La censura de la nada: un «montón» de significado
Escribe | Maribel Pascual
Editorial: Seix Barral
Nº de páginas: 160
ISBN: 978-84-32296-96-3
Idioma original: francés
Uno de los últimos libros polémicos que he leído —no tan actual— ha sido Nada, de Janne Teller. Lo leí hace unos años, pero es de esas historias que te vuelven una y otra vez a la cabeza. La crueldad que se llega a ver o intuir entre sus páginas unida al planteamiento peligroso que puede llevar a los adolescentes a seguir el ejemplo del protagonista, hizo que se llegara a censurar en algunos institutos. Sin embargo, pese a las censuras y a las críticas de los que piensan que es solo un libro apto para adultos, Nada, es una historia hecha para adolescentes, y tal vez sean ellos los más capaces de entender la esencia que un adulto, que en principio siempre lo mirará a través del ojo crítico de la nostalgia y las dudas de esos años; tal vez sean los únicos capaces de ver la gran amalgama de significado que tiene.
La historia comienza cuando Pierre Anton se da cuenta de que nada en la vida tiene sentido. Así tal cual, se levanta de su pupitre, sale de la clase y se sube a un árbol para gritar que no bajará porque nada importa. A partir de ahí todos los compañeros se alzarán contra él, se propondrán hacerlo bajar del árbol y demostrarle que hay cosas en la vida que sí importan. Sin embargo sus intenciones se van viendo frustradas ante la negativa de Pierre Anton, que sigue inamovible en su árbol, mirándolos como si fuera él único que ha encontrado la verdad absoluta hasta el momento. ¿Y es así?
Lo cierto es que Pierre Anton deja de ser el verdadero problema, casi se hace a un lado para que los chicos discutan entre ellos, se planteen cosas y lleguen a terrenos escabrosos cubiertos por el aura de la inocencia, lo que hace que todo sea aún más incómodo —o más atractivo— para el lector. Sabemos —o creemos saber al menos— que no son conscientes de dónde se están metiendo, que no saben de qué están hablando, que van con la ternura por delante y la torpeza de los primeros pasos ante semejantes planteamientos. Nos asustan.
Pero esto no es algo nuevo: un adolescente cansado, que también da portazos, piensa aquello de que nada importa. Es el outcast por excelencia, aquél que ve el mundo con otros ojos y que no se encuentra cómodo en él. Pierre Anton, en cierta forma, parece querer dirigirse al resto del mundo, parece querer advertirles, pero sin consideración, desde la sorna y la superioridad que le otorga su posición elevada desde el árbol. Aunque no parece querer salvar a nadie, no es un héroe, solo quiere decir la verdad, por más negativa que sea, y una vez dicha, se mantiene al margen. No hay ni un solo rastro de esperanza en él, a diferencia de lo que vemos en la protagonista narradora.
En un principio la historia se sucede con relativa inocencia y cierto humor, pero cuando no consiguen hacer que Pierre Anton baje del árbol y admita que hay cosas que importan, todo empieza a volverse más oscuro. Aquí comienza el peligro y comienzan los esfuerzos por parte de los alumnos de la clase que los llevará a saltarse ciertos límites para que Anton baje del árbol y, como reconoce la narradora protagonista en alguna ocasión, para entender ellos también qué es lo que importa. Se proponen así crear un montón de significado donde irán acumulando poco a poco lo que más le importa a cada uno de ellos, llegando a cometer verdaderas barbaridades.
Todo este proceso de búsqueda se rodea de planteamientos filosóficos escondidos bajo las dudas de adolescentes que se empeñan de manera obsesiva en encontrar esa verdad a costa de todo. La búsqueda del significado los hace ponerse al mismo nivel, olvidarse de ellos mismos con sus propias particularidades; todo por ese «montón» que acaba llegando a las noticias de todo el mundo y siendo objeto de interés de algunos museos que ofrecen una gran suma de dinero a cambio de él por representar el sentido de la vida. La venta del montón de significado, que tanto esfuerzo, sufrimiento y sacrificio les ha costado, nos muestra el sinsentido de todo y le da la razón a Pierre Anton; es precisamente esto lo que los lleva aún más hacia el límite, la lucha por la verdad única, la razón y sentido de la vida los enfrenta, los angustia y los lleva a establecer una lucha con el que muestra la posición contraria a ellos.
El foco de atención está puesto en el resto, los compañeros de clase que discuten y luchan por conseguir un montón de significado para demostrarle a Pierre Anton —y sobre todo demostrarse a ellos mismos— que no tiene razón, que hay cosas que valen la pena. Es precisamente en este proceso de búsqueda de significado donde pierden todo lo que importa, dándole así, sin querer, la razón a Pierre Anton.
Está claro, como decía, que Nada no es el mejor lugar para la esperanza. Donde parece haber una última luz, que es en esa intención de revalorizar la vida por parte de los chicos de la clase, se acaba consumiendo como una vela. Hasta el fondo. Se la comen, la destrozan, la queman, la cortan y le hacen de todo, aunque en el final, tal vez, haya un rastro de frustración esperanzada. Sin embargo, ¿hace falta la esperanza? A los compañeros de Pierre Anton desde luego que les hace falta, se aferran a ella con tanta fuerza que no son conscientes de cómo se les escapa de las manos.
No es una rebelión vacía, de ahí el peligro, de ahí la censura. Nada significa, y cuánto significa, hasta el punto de que lleve a pensar a algunos adultos que puede ser una mala influencia —malísima— para los jóvenes. El camino que toma Nada se vuelve oscuro, peligroso, se salta los límites y Pierre Anton, como si fuera el diablo que les ha ofrecido la manzana, se ríe. Y no es para menos. Sapere aude, pero con moderación.