Una escritura del llanto

Escribe | Violeta Garrido


Una escritura del llanto, reseña de El libro de las lágrimas. Heather Christle. Por Violeta Garrido en Revista Aullido. Literatura y Poesía.

Editorial: Tránsito (2020)
Autora: Heather Christle
Traductora: Magdalena Palmer
Idioma original: inglés
Nº de páginas: 203
ISBN: 978-84-121980-7-2


Quizá no lloramos por, sino cerca o alrededor

Heather Christle

El libro de las lágrimas (The Crying Book) se presenta ante el lector o lectora como una pequeña enciclopedia personal del llanto, que inicialmente toma la forma de un anecdotario, de un recipiente de curiosidades históricas o sociológicas en torno a la manifestación fisiológica de la tristeza (aunque no sólo), para dar espacio enseguida a la materia autobiográfica. No sin incurrir a veces en expresiones de lo más típicamente cursis —«me pregunto si los hombres matan para crear así el motivo de la inmensa tristeza que ya sienten» (p. 116)—, dicha materia se articula, para la autora, a partir de dos eventos traumáticos —pero de doble faz, porque son también acontecimientos asociados a la alegría vivida y por venir—: la muerte del amigo Bill, confidente y compañero de intereses literarios, y el nacimiento de Harriet, su hija. Así, lo que los anglosajones gustan de llamar narrativa de «no ficción», se despliega aquí con todo su esplendor mediante pequeñas entradas de texto que combinan la analepsis respecto de algunas vivencias importantes, la prolepsis acerca de la vida que gesta la autora y el fruto de sus diversas indagaciones teóricas, que acompaña de vez en cuando con fotografías ilustrativas.

En cuanto a las primeras, es preciso destacar que la figura de Bill es la de una amistad servil hasta en su condición tristemente inerte o expiada, pues coadyuva a que Christle exponga la evolución de su propia trayectoria como escritora y como mujer, la cual no está exenta de altibajos y de ciertos sinsabores, pero que, no obstante, siempre acaba por encontrar su consuelo mismo en la literatura. Particularmente interesantes resultan las observaciones sobre el embarazo, las cuales desmitifican la maternidad —no se trata de un imperativo biológico al que una se entrega sin más, sino de una decisión consciente y, como tal, aterradora— y abordan las distintas aristas del miedo real y tangible a ser madre, esto es, a responsabilizarse de una nueva vida en este mundo, a confundir la propia identidad, ya establecida y aparentemente sólida, con la nueva que ha de cincelarse en la infancia: «Una niebla lleva a otra. Veo en mis lágrimas de embarazada la forma de las que he vertido en otros momentos de mi vida. Y me asusta. ¿Estoy ya perdida? ¿Cuán lejos estoy? ¿Cuánto me queda por andar?» (p. 52). La autora nos autoriza a viajar, asidas a su pluma, a la travesía del embarazo, del parto, de la crianza y de la vida en pareja.

Página a página, este libro se va revelando como un tratado a pequeña escala sobre el cuidado, ese concepto sin el cual nuestras sociedades no podrían sostenerse, pero que sólo ahora, cuando estamos colectivamente cada vez más dispuestos a admitir la vulnerabilidad como un valor de la condición humana, empieza a cobrar el protagonismo que, también a juicio de Christle, merece. Sólo desde estas coordenadas es posible entender la manera en la que se expone la autora, desvelando «intimidades» sobre las relaciones familiares o la salud mental que, en realidad, tienen mucho de realidad común pero insuficientemente comunicada o compartida. Hay, por tanto, un programa político subyacente en el texto que tiene que ver con las reivindicaciones del feminismo —particularmente en la vertiente dominante en los Estados Unidos, pero la discusión a propósito de esos matices sobrepasa la finalidad de esta reseña— y que se trata en muchas ocasiones desde la elegancia que otorga un cierto manejo sutil de la ironía: «Tanto si existen en el rostro como en la mente, las lágrimas de una mujer blanca pueden perturbar la gravedad física de una sala. Impulsan a los demás a socorrerla, a corregir o castigar a quienquiera que haya causado el llanto» (p. 20). Pero, al igual que sucede con la cuestión de la maternidad, en este libro el abordaje del trabajo de cuidados no se lleva a cabo desde el elogio autocomplaciente y vacío, sino desde la honestidad y el reconocimiento de los propios límites y de las propias taras, que son justamente los temas sobre los que pivota el núcleo del texto.

Con todo, quizás lo más importante del texto sea el diálogo que establece con autores de referencia para Christle (Plath, Safo, Barthes, bell hooks, Carson, Butler, por citar sólo algunos); un marasmo de referencias cruzadas, citas, fragmentos y versos encuentran un orden interno con el que aciertan a constituir una suerte de interxtexto meta o banco de alusiones literarias al llanto, al duelo, a la tristeza, al suicidio. Evidentemente, ello opera a su vez como un subterfugio para que la escritora exponga una particular concepción de la literatura y de la labor poética, que a veces se emparenta con la de los referentes y que, en otras ocasiones, se despliega con originalidad y sencillez: «Escribir un poema no es muy distinto de cavar un hoyo. Es trabajo. Se intenta aprender lo que se puede de otros hoyos y de las personas que los cavaron antes que nosotros» (p. 126). Es difícil restituir en unas pocas líneas la potente creatividad de la propuesta de Christle, que utiliza la forma del fragmento (dispuesto perspicazmente de manera que éste parezca inconexo con el que lo sucede o lo precede) para armar un texto coherente que es, sobre todo, una invitación a explorar, con la tradición literaria en la mano, los recovecos del llanto, entendido fundamentalmente como práctica humana y social.

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