Un fragmento de «Conversaciones con Gastón Baquero»
Escribe | Luis García de la Torre
El poeta y académico cubano, Jorge Luis Arcos reproduce un diálogo con unos amigos en el prefacio del libro Conversaciones con Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914 ― Madrid, 1997), en el que reflexionan sobre los motivos por los que su compatriota y colega siempre mantuvo un bajo perfil en España, independiente de la erudición e ingeniosa personalidad por la que es recordado entre quienes lo conocieron. Este extracto, que tal vez entraña la explicación de la disparidad con la que se ha observado su obra, permite visualizar desde otra perspectiva a un autor que fue tanto admirado como rechazado en una época que era esquiva a los matices: «Comentábamos una tarde, César López, Enrique Saínz, Efraín Rodríguez, y yo, cómo Baquero padeció las cuatro o cinco parcas[1]: era pobre, mulato, homosexual, provinciano y, como añadidura, poeta, y después padeció una sexta: la del exiliado. Pero el poeta, en cierto sentido, ¿no es todas esas cosas siempre, y muchas más?».
Es así que nos encontramos con una imagen vívida y cercana, de carne y hueso, que nos entrega este pequeño libro donde el poeta cubano habla de su infancia, de su juventud en su tierra natal, del mundo literario previo a la revolución, de su formación profesional, de su vínculo con otros escritores tanto en la isla como en España, de su oficio de periodista, de su exilio, de su trayectoria creativa y sobre todo de literatura. En este artículo nos acercaremos al pensamiento de Baquero, a través de un fragmento de esta entrevista, pero antes entregaremos algunos antecedentes generales sobre el libro mencionado, además de varios hitos biográficos que ayuden a comprender cuál fue su rol en un momento puntual de la historia y qué hechos marcaron su imagen pública, al igual que su legado literario.
Hace más de tres décadas, la casa editorial Betania empezó a existir en Madrid con la primera edición de Conversaciones con Gastón Baquero (1987), acto con el que el poeta y editor cubano Felipe Lázaro, entendiendo o no, se comprometía con Cuba e Hispanoamérica de ahí en adelante. Luego, en 1994, presenta una segunda edición aumentada con prólogo del poeta y crítico colombiano Juan Gustavo Cobo Borda y epílogo del crítico y profesor cubano José Prats Sariol. Después de 18 años, en el 2012, en un mundo ya completamente digitalizado, se vuelve a reproducir en versión electrónica (e-book) con textos del poeta peruano Alfredo Pérez Alencart y de los notables vates cubanos Jorge Luis Arcos y León de la Hoz. Y en 2014, al celebrarse el centenario del nacimiento de Baquero, se hizo la edición impresa, también con una introducción del mismo Lázaro e incluyendo una aproximación para una bibliografía del poeta cubano actualizada hasta el 2012. Adicionalmente, se incluyó en su portada la obra Retrato de Flora Nº 23 (1966) del pintor de la isla, René Portocarrero.
A través de las cuatro publicaciones, la casa editorial Betania ha hecho un trabajo para rescatar a Baquero «y de esa forma publicitar o promover su poesía (añado también al hombre y al autor), en momentos aquellos que apenas se le reconocía ni dentro ni fuera de su Isla»[2], señala en el texto Felipe Lázaro, por lo que vastas generaciones de cubanos, los de adentro y los de afuera, hemos agradecido este rescate de una de las más grandes voces literarias nuestras.
Gastón Baquero nació el 4 de mayo de 1914 en la ciudad de Banes, al Oriente de la isla de Cuba. Estudió Ingeniería Agrónoma y se doctoró en Ciencias Naturales. Pero su verdadera vida estuvo en la escritura y en la intelectualidad.
Colaboró en diversas revistas como periodista, en Clavileño (de la que fue fundador) y en Verbum. Esta labor lo llevó además a ser Jefe de Redacción del Diario de la Marina (con una línea editorial cercana al régimen de Fulgencio Batista), el de mayor circulación en la isla hasta fines de la década del cincuenta del siglo pasado. En su faceta de poeta, publicó en Espuela de Plata, revista bimensual de arte y poesía; en Orígenes, fundada por José Lezama Lima, alrededor de la cual se reunirían un importante grupo de escritores vanguardistas e intelectuales cubanos, entre los que figuró Virgilio Piñera, Cintio Vitier y Eliseo Diego.
En esta primera mitad de siglo en Cuba, con tan solo 28 años, edita las obras Poemas y Saúl sobre su espada (1942), y más adelante Ensayos (1948).
Con el triunfo de la Revolución cubana en 1959 se exilia en marzo de ese año en la España franquista, radicándose específicamente en Madrid, donde a lo largo de su vida publicó Poemas escritos en España (1960), Memorial de un testigo (1966), Poemas africanos (1974), Magias e invenciones (1984), Poemas invisibles (1991) y trabajos dedicados también a su escritura ensayística y periodística como Darío, Cernuda y otros temas poéticos (1969) o Indios, blancos y negros en el caldero de América (1991). Probablemente, Memorial de un testigo (publicado originalmente en Ediciones Rialp, colección «Adonáis») se trate del libro con el que más lo recuerdan sus lectores.
Durante esta segunda etapa de su vida trabaja en el Instituto de Cultura Hispánica, en la Escuela de Periodismo, en Radio Exterior de España y en la Universidad Menéndez Pelayo. En 1988 fue candidato al Premio Príncipe de Asturias de las Letras y al Premio Reina Sofía, ambos fallados en España. El mismo año es homenajeado por la Universidad de Alcalá de Henares.
Mientras que la Cátedra Poética Fray Luis de León, perteneciente a la Universidad Pontificia de Salamanca, dedicó toda una semana en homenaje a su obra en 1993.
En mayo de 1997, el Círculo de Bellas Artes, la Residencia de Estudiantes y Radio Nacional de España convocan a una ofrenda al poeta, ensayista y periodista pero ya Baquero estaba internado en el hospital donde fallecería el 15 de mayo de un infarto cerebral.
Una década después de su muerte, se creó en homenaje a la obra del poeta el Premio internacional de poesía Gastón Baquero, que con el del año en curso acumula su undécima edición. El certamen es organizado por editorial Verbum y la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos de Salamanca (SELIH). Además, University of Miami en su departamento de Cuban heritage collection conserva todos los papeles que dejó el escritor al momento de su muerte en Madrid, entre los que destacan documentos personales, correspondencia, trabajos inéditos, recortes de sus artículos periodísticos, un libro inacabado sobre la figura del intelectual y jurista venezolano Andrés Bello, entre otros materiales específicos para investigadores.
Entre las publicaciones del poeta que han aparecido en los últimos años constan su Poesía completa (2013), Fabulaciones en prosa (2014), sus artículos literarios en Geografía literaria (2014), Ensayos selectos (2016) y la antología poética Palabra inocente (2016), lanzada por Editorial Visor. De su obra han registrado su admiración por ella Luis Antonio de Villena, María Zambrano o Gerardo Diego. Cabe destacar que su obra ha sido traducida al griego, italiano, inglés, alemán y portugués.
El sitio web de la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes mantiene una muestra considerable de la poesía de Baquero en formato digital, con la mayoría de textos de su Poesía completa (1935-1994) o algunos individuales como el poema «Himno y escena del poeta en las calles de La Habana», además de los artículos periodísticos «Preámbulo a José Marti», «Andrés Bello» y «Con Vallejo en París−mientras llueve».
En esta doble honra que pretendo, al poeta y a la obra de Betania, reproduzco un fragmento de las Conversaciones con Gastón Baquero, cuando se explaya respondiendo íntegramente sobre sus inicios en el periodismo y en la literatura, en aquellos primeros años del siglo XX en una Cuba hoy ya muy lejana, en todo sentido.
«Vivir de la literatura es casi un sueño imposible. Por eso te dedicaste, desde muy joven, al periodismo como medio que te permite continuar con tu carrera de escritor. Pero el periodismo no sólo ha sido una forma digna de ganarte el pan, sino una vocación; como bien señaló Juan J. Remos, tú eres un “ensayista periodístico”. ¿Qué nos puedes decir de esta ingente labor por la que obtuviste el premio nacional Justo de Lara, desde que te iniciaste como joven periodista en Informaciones (1943) hasta tu cargo de jefe de redacción del Diario de la Marina, ambos periódicos habaneros?
―Me hice ingeniero agrónomo para complacer a mi padre. Dicen que de muy niño, cuando me hacían esa pregunta idiota que se hace a los niños. ¿qué vas a ser cuando seas grande? (¡como si el niño pudiera saberlo!), yo respondía: agrómono. Seguramente, mi padre, burócrata, soñaba con lo que los burócratas creen que es una liberación: el título universitario, y si es de agricultura, de campo abierto, de aire libre, mejor. Para el burócrata, el agrónomo es como el corredor de 400 metros para quien le faltan las dos piernas.
Estudié con interés, sin esfuerzo ni sacrificio mental, porque todo me ha interesado siempre: todo lo que enseña algo, añade, descubre pedazos de realidad. Me hubiera gustado ser astrónomo por encima de toda otra ciencia, pero el estudio de esa ingeniería, a la que se acompañaban materias de ciencias naturales, me dio muchas satisfacciones culturales. El microscopio, la taxonomía, la zootécnica, la apicultura, abren un mundo maravilloso, inagotable. En cuanto oí en una clase de Química hablar de dos sales llamadas Rejalgar y Oropimente corrí y escribí un poema titulado “Fábula de Rejalgar y Oropimente”, que creo recordar se lo envié a Marcos Fingerit, un heroico editor de revistas poéticas de Buenos Aires. (A él le envié también, después, un poema titulado “Dafnis”, del que sé fue publicado, pero jamás volví a verlos).
Dejo indicado que al mismo tiempo que estudiaba, escribía poemas, de tiempo en tiempo, cuando tenía realmente deseos o necesidad de escribirlos, tal como me ocurre ahora. No concibo eso de “sentarse a escribir poesía” como si fuera a colocar ladrillo a ladrillo para levantar una pared, sino que sólo escribo cuando tengo verdaderos deseos de hacerlo. Y esos deseos me asaltan inesperadamente, asomándose a mí a través de un verso suelto, de un grupo de palabras enlazadas rítmicamente. De ese verso, simiente, sale todo el poema, y lo más frecuente en mí es que ese verso inicial me dicte el argumento.
Nunca me he planteado narrar un episodio, contar una anécdota, anotar una reflexión: lo que siempre me he propuesto, y me propongo, es hacer un poema, que es una entidad rigurosamente autónoma, desprendida por completo de la anécdota, de las ideas, de los antecedentes no poéticos que tantas veces pueden estar en el trasfondo de un poema. Lo que cuenta y lo que queda en definitiva, si queda, es el poema en sí. (Por eso es tan difícil hallar buenos lectores de poesía. Lo habitual es que la gente se distraiga con el asunto y no vea el poema, o no se dé cuenta de que lo que está admirando es el poema en sí, que se impone por su propia entidad y realidad, libre de lo real antecedente. No todo el mundo ve el poema, y mucho menos la poesía. Puede haber poesía sin poema, pero no hay poema sin poesía. Y estoy convencido de que la poesía se escapa, no se deja apresar, cuando a la intención de escribir un poema se le impone lo que llaman “fidelidad a la realidad”, el relato exacto de lo ocurrido. No es que la poesía consista en mentir, en enmascarar la realidad, los hechos; sino que al hombre le es casi imposible apresar de veras la realidad, y mucho más difícil le es describirla, traducirla en palabras. La realidad es siempre inefable. Cuando se quiere ser exacto uno se embrolla y se vuelve laberíntico. Ante esa imposibilidad ontológica de dominar la realidad, existe para el hombre el instrumento de la poesía, llave que permite entrar e instalarse en el doble imaginativo o fantástico de toda realidad.)
Me detengo aquí, y compruebo que, como es inevitable en mí, estoy siendo menos conciso que en la respuesta anterior. En el segundo tema, se me habla de periodismo, y se habla de lo difícil que es ganarse la vida ( Por qué se llamará así a lo que en rigor es perder la vida?) con la literatura. Aquí hay mucha tela por donde cortar. Yo fui al periodismo profesional cuando advertí que como ingeniero no iría más allá de un cargo en el ministerio, eso que llaman un destino.
Quiero tratar ese asunto con guantes de seda, porque en general se me ocurren cosas bastante desagradables cuando pienso en lo que es el periodismo. Balzac dijo una verdad tremenda: “Si el periodismo no existiese, habría que no inventarlo”. Lo contrario de lo que se ha dicho de Dios. Porque el periodismo -no los periodistas- es una cosa que no está en la inteligencia. Como se le entiende habitualmente, como se le practica, es algo deplorable y dañino para el espíritu, porque es una escuela cotidiana y pertinaz de vulgaridad (de vulgaridad impuesta por la demanda del mercado). ¿A qué seguir? Uno está en el periodismo y no debe, ni puede, subestimarlo, porque tampoco es una prisión ni un infierno. Sólo que es una profesión que apenas si tiene que ver con la literatura, no obstante que se hace con letras, y apenas tiene que ver con la filosofía no obstante que maneja ideas. El periodismo cotidiano gasta y vuelve roma la sensibilidad de un artista, de un pensador, de un poeta. Comprendo el horror con que vieron algunos amigos de la juventud mi entrada en firme en un periódico. Por cierto buen concepto que tenían formado sobre mis posibilidades en lo literario, se enojaron bastante, y me tuvieron por frívolo y por sediento de riqueza, cuando no sólo entré en el periodismo, sino que a poco fui en la profesión esa cosa nauseabunda que se llama un triunfador.
Sobre que soy fatalista y pienso que siempre ocurre lo que tiene que ocurrir, influyó mucho en esa decisión el hecho de que nunca me he creído llamado a nada importante en la literatura. A los que me decían, con severidad o con ternura, que hacía muy mal en “dejar las letras”, les respondía, más o menos, esto que respondería ahora mismo: “Mire usted, yo sé que no soy ni voy a ser Rilke, Eliot o cosa parecida. Necesito un trabajo bien retribuido, por motivos familiares. Si no atiendo esos motivos, y resultara después que no iba más allá en lo de la literatura, tendría para siempre un remordimiento que sé muy bien no voy a tener porque deje de escribir este o aquel poemita, este o aquel ensayejo. Como aprendiz de poeta me siento corriente y dentro de una muchedumbre de semejantes. Tengo entusiasmo, pero no vanidad. Creo en la poesía, pero no en mí. Sé que el deber verdadero de un aspirante a poeta es exponerse a no comer, y a que su familia no coma, a cambio de “hacer su obra”. Sé lo que sacrificó Rilke, y sé que Cezanne no fue al entierro de su madre por no perder un día de pintura, pero amén de que no me creo llamado a hacer nada grande, sé también que José Martí dijo: “Ganado el pan, hágase el verso”. ¿Qué quizá por eso Martí no fue un Homero, un Dante, etcétera? Pero fue el que quiso ser, el que prefirió ser. A esa preferencia o acomodación es a lo que llamamos Destino. Yo no puedo hacer nada contra el Destino: yo acepto el Destino. No me quejo, no doy explicaciones. Aprendí en Shelley que lo propio del ser humano, de una-víctima-más-entre-las-garras-de-la-naturaleza, que eso es el hombre en definitiva, el inocente, es tomar por escudo la divisa de Prometeo: Never complain, never explain».
[1] La palabra tiene un uso coloquial en Cuba, además posee una connotación negativa, al estar relacionada con la muerte o también con la muerte en vida. Se cree que tiene su origen en la mitología romana (en la mitología griega eran conocidas como «Moiras»), en la que las «parcas» eran las tres personificaciones del destino, y por ende, del hilo de la vida. Morta, la tercera de ellas, era la encargada de cortar el hilo de la vida de las personas y de llevar sus almas al infierno, cielo o purgatorio.
[2] Una introducción digital (que sirve para esta edición impresa).
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