El desafío de la esperanza: Sicilia a través de «Lo que el infierno no es»
Escribe | Ilaria Cantavenera
Editorial: La Esfera de los libros (2018)
Nº de páginas: 360
ISBN: 978-8491-643-67-8
Autor: Alessandro D’Avenia
Traductora: Isabel Prieto
Idioma original: italiano
Un viaje profundo al corazón de una Sicilia dividida entre la belleza de su cultura y la crueldad de su realidad. Ambientada en la vibrante y contradictoria Palermo de la década del noventa, más que una historia, es una invitación a mirar de frente las luces y las sombras de la humanidad. Es todo lo que se encuentra en Lo que el infierno no es, la tercera novela del escritor, profesor y guionista italiano Alessandro D’Avenia, publicada originalmente en Italia, en 2014, aunque su traducción al español fue lanzada a finales de 2018 por La Esfera de los Libros. Lo que permite que esta novela sea especial es su capacidad para tocar fibras profundas, donde los personajes te hacen sentir parte de la narración.
La historia se centra en Federico, un adolescente de 17 años que, al finalizar las clases, se enfrenta a un verano lleno de descubrimientos. A través de su relación con el padre Pino Puglisi, un sacerdote comprometido con la comunidad del barrio de Brancaccio, Federico se adentra en una realidad marcada por la pobreza y la influencia de la mafia. La novela aborda temas como la lucha entre el bien y el mal, la importancia de la educación y el impacto de la dedicación personal en la transformación social. D’Avenia, conocido por su estilo poético y profundo, ofrece en esta obra una narrativa que combina elementos de la realidad, inspirándose en hechos reales, como la vida y el asesinato del padre Puglisi, beatificado en 2013.
El protagonista se encuentra en una encrucijada emocional y moral que lo transforma profundamente. Su primer gran descubrimiento es la existencia de un «infierno» que siempre había estado cerca, pero que él nunca había visto. Al salir de su entorno protegido, se da cuenta de las injusticias estructurales que afectan a su ciudad. Descubre que los niños de Brancaccio viven atrapados en un ciclo de miseria y violencia del que parece imposible escapar: esto lo lleva a cuestionarse cómo ha podido ignorar esta parte de su mundo. Otro descubrimiento crucial es el poder transformador de la educación y el amor desinteresado. A través del padre Puglisi, Federico aprende que incluso en los contextos más oscuros, un gesto de bondad puede encender una chispa de esperanza. Sin embargo, esta lección no es teórica. Federico lo ve de cerca al interactuar con los niños del barrio y experimentar cómo pequeñas acciones tienen un impacto profundo en sus vidas. Los dilemas morales, además, lo obligan a madurar rápidamente. Uno de los más importantes es su propio lugar en esta lucha entre el bien y el mal: ¿Debería involucrarse activamente y arriesgar su seguridad o es mejor seguir adelante con su vida, dejando atrás lo que ha visto? Esta pregunta lo atormenta cuando empieza a entender las implicaciones de enfrentarse a un sistema tan arraigado como el de la mafia. ¿Y cómo lidiar con el miedo? El chico se encuentra cara a cara con la brutalidad del poder mafioso y experimenta una mezcla de indignación y terror. La valentía del padre Puglisi lo inspira, pero ¿tiene él la fuerza para seguir un camino similar, incluso si implica sacrificios personales? Finalmente, Federico debe decidir quién quiere ser. La experiencia en Brancaccio no solo lo confronta con el mundo exterior, sino también con su propio mundo interior. Se da cuenta de que su vida hasta ahora ha sido un refugio seguro, pero limitado, lo que lo lleva a luchar contra su propia indiferencia.
Lo que el infierno no es, es mucho más que una simple lectura, es un recorrido a los rincones más oscuros y luminosos del alma humana. Desde el primer capítulo, es imposible no sentir el calor sofocante de las calles de Palermo y, a la vez, el escalofrío de una realidad marcada por la violencia de la mafia. La historia de Federico, un joven que, como muchos adolescentes, vive en una burbuja de promesas futuras, conmueve al lector porque nos sumerge en una verdad universal, ese despertar a una realidad que no conocíamos. Para los más jóvenes, además, estos temas representan un recordatorio inquietante de cómo la indiferencia y la complicidad pueden permitir que el mal prospere y nos invitan a explorar cómo el miedo y el silencio se convierten en herramientas de control. Hablar sobre la mafia en contextos como el de Lo que el infierno no es, fomenta a que las nuevas generaciones comprendan que el mal puede infiltrarse en las decisiones cotidianas, en el miedo a actuar y en la falta de empatía hacia los más vulnerables. Por lo que se refiere a la figura de Puglisi, es imposible no admirar la fuerza silenciosa de este sacerdote, que decide enfrentar al mal sin armas, solo con educación, amor y palabras. Su historia enseña que no es necesario tener grandes recursos o una posición de poder para generar un cambio significativo, demostrando que pequeñas acciones, –como educar, escuchar y cuidar–, pueden tener un impacto fundamental. Esto inspira a las generaciones actuales a mirar más allá de su zona de confort. Y, en esos momentos, urge cuestionarse: «¿Cuántos Puglisi hay en nuestro mundo?». La pregunta es extremadamente compleja. De hecho, uno de los principales obstáculos para que emerjan figuras como el padre Puglisi es el miedo, esto es, enfrentarse a sistemas poderosos y corruptos conlleva un riesgo altísimo, como la pérdida de seguridad, reputación e incluso de la vida. No todos están dispuestos a pagar este precio, sobre todo en una era donde el bienestar personal se valora por encima del sacrificio colectivo. El ejemplo de Puglisi es extraordinario porque desafió ese miedo. Sabía que su lucha podía costarle la vida, pero no dejó que eso lo detuviera. Hoy, la amenaza de represalias sigue siendo una barrera significativa en contextos donde denunciar o resistir puede tener consecuencias fatales.
D’Avenia escribe con una sensibilidad extraordinaria, su estilo es poético, íntimo: «¿Dónde estás, tú que puedes coserme el alma / silenciosamente? / Muchacha llena de luz, / ¿puedes remendar a un muchacho / hecho de viento? / Yo busco tu nombre, / aunque tú no lo tengas. / Te he encontrado donde el negro / parecía ocuparlo todo, / entre las olas de un mar agitado por la tormenta / has brotado, como una semilla / que viene desde muy lejos. / Pequeña como una caricia / se recuesta sobre una tierra virgen / para dar fruto. / Esa tierra soy yo, / tu nombre no es un sueño». Lo que más le impactó es esa dualidad constante entre el «infierno» y lo que, de hecho, no lo es. El infierno está en la desesperanza, en el abandono, en la indiferencia; pero, incluso en un lugar al que, metafóricamente, se podría denominar así, con todo lo que agita en nuestra imaginación, D’Avenia logra mostrarnos pequeñas luces como la inocencia de los niños, la perseverancia de quienes no se rinden, el poder transformador de la educación para cambiar vidas: «El tiempo restante lo colonizan los niños. El mundo de los adultos, antes o después, se extingue, exhausto. Ellos, en cambio, son como brotes de trigo que dejan la posibilidad de convertirse un día en el pan de los demás».
Este título, como siciliana que soy, tiene un peso especial, porque las páginas de Alessandro D’Avenia despiertan una parte de ti que siempre ha estado ahí, es decir, la herencia de una tierra hermosa y herida al mismo tiempo. No es una novela cualquiera, sino un espejo que refleja tanto la belleza de Sicilia como sus cicatrices más profundas. Cada palabra me llevaba a lugares que conozco bien, a los que amo con orgullo y, a veces, con dolor. De hecho, Palermo no es solo el escenario de la historia, sino un personaje más, un símbolo de esa lucha eterna entre lo que se ve y lo que se esconde. Como habitante y residente de Sicilia, no pude evitar sentir un nudo en la garganta cuando el autor describe las calles de Brancaccio, la negligencia y, al mismo tiempo, la vida que persiste, la luz que resiste: «Está regresando de la enésima batalla inútil librada en los pasillos de la burocracia, donde todos los retos están perdidos de antemano, por cansancio y por desencanto. Nunca harán un instituto de enseñanza media en Brancaccio, nunca le cederán los sótanos del caserón de la calle Hazon para instalar allí una hipótesis, al menos, de escuela. Son locales del Ayuntamiento, ocupados abusivamente para realizar actividades ilegales. Se asemejan a los círculos del infierno dantesco».
Después de la lectura de este libro sentí orgullo y rabia a la vez. Orgullo por ser parte de una tierra que ha dado ejemplos de humanidad tan poderosos como el padre Puglisi, como todos esos profesores, madres, padres y jóvenes que, en lo cotidiano, intentan cambiar el destino de nuestra isla. Rabia porque aún existe ese infierno: el abandono, la pobreza, la sombra de la mafia que intenta sofocar lo mejor de nosotros. En mi condición de siciliana, leer Lo que el infierno no es fue volver a mirar mi tierra con ojos más conscientes. Fue recordar que, incluso en los lugares más oscuros, siempre hay luz. Y esa luz no viene de fuera, viene de nosotros, de quienes decidimos no ceder ante el miedo ni la indiferencia. Es un libro que te sacude, que te cuestiona, pero que, al final, te deja con la certeza de que, incluso en Sicilia, el infierno no tiene la última palabra.
Al cerrar la lectura de la novela de D’Avenia, sentí que algo en mí había cambiado. Lo que el infierno no es invita a mirar más allá de nuestros propios límites y a preguntarnos cómo alumbrar a las existencias tachadas por la oscuridad, es decir, aportar nuestro granito de arena en términos de justicia social como, por ejemplo, no permitir que los seres humanos se hagan daño los unos a los otros, poniendo de relieve la esencia de la vida como enseñanza, a partir de la infancia. Es un libro que deja cicatrices, que plantea situaciones y disyuntivas que interpelan la sensibilidad lectora, que a medida que avanza duele por todas las fibras laceradas en el camino, al final del cual nos invita a replantearnos el alcance que deberíamos asignarle, mucho más allá de lo que las palabras pueden decir acerca de lo que aprehendemos de ese concepto abstracto e inabarcable llamado humanidad.