«Grulla de cabeza agachada», junto a otros poemas en una muestra de Sonia Manzano
Sonia Manzano Vela (Guayaquil, 1947). Es una poeta, narradora, ensayista y pianista ecuatoriana.
Ha escrito los poemarios: El nudo y el trino (1972), Casi siempre las tardes (1974), La gota en el cráneo (1976), La semana que no tiene jueves (1978), El ave que todo lo atropella (1980), Caja musical con bailarina incluida (1984), Carcoma con forma de paloma (1986), Full de reinas (1991), Patente de corza (1997), Último y no definitivo regreso a Edén (2005) y Espalda mordida por el humo (2015). Su última colección de poesía, El vino de mi sombra (2024), se publicó hace pocos días en Guayaquil a cargo del sello Cadáver Exquisito Ediciones.
En los últimos años, el conjunto de su obra poética ha sido motivo de dos recopilaciones panorámicas, El ave que todo lo atropella (2018) y La rosa que no vuelve (2021).
En narrativa ha publicado las novelas Y no abras la ventana todavía (1994) —ganadora de la Tercera Bienal de la novela ecuatoriana—, Que se quede el infinito sin estrellas (2000), Eses fatales (2005), Solo de vino a piano lento (2013) —mención de honor en el Primer reconocimiento Jorge Icaza al libro del año—. Mientras que en cuento ha escrito los volúmenes Flujo escarlata (1999) —Premio de cuentos Joaquín Gallegos Lara— y Trata de viejas (2015). Parte de su obra ha sido traducida al inglés, japonés, francés e italiano.
En 2019, su trayectoria literaria fue reconocida en la Feria Internacional de Libro de Quito. Además, a principios de esta década, durante la pandemia del Coronavirus, se difundió el volumen digital Animales de combustión lenta (2020), con varios de sus textos.
Los primeros seis textos de Sonia Manzano que compartimos a continuación provienen de sus distintos libros publicados a lo largo de más de cinco décadas dedicadas a la escritura, que para esta publicación en específico tienen su origen en la antología El ave que todo lo atropella (2018), editada por el Centro de Publicaciones de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), en su colección El almuerzo del solitario y con un estudio introductorio de Sandra Carbajal. Del mismo modo, esta muestra poética se cierra con los poemas «Oh Capitán mi Capitán», «Lágrimas de mango» y «El vino de mi sombra», todos pertenecientes a la más reciente producción de la autora en el libro titulado igual que el último de ellos.
El poeta no debe ir a las mesas redondas
.
.
No lleven al poeta a gaguear
a las mesas redondas,
no lo lancen como a un dado
que a veces cae del lado del seis
y a veces
los cuatro, cinco y seis
que custodian el éxito de la mesa
le caen encima
como en una demostración
del salvaje fútbol norteamericano.
No le pregunten
para qué sirve la poesía
por qué y para quién escribe,
quién lo lee, quién medio lo lee
y quién no lo lee nunca,
cualquier respuesta que él dé
será para escabullirse
por debajo de las velludas piernas
de los connotativos,
aparenciales,
estructurales,
denotativos
idiotas circunstanciales.
No lo obliguen a que presente un esquema,
un cálculo topográfico,
una red alambicada e increíble
de sus alucinaciones paranormales;
no lo obliguen
a que dé forma de cubitos de pollo
a sus sopitas de tierna humanidad humeante.
No le exijan un itinerario previo,
una planificación exhaustiva
de sus dulces y precipitados viajes:
a él que siempre va y viene
y que en algún camino se detiene
sin que después atine a decir
en qué turbina de pájaro,
en qué arbolito de paisaje
o en qué asiento de atrás de un automóvil
se quedó dormido y olvidado
como un portafolio de color celeste eléctrico
que de repente se pierde
con veinte poemas nada originales.
No lo obliguen a que sude tinta china
justamente al poeta
que siempre anda a la caza de cromatismos
que no lesionen
la fronda transparente que cubre a la palabra.
No lo obliguen a que dé respuestas a
. bocajarro
a él que odia las cosas bruscamente
. violentas,
a él que escribirá un poema que
. demorará
toda su vida
y en el que finalmente no encontrará
. espacio
para enumerar las diversas maneras
con las que intensamente ha amado.
Por argumentos obvios,
porque es pecado atormentar a los poetas,
porque el poeta no se hizo
para estar sentado en medio del tira y hala
del tenis verbalístico de mesa,
porque su capacidad de aguante
ya ha sido demostrada en pruebas de resistencia
que nadie más resistiría,
Por todo eso yo les pido, encarecidamente,
«No lleven al poeta a gaguear a las mesas redondas».
.
.
.
De El ave que todo lo atropella (1980)
Los nada gentiles escritores machos (o defensa de las escritoras hembras)
.
.
Los escritores machos
detestan a las escritoras hembras,
no conciben el que ellas
—atentando contra el decoro que debe observar la mujer
y que es el mismo que observa
cualquier ave ponedora de corral—
se hayan atrevido a tomarse una atribución
que no les corresponde,
como la de esgrimir, entre el pulgar
. y el índice,
una pluma que parece escalpelo
por la finura con la que corta en canal
cuando se trata de zanjar
aviesas y variables situaciones.
Las escritoras hembras
—al decir de los escritores machos—
han corrido un riesgo soberanamente inútil,
lo que se corrobora por el ataque fiero y sistemático
de las que son objeto
sus dulces expresiones,
tímidamente deseosas de alguna vez ser leídas
con una actitud parecida al respeto
o con un gesto de virtud fraternidad
en el que no tengo cabida es rictus lesivo
de la machista y subestimante condescendencia.
Los escritores machos no comprenden
que puedan existir mujeres
que en vez de empollar casa adentro
ovoides trivialidades
—alguna de ellas inevitables, tal como
. la de tejer escarpines—,
se pasen escondiendo escorpiones
debajo de felpudos versos
que en varios frecuentes casos
han tenido la mujeril osadía
de ser más bellos y de mejor factura
que muchos de los que soberbiamente se pertenecen
a los soberbios —so bárbaros— escritores machos.
Los escritores machos
machacan su machismo
sobre las sienes pálidas de las insomnes hembras:
lo que en la obra de ellos es autocalificado
como «pureza expresiva»,
en aquella que producen las hembras
es designado como cursilería de las peores;
lo que en ellos es «fuerza poética»,
en las hembras es melodrama lleno
. de miel y drama.
Lo que en ellos es «experimentalismo acertado»,
en las hembras es chiripazo, o —lo que es
lo mismo—
canasta desde media cancha
que jamás volverá a repetirse.
Quieren volverlas polvo, pulverizándolas,
quieren enviarle misiles
directo al ojo que otea
lejanías extrañas,
quieren tornarlas cianóticas
taponeando los conductos azules
de sus trajes de agallas;
quieren envenenarlas, a corto o a largo plazo,
con el vitriolo lento
de su baba perversa
que todo lo salpica y lo pigmenta
dejando sólo a salvo
aquello que se imprime
con la anuencia del hombre.
Los escritores machos
abundan y redundan,
en cuanto a los viriles escritores hombres…
sí los hay, pero escasean.
Para contar a los gentiles escritores hombres
tengo justo los diez dedos de las manos,
para saber cuántos son
los urticantes escritores machos
tendría que contar por veinte vidas
a todos los piojos machos de la tierra.
.
.
.
De Caja musical con bailarina incluida (1984)
Grulla de cabeza agachada
.
.
Sujeta a esa grulla por las patas,
sujétala en agosto
que para abril ya escapa.
Sujétale esa lengua acanelada
que endulza en su gran boca ficticia
un signo anodino que anonada.
Sujétale ese burdo desparpajo,
sujétale esa parda burlería
de querer sobrevolar siendo vil pájaro.
Sujeta su cabeza desclasada,
su clase de rosa preterida,
sus ínfulas de reina postergada.
Sujétale ese tono desabrido,
esa brida en torno de su entorno,
ese virus mordaz que la ha mordido.
Sujétale sus grullas palabrejas,
sus brejas palagrullas sin sentido,
sus torpes enredijos y enredejas.
Sujétale sus ansías nigromantes,
sus raras predicciones de otros días,
sus días de pitón adivinante.
Gongórale sus rasgos quevedianos,
quevédale sus giros gongorinos,
ruptúrale sus filtros nerudianos.
Sujétala a su pira demoníaca,
demóniala en la pira de sus iras,
sucúmbela del cuello hasta las patas.
Evítale su estilo destelado,
su tela que destila signos idos,
su yema de jilguero no cuajado.
Amórfala en fonemas infartados
infártala en morfemas atrevidos,
fonémala en sollozos sollozados.
Arrímala al rimero del arrimo,
encájala en la caja que no encaja,
verédala a la vera del camino.
Que aprenda a concebir lo inconcebido,
que sepa soportar lo insoportado,
que a fuer de ser mujer se ha malherido.
Que aprenda a morder polvo ensangrentado,
que ensangre su desierto ennegrecido
que amor respecto a ella no se ha dado.
Sumérgela en cisnes desleídos,
deslíela en flamingos desvelados,
aúllala en reptiles revertidos.
Que quiebre su servicio repetido,
que afloje su saque acalambrado,
que admita sus fracasos no admitidos.
Cavérnala en su cueva milenaria,
castiga sus miserias cavernícolas,
sentencia su tristeza sedentaria.
Entízala en un cerco caucasiano,
circúndela en un círculo de tiza,
ensártala en un símbolo bretchiano.
Conflíctala en sucesos citadinos,
sitúala en conflictos cotidianos,
espínala en la espina del espino.
Sujétala al morir cuando se mate,
sujétala en sus torpes estertores
que escapa para abril aunque hoy no escape.
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De Carcoma con forma de paloma (1986)
Un buen día seré traducida al esperanto
.
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Un buen día seré traducida al esperanto,
pero no es para tanto.
Entretanto me conformo con poder leerme
en la única lengua capaz de resistir
el paso de los besos
y el peso de los vasos.
Lengua estropajosa
medianamente estropájara,
lengua pajosa que me hace decir:
«abanico de pejerrey» por: «hay que abanicar
al rey de pajas».
No moriré en ningún día de la semana
—eso es vallejiano—
no pasaré por el oprobio de llorar cuando no quiero
—eso es rubendariano—
no escribiré versos tristes ni en ésta
ni en ninguna otra noche.
Mi pluma me mató mucho antes que este rayo,
fulmínese los últimos papiros,
aquí, en estas mismas escaleras por las que ruedo
con el cráneo partido
y una franja tricolor que me atraviesa el pecho.
Mi poder está en la constitución ósea,
o sea que
mi poder consiste en poder levantarme
cada vez que así lo decido.
Ojalá que nadie me mande a matar
por estos malos versos satánicos.
Con todo
me guardaré las espaldas dentro de sus vainas
y contrataré a un espía para que me vigile
las veinticuatro horas de traición
que a mí misma me infiero.
.
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De Full de reinas (1991)
Full de reinas
.
.
No eran reinas de su devoción
ni las reinas vírgenes,
ni las reinas ofendidas.
Prefería a las reinas por un día,
a las que tajantemente daban por finalizado su reinado
momentos después de haberse enterado
de que habían sido ungidas como reinas;
a las que llegaron a serlo
por un golpe de amor tan sorpresivo
que dentro de ellas se produjo una confusión de lenguas
y el consecuente derrumbamiento de torres inclinadas.
Prefería a las reinas que se despojaban de todo,
reinas que no creían en la redondez de la tierra,
peor que por Oriente se llegaba a Occidente
y que, sin embargo,
le daban una vuelta completa a lo desconocido
sólo por el puro capricho de demostrar
que existían rutas más cortas
entre el mar que nos succiona y el mar
que nos devuelve.
Prefería a las reinas que cojeaban de un solo lado
porque les pesaba un seno más que el otro,
reinas con problemas de celulitis
y con problemas de distensión de tejidos
en la curva sinuosa del recuerdo.
Reinas de largos cuellos de botella
que se reservaban el derecho de corcho
sólo para después de haber alcanzado el grado de fermentación ideal.
Reinas mecenas, protectoras de animales,
soberanas de baraja manoseada
repartidas en garitos exclusivos donde lo más común
era el full de ases
y esa pegajosa música de trébol negro
perennemente desprendida de los ojos con rimel
de la «Q» avergonzada de copas.
Reinas de la tercera edad
que habían sobrevivido a la primera
y a la segunda,
pero que, a despecho de ellas,
habían sido incapaces de sobrevivir al olvido.
Favoritas que tapaban su rostro
para bailar al ritmo solitario de sus contorsiones secretas;
elegidas de los dioses, pero no de los hombres,
que no morían jóvenes
porque agonizaban viejas.
Favoritas que cobraban su quincena
y se la gastaban, íntegra, al día siguiente,
en la adquisición de discos incunables
de treinta y tres revoluciones fallidas
y un sonido de alta fidelidad
innumerables veces traicionado.
Aceptaba a las sin discusión reinas bobas
más que a las indiscutibles reinas intelectuales.
Le asustaban las mujeres lingüis
que no admitían lapsus,
le aterraban las mujeres de sol y sismos
constantemente a la caza de solecismos
y sentía una irracional aversión
por las sabias tribunas que se encaramaban en palco alto
para, desde ahí, arrojar indiscriminadamente,
partículas de piedra filosofal
y flores del más absoluto y rethorical ingenio.
Eran, en cambio, de su total predilección
aquellas reinas que se guardaban un as en la manga;
as que jamás utilizaban
ni aunque estuvieran perdiendo,
porque a las verdaderas reinas se las conoce
en situaciones similares a ésta,
cuando pálidas, pero dignas,
prefieren perder con todos los honores
antes que poner en evidencia al único as
que se sacrificaría por ellas.
Prefería a las reinas a quienes les dolía el corazón de vez en cuando
por no haberse decidido a tiempo por la vida;
también sentía una pronunciada inclinación
por las reinas locas,
por las simplemente chifladas,
por las que, desde tiempos inmemoriales,
despachaban por el correo real
cartas desquiciadas dirigidas a poetas del siglo XIX
cuya obra difícilmente podía haber trascendido
hasta los albores del siglo que decurre.
Le gustaban, entonces, las rematadas que rezaban en taquigrafía
y las demenciales dementes que perforaban sus recuerdos
apelando al sistema Braille,
(sólo por el puro gusto de experimentar sensaciones inenarrables
en la punta envilecida de los dedos).
Prefería a las versolibristas
estilo pecho
que nadaban de espaldas hasta llegar a un faro
cuyo único ojo lloraba exclusivamente para ellas;
versolibristas que avanzaban sin detenerse a pensar
en cuánto mar se necesita para llegar a decir:
«corazón, no obstante tus reales coronarias,
qué pacíficas son tus aguas».
Le simpatizaban las reinas que olían a terciopelo negro,
a sendas distintas
y a frustración amorosa
Reinas e peinetas y camafeos
totalmente entregadas a la labor de recordar
capítulos sólo vividos en ediciones apócrifas.
Reinas que se sacaban el guante
para soplar el beso que les aleteaba
en la única mano que habían desprendido del madero.
Damas del más perfecto olvido
que en el supuesto de que atardeciera lloviendo
ponían erecto el espaldar de su espalda,
no observaban el aviso de no fumar
y empezaban a transgredir las reglas de su propio juego,
utilizando, por ejemplo, cartas imperceptiblemente marcadas
por escándalos tales
como los de jugar solitarios en la más perfecta compañía de nadie.
Damas condenadas a solidificar en oro
cualquier manzana que se lleven a la boca,
o a volver polvo de desierto
el sorbo de agua en el que mojan su pañuelo.
Prefería a las reinas que tenían casi su misma cara
porque con ellas cabía la posibilidad de lograr
un insólito full de reinas.
Reinas de su misma estirpe,
de su misma rancia ralea
y de una igual laya.
Reinas de tan parecida calaña
que cuando se encontraban por la calle
no se saludaban en el acto,
pero se reconocían al instante
por el alto calado de su porte
y por esa singular y silenciosa manera de desplazarse
en las aguas profundas.
Prefería a las reinas que no eran de este mundo
ni de ningún mundo conocido,
reinas sólo para dentro de sí,
capaces de abdicar en nombre de lo simplemente impronunciable,
es decir, en nombre de lo que carece de nombre
pero cuya significación última se reparte para ciertos versos
que tienen la virtud de entristecernos.
.
.
.
De Full de reinas (1991)
Hembrus erectus
.
.
. 1
Ha llegado la noche
me refugio en mi cueva
froto mis talones entre sí
invento el fuego
. 2
Un aullido distante
como el de un animal con miedo
eleva su hocico hacia la luna
y roza su pezón más purulento
llueve harina mezclada con gemidos
. 3
Todas las noches
una gran parte del bosque es devorada
por criaturas extrañas
Del bosque sólo queda
un fémur de gacela
y los restos aún humeantes
de una tribu caníbal
Un lodazal de amnesia
desciende por las faldas de un mar deforestado
y sepulta un huevo de mamífero
pigmentado de niebla
Mañana cuando salga
a recoger carroña
ya el bosque se habrá ido
. 4
Bestias supuestamente mansas
olisquean mis agrias coyunturas
y después de alejan
Entonces reviso mis entrañas
y descubro que en ellas falta
un considerable tramo de intestinos
. 5
Soy un animal de combustión lenta
estoy ardiendo desde hace siglos
desde antes de que fuera concebido el crimen
como el medio de navegación más rápido
entre el odio y el deseo
Soy un animal hecho para la molicie
si tengo sed
abro la boca y dejo que en ella caiga
el goteo de una estalagmita etílica
Si tengo hambre
degluto los dedos que le sobran
a mis sucios pies de anacoreta
Si tengo frío
me envuelvo en la piel de un lobo enfermo
. lobo que marcó su territorio
. con el líquido turbio
. de sus ojos prostáticos
Y si tengo deseos de amar
amo sólo lo que no me estorba
lo que se ama solamente una vez
y no por más de un día
porque el amor al tercer día de usado
hiede a lobo resurrecto
Soy un animal de combustión lenta
soy la antorcha que iluminó las catacumbas
de los primeros cristianos
soy el cirio que veló los manuscritos de los poetas medievales
sobre el parietal derecho
de una calavera enferma
Soy la mecha prendida
que avanza sobre la pólvora mojada
de su propio cerebro
Soy un animal de combustión lenta
Alguien
cuando vuelva a repetirse todo
dirá «háganse las sombras»
y mi luz será la espada deslumbrante
del primer ángel desobediente
. 6
Por los alruedos del lago
han empezado a deambular
criaturas más erguidas que yo
y con una cabeza más prominente que la mía
Criaturas que ya utilizan sus manos
para desprender los frutos
que cuelgan del vacío
Criaturas que rajan en canal
con sus cuchillos de obsidiana
el llanto palpitante de sus víctimas
Una hembra de esa especie extraña
subyugada por algo que brilla entre las hojas
se separa del grupo
y se acerca demasiado hacia la mata oscura
donde hierven mis dedos
Sorpresivamente
desenrollo mi lengua
y la atrapo
Invento el crimen perfecto
. 7
Llueve torrencialmente
Se ahoga un mamut en mis entrañas
se ahoga un embrión de dinosaurio
en su propio huevo
se ahoga un pájaro carnívoro
con un trozo suculento de lujuria
llueve como si hoy día fuera
el debut y despedida de las aguas
Se ahoga el verano
en mi abrigo de invierno
se ahogan mis sandalias
en el charco más inmundo del silencio
Llueve y adentro de mi cueva
un rayo parte
el altar sagrado de mis ídolos
Hasta mis pies de mono
cae un remedo de hombre
invento el miedo
.
.
.
De Último y no definitivo regreso a Edén (2005)
Oh Capitán mi Capitán
.
.
. Oh Capitán, mi Capitán,
. Levántate y escucha las campanas
. Walt Whitman
.
.
.
. 1
No mastico hojas de hierba
de haberlo hecho
hace mucho hubiera escrito
un demencial canto a mí misma
por lo pronto me conformo
con oler este pañuelo
mojado en amoniaco
y manchado con los labios
entreabiertos del deseo
Necesito secuestrarme
llevarme a un sitio
no habitado por nadie
uno en el que mi sombra
encuentre la luz que la proyecte
en la pared transparente
de su habitación vacía
No fijaré el valor de mi rescate
el nudo que aprieta mi garganta
no tiene precio
es el mismo que impide
que escape por mi voz
el ave que en mi vientre se desangra
No mastico hojas de hierba
las únicas yerbas que he probado
son las que preparaba en infusiones
la vieja de mi abuela
la materna
la madre de mi madre
Tisanas que colmaron de tibieza
la taza en que bebía
el flujo dorado del ocaso
Oh Capitán mi Capitán
«escucha las campanas y levántate»
leva anclas
y enfila la proa de tu nave
hacia donde una poeta
recicla su poesía
para que esta vuelva a renacer
provista de una inédita nostalgia
Si te topas con el canto del destino
que agita su cola de sirena
esperando por los hombres extraviados
ignora sus llamados
y sigue navegando hacia la isla
en la que una mujer cargada de años
mira obsesivamente al mar
esperando que el barco que se fue
en busca de un pasado inexistente
algún día regrese
. 2
Oh Capitán
mi Capitán
el que surcó desiertos
en busca de un ojo de agua
para dejarlo ciego
el que arrojó al océano
una botella en llamas
con un náufrago adentro
Ahora que aún me queda
una vela por arrear
sopla en ella
el viento del ocaso
sopla con fuerza
tus últimos alientos
Es hora de que arribes
allá donde todo lo que pudo haber dolido
ya ha sido consumido
por los hornos crematorios de lo inerte
Oh Capitán
libera con cuidado
el poema que aletea
entre los dientes
de una rosa carnívora
y lánzalo a los cielos
Sí algún día regresa
acógelo en tus manos y acaricia
su plumaje agotado
solo él te entregará la prueba irrefutable
de que el diluvio ha concluido
. 3
Oh Capitán
mi Capitán
esqueleto de niebla
que vaga por mi mente
con su barco de espuma
déjame aquí
en esta isla solitaria
en la que habita
una mujer que escupe
por el ojo de su frente
el mosto más añejo
de sus uvas lascivas
No es necesario
que también desembarques
tu deber es retornar
allá donde te espera
un puerto anclado en pleno limbo
aquel del que ahora zarpa
un mar que no retorna
porque hay mares que se ahogan
en sus propias entrañas
y hay otros que se esfuman
después de que atraviesan
la espesa mortaja del misterio
Oh Capitán
aquí me quedo
no sé por cuánto tiempo
quizás hasta que logre
escribir sobre la arena
un epitafio en verso
tan bello y doloroso
que no habrá espuma alguna
que se atreva a borrarlo
. 4
Ficcioso Capitán
que se instaló en mi psiquis
un día en el que estuve
con mis defensas bajas
tan bajas
que apenas si pude recoger
del fondo de mí misma
un mosaico de mar
fraguado en vidrio líquido
Hasta que pasen siglos
no vuelvas a buscarme
no interfieras
lo que tengo que hacer
tengo que hacerlo
completamente a solas
sin que haya testigos de por medio
cosas como escarbar de mis dientes
las sobras de festines
que compartí con dioses asexuados
o como cantar a gritos
debajo de la ducha
cuando toca limpiar
las marcas indelebles
que me dejó en la espalda
el látigo de seda
de un domador de sombras
Oh Capitán
insisto
no vuelvas a buscarme
Solo a mí me compete
encontrar el peñasco desde el cual
una poeta antigua
alimentaba al mar
lanzándole sus versos más perfectos
antes de que le entregara
como su vianda última
el grito de su cuerpo
cayendo en el vacío
Solo yo estoy facultada
a recoger su túnica empapada
en ese vino inútil que es la sangre
para cubrir con esta los despojos
que devuelven las olas
a la playa tantas veces recorrida
por sandalias suicidas
.
.
.
De El vino de mi sombra (2024)
Lágrimas de mango
.
.
Hace ya algunas décadas,
en casa de mis padres,
había un árbol alto, musculoso,
un frondoso, viril y bello árbol que
hacía suspirar a las acacias
y temblar de amor a las gardenias.
Árbol que al llegar cada fin de año, llenaba su copa burbujeante
con un mareante licor, olor a mango.
Así, en cada inicio de diciembre,
cientos de pájaros minúsculos,
provenientes de cielos indistintos,
tomaban por asalto
al árbol que más quise,
como para depredar,
con hambre incontenible,
la carne jugosa de los mangos.
Cada noche de aquel tiempo pasado,
por la ventana abierta de mi cuarto,
solía extenderse hasta mi cama
la rama más florida de mi árbol,
para que yo la acariciara,
así como se acaricia la mano
del hijo que más nos necesita.
Yo era joven,
muy joven,
tan joven como lo eran mis hermanos,
y entre las cosas entrañables que solíamos hacer
estaba la de chupar mangos como locos
hasta que el vientre del alma nos dolía
con un dolor en verdad «insoportable».
«La juventud se fue,
mi casa ya no está»,
ni mis padres tampoco:
primero se fue el árbol,
hace un poco más de treinta años,
se colgó, por decisión propia,
de la rama más triste de su tronco
cuando de ésta no pendía
ni la sombra putrecida de algún mango.
Cuando llega diciembre
me asomo a una ventana
que no es, ¡maldita sea!,
que no es la de mi infancia,
y entonces creo ver
el espectro ya borroso de mi árbol,
y alrededor de él,
danzando como indios pieles rojas,
con sus hachas levantadas de victoria,
a todos mis hermanos,
y es ahí que grito conmovida:
¡quiero carne de mango!,
¡carne de mango maduro!,
¡carne madura de mango!
¡por favor, pásenme un mango,
para que vuelva otra vez hasta mi boca
el sabor ya lejano del pasado!,
¡para que vuelva otra vez hasta mis ojos
el recuerdo más dulce de mi vida
hecho lágrima purísima de mango!
.
.
.
De El vino de mi sombra (2024)
El vino de mi sombra
.
.
Se escapa el vino de mi sombra
por la copa rajada de este insomnio
y corre tras la música de jazz
que se oye desde un bar de esquina
al que apenas concurren
bohemios que se drogan
con tan solo inhalar su propia niebla
Mi sombra toma asiento
en la mesa más cubierta por el polvo
y brinda de su vino
a una anciana que afirma que fue en vida
la voz solista de una banda
que traficaba con blues ilegales
a bordo de cruceros que surcaban
la ruta más corta hacia el olvido
Por la boca de un saxo se desborda
una canción mojada en pena antigua
y empiezan a caer las hojas muertas
desde todos los árboles del mundo
La anciana se acerca hasta el pianista
y le pide que toque
Summer Time de Gershwin
entonces ella canta
con el mismo dolor con que lo haría
una mujer que acaba de parir
un pájaro sin alas
Mi sombra se saca del escote
algunas hojas muertas
y se las deja a la anciana de propina
para que se anime a cantar
algún otro blue
que suene a plantación
de sangre esclava
El vino de mi sombra
se va sin despedirse de la vieja
y retorna a su alcoba
para dormir despierta
lo poco que ya queda de esta noche
Debajo de la almohada
el vino de mi sombra
esconde una hoja muerta
aún con vida
.
.
.
De El vino de mi sombra (2024)