Una cantera lírica: Tres jóvenes poetas mexicanos
Escribe | Marisa Martínez Pérsico
Quiero recomendar y presentar brevemente a tres jóvenes poetas mexicanos: Melissa Nungaray (Jalisco, 1998), Adrián Mendieta Moctezuma (Tlaxcala, 1995) y Alejandro Rejón Huchin (Mérida, 1997). Cuando pienso en la efervescencia de la lírica mexicana actual escrita por jóvenes que rondan los veinte años, me viene a la mente la metáfora de la cantera.
La voz «cantera» tiene tres significados emparentados: es el sitio de donde se sacan las piedras o materiales para levantar un edificio, son las capacidades o habilidades de una persona, y también las instituciones —como los clubes de fútbol— que entrenan a sus divisiones juveniles para que sus jugadores integren futuros equipos profesionales. Empiezo por destacar una triple actividad simultánea y complementaria que los tres desarrollan: la actividad poética, la colaboración editorial y la formación universitaria. Nungaray, Mendieta y Rejón son estudiantes de Letras o de Humanidades, integran comités editoriales de revistas de publicación nacional pero con proyección internacional y participan asiduamente en lecturas y festivales poéticos en su país. Me gusta pensar en la cantera como metáfora agonística pero, fundamentalmente, como posibilidad de practicar un «deporte de equipo» para trasponerla al ámbito lírico. La escritura poética es un espacio de búsqueda individual que se celebra en solitario pero que conlleva un diálogo histórico con los demás: así leo a estos tres autores, quienes más allá de iniciativas editoriales afines o de compartir una generación, me hacen llegar a la vez este muestrario de poéticas muy personales pero que bordan una misma textura, una urdimbre dialógica.
Adrián Mendieta nos presenta un tríptico que indaga en el absurdo de la vida humana a través de la construcción de un Génesis bíblico inverso: primer día, segundo día, tercer día. En vez de ir del polvo a la creación, se parte de la vida para llegar a la nada. El protagonista de estos versos está sumido en una abulia existencial de cuerpos desmoronados y vacío, preso en la circularidad del hábito cotidiano: la libertad es tan solo aparente, pues siempre se regresa a la misma cama, a los mismos sudores, se vuelve a ser residuo. Con versos como estos retrata el absurdo de gestos reiterados: «vuelvo a la misma cama que conserva el sudor de antiguas noches,/ a tirar el cuerpo como se tiran los residuos al basurero». Es como si el hombre solamente pudiera aspirar al gesto de empujar la piedra cuesta arriba como Sísifo para volver a caer «hasta que un piadoso rompa el espejo con su puño/ y mi rostro se pinte con su sangre». Destaco esta idea, que es casi una epifanía poética: la muerte de un hombre es capaz de manchar a su demiurgo. La muerte es un mal compartido, y de su herida, ni los dioses salen inmunes.
Como en un diálogo, quizás involuntario, o como respuesta a ese malestar del tránsito cotidiano, Alejandro Rejón opta por la celebración de la caducidad de la existencia edificada desde el barro y la ceniza: «…los poros/ dispersos en los pastos de aire donde va nuestra vida/ refracta una gota de ceniza/ como todas las lecturas/ del barro que transporta nuestra carne». El hombre lleva la noche a cuestas pero se nutre de poderosos racimos porque el amor eleva y salva. No es gratuito el título del poema de Rejón «Niebla de sol», un homenaje tácito a «Piedra de sol» de Octavio Paz, donde el encuentro físico con la amada es una puerta redentora: «Donde la boca del alba siembra tus labios/ el agua corre hasta el caudal del sueño,/ se desata toda tu piel hasta/ callar la noche como un alma que gime/ sobre los focos de aceite/ que tiñen los espejos,/ disipan todas las aguas en tu color/ despertando en lienzos donde/ los bondadosos racimos se abran/ como la arena entre los ojos». El nosotros que aparece en este poema es un nosotros dual, un nosotros que engloba a la amada como prolongación del propio yo.
En los versos de Melisa Nungaray —poeta precoz, como se podrá en su biografía— nuevamente emerge una indagación sobre la existencia, pero para plantear una convivencia colectiva en la esfera espiritual. En vez del yo individual de Mendieta o del yo dual de Rejón, se activa aquí la reflexión de un yo múltiple que late en comunión con otras almas, pero también con divinidades naturales, por lo que sus versos rezuman un cierto panteísmo: hay almas «que siempre duermen al ritmo de mis latidos,/ pero a medianoche revelan cadenas repulsivas/que azotan mundos paralelos (…) me están vigilando miles de cuerpos/ que aluden al último alarido desnudo del instrumento histórico./ Vuelvo a dormir con el arsenal magnífico/ de la música onírica del violín buscando el grito colosal/ de palabras en cuatro cuerdas.» Su poesía incorpora alusiones a la topografía mexicana, parte de ella mítica, y es fértil en personificaciones y animizaciones para que el paisaje deje oír «el maullido de la flor» o pueda «desangrar el cascabel de la luna». Nungaray incorpora elementos del mundo prehispánico como las menciones reiteradas a la serpiente o a la lluvia, convocando los efectos de la deidad mexica Tláloc, responsable de la estación lluviosa, o aludiendo tácitamente a Quetzalcóatl. «Una palabra, tu palabra, nuestra palabra,/ somos una lágrima de piedra ante el rostro de esmeraldas./ La lluvia de luz es la divinidad del reflejo,/ se abre y avanza al atavío del viento,/ flecha de serpiente,/ eufórico nudo del abismo extrae la chispa del respiro». El rico despliegue imaginístico que se adivina en los versos de Nungaray nunca es costumbrismo ni pintoresquismo ni aspiración al color local. Es una búsqueda heredera de la pulsión creacionista, hacedora de mundos, más afín al mandato del Non serviam huidobriano.
A continuación presentamos a los poetas y algunos de sus textos.
Adrián Mendieta Moctezuma (Tlaxcala, 1995). Incluido en antologías locales, es coautor del libro Leyenda en letra. Relatos de Ixtacuixtla (PACMYC/ITC, 2015) y autor de Nacer del incendio (La Cosa Escrita, 2016). Textos de su autoría aparecen en diversos sitios como Catedral, Guardagujas, Molino de Letras, Punto de Partida, Círculo de Poesía, la Revista de la Universidad de México, Revista la Otra, La rabia del Axolotl entre otros medios impresos y electrónicos. Ha participado en diversos encuentros, coloquios y lecturas públicas. Fue becario del Festival Interfaz- ISSSTE 2015 y del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Tlaxcala, 2015). Actualmente estudia la Licenciatura en Antropología en la Universidad Autónoma de Tlaxcala.
Días
Primer día
Me he visto por las mañanas con la piel desmoronada
poniendo una camisa al aire
y abrochar agujetas a pies sin camino
me he visto
patético, burdo
aventar ojos a los autos en espera de detenerlos
de que alguno pare su marcha
y me reclame para identificarme, al menos, en su odio
todo el espacio se mueve y pareciera que yo no me muevo con él
que las manos niegan palpar la tierra
los pulmones huyen a la asfixia del humo
el cuerpo niega caer en las mismas tumbas
el cabello cae
es polvo, desperdicio para mi cabeza
sin ambición
sin rostro
No es dolor
no es la ausencia por la vida fracturada
es el cuerpo desmoronado
vencido por sí mismo
un cuerpo que repite los mismos rituales, diariamente
a sabiendas de su inutilidad.
Día 2
Si entrara a un espejo
llevaría una sombra y un par de libélulas en los dedos.
Si acaso,
un pan duro y un vaso de agua
dos montones de azúcar
una taza de café frío
y dos que tres camisas.
En un espejo grande
de esos que algunas casas tienen en la entrada,
para mirar a quienes sonríen por existir
por saberse poseedores de aliento.
Ahí me mudaría, terminarían mis días,
ahí tendría lo suficiente para saciarme
y nunca volver a ver mi rostro
ni escuchar el sonido de los pájaros
ni las plegarias
ni el canto de los amantes de piel ruidosa.
Lo imagino así
un espejo con mis miserias,
con las boronas de pan
y las libélulas alumbrando lo poco que quede de mi mirada.
Hasta que un piadoso rompa el espejo con su puño
y mi rostro se pinte con su sangre.
Tercer día
Vuelvo a lo mismo
indago la misma caricia
el suspiro que corroe mis labios
y el desierto donde crecen mis palabras.
Las moscas habitan mi recámara,
esperan la putrefacción de cada tejido que poseo.
No fallarán en su intento
mi destino es obvio.
Aunque mi libertad dicta algunos pasos
vuelvo a la misma cama que conserva el sudor de antiguas noches,
a tirar el cuerpo como se tiran los residuos al basurero,
y cubro mis esperanzas con las sábanas de infancia
para perder la razón
para perderme en el mismo sitio.
Mi destino es obvio.
Es lugar común, como estas líneas, como estos versos,
es reiterativo.
Alejandro Rejón Huchin (Mérida, 1997). Estudiante de la Licenciatura en Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán. Fue becario del Festival cultural ISSSTE-INTERFAZ los Signos en Rotación Ciudad de Mérida 2016 en la categoría de poesía. Editor de la Antología de poesía yucateca contemporánea publicada en la revista Círculo de poesía. Actualmente es miembro del Colectivo Naufragio y dirige la revista literaria Marcapiel. Poemas y artículos suyos han sido publicados en revistas como: La raíz invertida: revista latinoamericana de poesía (Colombia), Almiar (España), Triplo V (Portugal), Letralia (Venezuela), Sinfín (estado de México), Letrass5 (Chile), Ómnibus (Granada, España), Carruaje de pájaros (Chiapas, México), Al pie de la letra (Universidad Modelo, Yucatán) y en la Primera Antología Poética de Poesía Nómada (2016). Ha participado en distintos encuentros literarios, como el XVI Congreso Internacional de Poesía y Poética realizado en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y fue director del encuentro de escritores Naufragio en Marcapiel, realizado en la FILEY 2017. Actualmente funge como corresponsal de contenidos en la revista Círculo de poesía: revista electrónica de literatura.
Niebla de sol
Donde la boca del alba siembra tus labios
el agua corre hasta el caudal del sueño,
se desata toda tu piel hasta
callar la noche como un alma que gime
sobre los focos de aceite
que tiñen los espejos,
disipan todas las aguas en tu color
despertando en lienzos donde
los bondadosos racimos se abran
como la arena entre los ojos,
figuras de ángel se incrustan en los tallos
hasta que tu vientre anidando los poros
dispersos en los pastos de aire donde va nuestra vida
refracta una gota de ceniza
como todas las lecturas
del barro que transporta nuestra carne.
Recuerdo
En la materia de tus pasos me disuelvo,
porque llevo la noche a cuestas,
desvelada en un rincón de mi memoria,
como la imagen ciega que hoy espina mis anhelos.
Musa de la noche
El nudo interior de mi certeza,
que se desvela entre las piedras
o en los altivos soles que me encarga el sueño,
es hoy la línea en la que extiendo mi carne
para llegar a la ciudad de sus reflejos.
Melissa Nungaray (Guadalajara, Jalisco, 1998). Estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la UAEMéx. Forma parte del Colectivo Naufragio y del equipo editorial de la revista literaria Marcapiel. Es autora de los poemarios Raíz del cielo (2006), Alba-vigía (2008), Sentencia del fuego (2011) y Travesía: Entidad del cuerpo (2014). Ha publicado en las revistas: Casiopea, Alforja, Periódico de poesía, Punto en Línea, Punto de partida, Círculo de Poesía, entre otras. Está incluida en diversas antologías, entre las que destacan: Poetas parricidas (Generación entre siglos), Cuadrivio Ediciones (2014) y Últimos coros para la Tierra Prometida. 40 poetas jóvenes del Estado de México, FOEM (2014). En 2014 obtuvo el segundo lugar del Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara.
Todo anochece
1
En la boca más atroz toda la noche es mía,
en el cuerpo lunar esotérico las sonatas
dictan la luz bélica demacrada
elevando poderes infinitos
en la oscuridad que todas las almas anhelan.
Ellas siempre duermen al ritmo de mis latidos,
pero a medianoche revelan cadenas repulsivas
que azotan mundos paralelos.
¡Oh! me están vigilando miles de cuerpos
que aluden al último alarido desnudo del instrumento histórico.
Vuelvo a dormir con el arsenal magnífico
de la música onírica del violín buscando el grito colosal
de palabras en cuatro cuerdas.
2
Una palabra, tu palabra, nuestra palabra,
somos una lágrima de piedra ante el rostro de esmeraldas.
La lluvia de luz es la divinidad del reflejo,
se abre y avanza al atavío del viento,
flecha de serpiente,
eufórico nudo del abismo extrae la chispa del respiro.
En el Monte del Nimbus es factible el maullido de la flor,
boreales cisnes de la expansión acampan bajo la marea de la mariposa.
Solsticio de siete días para viajar en las protuberancias de algún cometa,
mar esencias en cada espacio de tu ausencia.
Desangraré lejos el cascabel de la luna,
me iré al vaivén de los frutos en el hervor de tus visiones.
3
La claridad es un árbol de paz del reino salvaje
Nada, ningún camino ni palabra.
El ser sin cambio ni sentido avanza
a la siguiente representación.
Los objetos tocan y destruyen al ser.
Algo existe más allá de la nada vital.
Tiempo subversivo de la imagen
y al fondo el fuego entreabierto,
la oscura intervención del libro,
la razón idónea de civilización.
Nada suplica el sometimiento alcalino,
desconozco la sustancia que añeja los días
párpados y noches incompletas.
El destierro del deseo y el ser,
lejos de la calma no hay palabras,
el furor domina multitudes de silencios,
ruidos asfixiantes.
La paz emerge de la carne.
*Marisa Martínez Pérsico (Buenos Aires, 1978), poeta, es doctora en Filología Hispánica. Enseña, desde 2010, Lengua y Literaturas Hispánicas en diversas universidades italianas. Con 18 años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas (Baobab, 1998), que recibió dos años antes el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II”. Posteriormente publicó Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004) y La única puerta era la tuya (Verbum, Madrid, 2015), libro por el que resultó finalista del II Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”.