«Cien cuyes» tras la madriguera literaria

Escribe | Aníbal Fernando Bonilla


Cien cuyes (2023) de Gustavo Rodríguez
Título: Cien cuyes
Autor: Gustavo Rodríguez
Editorial: Alfaguara
Año de publicación: 2023
Nº de páginas: 256
ISBN: 978-84-204-6600-2
Idioma original: Castellano


¿Qué parámetros se valoran para la obtención de un premio literario? ¿Cuáles son las condiciones que establecen si una obra es buena o no para alcanzar un reconocimiento? Estas inquietudes cobran sentido cuando la obra ficcional no sólo recibe la adhesión de un jurado, sino además, por el contrario, puntualizaciones del ojo lector. Digamos, con precisión: una crítica directa por su contenido.

El XXVI Premio Alfaguara lo obtuvo Gustavo Rodríguez (Lima, 1968), con Cien cuyes (2023). Este escritor también ha publicado Cuentos de fin de semana (1998), La risa de tu madre (2003), Trece mentiras cortas (2006), La semana tiene siete mujeres (2010), Cocinero en su tinta (2012), República de La Papaya (2016), Te escribí mañana (2016), Madrugada (2018), Machista con hijas (2021) y Treinta kilómetros a la medianoche (2022).

En Cien cuyes se desarrolla la historia de Eufrasia Vela, empleada doméstica, y de varios adultos mayores, a quienes se encarga de protegerlos. Ella, proveniente de estrato popular, sobrelleva las contingencias de los días con denuedo y cierta perspicacia. Aunque, como parte de la contradictoria contextura argumental, queda la impresión de su cándida ingenuidad. Lima es la geografía desde donde se develan las antípodas entre la urbe y la ruralidad, las imperfecciones del sistema político y judicial, y las tensiones por las diferencias de clase y el racismo. El sociolecto y la manifestación jergal se suman a la retórica acompañada de una carga intertextual que se entrecruza con el cine y la música. A más de referencias literarias de huella peruana (Blanca Varela, José Watanabe, Mario Vargas Llosa, Javier Heraud, César Vallejo). Esta historia de contornos paralelos también está alimentada por cavilaciones con eco omnisciente, y pasajes con modulación sensible cuasi poética («el susurro de unos árboles al viento y el rumor de un río, las cosquillas de unas hormigas al caminar sobre las manos, el olor de las hierbas ofrendando su clorofila al sol»; «pupilas que se dilatan y se contraen como moluscos con esteroides»; «el tiempo pasó más leve entre esas montañas ocres, las dunas que resbalaban desde sus faldas, y ese cielo límpido y vacío de pájaros»).

¿Cuál es el rumbo y el punto de vista que toma el relato? La descripción de aspectos inherentes a la senectud, cuya consecuencia deriva en afecciones a la salud y en el solitario modo de soportar los años postreros de la vida que transcurre como una película melancólica, sin compañía filial: «esa era una de las características de envejecer: no saber nunca si se acaba de hacer algo por última vez». Entonces, Eufrasia se responsabiliza del servicio en el domicilio de doña Carmen y luego en el del médico jubilado Jack Harrinson, en pleno barrio Miraflores; al igual, que del cuidado en un asilo de Los Siete Magníficos (Tío Miguelito, Alfredo Tanaka, Hernández y Fernández, Ubaldo, Giacomo Sanguinetti, y Leticia conocida como la Pollo). Estas relaciones de índole laboral, se tornan en relaciones fraternas hasta traspasar el límite de la intimidad. Eufrasia multiplica tales cuidados básicos, con el afán de obtener mayores ingresos que aminoren su aprieto económico y pueda ser sostén de su hijo Nicolás, junto con su hermana Merta.

Con una narración bastante lineal, Rodríguez (quien asevera que todo lo que lee se olvida) expone la práctica conductual de sociedades asimétricas, como la peruana, semejante al medio latinoamericano. Y lo hace recurriendo al humor negro. No sólo para menguar el impacto de las dificultades colectivas, sino para contrarrestar el drama que suscitan las carencias, desengaños, temores y dudas individuales. Para el efecto, esboza digresiones en voz de sus personajes, sobre todo, alrededor de la muerte: «una estrella que ya quema», como inevitable colofón de la vida, cuyo designio se encamina a una última despedida digna y auxiliada: «Morirse es tan natural como nacer». Dilema que enfrenta Eufrasia con sentimientos encontrados al comprobar que «la moral fluctúa según las necesidades», ante el pedido clamoroso de sus asistidos y la aceptación de ella, por una retribución monetaria.

Esas voces pierden brillo cuando no se vuelven fiables. Ni convencen ante la pretendida intensidad y resonancia expresiva. Ya en el título se demuestra la falta de ingenio alegórico al señalar a esta especie de roedores habituales en la zona andina (Perú, Ecuador, Colombia, Bolivia), que poco enriquecen al nombre determinado. La conexión se da por una sugerencia familiar a Eufrasia, para que adquiera un número inicial de cuyes e implemente algún tipo de emprendimiento que le rinda ganancias.

¿A qué le apuesta Rodríguez en Cien cuyes? A la recreación fabulada de episodios y pasiones de un grupo de personas que deciden en el momento categórico dejar de respirar para siempre «bajo la luz de un verano eterno». Desde cada una de sus particulares prismas de vivencia y comportamiento. Aunque se utilicen algunos términos rebuscados, y a la postre, susceptibles de prescindencia («etéreo», «cripta», «abstraído», «musarañas», «teatinas», «fustigó», «impostó», «empatía», «ininteligible», «inapelabilidad», «repantigó», «conciliábulo», «marrullería», «escarapelante»).

Si uno de los elementos compositivos del género novelístico es la verosimilitud, cabe interrogarse si acaso en Cien cuyes se logra en toda su dimensión tal máxima. Por ejemplo, en situaciones relativas a Eufrasia, cuando menciona de forma indirecta a Crash (1996) de David Cronenberg, alude a Al Pacino o recomienda a La sociedad de los poetas muertos (1989) de Peter Weir y El hijo de la novia (2001) de Juan José Campanella. ¿Es creíble que una servidora de ancianas y ancianos ostente tan notable conocimiento cinéfilo? Asimismo, ocurre con el tío Miguelito cuando musita al observar las piernas de una de las empleadas de la residencia: «A la mirada del viejo le faltó poco para dejar baba mientras recorría como un caracol esas pantorrillas que se hinchaban a causa de la postura. Qué chola más fuerte, pensó, mientras esos muslotes anteriores escapados de la falda reafirmaban su opinión». ¿Un octogenario atribuyéndose una masculinidad encendida de erotismo?

Lo antedicho induce a percibir una narrativa forzada, sin que medie tensión alguna. Se dirá que prima su frescura, no obstante, no se advierte la tentativa de sorpresa. ¿Hay estremecimiento en el lector(a) conforme descubre la trama? Esto, considerando la complejidad asumida en la novela, al apuntar de manera franca a la eutanasia como una opción voluntaria de muerte, evitando así, sufrimiento clínico alguno. O sea, la «verdad cruda y cruel» cae en descarga irónica, no exenta de lo anecdótico. En sí, a lo largo del texto se impone lo predecible. Se observa al prosista de pulcra manía, en su exploración edulcorada que no desluce el overol ante una de las posibilidades vitales de la literatura: desnudar la angustia y miseria humana. No basta sólo con decirlo. Hay que mostrarlo. Ya lo anticipó Ludwig Wittgenstein.

Cien cuyes, antes que una deliberación existencial sobre la vida y la muerte, está pensada para distraerse en el sosiego de un domingo de playa. Y eso es decepcionante frente a la connotación del tema abordado. No es la gran literatura. La que sacude. La que conmueve. Por más enjundioso galardón a la vista.

[symple_toggle title=»Referencias bibliográficas» state=»closed»]

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Gómez, Andrés. (2023, mayo, 20). Gustavo Rodríguez, escritor peruano: “Si no tuviste decisión en qué circunstancias nacer, debería quedarnos el consuelo de decidir en qué circunstancias morir cuando lo que queda es dolorosísimo”. La Tercera. En: https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/gustavo-rodriguez-escritor-peruano-si-no-tuviste-decision-en-que-circunstancias-nacer-deberia-quedarnos-el-consuelo-de-decidir-en-que-circunstancias-morir-cuando-lo-que-queda-es-dolorosisimo/IRUTT3IU6RHRJNPZ3Q3DTBE6CM/

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