Poemas de María Ovelar

María Ovelar (Alicante, 1982) es escritora en sentido amplio: poeta, periodista, traductora (inglés, francés, japonés e italiano), copy creativa y artista perfomática. Los poemas de María Ovelar son un sortilegio contra la desigualdad y un acto de rebeldía con el que sueña con lograr el fin supremo de la poesía: cambiar el mundo.

Obtuvo el máster de periodismo en UAM / EL PAIS y la licenciatura de Traducción e Interpretación. María Ovelar organiza eventos literarios para el Ayuntamiento de Madrid y 21Distritos (ciclo Emilia Pardo Bazán, las místicas …), imparte talleres poéticos en bibliotecas e institutos y ha moderado varios micros abiertos.  También, es la fundadora de la tertulia feminista LaSafo y la cofundadora del colectivo poético-reivindicativo Arta, con el que creó y realizó performances. Ha actuado en varios videoclips (Autosacramental), festivales de literatura (Puerto es Poesía, Festivalie, Cultura en Camiño…) y cortos (22 M de Gabriela Martí) y pincha como DJ Arta.

Además de colaborar con EL PAIS, periódico en el que trabajó durante trece años, con 20Minutos, Cuadernos Hispanoamericanos y varias publicaciones de Condé Nast (Traveler, Glamour), ha sido profesora de literatura española y de francés en la India (Mahindra United World College) y copy creativa de marcas como Carolina Herrera, Levi’s o Jean Paul Gaultier.

En 2019, ganó la residencia artística Axouxere para escribir su primera novela a la que acaba de poner punto final. A finales de 2022, después de un concurso Aliar Ediciones incluyó su poema Canon en la IV Antología Aliar. Sus poemas se han publicado en las antologías Mujeres, brujas y luna llena, Long Play, Malasaña blues Vol 2, los tres de Mariposa Ediciones, y en revistas como Tarántula; A, Arte, Caos y Literatura, Ediciones Alborismos (también después de un concurso), Vallejo&Co, Yukali y La Trinchera. Después un concurso, ha recibido también la residencia artística Can Serrat, por lo que estará escribiendo El Bruc (Cataluña) en junio y julio de 2024.

En su primer poemario, Las oceánicas (Valparaíso ediciones, 2022), prologado por la poeta y ensayista Olga Novo, y publicado en Valparaíso, María Ovelar reivindica el poder terapéutico de la palabra a la vez que revisa en clave feminista cuentos y arquetipos. En su segundo poemario, Diccionario de términos eufemísticos (Valparaíso ediciones, 2022), los poemas de María Ovelar reflexionan sobre las dobleces del lenguaje, soñando con un idioma común que nos libere de las cadenas de los estereotipos y que acabe con la desgracia humana y la violencia contra las mujeres y otros grupos oprimidos. Este libro convoca el poder liberador y sanador de la palabra, a la par que denuncia el dolor que puede causar el lenguaje. Una oda a la naturaleza que no huye del asfalto y que la entronca con poetas como Safo, Aurora Luque o Silvia Plath.


 

Dimensiones del espejo

Bajo las túnicas de la edad convulsionas,

el hábito no te esconde.

El esqueleto se te transparenta.

 

Está debajo de ti en todo lo que haces.

por eso, entrar en los espejos,

matemática de ojeras, manchas y arrugas.

 

Ya no eres la misma, no.

Tu palidez bruñida no refleja las estrellas,

ni traspasa el universo tu honda sonrisa.

 

Por eso, rastreas en las imágenes vestigios caducos,

como si no supieras ya que mañana

buscarás lo que hoy conservas.

 

Si te pudieras resetear, cambiar el programa

con el que te formatearon en la infancia.

Pero en vez de eso,

disimulas debajo de las túnicas de la edad,

a sabiendas de que el miedo

a la vejez, te conducirá antes de tiempo.

Las Oceánicas, Valparaíso, 2021

Canon

Son las escalas plásticas de mi abuelo entre trigales,

aquellas que los Maristas le arrancaron a mi padre,

mi deambular por las lenguas sin pertenencia

en esta blancura plana de pasaporte bulldozer

(para que no me desprecien).

Es ese coro de sílabas traviesas,

entre el afilador afila cuchillos y el doblar de campanas

las que echo de menos junto al silbido de los chopos,

planicie de girasoles que cantan y ríen en los campos,

pero que callan cuando llegan a la ciudad plastificados.

 

Superioridad cultural, condescendencia, vergüenza,

pero ¿y esas notas que todavía cazo cuando voy a Villaescusa?,

entre el bastón repiqueteante sobre el asfalto de la calle Derecha,

alerta bajo el vuelo del buitre; ese metamorfosear las palabras

en agudas sean llanas o esdrújulas,

y mi corazón patalea por oír como habló un abuelo al que nunca conocí.

 

La lengua de mi infancia, pintada de sonido y no de significado,

de texturas y no de obligaciones, como los fredons de Quignard,

y la autoridad auctoritas me autoriza a decir lo que digo cómo lo digo,

sin el sabor de los gestos de mis antepasados en un pueblo que se vacía

y llueven las grietas de su cielo de vencejos sobre los pinares

en los que comió mi abuelo entre siega y siega,

los pinares que ardieron este verano.

¿Pero cómo sentir el árbol que cae si nadie lo oye?

Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

Contención mecánica

Hay algo que no nos podéis robar:

es el filo de la navaja bailando

sobre mi iris caleidoscópico,

es mi agresiva hambre rugiendo en la discoteca,

es mi aullido desasosegante blandiendo la madrugada,

porque yo imagino mundos cuando los otros duermen

y solo los locos soñamos despiertos.

 

No.

Las pastillas no podrán amordazar

el aire vertiginoso que se excita

dentro, no podrán combar

esta voracidad creativa que escribe versos,

porque yo estoy loca y mi furor es el contagio

en el que otros hallan el antídoto a la apatía.

 

Con mi delirio hechizo el aire

y ninguna pastilla podrá amordazar

mi pecado con el que voy escribiendo

al margen de lo institucional.

 

Y es que hay algo que no nos podéis robar:

soy la música que excita la sangre,

el brillo de la irrealidad, la fracción de presente;

soy la cuerda que da cuerda al mundo.

Soy la locura.

Sin mí el amor no sería;

sin mí, el arte no sería;

sin mí, el mundo no sería.

Soy la locura.

 

Esquizofrénico, demente, bipolar afectivo; nombres que nos encarcelan, etiquetas normopáticas como camisas de fuerza, que nos reducen a un uniforme, el de la normalidad; vístase con el ropaje de lo normal, no notará diferencia, mate a su instinto, a su esencia; vista el ropaje de la normalidad, 25 miligramos de diazepam, 15 mg de olanzapina, 10 mg de risperidona, 25 de quitapina, 10 de asenapina. Vista el ropaje de la normalidad, no deja huella, no deja memoria ni materia gris. Aniquila sus voces, domestica sus depresiones, atempera su euforia, nubla sus heridas, esculpe sus manías.

Vista el ropaje de la normalidad.

 

Leonora Carrington, Sylvia Plath, Anne Sexton; mis hermanas; casi os extirpan la creatividad disparándoos tanques farmacéuticos y ahora es a mí a quien quieren subyugar con lorazepan; ¿hasta dónde creen que llegarán con su uniformismo de cápsula?

Pero hay algo que no nos pueden robar:

a mí no hay electroshock que me frene

ni diazepam que me neutralice,

porque yo vivo en todos vosotros,

despertadme no me ahoguéis.

Soy la locura. Y soy la cuerda que da cuerda al mundo.

Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

Tradición

Del abril y la mujer, todo lo malo has de temer.

Es animal de pelo largo y de pensamiento corto;

irritada, pantera enojada y como un gato,

buenas uñas gasta; por eso cuando le dijo al Diablo,

¿te puedo ayudar en algo?,

 

el hombre pensó que como a la cabra, la soga larga.

Así que, mientras no la vieres muerta, ojo alerta,

ya que agua de pozo y mujer desnuda,

llevan al hombre a la sepultura.

 

Y ojo, que habla por los codos,

se calienta por la boca como el horno;

ya sabes, secreto confiado a mujer,

por muchos se ha de saber.

Sé pues sabio y discreto

y nunca reveles a una mujer un secreto.

 

Encima, lo que no consigue hablando,

lo suele conseguir llorando;

Pero no caigas, que rencura de perro

y lágrimas de mujer, no hay que creer

porque, ¿adivina quién nació el mismo día?

La mentira.

 

La mujer es como el vino, engaña al más fino,

una que no mienta, a ver, ¿quién la encuentra?

Y encima qué voluble, en un momento

cambia con el viento, tan parecida

a la fortuna, que muda con la luna.

 

Pero es un mal necesario; a quien ayuda,

camino va de fortuna; además,

el dinero y la mujer, en la vejez son menester,

porque claro, en casa sin mujer,

¿qué gobierno ha de haber?

Mejor un piso con hogar y una que sepa hilar,

porque la que es de su casa,

lava, cose, limpia, guisa y amasa.

 

Y cuando no lo haga, igual que haces con la mula,

vara dura; igual que haces con el can,

el palo de una mano y de la otra el pan.

¡Y desahógate!, que ya lo dice el refranero,

el burro flojo y la mala mujer, apaleados han de ser.

Un consejo: si mujer has de escoger,

no elijas a la hermosa, que es loca y presuntuosa,

ni te decantes por la que cuida mucho su cara,

que descuida la casa, y menos por mujer bigotuda,

esa de lejos se saluda. Y sé que te han dicho,

que amor de fea, no tiene contra,

pero sin pasarse, eh, sin pasarse.

Lo mejor: ni linda que mate, ni fea que espante;

la mujer alta y delgada y la yegua colorada.

 

Y ejerce tu posesión, porque amor

sin celos no lo dan los cielos;

hazme caso, que no salga,

la mujer, como la escopeta: cargada y en una esquina;

de fiesta nada, la doncella honrada

con la pierna quebrada y en casa.

 

Y ojito con los cuernos, si te descuidas,

te los deja bien puestos, así que no te reprimas,

total, la nuez y la mujer, a golpes se han de vencer,

y si replica, ¡leña! Ya lo dice el proverbio:

más vale llorarlas muertas que no en poder ajeno.

 

Y si te obsesionas no te culpes,

¿a quién no tiran más dos tetas que dos carretas?,

¿a quién no jalan más nalgas en lecho,

que bueyes en barbecho?, o dicho de otro modo,

tiran más dos chichis que una junta de bueyes.

¡Ay esas tetas de mujer que tienen tanto poder!

Porque la que no vale para la casa, sirve para la cama,

o como dicen en México: la mala para el metate es buena

para el petate. Y si sales de ligoteo, avisa

a los colegas, que con tu gallo suelto

sabe Dios que es mejor que amarren a las gallinas.

Eso sí, la chancla que te tires, no la vuelvas a recoger,

que esa de nada te va a valer.

 

Y mira, como estoy para mojar pan y repetir,

y como el aguacate, maduro a apretones,

te permito que me lances unos piropos,

¡qué ganas tiene tu aceite de chirriar este tocino!

¡y de echarle a este cilantro seco una regadita!,

cachonda me pongo cuando me gritas,

¡tanto cuero y yo sin zapatos!

 

Además, ya está bien, que estoy cansada,

que de tanto refranero he acabado mareada:

porque ya sabes lo que dicen:

hombre refranero, hombre majadero.

 

Y menos guasa, que a ti también te la han metido

doblada: caracoles y hombres de pocos arrestos,

mueren donde nacieron; el dinero hace al hombre entero;

con los hombres que no son, poca conversación;

hombres de muchos pareceres,

más que hombres son mujeres,

los hombres no lloran;

en la cocina huelen a caca de gallina–,

blablablá.

Blablá.

Blá.

A.

Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

Amor

Solía dormir rodeada de diccionarios,

pariendo un vocabulario poco común o desusado

en la laringe de una chica de 15 años:

concupiscente, caracolear, de rebato.

Solía dormir entre las estrecheces de un colchón

robado de espacio con tinta en el dedo gordo

de cada mano. Confiaba más en el contexto, en la emoción

de la palabra, que en la tirantez de la definición.

 

Suscrita mi familia a Círculo de Lectores,

no solo mordí la fruta prohibida de mi librero

de lance –Bukowski, Miller, S. Thompson–;

fui urdiendo mi genealogía, fortificando anaqueles

con grimorios: Françoise Sagan, Amy Tan, Fannie Flagg.

 

Siempre me pareció natural acudir a mi cita

cargada de libros, presentárselos a mis parejas,

inocularles la rebeldía Rimbaud,

contagiarles el spleen Baudelaire,

crujirlos con la inteligencia Dickinson.

Pero la mayoría se impacientó: ¿cómo podía estar más

interesada en retozar entre letras? Ya entonces mi deseo

era escurridizo como la palabra, el ansia de una anguila.

 

Más tarde, cuando arranqué a militar para recuperar

nuestra voz tapiada por la grúa de El canon occidental,

quise patear el diccionario y a la Academia

que hasta tres veces negó la entrada

a Emilia Pardo Bazán. La llamó gorda;

“su trasero no cabría en un sillón de la RAE”,

razonó Juan Valera, y con este otro argumento

cercó a toda mujer: “si abrimos la mano,

la Academia se convertirá en un aquelarre”.

No me avergüenzo; somos brujas retorciendo el lenguaje.

 

Gertrudis Gómez de Avellaneda, a quien también

escupieron el rechazo, ya le había contestado décadas

antes: La presunción es ridícula, no es patrimonio

exclusivo de ningún sexo, lo es de la ignorancia

y de la tontería, que aunque tienen

nombres femeninos, no son por eso mujeres.

 

El rechazo a María Moliner agrieta

las esporas de mi corazón,

siempre ha sido su diccionario, mi favorito,

los dos tomos del uso del español.

 

Quince años tardó en gestarlo,

depurada por el régimen, con cuatro hijos,

tenaz mujer, defensora como María de Maeztu

de una educación libre, patrona de las bibliotecarias,

que luchó para que cualquier lector en cualquier lugar

de España tuviese acceso a cualquier libro.

 

Mi madre, como ella, como María de Maeztu,

como María Montessori, fue una gran pedagoga;

ella, filóloga, me inculcó el amor por los libros,

un refugio para mis huesos roídos.

Fui una niña retraída, extranjera a la rutina,

a la que carcomía la crueldad,

una niña cuyo diccionario no conocía la maldad

y que tuvo que aprender cada una de sus acepciones.

 

Amé las palabras; a mí, al contrario que a Pizarnik,

sí me bastaron para arrebatarme a la muerte.

Y quiero retorcerlas, resolverlas, esculpirlas, escupirlas,

quemarlas, asesinarlas, violarlas, violentarlas, enterrarlas,

un poco como nos han hecho ellas a nosotras.

Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

Manada

Vadeábamos sus calles como si fueran ríos

cuando hacía decenios que sus aguas

habían sido soterradas, orillándonos

en bares de caña + tapa a un euro

codiciando alargar el gesto hasta el infinito.

 

Pensábamos que el suspender del minutero

era la señal del Edén, Arcadia recuperada

en un ritual de turulo compartido

como si en vez de una pajita

estuviésemos dividiendo el pan de Cristo.

 

Nos mirábamos con la duda calada en los ojos,

húmedos de tanto repasar el rímel,

confundidos en el maquillaje

con el que los géneros veneraban a Eros.

 

Éramos unos críos.

 

Jugamos con las cartas de una ciudad a medio construir,

paradójicamente esbozada por el rey de la geometría,

una ciudad sin orden ni armonía,

siempre a medias como nosotros.

Nunca hablamos de Felipe II, ni Carlos III

y a Manuela Malasaña solo la mentamos

para ir a un templo del garaje a pillar farlopa.

 

Qué historias, qué arte del ladrillo,

el mismo que el patillas con los gramos;

bolsos, gafas, amigos perdidos,

nos creímos en el paraíso recobrado,

cuando estábamos en los confines del olvido.

 

Como tontos repetimos,

Madrid me mata, de aquí al cielo,

ciudad de locos, aquí no se duerme.

 

Este barrio de majos hoy de bordes,

donde cada estertor es un mecanismo de defensa,

donde nos relacionamos a voces y a nadie le interesa.

 

La Magdalena del fondo atiende por turnos,

se cree respetada con la cruz en el puño,

no cobra las mamadas a las que hunden su cabeza.

No quiere pero no lo dice.

 

Sobre el escenario se descerrajan acordes liberadores

en esa burbuja viajamos escurridos en notas,

llueve sudor condensado pero no nos importa.

Hoy no recordaremos ya nada.

Y regresamos, los ojos reventados,

fabuladores de noches que nunca

fueron tropezando con señoras

que van a hacer la compra tirando de su perrito

en la ciudad de los ángeles caídos glorificados

en monumentos, de olor a popper entre los baños.

 

Aquí no huele a ropa mojada ni a guiso de lentejas,

las bolsas crujen entre los dedos de los chinos,

una lata, un euro; una lata, un euro; una lata, un euro.

Calaveras soledades entre cartones a las que nadie mira.

 

La ciudad que destejisteis no se puede destruir,

es contigo como Dios es con los hombres.

Escucha el agua soterrada, son tus ansias deseando salir

2 M, 11 S, 15 M, a las barricadas detrás de Daoiz

y Velarde, navajas, macetas, palos, punzones;

litronas, minis, piedras, cascotes;

vidrios rotos, papeleras quemadas;

herramientas, cuchillos de cocina,

Motín de Esquilache,

“No fue abuso, fue violación”,

“Tranquila hermana, aquí está tu manada”,

“Jueces de mierda, la estáis juzgando a ella”,

caceroladas, silbidos, pitos.

 

Ya no éramos unas crías.

Diccionario de términos eufemísticos, Valparaíso, 2022

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