítico con nuestra sociedad, que, en esencia, no dista tal vez más que en las formas de la que sociedad en la que Camus vivió.
I
Entre marineros provenientes de todas las latitudes
y lenguas refinadas, el hombre de cro-magnon,
permanece, aunque sin amilanarse.
Acota la molestia la prerrogativa humana
con la bondad por desventaja.
Lo sabe muy bien:
las segundas intenciones pertenecen a los sapiens,
que leen periódicos para parecer modernos,
pensantes.
Acorraladas por su linaje,
nadan pequeñas pirañas
en el infierno burgués que complacen.
Hace falta más que dominar los impulsos.
Lo que se requiere dejar o tomar
transpone los pensamientos rezagados.
De locos desear la plenitud desbordada
en una sociedad que estropea la simplicidad,
sin hacer partícipe a la debilidad
por el uso del buen lenguaje.
II
Dobles y fingidos, aparecen aquí y allá
confundiendo la locura con la felicidad.
En el gusto por las bragas finas,
reside la memoria del corazón.
A través de otros cuerpos más próximos
y ocurrencias que se pierden y deshacen,
retornan de los amores postreros
con un rostro un poco más fiero.
Ante el peligro de una cara simpática,
mejor jugar al rugby o al detective,
con un traje de piel de camelo sarnoso.
III
Caminó Sartre con calma
donde hasta de la vida despojaron
a 75 mil judíos.
Ni siquiera acrisola una metáfora,
que te eliminen y limpien tu rastro
en un campo de concentración
o víctima de armas biológicas.
Ah, la naturaleza humana
vivimos atentándola,
al punto que se obliga
a una madre a elegir
quién de sus hijos será asesinado.
Incapaces de escoger
comprenden lo bizarro,
aunque escatiman la vida a malos sueños
y paseos sonámbulos
repetitivos y circulares.
IV
Juega la justicia con un abogado,
que lleva “causas justas” bajo su brazo.
Piensa él
que ella le sirve en la cama.
Pobre incauto
de risa la importancia que da a su falo.
A un cliente, lo llamó “asesino bueno”;
un industrial que mató a su esposa
al hallarla cada vez más perfecta.
¿Por qué están hartas las mujeres?
Ningún cuerpo debe aprender a sobrevivir.
El poder de una falda está
en cuántas conversaciones con Einstein
se perderían, por verla moverse con el viento.
¿Quién sirve a quién?
V
Despreciar el oficio propio en otros;
al escupir letras barrocas de hazañas.
La adicción al placer de las buenas acciones,
que confirma al ser a través de un gracias.
¿Vale igual la generosidad si se alardea?
Contemplado desde afuera,
satisfacer la pasión en el desprecio de los jueces,
no carece de razones;
cierto es que hasta las viudas abusan
y hay huérfanos feroces.
Ningún cuerpo debe aprender a vivir.
VI
Descienden los dioses sobre la desnudez
de las latinas prostituidas en las vitrinas,
perfumadas de agua de coco,
y aún despelucadas por el viento
que azotaba a las palmeras.
Más admisibles resultan los saltamontes
cuando se malgasta la vida dialogando
con gente que se desprecia.
VII
…la mort aussi est fraîche
et son ombre n’abrite aucun dieu
Albert Camus. Le renégat.
Sólo reemplaza a la ambición vulgar,
la avidez. La felicidad consiste
en gozar de los placeres y atender
a lo más alto de sí
en la propia excelencia.
¿Y si apesta la virtud, y la felicidad
que se inventan los últimos hombres?
Tiene sentimientos distintos una mujer
que no se amolde a los deseos
de mirar, sin hablar.
La muerte no ampara a ningún dios.
VIII
El ego carece de límites para satisfacerse
y siempre tiene la última palabra;
aunque responda a los que ama,
necesita poder para existir.
Sentir y ejercer poder
incentiva a continuar adelante,
pero las faltas insoportables
inducen a cometer crímenes.
Ha muerto el diálogo,
sólo quedan comunicados.
IX
Se respira mejor en las alturas,
impune
por encima de las hormigas humanas,
de los jueces y de lo cotidiano.
Cuesta liberar al deseo
de la expresión de sí.
X
Sólo saludan si estás más arriba,
a pesar del sentimiento de mayor dignidad,
con un efecto de modestia
en la convicción de ser tal cual,
y al tener la necesidad de la simpatía
que alguien brinde en un bar;
que a nada compromete.
De otro modo se esconden.
Si todos revelan
lo que marca cada arruga,
nadie sabría dónde poner la cara.
Ida la felicidad,
los amigos empujarán al suicidio
restregando lo que no se logra alcanzar,
mientras los parientes que tanto aman
tendrán lista la palabra justa
para acertar sin fallar.
XI
Hasta las flores
al descomponerse,
toman un tono fúnebre.
Al comerse los gusanos la carne muerta,
se alimentan otros seres.
Sólo despierta sentimientos la muerte,
se llora hoy al muerto reciente
que mañana se olvida.
Se llora más a través de los años,
aferrados a la carencia.
Se llora por lo que queda.
XII
Así de ínfimo y accesorio es el hombre;
no puede amar, sin amarse.
Sus leyes sólo alcanzan para ciertos malnacidos,
y los que andan afuera se creen inocentes.
La justicia no es ciega,
también obra más allá de las leyes de los hombres.
XIII
Es necesario mirar el cielo y un drama,
convertido el espectáculo de la muerte,
y sobre todo el sufrimiento, en un aperitivo
para apurar a salir del aburrimiento.
Ningún hombre es hipócrita en sus placeres,
aunque sólo una mujer pueda entregar
su sensualidad con sinceridad.
XIV
La única posición que resulta cómoda
es la maldad.
Se aman los problemas y las disputas.
Apresurados a juzgar a otro
para no caer bajo el juicio propio
y de los demás.
Así sucesivamente.
Para que la estatua quede desnuda
los bellos discursos deben volar.
XV
Sobre el puente de las artes
el cigarrillo de la 1:00 am.
Escuchó la risa del río;
en el silencio nocturno,
el grito se va arrastrado.